Vistas de página en total

viernes, 23 de marzo de 2018

Cazador de cocodrilos



•La historia de Jerónimo Domínguez

Rafael Espinosa / De padres que amaban la literatura, el misticismo y la naturaleza, nació Jerónimo Domínguez Laso, en el último tercio del siglo pasado, sin saber que años después sería uno de los investigadores más apasionados de los cocodrilos.

Domínguez Laso, exdirector de uno de los más importantes zoológicos de Latinoamérica, el “Miguel Álvarez del Toro”, en Chiapas, tiene diplomas y reconocimientos internacionales por su labor en el rescate, manejo, cuidado y conservación de estos ejemplares de descendencia milenaria.

Más chiapaneco que queretano, su estado natal, Jerónimo descubrió hace unos años en las aguas del Cañón del Sumidero a los únicos cocodrilos azules en el mundo que han sido objeto de incalculables estudios científicos.

Forma parte de los más destacados especialistas en cocodrilianos en el país y ha realizado proyectos con caimanes, cocodrilos de río y de pantano, en las costas del Golfo de México, desde Tamaulipas hasta Campeche, así como en Yucatán y Quintana Roo y en toda la distribución del cocodrilo de río por toda la vertiente del Pacífico.

A sus 41 años, ha colaborado en revistas especializadas con artículos científicos, técnicos y de divulgación en la materia y ha participado en programas de prestigio como National Geographic, Discovery Channel, Viva Natura y en medios tanto nacionales como regionales.

Ha dedicado 22 años de su vida al manejo de los reptiles y ha compartido parte de sus conocimientos —a través de más de cincuenta cursos— a lancheros, comuneros, pescadores, y estudiantes en Chiapas y en distintos estados de la República Mexicana; incluso en otros países como Guatemala, Belice, Costa Rica, Colombia, donde hace poco se reunieron especialistas de Centroamérica y Sudamérica, para aprender las técnicas mexicanas de manejo de cocodrilos.

Es posible que usted lo haya visto alguna vez en alguna parte, pues es un tipo singular que acostumbra una trenza y barba largas, playeras estampadas de cocodrilos y colmillos como amuleto; incluso, un cocodrilo gigante tiene dibujado en el faldón de su camioneta.

—¿Usted es el que caza a los cocodrilos? —le pregunta una niña en la tienda.

—No, nena; yo los rescato y los cuido —repone sonriente.

Recuerda que cuando niño salía al campo con su resortera y podía cazar cualquier animal. Su padre se lo permitía con la condición de que todo lo que cazara se lo comiera, porque el hombre, le dijo, es el único animal que mata por placer, diversión o deporte, sin embargo, los animales matan por necesidad como parte de la cadena alimenticia. Comió varios animalitos pero jamás se imaginó un sapo en su plato.

Quizá esa lección haya sido la parte más importante de su vida, pues en la cúspide de su juventud comenzó a interesarse aún más en la vida silvestre, la flora y la fauna, aprendiendo cada día sobre las especies que veía en su región, criando insectos, reptiles, aves rapaces y algunos mamíferos; también conejos y ratas que vendía como alimento a un herpetario en Querétaro. Ahí fue su primer contacto con los cocodrilos.

Al egresar como biólogo de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, por razones laborales viajó a la Reserva de la Biosfera de Sian Ka'an, en Quintana Roo, donde conoció al que habría de ser su mejor maestro en su vida profesional, don Vidal Vela Sierra, mejor conocido como el “Ooch o el Diablo”, un legendario lagartero de la región quien le transmitió muchos de los secretos sobre los cocodrilos.

Jerónimo ha aprendido y compartido diferentes técnicas y métodos de manejo de los reptiles con grandes amigos y excelentes cocodrileros de la vieja guardia, como David Montes “El Tata” y Arnulfo Hernández “El Nucodrilo”, ambos en Chacahua, Oaxaca; así como con Gonzalo Meredíz, Marco Lazcano, Rogelio Cedeño, Javier Carballar en Quintana Roo, Francisco León de Sinaloa, Roberto Piza Ríos, el famoso “Tamakún” de Guerrero; don Jesús Pérez de Alcuzahue Colima; Helios Hernández de Jalisco, entre muchos otros que les han permitido crear una propia técnica depurada para lograr ser el mejor.

En 2004 llegó como invitado al ZooMAT, en Chiapas, para trabajar en el Cocodrilario donde materializó el “Museo del Cocodrilo”, luego fue de los primeros en encontrar el cocodrilo azul y se consolidó como el quinto director de este importante recinto que en aquel tiempo albergaba más de cuatro mil animales de 250 especies distintas.

Cuenta que ha pasado semanas o meses al acecho de un cocodrilo, tal como le ocurrió en un jagüey del municipio del 20 de noviembre, rumbo a Acala, donde un productor de peces le pidió ayuda porque un reptil estaba acabando con la producción.

Recuerda que el animal rompía las redes, eludía la carnada y salía a la superficie del agua cada dos o tres horas, hasta que un día —cuando el productor había decidido sacrificarlo—, con la técnica y el uso de un anzuelo de triple gancho, logró capturarlo, rescatando al hermoso ovíparo de más de dos metros de longitud.

Asimismo, rescató a “Rogaciano”, un ejemplar de cuatro metros, en la costa de Chiapas, que se encontraba causando problemas a los habitantes, pues se comía a sus becerros. Con su captura y reubicación a una de las Reservas de la Biosfera, se logró que no fuera sacrificado y este acto incluso fue documentado en la película “El Toque del Cocodrilo Azul”, dirigida por Petr Tomaides y Petr Myska, productores de República Checa.

Hoy, cumple 14 años en esta entidad sureña, enfocado exclusivamente a su Asociación Civil COMAFFAS AC “Conservación, Manejo y Aprovechamiento Sustentable de Flora y Fauna Silvestre”, rescatando cocodrilianos, reptiles, entre otros animales salvajes, para después tratarlos, reproducirlos y/o liberarlos en el hábitat que les corresponde y según los programas de investigación y trabajos coordinados con las autoridades ambientales.

Asimismo, hace su mayor esfuerzo, junto a su esposa “Berenice García Reyes”, Ingeniera en Tecnología Ambiental pero con corazón de bióloga, y a un equipo de colaboradores, dándole seguimiento a proyectos de conservación y diversificación productiva, como el caso del proyecto con la gente de la comunidad de Osumacinta, donde se logró establecer un cocodriliario que servirá como parte de un corredor de conservación y con enfoque turístico en la zona.

Así también trabaja en el proyecto del Centro de Conservación del Cocodrilo de Río, desarrollado en San Joaquín, a orillas del río Grijalva, cercano al municipio 20 de Noviembre, entre otros programas más.

En México se cuenta con alrededor de 40 cocodrilarios que operan al 100 por ciento con diferentes enfoques, de los cuales en Chiapas se puede contar con unos cinco u ocho máximo, donde se realiza la conservación y manejo de cocodrilos, es por eso que hay mucho por hacer, dice, principalmente hacer conciencia en la sociedad y seguir formando a buenos profesionistas y manejadores de fauna para que el día que deje este mundo, reflexiona, haya gente cuidando de los reptiles.

Jerónimo radica en un poblado tranquilo y caluroso, a 25 minutos de la capital chiapaneca desde donde continúa con ese entusiasmo hacia la conservación de las especies de la vida silvestre.

Durante su trayectoria no ha sufrido ningún percance grave a pesar del riesgo latente, por lo que sólo la fuerza del cosmos, alguna fuerza sobrenatural o la rayuela de la vida podrán arrancarlo de este mundo algún día, puntualiza.

Los cocos de la Calzada de Los Hombres Ilustres




Rafael Espinosa / Como un sueño lejano doña Susana recuerda que cuando tenía cinco años acompañaba a su madre a vender cocos, en lo que hoy es la entrada a la Calzada de Los Hombres Ilustres.

En otros tiempos ahí estaba el zoológico y después, rememora, hubo un estanque con unos manatíes que muchos tuxtlecos tuvieron la dicha de verlos.

Cuenta que sus abuelos Catarino y Guadalupe iniciaron este negocio desde hace más de 50 años, cuando las calles de la zona eran desiertas y sin pavimento. En ese entonces, le contaron después sus padres, los capitalinos también tenían la fortuna de gozar de las aguas claras del río Sabinal y de pasear bajo los frondosos árboles.

Al morir los abuelos, el negocio de cocos pasó a formar parte de sus papás, José Marcial y Tomasa, ya fallecidos; ahora ella y sus ocho hermanos se hacen cargo de las aguas, cocadas, horchata y rebanadas frescas.

Como suele ocurrir en casi todas las familias, tuvieron dificultades para ponerse de acuerdo con la herencia del establecimiento; sin embargo, su padre José Marcial, después de ver tanto alboroto entre los hermanos, resolvió antes de su muerte que tuvieran la oportunidad de vender una semana cada uno.

Por eso a doña Susana, como a sus cinco hermanas y tres hermanos, le toca vender una semana de lunes a domingo, y luego su turno llega nuevamente dos meses después hasta que hayan pasado todos de manera alternada.

Hace unos años se reacomodaron los relevos semanales, pues falleció Guadalupe a los 48, la cuarta hermana de la familia Mendoza Díaz.

Este negocio, que ha pasado a formar parte de un ícono más en la ciudad, sostiene a las nueve familias conformadas por más de 40 primos, tíos y hermanos.

En las semanas ajenas a su turno, doña Susana vende cocos con su esposo cerca de las instalaciones de la VII Región Militar.

Sus otros hermanos también hacen lo mismo en la 4ª Poniente y 5ª Norte; en la Calzada de Las Culturas frente a la Secundaria “Joaquín Miguel Gutiérrez”; en la 10ª Oriente y Avenida Central; en la zona del antiguo “Mercado Los Ancianos”; en el Mercado “Rafael Pascasio Gamboa”; en el “Mercado 5 de Mayo” y en el Bulevar Ángel Albino Corzo, cerca de la Calzada El Pensil.

—En estos puntos se saca nomás para vivir al día —dice doña Susana quien le tocó vender esta semana en la Calzada de Los Hombres Ilustres.

Expresa que sus hermanos de la 10ª Oriente y Avenida Central, así como el que estaba por el rumbo del antiguo Mercado Los Ancianos, fueron retirados por los fiscales del Ayuntamiento, por lo que ahora buscan un lugar para vender cocos.

Calcula que en tiempo de calor, en el negocio de la Calzada de Los Hombres Ilustres, alcanza a vender 100 cocos al día y en temporada de lluvia baja en un 50 por ciento, pues supone que la gente no quiere salir de su casa y el coco tampoco es tan apetecible.

—¿A cómo el agua de coco? —le pregunta una clienta.

—A 13 —contesta desde su silla de plástico.

Se acomoda el cabello, pues hay mucho viento que hasta las menudas hojas de los árboles caen como confeti.

—Parece febrero —dice.

A sus 45 años, doña Susana es madre de cinco hijos, de los cuales cuatro están bajo su dominio y sólo uno de ellos parece estar interesado en continuar con la venta de cocos. Uno es contador de profesión, el otro está a punto de terminar la Licenciatura en Arquitectura, mientras que los otros dos estudian.

—Hay que lo vean —reflexiona refiriéndose a sus hijos estudiantes—; les digo que estudien, que no es lo mismo estar detrás de un escritorio que madrugar, preparar el desayuno, tomar el colectivo, esperar el camión proveedor de cocos que viene desde Oaxaca, sacar los muebles y productos para la venta, y estar trajinando de siete de la mañana a cinco de la tarde, tronándose uno los dedos para lograr vender más que el día anterior.

Cuenta que muchos tuxtlecos que quizá salieron del estado por muchos años y de pronto regresan a la capital, se sorprenden de que el negocio aún persista, pues le platican que ahí pasaban a comprar su agua de coco cuando sus ahora esposas eran sus novias o cuando regresaban de la escuela.

—Sí, mis abuelos iniciaron el negocio hace muchos años, luego pasó a manos de mis papás y ahora seguimos nosotros —les responde sonriente.

Estas historias se seguirán compartiendo talvez por muchas generaciones más.

—¿Quién no se ha comprado un agua de coco en la Calzada de los Hombres Ilustres? —.

El tercer campeón mundial de boxeo en la historia de Chiapas




•La historia de Cristóbal “Lacandón” Cruz

Rafael Espinosa / Cuando era niño deseaba con el corazón tener una bicicleta y un caballo. Siendo el quinto de siete hermanos y tres hermanas, de padre agricultor y madre ama de casa, sentía sus anhelos inalcanzables; sin embargo, hoy, a sus 40 años ha viajado por diversas partes del mundo, sabe lo que es estrenar un auto de agencia, tener un gimnasio y una casa propia.

Con tanto trabajo en el campo ni siquiera se daba tiempo de pensar en lo que sería de grande, mucho menos pasó por su cabeza que sería dos veces campeón mundial en la categoría peso pluma y que tendría el honor de ser el tercer boxeador que pondría en alto el nombre de Chiapas en el mundo, después de Víctor Manuel Rabales y de Romeo “Lacandón” Anaya.

Con un récord de 68 victorias, de las cuales 25 fueron por la vía del nocaut, 20 derrotas, dos empates y el resto por decisión a lo largo de sus 25 años de trayectoria profesional, Cristóbal “Lacandón” Cruz Rivera es padre de tres hijos y esposo de la mujer a quien ama con el alma.

El boxeador de posición ortodoxa recuerda que debutó a los 14 años de edad, en enero del 92, al enfrentarse y lograr su primera victoria contra Rogelio Moreno. Subió al cuadrilátero con nervios, rebotaba impaciente y llegó a pensar que lo podrían matar de un golpe; no obstante, le agradaron los aplausos, la adrenalina y la gente enloquecida por el intercambio de golpes.

Cruz Rivera se apartó adolescente de su natal Jiquipilas, Chiapas, rumbo a Tuxtla Gutiérrez, donde por necesidad después de casarse, se empleó de fontanero, electricista, peón de albañil, fabricante de cuadros y molduras para retratos, guardia de seguridad y fue uno de los policías más destacados de la capital chiapaneca.

Durante su estancia en Tuxtla Gutiérrez observaba las prácticas de box de sus hermanos quienes fueron campeones regionales; quizá de ahí haya nacido su interés por este deporte de combate, dice, por lo que comenzó a prepararse e inició sus primeras diez peleas amateur, entrenado por Julio César González. Ocho años después viajó a la ciudad de Tijuana, Baja California, a la que considera su segunda cuna de nacimiento.

Fue entonces cuando, siendo su manager Pedro Morán, su boxeo comenzó a ser más competitivo y alcanzó la gloria de los cinturones mundiales en la categoría peso pluma (57,150 kilos). Asimismo, sintió con los guantes y la espalda la dureza de la lona.

En febrero del 2008, Lacandón obtuvo su primer cinto mundial de la Organización Internacional de Boxeo al vencer al sudafricano, Thomás Mashaba, en Connecticut, Estados Unidos, siendo su promotor Art Pelullo, uno de los 25 principales promotores del mundo. Este cinturón lo dejó vacante porque en esos tiempos fructuosos superó el Records Guinness de los mil 500 golpes, por sus mil 580, por pelea y nadie quería enfrentarse con él, cuenta vía telefónica desde Tijuana.

Cruz Rivera, quien sólo tiene la secundaria terminada, logró su segundo cetro mundial el 23 de octubre del 2008 al dominar al mexicano Orlando “Siri” Salido en una arena de Washington DC, Estados Unidos. Sin embargo, en mayo de 2010, Siri Salido recuperó su título en su tierra, Obregón, Sonora, después de que Lacandón lo había retenido en tres ocasiones.

El excampeón de fe cristiana, dio impresionantes espectáculos al batirse a golpes, como buen chiapaneco y mexicano, contra Fernando "Kochulito" Montiel, Miguel Ángel “Alacrán” Berchelt, Jorge “Coloradito” Solís, entre otros pugilistas de talla mundial.

Lacandón Cruz siempre fue criticado por su estilo particular y un poco alocado para boxear; sin embargo, a pesar de las invectivas en su contra se impuso el pundonor, la ganas de salir adelante, ser alguien en la vida y en la historia del boxeo en Chiapas, México y el mundo, reflexiona.

—Hablar es fácil, pero ganar un campeonato mundial requiere de esfuerzo, disciplina, dedicación y un gran compromiso con tu gente, con miles de gentes que te ven boxear —argumenta el también dos veces campeón en Chiapas y ocho veces a nivel regional.

A Lacandón Cruz, ferviente admirador de la leyenda del boxeador mexicano, Julio César Chávez, le gusta el basquetbol y montar a caballo.

Actualmente, en su gimnasio, en Tijuana, Baja California, tiene un semillero de talentos boxísticos compuesto de 50 alumnos, entre los cuales destaca uno de sus tres hijos, Cristian Jesús, quien tiene un récord de 15 peleas y tres derrotas. Una de sus derrotas fue contra Ryan García del Golden Boy Promotions que encabeza Oscar de la Hoya.

Recuerda que en París, Francia, su contrincante, ídolo y favorito de San Quintín, seguro de su victoria, preparó un bufete de manteles largos para ocho mil personas, sin que Lacandón y su equipo supieran que ese día se darían el mejor festín de su vida al retener su campeonato y vencer al francés.

Un día el promotor mexicano, Ignacio Huizar, le dijo "que no le veía futuro, que nunca sería campeón, que era mejor que agarrara sus maletas y se pusiera a vender paletas en las esquinas".

Estas palabras que tiene bien presente en su vida y que le hirieron el alma, en lugar de alejarlo del box le dieron más fuerza para seguir adelante, de tal modo que a los cinco años de esta anécdota logró sus dos campeonatos mundiales.

Recientemente estuvo cuatro años en Tuxtla Gutiérrez, donde decidió poner un negocio de marcos y molduras para retratos, sin embargo, las ganas y el prurito deseo por el box lo hicieron regresar a Tijuana.

Su última pelea y su posible retiro como profesional, fue en Comitán, Chiapas, en junio del 2017, donde perdió contra el yucateco Luis “Muecas” Solís.

El hombre nacido el 19 de mayo de 1977, jura que jamás se ha soltado de la mano de Dios, de modo que en cada pelea, después de una ardua preparación física y mental, decía: En tus manos pongo mi vida, Señor.

Como boxeador profesional, dice, ha conocido Chicago, Washington, Los Ángeles, Nuevo York, Pensilvania, Oklahoma, Miami, Estados Unidos, así como París, Francia, y diversos estados de la República Mexicana.

En cada recuerdo siente la pasión, el júbilo, los aplausos de los aficionados, esas ganas de entrar a la arena con canciones de Vicente Fernández y brincar sobre el cuadrilátero, concluye.

viernes, 9 de marzo de 2018

La azarosa vida de don Luis



•Boxeador, karateca, comerciante, pintor y reparador de cámaras fotográficas

Rafael Espinosa:

Jamás imaginó debutar la tercera edad en medio de un mar de cámaras fotográficas. En las tardes, cuando está solo en su taller, recuerda con lucidez su salvaje infancia, su prematuro debut en el alcohol y la zozobra que vive un niño huérfano a los ocho años. Fue entonces cuando Luis abandonó su natal Teopisca para buscar consuelo con su abuela en San Cristóbal de Las Casas. Ahí, en esa casa grande, vivía con sus tíos y ayudaba a su abuela a despachar posh. Antes de despacharle a los clientes, tomaba de manera furtiva unos “traguitos” hasta que un día uno de sus tíos lo encontró dormido y embebido. Lo despertó con una zurra que hasta hoy lo recuerda con mucha claridad.
Encumbrado por el estado en que se encontraba y por el constante maltrato familiar, se armó de valor y lo encaró:

—¿Sabe qué, tío? —le dijo—; vaya usté a chingar a su madre.

Mientras el tío corrió a su recámara por una pistola, Luis salió a tropel hacia el patio con la fuerza de sus 13 años y saltó el corral que daba a un río. El tío hizo dos disparos sin que ninguno de estos lo tocara. En su estado de furia incontenible se dirigió a una señora conocida suya a quien le platicó de su desgracia y de sus planes. La señora le regaló 60 pesos, lo recuerda bien, y resolvió viajar esa misma noche a Tuxtla Gutiérrez. En la terminal de autobuses de la capital se encontró a un primo de Teopisca, comerciante de embutidos en la costa, de quien recibió 20 pesos más y se fue a Tapachula.
Al bajar del camión, a las cinco de la mañana, encontró a uno de sus siete hermanos.

—No te preocupes; habrá trabajo para ti —le contestó su hermano al escuchar su travesía.

Se empleó en pintar casas y al poco se encargó del grupo de trabajadores, sin embargo, una mañana, dominado por los estragos de la resaca y el sueño, se quedó dormido en la obra. Ese mismo día lo despidieron. Más tarde, se ocupó en una tienda y estudio fotográfico, apoyado por otro de sus hermanos que revelaba rollos fotográficos.
Inició haciendo aseo, no obstante, en poco tiempo demostró sus habilidades en el trabajo, de tal manera que pronto llegó a encargarse del negocio. Un día le ordenaron que llevara cinco equipos descompuestos al taller de reparación de cámaras fotográficas de don Alfredo Escalera. Fue en esa época cuando nació su interés por aprender el arte de armar y desarmar equipos fotográficos.

—¿Quieres aprender? —le preguntó don Alfredo—; pues vente los domingos.

Después de un tiempo, lo mandaron a reparar otras cámaras y su jefe se sorprendió de que los equipos estaban arreglados, sin que hubiera salido del negocio. Luis los había compuesto. Desde ese momento hizo trató con su patrón de cobrar el 50 por ciento menos de lo que cobraba don Alfredo por el mismo servicio.
En los albores de su adolescencia, compartió su tiempo en atender la tienda, reparar cámaras fotográficas, además de entrenar box que lo llevó a conseguir 11 victorias y una derrota, y alcanzar, casi al mismo tiempo, cinta marrón en artes marciales.
Una madrugada, cuando regresaban tomados de una cantina, su hermano alegó que era un mal agradecido, pues gracias a él tenía el puesto de encargado.

—Ya te di las gracias muchas veces, carnal —le contestó.

Aquél sin conformarse, de manera distraída, le dio un puñetazo sin causarle mayor daño. Apenas tuvo reflejo para esquivarlo y respondió a la ofensa con un golpe contundente cuyo destino fue la cara de su hermano. Cuenta que terminaron la pelea y siguieron caminando como niños en aceras contrarias. Esto valió que su hermano, con envidia y rabia, lo descreditara ante el patrón. A las pocas semanas, Luis, el penúltimo de la estirpe García Zúñiga, fue enviado por el jefe, a la carpintería del negocio, a cargo de la fabricación de marcos y cuadros para retratos. A los seis meses fue despedido, después de ser gerente de otras sucursales que abrieron durante su estancia en la empresa.
Aconsejado por un cliente demandó a su patrón y finalmente le dieron una liquidación de 13 mil pesos que hoy, dice, podríamos hablar de una cantidad mayor al millón de pesos.
Fue entonces cuando su novia, secretaria de una de las filiales de la empresa donde trabajaba, lo puso en jaque en su vida.

—¿O el box o te casas conmigo? —.

A sus 24 años, decidió casarse, y con el dinero de la liquidación viajó de luna de miel por Centroamérica y varios estados del sureste de la República Mexicana. Después se asoció con un comerciante de electrodomésticos hasta que logró comprar la parte del otro. Sin embargo, su negocio tuvo un final infeliz, pues dejó a un lado la atención de los clientes por jugar naipes y beber con los comensales.
Así como se entregó a arreglar cámaras, con ese mismo ímpetu tomaba y fumaba. Una ocasión, cuando regresaba con un amigo de Puerto Madero en una motocicleta, se accidentó. Recuerda que con una mano traía el manubrio y con la otra se empinaba la botella, de modo que al librar un montículo perdió el control; él y su amigo quedaron ensartados en los matorrales y la motocicleta a media carretera. Tras su recuperación, se empleó en Sarch, hoy Sagarpa, donde duró mes y medio por falta de pago, aunque tuvo la fortuna de tomar fotografías desde una avioneta, en lugares que quizá jamás en su vida los vuelva a ver.
Luego de acabar su fortuna y quedarse sin trabajo, se dijo:

—¿Y ahora; qué hago? —.

Estuvo 20 días desocupado hasta que viajó a Tuxtla Gutiérrez. Ahí, recuerda, se ocupó del control de clientes que ingresaban a una piscina. Fue el trabajo más corto que ha tenido en su vida, dice. El hombre era el dueño, pero la mujer mandaba. A la hora que el dueño lo contrató, llegó la mujer a despedirlo, porque el hombre no podía contratar a nadie sin antes consultárselo a ella.
Entre su tristeza y desesperación, contactó a su exsocio de electrodomésticos que había puesto una mueblería en Tuxtla Gutiérrez. Su amigo le dio trabajo y al año trajo a su familia a la capital chiapaneca, sin dejar a un lado la reparación de cámaras fotográficas. También en esta empresa, a pesar de tener sólo la primaria terminada, demostró su talento en el negocio.

—Vendía yo colchones como nunca; conseguí muchos clientes, de tal manera que llegaban cargados los tráileres y los entregaba en San Cristóbal y Comitán —rememora emocionado.

Logró que su jefe abriera otras tiendas, aunque después de ocho años de servicio, observó que sus comisiones no cuadraban. Esta fue la razón por la que abandonó las libretas de la empresa y se dedicó en tiempo completo a la reparación de cámaras.
Hoy, don Luis García Zúñiga, padre de dos hijos, calcula con orgullo que lleva más de 44 años en este bendito oficio. Ha tenido su taller en el barrio Niño de Atocha, en la colonia Maya y actualmente en la manzana 34, número 285-A de Infonavit Chapultepec, en Tuxtla Gutiérrez.
Ya de grande concluyó sus estudios y está avalado como profesional en la materia por el Tecnológico de Monterrey. Presume su primera cámara fotográfica, Yashika TK Electro, su colección de 300 cámaras y más de 100 lentes.
Es el mejor de los cuatro reparadores de cámaras fotográficas en Chiapas, de acuerdo con los fotógrafos de la entidad.
A sus 64 años, sólo tiene un riñón. Hace unas semanas estaba convaleciente y no se podía levantar de la cama por la presencia de piedras en el riñón que le queda.
Tiene bien presente que cuando estaba chico le dijeron:

—¿Qué quieres? ¿Comida o escuela? —.

—Y aquí me tienes; no me morí de hambre —dice solemne.

Julián, paramédico abnegado



Rafael Espinosa: 

Con 25 años de servicio como paramédico de la Cruz Roja en Tuxtla Gutiérrez, Julián Velázquez Sánchez ha cubierto la visita de dos Papas, el conflicto armado del 94 y ha auxiliado a damnificados de Chiapas, Oaxaca y Quintana Roo, entre otros estados que se han visto envueltos en desastres naturales.

Recuerda que a los 15 años de edad, formaba parte del Comité de Juventud de la Cruz Roja, donde su madre se desempeñada como enfermera. En aquel entonces, realizaba servicios asistenciales en comunidades marginadas de la entidad, sin embargo, empezó a interesarse en atender emergencias.

Cuenta que un día caminaba por la calle cuando vio un accidente de tránsito con personas heridas que sufrían, sin que en ese entonces tuviera los conocimientos en Técnicas en Urgencias Médicas para ayudarlas, por lo que tuvo que aguantar su frustración y esperar a que llegara la ambulancia.

Posiblemente este fue el motivo por el cual ingresó al área de urgencias médicas y descubrió su virtud altruista, pues siempre le agradó ayudar a los demás como lo hacían su tío, su hermana y otros familiares médicos de profesión.

Julián, egresado como Técnico en Radiología, ha entregado parte de su vida ayudando a damnificados y atendiendo heridos por arma de fuego, arma blanca, accidentes de tránsito, caídos, golpeados por riña, entre otros auxilios, bajo la lluvia, sol o frío.

Asimismo, le ha tocado sentir la frustración y la desdicha de ver morir en sus brazos a algunos pacientes, pero también ha tenido la gran fortuna de recibir en sus manos el nacimiento de nuevos habitantes de este mundo.

Le tocó atender a soldados e indígenas heridos en el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en San Cristóbal de Las Casas y Las Margaritas. Así también, estuvo presente en los diálogos de paz, como parte de los cinturones de neutralidad y logística durante el conflicto armado del 94.

Su casa se encuentra tapizado de diplomas y cursos concluidos en materia de reanimación, traumatología, radiocomunicación, operación de vehículos de emergencia, rescate urbano, atención a desastres, por mencionar algunos.

Julián Velázquez, con 40 años, es el mayor de tres hermanos. Podría decirse que ha pasado más tiempo en la Cruz Roja que en su casa, pues se ha quedado a cubrir la guardia de compañeros ausentes, pues las urgencias no tienen horario ni fecha, comenta.

Julián Velázquez revela que su mayor pasión es estar al lado de sus dos pequeñas hijas y de su esposa, a quienes les agradece profundamente su comprensión y sus ausencias en casa por ayudar a quienes lo necesitan de urgencia. Reconoce también el respaldo de sus compañeros, de los directivos de la institución y de todos los que han contribuido en estos 25 años de servicio.

Ha atendido a tantas personas que es imposible saber el número exacto, dice; sin embargo, lo importante es saber que muchos hombres, mujeres, niños y adultos mayores, están sanos y salvos con su familia, gracias a la atención y el auxilio del grupo de paramédicos de la Cruz Roja.

De su papá y su mamá, dice orgulloso, aprendí el compromiso, la responsabilidad y el servicio.

—Seguiré ayudando a la gente hasta que el Creador nos diga hasta aquí —puntualiza Velázquez Sánchez.

Crónica de un asalto en Tuxtla




Rafael Espinosa:

Como si se tratara de un mal presentimiento, un día antes del asalto, don Oscar imprimió el negativo de su retrato y lo clavó en una de las paredes de su sala.

—Por si me llega a suceder algo —le contestó sereno a su esposa que estaba inquieta por la fotografía.

Al amanecer del día siguiente, se dirigió al local de agua purificada, en la colonia El Rosario, de donde es encargado desde hace más de 12 años.

Cerca de las nueve de la noche, cerró las cortinas del negocio dispuesto a celebrar en familia el cumpleaños de su pequeña nieta. Don Oscar había pasado tantas veces sobre el puente del río Sabinal que una vez más parecía algo normal.

Pidió al chofer del colectivo que lo bajara en la Calzada de Las Culturas, a un costado del estadio de futbol, para luego caminar rumbo a la gasolinera El Vergel, por donde se ubica la empresa donde firma nómina y entrega cuentas diarias.

Iba animado pero afligido, bajo la noche lluviosa, porque ya había comprado el pastel con la promesa de llevarlo a buena hora.

Recuerda que aquel sábado 23 de septiembre, antes de cruzar el puente del río Sabinal, sin miedo ni preocupación, vio la silueta de tres hombres que caminaban hacia él como cualquier peatón.

Al tenerlos cerca, uno de ellos lo encaró intempestivamente:

—¡Entrégueme todo lo que trae! —.

Al sentir las manos que le pasaban revista, sintió un escalofrío fortuito y su reacción automática fue forcejear. Cuando sus fuerzas ya no dieron para más, los delincuentes le arrebataron mil 800 pesos y dos teléfonos celulares.

Como estaban al borde del río, sólo bastó un empujón para que rodara sobre los diques de piedra hasta caer acostado en el agua sucia y pestilente del cauce. Mientras los delincuentes huían, don Oscar hizo un esfuerzo descomunal y sacó la cabeza del agua dando un resoplido y respirando trabajosamente.

Con el cuerpo adolorido y mojado, repetidas veces intentó trepar los ocho metros para llegar a la superficie, sin lograrlo. Pidió auxilio a gritos durante varios minutos en las penumbras y sólo veía las luces de los coches que pasaban; al fin un taxista, que iba en compañía de su esposa, se detuvo y echó reversa.

Después de varios deslices, con ayuda de la pareja, logró salir a rastras. Al llegar a su casa, don Oscar, de 54 años de edad, temblando de frío porque seguía lloviendo, le ofreció 50 pesos al taxista que se negaba a aceptarlo hasta que, un poco apenado, estiró la mano para recibirlo.

La esposa de don Oscar espantada y preocupada, al ver a su marido en tales condiciones, había corrido hacia a la sala por los 50 pesos para pagarle al taxista.

Esa noche le avisó a su hijo que no iría al cumpleaños de su nieta, porque lo habían asaltado, pero que no se preocupara, todo estaba bien.

Con la ayuda de su esposa, se vendó el brazo derecho que era el que más le dolía; cuando se estaba bañando, rememora, veía hematomas en la mayor parte de su cuerpo.

Al día siguiente, don Oscar, por su manía de no faltar al trabajo, se presentó con el cuerpo minado pero acompañado de su esposa. Sin embargo, no tardó mucho cuando le arreció el dolor del brazo, por lo que le pidió a su esposa que se encargara del expendio de agua, mientras él se fue al Seguro Social 5 de Mayo.

Desde ese día quedó hospitalizado porque tenía la muñeca derecha fracturada. Estuvo incapacitado cuatro meses y a ratos, durante su reposo, pensativo por el recuerdo, dibujó en una hoja el puente, a los asaltantes y su caída al río.

Recientemente se incorporó al trabajo.

Después del asalto ya nada es igual, dice. No puede cargar los garrafones de agua con la misma confianza que antes. No siente miedo pero es más precavido. Ahora toma dos colectivos.

Los clientes y vecinos siempre preguntaron por don Oscar.

—Gracias a Dios, aquí me tienen todavía —responde con una sonrisa, tras el mostrador.

Por amor al servicio: bombera


Rafael Espinosa: 

•24 horas bombera y 24 horas ama de casa

Al amanecer del 31 de octubre del 2017, Isabel estaba en las alturas trepada sobre una grúa del Heroico Cuerpo de Bomberos, al igual que sus compañeros, tratando de sofocar el fuerte incendio de la Subsecretaría de Educación Federalizada.

Más tarde, el 7 de enero de este año, casi a la media noche, nuevamente apoyaba en el rescate de un automovilista prensado entre los fierros retorcidos de su vehículo.

Así ha pasado parte de su vida Carmen Isabel García, de 27 años, una de las 10 bomberas que hay en las 14 estaciones en Chiapas.

Tal como muchos lo piensan, Isabel siempre creyó que la tarea de los bomberos era exclusivo para hombres; quizá por eso la gente se asombra al verla en los incendios, rescates y siniestros, hábil, atenta y atrevida, a pesar de los 30 kilogramos que pesa el uniforme.

Hace unos años se matriculó como Técnica en Enfermería y después hizo sus prácticas en el hospital de la Cruz Roja.

Recuerda que una ocasión la invitaron a la realización de un simulacro de incendio donde por primera vez le llamó la atención integrarse a las filas de la institución.

Desde ese momento, cuenta, comenzó a investigar y fue grande su sorpresa al saber que el Heroico Cuerpo de Bomberos aceptaba mujeres.

Fue entonces cuando comenzaron a capacitarla e hizo méritos como voluntaria durante más de año y medio.

La aceptación familiar fue otras de las dificultades, pues rememora que su padre, un poco incómodo, le advertía de los riesgos y peligros propios del trabajo, además, le decía, es una actividad para hombres. Su madre, más comprensiva, terminó por aceptar el deseo de Isabel.

Su esposo, Geney Gumeta, trabajador de la Secretaría de Protección Civil Municipal, siempre estuvo de acuerdo con ella y antes de salir de casa se bendicen mutuamente, pues de antemano saben que ser bombera también es una actividad peligrosa.

Isabel, con categoría Segundo Oficial, explica que las y los bomberos están capacitados en rescate de personas, mascotas, combaten incendios, enjambres de abejas, derrames de combustibles, fugas de gas, accidentes automovilísticos, liberación de vialidades por árboles caídos, así como en casos de inundaciones, sismos, entre otras asistencias.

Recuerda que hace más de un año, dentro de su guardia de 24 horas, apoyó —en coordinación con personal de la Cruz Roja y Protección Civil del Estado—, en el rescate de cadáveres y heridos de un accidente de madrugada entre dos camiones, en el tramo Ocozocoautla-Nuevo México.

Cuenta que el salvamento con sus compañeros fue arduo y exhaustivo, con el uso de las "quijadas de la vida", gatos hidráulicos y otras herramientas de rescate, en medio de la oscuridad.

La escena de aquel accidente apenas era alumbrada con lámparas y linternas, por lo que buscando a los lesionados, Isabel sintió algo suave en su pisada y pronto se dio cuenta de que involuntariamente tenía su bota sobre un difunto, relata.

Cuando los heridos mueren durante el rescate, Isabel siente gran impotencia, frustración y tristeza, peor aún si se trata de niños o adultos mayores, dice, como cuando se incendió una casa habitación al sur poniente de la capital, donde falleció calcinada una mujer de la tercera edad.

Isabel, —conocida de cariño por sus compañeros como “Mojarrita”, por su encanto a los peces—, suplicó a la sociedad hacer buen uso de las líneas de emergencia, pues dos compañeros suyos han fallecido en accidentes dentro de la ciudad por acudir a emergencias que resultaron ser falsas.


Mojarrita, quien actualmente cursa Técnica en Urgencias Médicas en la Cruz Roja de Tuxtla Gutiérrez, asiente con espíritu altruista que no hay mayor satisfacción que recibir un ¡Gracias! después de cada servicio consumado.

El niño que duerme en el patio


Rafael Espinosa: 


En el norte de la capital hay una colonia llamada Elmar Seltzer. En la última calle de este asentamiento, donde azotan fuertes vientos y el frío es más intenso que en el centro, hay una humilde vivienda de tres por cuatro metros, más o menos, con paredes y techo de calamina, un corral de plantas trepadoras secas y blancas por el polvo de febrero.
En esta choza vive doña Gloria, su esposo Manuel y sus cuatro niños de 11, ocho, cuatro y dos años de edad. Don Manuel es albañil y doña Gloria ama de casa, oriundos del municipio de San Fernando. Ninguno de los niños asiste a la escuela; el de 11 se va a trabajar con su padre en las obras y los demás quedan en casa.
Don Manuel, de 34 años, tiene un sueldo aproximado de 900 pesos semanales para solventar los gastos domésticos y pagar los 400 pesos mensuales por la renta de la choza en la que sobrevive con su familia. Es por eso que él y su hijo mayor salen a trabajar a las siete de la mañana y regresan al anochecer.
Al igual que los papás, los dos niños mayores apenas saben leer y escribir, pues el de 11 abandonó el tercer grado de primaria y el de ocho, Eduardo, apenas cursó el segundo año.
Eduardo duerme en el patio sin techo, en la semioscuridad, sobre un espacio de tierra y junto a un viejo sofá que le protege del frío, aparatos desvencijados, cachivaches regados en el piso y dos perros amarrados.
Por las noches se le ve envuelto en sábanas, sólo con la cabeza de fuera, como si estuviera muerto; es por eso que mucha gente que pasa por ahí, hundiendo sus zapatos en el caliche de la calle, lo observa y se hace una serie de cuestionamientos.
Al principio, doña Arminda, vecina del lugar, no quiso ser mal pensada y determinó que se trataba de un simple promontorio de sábanas viejas, aunque otro día, cuando pasó por ahí, comenzó su preocupación, porque veía que aquel tumulto se movía.
—Es posible que se trate de una mascota o una ilusión mía —se dijo incrédula.
No obstante, a la media noche del 12 de febrero, al regresar de vender elotes hervidos en el centro, doña Arminda casi se desmaya al ver al niño que dormía en el patio de la casa, con la cabeza descubierta, expuesta al relente de la intemperie y en la oscuridad.
Doña Gloria, de 32 años y madre del menor, es una mujer bajita y tímida. En una plática breve repuso lacónicamente que Eduardo duerme en el patio porque a veces siente mucho calor.
Los vecinos, en desacuerdo con la versión de la madre, se limitan a expresar su opinión, sin embargo, dicen, la familia López León vive en condiciones de pobreza extrema, por lo que sería bueno que la Secretaría de Desarrollo Social, DIF Estatal, cualquier dependencia o voluntario, la ayudara.
En la brevedad de la charla, la madre del menor se despide y entra a su choza, seguida por sus tres niños. Camina despacio y se le nota acabada, pues con cinco meses de embarazo espera a su quinto bebé.
Esta tarde, don Manuel y su hijo de 11 años aún no regresan del trabajo.