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viernes, 9 de marzo de 2018

Crónica de un asalto en Tuxtla




Rafael Espinosa:

Como si se tratara de un mal presentimiento, un día antes del asalto, don Oscar imprimió el negativo de su retrato y lo clavó en una de las paredes de su sala.

—Por si me llega a suceder algo —le contestó sereno a su esposa que estaba inquieta por la fotografía.

Al amanecer del día siguiente, se dirigió al local de agua purificada, en la colonia El Rosario, de donde es encargado desde hace más de 12 años.

Cerca de las nueve de la noche, cerró las cortinas del negocio dispuesto a celebrar en familia el cumpleaños de su pequeña nieta. Don Oscar había pasado tantas veces sobre el puente del río Sabinal que una vez más parecía algo normal.

Pidió al chofer del colectivo que lo bajara en la Calzada de Las Culturas, a un costado del estadio de futbol, para luego caminar rumbo a la gasolinera El Vergel, por donde se ubica la empresa donde firma nómina y entrega cuentas diarias.

Iba animado pero afligido, bajo la noche lluviosa, porque ya había comprado el pastel con la promesa de llevarlo a buena hora.

Recuerda que aquel sábado 23 de septiembre, antes de cruzar el puente del río Sabinal, sin miedo ni preocupación, vio la silueta de tres hombres que caminaban hacia él como cualquier peatón.

Al tenerlos cerca, uno de ellos lo encaró intempestivamente:

—¡Entrégueme todo lo que trae! —.

Al sentir las manos que le pasaban revista, sintió un escalofrío fortuito y su reacción automática fue forcejear. Cuando sus fuerzas ya no dieron para más, los delincuentes le arrebataron mil 800 pesos y dos teléfonos celulares.

Como estaban al borde del río, sólo bastó un empujón para que rodara sobre los diques de piedra hasta caer acostado en el agua sucia y pestilente del cauce. Mientras los delincuentes huían, don Oscar hizo un esfuerzo descomunal y sacó la cabeza del agua dando un resoplido y respirando trabajosamente.

Con el cuerpo adolorido y mojado, repetidas veces intentó trepar los ocho metros para llegar a la superficie, sin lograrlo. Pidió auxilio a gritos durante varios minutos en las penumbras y sólo veía las luces de los coches que pasaban; al fin un taxista, que iba en compañía de su esposa, se detuvo y echó reversa.

Después de varios deslices, con ayuda de la pareja, logró salir a rastras. Al llegar a su casa, don Oscar, de 54 años de edad, temblando de frío porque seguía lloviendo, le ofreció 50 pesos al taxista que se negaba a aceptarlo hasta que, un poco apenado, estiró la mano para recibirlo.

La esposa de don Oscar espantada y preocupada, al ver a su marido en tales condiciones, había corrido hacia a la sala por los 50 pesos para pagarle al taxista.

Esa noche le avisó a su hijo que no iría al cumpleaños de su nieta, porque lo habían asaltado, pero que no se preocupara, todo estaba bien.

Con la ayuda de su esposa, se vendó el brazo derecho que era el que más le dolía; cuando se estaba bañando, rememora, veía hematomas en la mayor parte de su cuerpo.

Al día siguiente, don Oscar, por su manía de no faltar al trabajo, se presentó con el cuerpo minado pero acompañado de su esposa. Sin embargo, no tardó mucho cuando le arreció el dolor del brazo, por lo que le pidió a su esposa que se encargara del expendio de agua, mientras él se fue al Seguro Social 5 de Mayo.

Desde ese día quedó hospitalizado porque tenía la muñeca derecha fracturada. Estuvo incapacitado cuatro meses y a ratos, durante su reposo, pensativo por el recuerdo, dibujó en una hoja el puente, a los asaltantes y su caída al río.

Recientemente se incorporó al trabajo.

Después del asalto ya nada es igual, dice. No puede cargar los garrafones de agua con la misma confianza que antes. No siente miedo pero es más precavido. Ahora toma dos colectivos.

Los clientes y vecinos siempre preguntaron por don Oscar.

—Gracias a Dios, aquí me tienen todavía —responde con una sonrisa, tras el mostrador.

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