•Boxeador,
karateca, comerciante, pintor y reparador de cámaras fotográficas
Rafael
Espinosa:
Jamás imaginó debutar la tercera edad en medio de un mar de cámaras
fotográficas. En las tardes, cuando está solo en su taller, recuerda con
lucidez su salvaje infancia, su prematuro debut en el alcohol y la zozobra que
vive un niño huérfano a los ocho años. Fue entonces cuando Luis abandonó su
natal Teopisca para buscar consuelo con su abuela en San Cristóbal de Las
Casas. Ahí, en esa casa grande, vivía con sus tíos y ayudaba a su abuela a
despachar posh. Antes de despacharle a los clientes, tomaba de manera furtiva
unos “traguitos” hasta que un día uno de sus tíos lo encontró dormido y
embebido. Lo despertó con una zurra que hasta hoy lo recuerda con mucha
claridad.
Encumbrado
por el estado en que se encontraba y por el constante maltrato familiar, se
armó de valor y lo encaró:
—¿Sabe
qué, tío? —le dijo—; vaya usté a chingar a su madre.
Mientras
el tío corrió a su recámara por una pistola, Luis salió a tropel hacia el patio
con la fuerza de sus 13 años y saltó el corral que daba a un río. El tío hizo
dos disparos sin que ninguno de estos lo tocara. En su estado de furia
incontenible se dirigió a una señora conocida suya a quien le platicó de su
desgracia y de sus planes. La señora le regaló 60 pesos, lo recuerda bien, y
resolvió viajar esa misma noche a Tuxtla Gutiérrez. En la terminal de autobuses
de la capital se encontró a un primo de Teopisca, comerciante de embutidos en
la costa, de quien recibió 20 pesos más y se fue a Tapachula.
Al
bajar del camión, a las cinco de la mañana, encontró a uno de sus siete
hermanos.
—No
te preocupes; habrá trabajo para ti —le contestó su hermano al escuchar su
travesía.
Se
empleó en pintar casas y al poco se encargó del grupo de trabajadores, sin
embargo, una mañana, dominado por los estragos de la resaca y el sueño, se
quedó dormido en la obra. Ese mismo día lo despidieron. Más tarde, se ocupó en
una tienda y estudio fotográfico, apoyado por otro de sus hermanos que revelaba
rollos fotográficos.
Inició
haciendo aseo, no obstante, en poco tiempo demostró sus habilidades en el
trabajo, de tal manera que pronto llegó a encargarse del negocio. Un día le
ordenaron que llevara cinco equipos descompuestos al taller de reparación de
cámaras fotográficas de don Alfredo Escalera. Fue en esa época cuando nació su
interés por aprender el arte de armar y desarmar equipos fotográficos.
—¿Quieres
aprender? —le preguntó don Alfredo—; pues vente los domingos.
Después
de un tiempo, lo mandaron a reparar otras cámaras y su jefe se sorprendió de
que los equipos estaban arreglados, sin que hubiera salido del negocio. Luis
los había compuesto. Desde ese momento hizo trató con su patrón de cobrar el 50
por ciento menos de lo que cobraba don Alfredo por el mismo servicio.
En
los albores de su adolescencia, compartió su tiempo en atender la tienda,
reparar cámaras fotográficas, además de entrenar box que lo llevó a conseguir
11 victorias y una derrota, y alcanzar, casi al mismo tiempo, cinta marrón en
artes marciales.
Una
madrugada, cuando regresaban tomados de una cantina, su hermano alegó que era
un mal agradecido, pues gracias a él tenía el puesto de encargado.
—Ya
te di las gracias muchas veces, carnal —le contestó.
Aquél
sin conformarse, de manera distraída, le dio un puñetazo sin causarle mayor
daño. Apenas tuvo reflejo para esquivarlo y respondió a la ofensa con un golpe
contundente cuyo destino fue la cara de su hermano. Cuenta que terminaron la
pelea y siguieron caminando como niños en aceras contrarias. Esto valió que su
hermano, con envidia y rabia, lo descreditara ante el patrón. A las pocas
semanas, Luis, el penúltimo de la estirpe García Zúñiga, fue enviado por el
jefe, a la carpintería del negocio, a cargo de la fabricación de marcos y
cuadros para retratos. A los seis meses fue despedido, después de ser gerente
de otras sucursales que abrieron durante su estancia en la empresa.
Aconsejado
por un cliente demandó a su patrón y finalmente le dieron una liquidación de 13
mil pesos que hoy, dice, podríamos hablar de una cantidad mayor al millón de
pesos.
Fue
entonces cuando su novia, secretaria de una de las filiales de la empresa donde
trabajaba, lo puso en jaque en su vida.
—¿O
el box o te casas conmigo? —.
A
sus 24 años, decidió casarse, y con el dinero de la liquidación viajó de luna
de miel por Centroamérica y varios estados del sureste de la República
Mexicana. Después se asoció con un comerciante de electrodomésticos hasta que
logró comprar la parte del otro. Sin embargo, su negocio tuvo un final infeliz,
pues dejó a un lado la atención de los clientes por jugar naipes y beber con
los comensales.
Así
como se entregó a arreglar cámaras, con ese mismo ímpetu tomaba y fumaba. Una
ocasión, cuando regresaba con un amigo de Puerto Madero en una motocicleta, se
accidentó. Recuerda que con una mano traía el manubrio y con la otra se
empinaba la botella, de modo que al librar un montículo perdió el control; él y
su amigo quedaron ensartados en los matorrales y la motocicleta a media
carretera. Tras su recuperación, se empleó en Sarch, hoy Sagarpa, donde duró
mes y medio por falta de pago, aunque tuvo la fortuna de tomar fotografías
desde una avioneta, en lugares que quizá jamás en su vida los vuelva a ver.
Luego
de acabar su fortuna y quedarse sin trabajo, se dijo:
—¿Y
ahora; qué hago? —.
Estuvo
20 días desocupado hasta que viajó a Tuxtla Gutiérrez. Ahí, recuerda, se ocupó
del control de clientes que ingresaban a una piscina. Fue el trabajo más corto
que ha tenido en su vida, dice. El hombre era el dueño, pero la mujer mandaba.
A la hora que el dueño lo contrató, llegó la mujer a despedirlo, porque el
hombre no podía contratar a nadie sin antes consultárselo a ella.
Entre
su tristeza y desesperación, contactó a su exsocio de electrodomésticos que
había puesto una mueblería en Tuxtla Gutiérrez. Su amigo le dio trabajo y al
año trajo a su familia a la capital chiapaneca, sin dejar a un lado la
reparación de cámaras fotográficas. También en esta empresa, a pesar de tener
sólo la primaria terminada, demostró su talento en el negocio.
—Vendía
yo colchones como nunca; conseguí muchos clientes, de tal manera que llegaban
cargados los tráileres y los entregaba en San Cristóbal y Comitán —rememora
emocionado.
Logró
que su jefe abriera otras tiendas, aunque después de ocho años de servicio,
observó que sus comisiones no cuadraban. Esta fue la razón por la que abandonó
las libretas de la empresa y se dedicó en tiempo completo a la reparación de
cámaras.
Hoy,
don Luis García Zúñiga, padre de dos hijos, calcula con orgullo que lleva más
de 44 años en este bendito oficio. Ha tenido su taller en el barrio Niño de
Atocha, en la colonia Maya y actualmente en la manzana 34, número 285-A de
Infonavit Chapultepec, en Tuxtla Gutiérrez.
Ya
de grande concluyó sus estudios y está avalado como profesional en la materia
por el Tecnológico de Monterrey. Presume su primera cámara fotográfica, Yashika
TK Electro, su colección de 300 cámaras y más de 100 lentes.
Es
el mejor de los cuatro reparadores de cámaras fotográficas en Chiapas, de
acuerdo con los fotógrafos de la entidad.
A
sus 64 años, sólo tiene un riñón. Hace unas semanas estaba convaleciente y no
se podía levantar de la cama por la presencia de piedras en el riñón que le
queda.
Tiene
bien presente que cuando estaba chico le dijeron:
—¿Qué
quieres? ¿Comida o escuela? —.
—Y
aquí me tienes; no me morí de hambre —dice solemne.
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