Rafael Espinosa / En el trabajo todos nos llamamos Lic. Desde el jardinero hasta el jefe. Supongo que es una manera de mantener la equidad sin que a nadie le importe los escalafones laborales. Es tan divertido que uno termina contagiándose con este código tan amigable.
—¡Buenos
días, Lic! —saludo al jardinero.
—¡Buenos
días, Lic! —contesta él con naturalidad.
Se
ha vuelto un ritual cotidiano que suena raro cuando no te llaman así. La vez
pasada un hombre llamó al portero por su nombre, de tal modo que la curiosidad
me hizo regresar más tarde para preguntarle, por qué no lo había nombrado de
aquel modo.
—No
se preocupe, Lic —dijo despreocupado—; no trabaja aquí.
Fuera
del trabajo ocurre lo contrario. Nadie de los compañeros se llama, entre sí,
licenciado. Por eso aquel día que iba atravesando la calle voltee
automáticamente cuando alguien dijo: ¡Adiós, Lic.! Ni siquiera vi quién era,
sólo sentí el golpe del automóvil que chilló sus llantas al frenar y luego caí
inconsciente sobre el pavimento.
Supe
más tarde que la gente me rodeó, viéndome tirado.
—Es
don Joaquín —señaló alguien—; le hagamos casita porque está fuerte el sol,
mientras viene la ambulancia.
Al
abrir los ojos, todavía obnubilado por el golpe, me encuentro con un policía al
pie de la cama del hospital.
—¿Lic.,
vio el carro que lo arrolló?
Lo
primero que pensé fue que no me importaba quién había ocasionado el accidente
sino quién se había atrevido a revelar el código del trabajo.
Sin
embargo, ahora que me encuentro convaleciente en casa, me pregunto si aquel
policía habría trabajado en el mismo lugar que yo.
—Que
bueno que volvemos a verlo por acá, Lic —me dice un compañero, el primer día de
trabajo.
En
respuesta a esa expresión de júbilo, dejo de trapear el piso y sonrío un
momento.
—Aquí
estoy nuevamente, Lic; creo que soy de hule.
Sonreímos
mutuamente.
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