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viernes, 9 de marzo de 2018

La azarosa vida de don Luis



•Boxeador, karateca, comerciante, pintor y reparador de cámaras fotográficas

Rafael Espinosa:

Jamás imaginó debutar la tercera edad en medio de un mar de cámaras fotográficas. En las tardes, cuando está solo en su taller, recuerda con lucidez su salvaje infancia, su prematuro debut en el alcohol y la zozobra que vive un niño huérfano a los ocho años. Fue entonces cuando Luis abandonó su natal Teopisca para buscar consuelo con su abuela en San Cristóbal de Las Casas. Ahí, en esa casa grande, vivía con sus tíos y ayudaba a su abuela a despachar posh. Antes de despacharle a los clientes, tomaba de manera furtiva unos “traguitos” hasta que un día uno de sus tíos lo encontró dormido y embebido. Lo despertó con una zurra que hasta hoy lo recuerda con mucha claridad.
Encumbrado por el estado en que se encontraba y por el constante maltrato familiar, se armó de valor y lo encaró:

—¿Sabe qué, tío? —le dijo—; vaya usté a chingar a su madre.

Mientras el tío corrió a su recámara por una pistola, Luis salió a tropel hacia el patio con la fuerza de sus 13 años y saltó el corral que daba a un río. El tío hizo dos disparos sin que ninguno de estos lo tocara. En su estado de furia incontenible se dirigió a una señora conocida suya a quien le platicó de su desgracia y de sus planes. La señora le regaló 60 pesos, lo recuerda bien, y resolvió viajar esa misma noche a Tuxtla Gutiérrez. En la terminal de autobuses de la capital se encontró a un primo de Teopisca, comerciante de embutidos en la costa, de quien recibió 20 pesos más y se fue a Tapachula.
Al bajar del camión, a las cinco de la mañana, encontró a uno de sus siete hermanos.

—No te preocupes; habrá trabajo para ti —le contestó su hermano al escuchar su travesía.

Se empleó en pintar casas y al poco se encargó del grupo de trabajadores, sin embargo, una mañana, dominado por los estragos de la resaca y el sueño, se quedó dormido en la obra. Ese mismo día lo despidieron. Más tarde, se ocupó en una tienda y estudio fotográfico, apoyado por otro de sus hermanos que revelaba rollos fotográficos.
Inició haciendo aseo, no obstante, en poco tiempo demostró sus habilidades en el trabajo, de tal manera que pronto llegó a encargarse del negocio. Un día le ordenaron que llevara cinco equipos descompuestos al taller de reparación de cámaras fotográficas de don Alfredo Escalera. Fue en esa época cuando nació su interés por aprender el arte de armar y desarmar equipos fotográficos.

—¿Quieres aprender? —le preguntó don Alfredo—; pues vente los domingos.

Después de un tiempo, lo mandaron a reparar otras cámaras y su jefe se sorprendió de que los equipos estaban arreglados, sin que hubiera salido del negocio. Luis los había compuesto. Desde ese momento hizo trató con su patrón de cobrar el 50 por ciento menos de lo que cobraba don Alfredo por el mismo servicio.
En los albores de su adolescencia, compartió su tiempo en atender la tienda, reparar cámaras fotográficas, además de entrenar box que lo llevó a conseguir 11 victorias y una derrota, y alcanzar, casi al mismo tiempo, cinta marrón en artes marciales.
Una madrugada, cuando regresaban tomados de una cantina, su hermano alegó que era un mal agradecido, pues gracias a él tenía el puesto de encargado.

—Ya te di las gracias muchas veces, carnal —le contestó.

Aquél sin conformarse, de manera distraída, le dio un puñetazo sin causarle mayor daño. Apenas tuvo reflejo para esquivarlo y respondió a la ofensa con un golpe contundente cuyo destino fue la cara de su hermano. Cuenta que terminaron la pelea y siguieron caminando como niños en aceras contrarias. Esto valió que su hermano, con envidia y rabia, lo descreditara ante el patrón. A las pocas semanas, Luis, el penúltimo de la estirpe García Zúñiga, fue enviado por el jefe, a la carpintería del negocio, a cargo de la fabricación de marcos y cuadros para retratos. A los seis meses fue despedido, después de ser gerente de otras sucursales que abrieron durante su estancia en la empresa.
Aconsejado por un cliente demandó a su patrón y finalmente le dieron una liquidación de 13 mil pesos que hoy, dice, podríamos hablar de una cantidad mayor al millón de pesos.
Fue entonces cuando su novia, secretaria de una de las filiales de la empresa donde trabajaba, lo puso en jaque en su vida.

—¿O el box o te casas conmigo? —.

A sus 24 años, decidió casarse, y con el dinero de la liquidación viajó de luna de miel por Centroamérica y varios estados del sureste de la República Mexicana. Después se asoció con un comerciante de electrodomésticos hasta que logró comprar la parte del otro. Sin embargo, su negocio tuvo un final infeliz, pues dejó a un lado la atención de los clientes por jugar naipes y beber con los comensales.
Así como se entregó a arreglar cámaras, con ese mismo ímpetu tomaba y fumaba. Una ocasión, cuando regresaba con un amigo de Puerto Madero en una motocicleta, se accidentó. Recuerda que con una mano traía el manubrio y con la otra se empinaba la botella, de modo que al librar un montículo perdió el control; él y su amigo quedaron ensartados en los matorrales y la motocicleta a media carretera. Tras su recuperación, se empleó en Sarch, hoy Sagarpa, donde duró mes y medio por falta de pago, aunque tuvo la fortuna de tomar fotografías desde una avioneta, en lugares que quizá jamás en su vida los vuelva a ver.
Luego de acabar su fortuna y quedarse sin trabajo, se dijo:

—¿Y ahora; qué hago? —.

Estuvo 20 días desocupado hasta que viajó a Tuxtla Gutiérrez. Ahí, recuerda, se ocupó del control de clientes que ingresaban a una piscina. Fue el trabajo más corto que ha tenido en su vida, dice. El hombre era el dueño, pero la mujer mandaba. A la hora que el dueño lo contrató, llegó la mujer a despedirlo, porque el hombre no podía contratar a nadie sin antes consultárselo a ella.
Entre su tristeza y desesperación, contactó a su exsocio de electrodomésticos que había puesto una mueblería en Tuxtla Gutiérrez. Su amigo le dio trabajo y al año trajo a su familia a la capital chiapaneca, sin dejar a un lado la reparación de cámaras fotográficas. También en esta empresa, a pesar de tener sólo la primaria terminada, demostró su talento en el negocio.

—Vendía yo colchones como nunca; conseguí muchos clientes, de tal manera que llegaban cargados los tráileres y los entregaba en San Cristóbal y Comitán —rememora emocionado.

Logró que su jefe abriera otras tiendas, aunque después de ocho años de servicio, observó que sus comisiones no cuadraban. Esta fue la razón por la que abandonó las libretas de la empresa y se dedicó en tiempo completo a la reparación de cámaras.
Hoy, don Luis García Zúñiga, padre de dos hijos, calcula con orgullo que lleva más de 44 años en este bendito oficio. Ha tenido su taller en el barrio Niño de Atocha, en la colonia Maya y actualmente en la manzana 34, número 285-A de Infonavit Chapultepec, en Tuxtla Gutiérrez.
Ya de grande concluyó sus estudios y está avalado como profesional en la materia por el Tecnológico de Monterrey. Presume su primera cámara fotográfica, Yashika TK Electro, su colección de 300 cámaras y más de 100 lentes.
Es el mejor de los cuatro reparadores de cámaras fotográficas en Chiapas, de acuerdo con los fotógrafos de la entidad.
A sus 64 años, sólo tiene un riñón. Hace unas semanas estaba convaleciente y no se podía levantar de la cama por la presencia de piedras en el riñón que le queda.
Tiene bien presente que cuando estaba chico le dijeron:

—¿Qué quieres? ¿Comida o escuela? —.

—Y aquí me tienes; no me morí de hambre —dice solemne.

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