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viernes, 25 de septiembre de 2020

Licenciados

Rafael Espinosa / En el trabajo todos nos llamamos Lic. Desde el jardinero hasta el jefe. Supongo que es una manera de mantener la equidad sin que a nadie le importe los escalafones laborales. Es tan divertido que uno termina contagiándose con este código tan amigable.

—¡Buenos días, Lic! —saludo al jardinero.

—¡Buenos días, Lic! —contesta él con naturalidad.

Se ha vuelto un ritual cotidiano que suena raro cuando no te llaman así. La vez pasada un hombre llamó al portero por su nombre, de tal modo que la curiosidad me hizo regresar más tarde para preguntarle, por qué no lo había nombrado de aquel modo.

—No se preocupe, Lic —dijo despreocupado—; no trabaja aquí.

Fuera del trabajo ocurre lo contrario. Nadie de los compañeros se llama, entre sí, licenciado. Por eso aquel día que iba atravesando la calle voltee automáticamente cuando alguien dijo: ¡Adiós, Lic.! Ni siquiera vi quién era, sólo sentí el golpe del automóvil que chilló sus llantas al frenar y luego caí inconsciente sobre el pavimento.

Supe más tarde que la gente me rodeó, viéndome tirado.

—Es don Joaquín —señaló alguien—; le hagamos casita porque está fuerte el sol, mientras viene la ambulancia.

Al abrir los ojos, todavía obnubilado por el golpe, me encuentro con un policía al pie de la cama del hospital.

—¿Lic., vio el carro que lo arrolló?

Lo primero que pensé fue que no me importaba quién había ocasionado el accidente sino quién se había atrevido a revelar el código del trabajo.

Sin embargo, ahora que me encuentro convaleciente en casa, me pregunto si aquel policía habría trabajado en el mismo lugar que yo.

—Que bueno que volvemos a verlo por acá, Lic —me dice un compañero, el primer día de trabajo.

En respuesta a esa expresión de júbilo, dejo de trapear el piso y sonrío un momento.

—Aquí estoy nuevamente, Lic; creo que soy de hule.

Sonreímos mutuamente.

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