Rafael Espinosa / Un día después de las elecciones del 1
de julio, Karla despertó triste porque su candidato había perdido. Ella formó
parte de la campaña política y estaba entusiasmada por tener un mejor porvenir.
Había renunciado temporalmente al séptimo semestre de la licenciatura en
Derecho para dedicarse de tiempo completo a la jornada electoral.
Cuando se soltó en llanto, su madre la consoló:
—No estés triste, hija, la política así es; a veces se
gana y a veces se pierde —le dijo.
Doña Mary, quien tiene una tienda de abarrotes en su
casa, también sentía cierto pesar como consecuencia del sufrimiento de su hija.
—Hoy no voy a hacer nada, mamá —soltó al fin abriendo los
brazos como si se liberara del aspaviento. Tomó golosinas y chucherías de la
tienda, se tiró en el sofá de la sala y se dispuso a ver la televisión; sin
embargo, era evidente que por más que tratara de ocultar su desdicha, su madre
sabía que Karla sufría muy en el fondo de su corazón.
Doña Mary intentó darle vuelta a la desgracia diciendo
que por su parte estaba feliz porque la campaña había terminado.
—Ahora te tendremos más tiempo en casa con nosotros —le
dijo.
Así pasó el día lunes 2 de julio hasta la noche cuando
Karla le encargó a su madre que la despertara temprano, porque le habían
llamado para que ayudara a desocupar el inmueble donde tenían la casa de
campaña política.
—¿Por qué no me levantaste, mamá? —alegó con rapidez,
alistándose, el martes.
Doña Mary se había negado a despertarla a la hora
referida, no quería que fuera al trabajo. Su padre tampoco quería que fuera.
—No vayas, mamita —le dijo don Manuel.
Karla cogió al vuelo de la tienda yogurt, galletas y
otras cosas, con la agilidad de sus 20 años. Eran alrededor de las 9:30.
—Toda la tienda te quieres llevar —le dijeron en chanza
sus padres al despedirla y rieron—; ¡toma un taxi!
Henry, hermano de Karla, un año menor a ella, revisó la
lista de aspirantes aprobados a la carrera de Sicología en la Unicach y casi
pega un brinco de felicidad al verse entre la lista.
Doña Mary llena de emoción le llamó a Karla para darle la
noticia.
—¿Dónde estás, hija? —.
—Supervisando las cosas que se van a llevar, mamita —.
—Sólo te hablo para decirte que tu hermano quedó en la
Universidad... Al fin, dentro toda esta tristeza hay algo bueno —le dijo.
—Que bueno, mamá, ya sabes, el plan es siempre salir
adelante —.
Después de una ligera plática, se despidieron. Fue la
última vez que doña Mary habló con su hija.
Cerca de las 12 del día, doña Mary sólo le mensajeó para
decirle que su hermano se había equivocado, no había quedado en la universidad.
Don Manuel, miembro de una A.C. de ayuda social, había
heredado a su hija la actitud de servir al pueblo, quizá por eso Karla desde
niña se interesó en la gestoría social cuyo papel desempeñaba bien en la
campaña de su candidato.
Ese martes inolvidable, don Manuel le envió un mensaje
para que comieran en familia.
—Hay le echas ganas, hijita, tu mami hizo comida para que
comamos juntos —.
—Sí, papi, nomás termino y voy para allá —.
Henry mantenía una buena relación con su hermana, Karla,
de modo que salió de su casa para que comieran helado juntos y la acompañara a
comprar el uniforme para su graduación de la preparatoria.
A las cinco de la tarde, doña Mary le marcó a Henry que
viajaba en un colectivo de regreso a casa.
—¿No dijiste que te iba a acompañar tu hermana? —le arengó.
—Sí, mamá, pero me dijo que aún estaba muy ocupada en el
trabajo y que llegaba más tarde a la casa —repuso el joven.
Pasaron las horas hasta que doña Mary le marcó al
teléfono de su hija. Al principio sonaba y sonaba, después mandaba directo al
desesperante buzón. Ahí la angustia comenzó a torturarle hasta que llamó a
René, un compañero de trabajo.
—¿Y mi hija? —soltó sin preámbulos.
—Aquí está. Estamos conviviendo con la lic. Laura, las
hermanas de ella y otros amigos, en la Palapa de Mi Mamá —dijo elevando la voz
por el bullicio de parranda.
—Ahorita voy para allá —dijo doña Mary.
—No, no se preocupe, doñita, en 20 minutos se la llevamos
—. Eran casi las 11 de la noche.
Después del tiempo acordado, doña Mary le marcó a Ana,
otra compañera de trabajo, ya que René no contestaba.
—Karla está tomadita, no le puede contestar, pero no se
preocupe yo la estoy viendo, yo no estoy tomando... Sí, doñita, ya es tarde, ya
se la vamos a llevar —contestó Ana.
Después de un rato, al fin René volvió a tomar la
llamada.
—Ya la va a llevar la lic. Laura —.
Doña Mary, un poco más tranquila y tras un día de intenso
trabajo, decidió irse a dormir. Le recomendó a su esposo que la esperara. Don
Manuel siendo un poco más optimista pensaba que a lo mejor su hija quedaría a
dormir en casa de alguna de sus amigas; quizá lo pensó así porque viven en la
última calle del norte de la ciudad, al pie de las montañas del Cañón del
Sumidero, en la colonia Las Granjas. No obstante, cumplió con su guardia hasta
las tres y su hija no llegó. Henry se fue a la cama a las cinco y tampoco
recibió en la puerta a su hermana.
Doña Mary se despertó muy temprano como de costumbre,
pero antes de abrir su tienda, abrió la puerta de la habitación de Karla
pensando encontrarla pero no estaba, ya desesperada avistó la de Henry y
tampoco. Revisó el resto de la casa y nada.
Estuvo marcándole a René hasta que a las 8 de la mañana
contestó. René también estaba desconcertado, porque cuando salieron de la
Palapa él ya no alcanzó cupo en el coche. Suponía que fueron a dejarla.
Después estuvo marcándole infinidad de veces a la lic.
Laura, jefa inmediata de Karla. Al fin tomó la llamada como a eso de las 10 de
la mañana. Aún con la resaca, Laura relató que a Karla la habían llevado y que
la habían encaminado hasta su casa, aunque después, dando indicios de
nerviosismo, se contradijo.
—No. Me vinieron a dejar a mi primero; estaba tan
borracha —se excusó, prometiendo llamar al chofer, Marvin, y a su hermana,
Janeth, para preguntarles si sabían algo. Más tarde, le regresó la llamada a
doña Mary sólo para decirle que ninguno de los dos contestaban. Estuvieron
intercambiando llamadas pero no hubo respuesta; la lic. Laura se puso a llorar.
—Ella (Laura) sabía lo que le habían hecho a mi hija
—narra doña Mary con lágrimas—, por eso se puso nerviosa y luego a llorar.
Durante la mañana, don Manuel y Henry habían salido de
casa para hacer un mandado pero llegaron un rato después. Cerca de las dos de
la tarde, don Manuel bajó al campo futbol para ver el partido de su sobrino.
Don Manuel sentía el mismo miedo e incertidumbre, aunque siempre trató de
calmar a su esposa.
—Tranquila, no creo que le haya pasado algo malo —.
A la hora, doña Mary también bajó al campo. El equipo de
su sobrino había ganado el partido. Un grupo de familias disfrutaban del
triunfo. Unas señoras se acercaron a doña Mary.
—Doña Mary, la vemos intranquila; ¿Qué tiene usted? —.
—Mi hija no aparece —soltó de pronto.
—Ya lo hubiera subido a las redes sociales —.
Doña Mary tenía la esperanza de encontrar a su hija, por
lo que les contestó: que tal aparece; no quiero ser alarmista. Además, añadió
tratando de ser fuerte, si fuera una mala noticia ya lo hubiéramos sabido.
Entre la gente que disfrutaba la victoria del partido,
don Manuel platicaba con un vecino policía, esposo de una de las señoras. Le dijo
que en su guardia de esa madrugada habían hallado a una joven muerta en la
colonia Francisco I. Madero. Sacó su teléfono celular y le mostró las
fotografías.
—No es ella —dijo don Manuel, un tanto incrédulo al no
reconocerla. Luego se encontró con su esposa.
Otra de las señoras, que se había asomado al policía, se
acercó a doña Mary para preguntarle la vestimenta que traía su hija la noche
anterior.
—Blusa roja y pantalón negro de mezclilla —describió.
En ese momento sonó el teléfono de doña Mary; era la lic.
Laura. Doña Mary no quiso tomar la llamada, de modo que le dio el teléfono a su
esposo y se fue a ver las fotografías del policía.
Durante la llamada, la lic. Laura le decía a don Manuel
que Karla se había quedado a dormir en casa del chofer, Marvin, y su novia,
Janeth, hermana de ella, y que cuando despertaron Karla ya no estaba, en la
colonia Francisco I. Madero.
Desde el primer momento en que doña Mary vio las fotos
reconoció a su hija. El policía le explicaba lo que había visto y sólo entonces
doña Mary cayó en la cuenta, tras una breve ofuscación, que su hija estaba
muerta.
—¿Está muerta? —gritó aterrorizada doña Mary. En ese
instante, sintió un vértigo que la vista se le oscureció. Su esposo, sintiendo
el mismo dolor, la apoyó para que no cayera. Recobró un poco la conciencia e
inmediatamente la subieron a un coche que la llevaría al Servicio Médico
Forense.
Llegó demolida a la morgue. Ahí, la señorita que estaba
detrás del escritorio le dijo que se tranquilizara, que no podía ver el cuerpo,
sólo en fotografías. Doña Mary volvió a ver a su hija en la computadora y casi
se desmaya nuevamente.
—¡Me han matado a mi hija! —decía privándose en llanto—,
necesito ver el cuerpo, puede que yo esté equivocada.
Tras varias súplicas, al fin la dejaron pasar.
Entró. Era su niña en la plancha de la morgue; la
abrazaba y la besaba con gran dolor en el alma.
***
El cuerpo de la joven fue hallado en la vía pública
alrededor de las 01.30 horas del miércoles, a 20 metros de la casa del chofer,
Marvin, novio de Janeth, hermana de la lic. Laura.
Las autoridades de procuración de justicia siguen la
línea de investigación de un posible accidente de tránsito.
Karla tenía el cuerpo lacerado y las costillas rotas.
Al funeral asistió mucha gente como nunca se había
reunido en esa última calle de la ciudad.
El chofer, Marvin, está detenido.
A casi un mes de la tragedia, el excandidato a la
presidencia municipal de Tuxtla Gutiérrez, Carlos Penagos, no le contesta las
llamadas a la familia, sólo mensajes.
Los dolientes piden justicia y todo el peso de la ley
contra el o los responsables.