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martes, 17 de abril de 2018

Entre la lucha social y el cuadrilátero





Rafael Espinosa / Simpatizante del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y siete veces preso por defender las causas sociales, José Luis Sánchez Huerta, mejor conocido como “Guerrero Zulú”, fue en su tiempo también uno de los mejores gladiadores de la lucha libre en Chiapas.

Separar al personaje de su vida social sería una osadía, dice, pues por un lado ha sido luchador incansable contra el mal gobierno y por el otro, con sus 31 años de trayectoria profesional sobre el cuadrilátero, ha logrado ganar 21 máscaras y 18 cabelleras.

Con la lucidez con que se recuerda metido en el sótano de la Procuraduría, también de la misma manera rememora la primera vez que puso un pie sobre el ring profesional, siendo un adolescente de 14 años, cuando, después de su debut, terminó afiebrado, magullado y sin ganas de levantarse de la cama.

Oriundo de la Ciudad de México, pero sintiéndose orgullosamente chiapaneco, el Guerrero Zulú comparte su vida entre los movimientos campesinos, magisteriales y estudiantiles, y al mismo tiempo continúa ejerciendo catapultas, tirabuzones, topes suicidas y otras llaves, en la medida que sus 57 años se lo permiten.

Así como formó parte de los cinturones de seguridad en las pláticas de conciliación entre el gobierno y el EZLN, en el municipio autónomo de Oventic y San Andrés, también compartió arenas con “Mil Máscaras”, “Blue Demon”, “Atlantis”, entre otros luchadores de talla en la Ciudad de México.

Aún poseedor de dos títulos estatales, semicompleto y welter, Guerrero Zulú está punto de retirarse definitivamente después de ser campeón estatal en más de diez entidades de la República Mexicana y ser gladiador estelar en países de Centro y Sudamérica, así como en Estados Unidos y Canadá, sin que por esto, advierte, deje a un lado su lucha inquebrantable por la justicia.

Sánchez Huerta es padre de 13 hijos con tres esposas, la mitad de los que —hasta donde se ha investigado— tuvo Pancho Villa, uno de sus más célebres ídolos cuyo retrato está en su negocio de tacos y carnitas que actualmente despacha en el Mercado Los Ancianos, en la capital chiapaneca.

Su máscara la perdió en una contienda, hace unos siete años, contra el “Último Guerrero”, sin embargo, este no fue motivo para abandonar las cuerdas y las esquinas, pues lo mantiene vivo, dice, la euforia de los aficionados al borde de los asientos.

Hace más de 25 años viajó de la Ciudad de México a Chiapas, tras abandonar el cuarto semestre de la carrera en Contaduría Pública, por una oferta de trabajo en su ámbito profesional y al mismo tiempo por cuestiones familiares.

Recuerda que comenzó a practicar karate en el Gimnasio Metropolitano, en Tacuba; no obstante, un día por curiosidad se puso a observar los entrenamientos de lucha libre que terminó convenciéndolo.

De esta forma empezó a entrenar en el deporte del pancracio y ayudar a cargar las maletas de quien hasta hoy considera su maestro, “El Solitario”. En una de esas peleas profesionales, recuerda, faltó un luchador a la arena de Naucalpan de Juárez, por lo que El Solitario lo invitó a subirse al ring.

—¿Quieres luchar? —.

Sánchez Huerta asintió un poco nervioso, pensando que era broma, dice, por lo de inmediato El Solitario le dio prestado un calzoncillo y se trepó a la lona con el mote de “Pedro Tello” por ocurrencia de El Solitario. Fue entonces cuando “El Tigre Negro”, luchador del bando de los rudos, le dio una tunda que lo dejó con hematomas, calentura e intensos dolores musculares.

Después de esto es posible que no haya querido ver a su padre quien siempre estuvo en contra de que practicara este deporte, mientras que su madre, quien era la que le curaba las heridas, le decía: si tu sueño es la lucha, adelante, hijo.

Cuenta que un día después de ganar su primer cinturón en el Pabellón Azteca de la Ciudad de México, llevó la réplica del título a casa para presumírselo, no obstante, su padre, aficionado al box y cuyo círculo de amigos eran el “Mantequilla” Nápoles, entre otros boxeadores de fama, lejos de festejarlo, se lo aventó al suelo.

Los principales profesores que forjaron su carrera profesional fueron Cuahutémoc “El Diablo" Velasco, en Guadalajara; Rolando Hernández Verástegui, mejor conocido como “Rolando Vera o El Spirit", en Monterrey; y Antonio Hernández “El Espectro"; todos ya fallecidos y grandes joyas del pancracio en México.

Guerrero Zulú revela que fue el primero en la historia de la lucha libre en México que comenzó a utilizar flecos en su máscara.

El nombre Guerrero Zulú, confiesa, nace luego de abrir un libro de geografía universal, cuyo sobrenombre se relacionaba con el jefe de una tribu de África, aunque Sánchez Huerta en sus inicios luchó también con el apodo de Dinamo.

Aparte de ganarse la vida arriba del ring, agrega, apoyaba a su padre con la venta de pescados y mariscos, incluso trabajó de ayudante de cocinero en una fonda para aprender el menú que después despachaba en el negocio de su papá.

De niño eran tres mis deseos, enfatiza: Ser luchador, doctor y juntar un millón de pesos.

—El primero y el tercero lo logré; el segundo quedó en una mera ilusión —sonríe el exadministrador del mercado Los Ancianos, quien destaca a “Murcy Jr", “ Halcón Samurái" y el “Terrorista" (retirado por una lesión severa), como luchadores locales de gran talento.

Una vez, cuando regresaba achacoso de la cadera tras una lucha estelar en Guatemala, su esposa le advirtió:

—¿La lucha libre o yo; tú eliges ? —.

—Pues, vas a tener que quedarte sola —le respondió adolorido.

Y ahí siguen juntos.

Adolescente busca a su mamá chiapaneca



Rafael Espinosa / Una adolescente de Guadalajara, Jalisco, busca a su madre biológica; hace 16 años fue adoptada de una casa hogar en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.

De acuerdo con lo que sabe, sus padres adoptivos se encargaron de ella cuando tenía cuatro meses de edad, a través de contactos que la “Asociación Civil Tiempo Nuevo de Guadalajara” tiene con las casas hogares en distintos puntos del país.

Revela que a los 18 años, su madre biológica, Susana Gómez Vázquez, habitante de una comunidad cercana a la cabecera municipal, la dio en adopción a una casa hogar de San Cristóbal.

Desde niña cuando supo que era adoptada, la relación con sus padres adoptivos no cambió ni ha cambiado en nada; sin embargo, dice, desea con el corazón conocer a su mamá, Susana Gómez Vázquez.

“No le guardo rencor; quiero conocerla, decirle que la quiero mucho y agradecerle por haberme dado la vida y por no haber elegido el aborto”, dice la joven al tiempo de reflexionar que quizás para su madre biológica también fue una decisión difícil.

Aunque su madre biológica la había registrado con el nombre de Esther y con sus mismos apellidos, ahora tiene otra identidad.

A sus 16 años, es hija única, estudia el cuarto semestre de la preparatoria y es madre de un bebé de año y medio de edad. Ella vive con sus padres adoptivos y el papá del bebé con los suyos.

“Les agradecería con el alma si me ayudan a localizarla”, finaliza.

lunes, 9 de abril de 2018

Las travesías de un pintor


Fotos: Internet

•La historia del artista que fue futbolista

R. Espinosa / Rafael Galdámez Vázquez nació el 4 de junio del 84, en el municipio de Berriozábal, donde vivió una infancia azarosa y de carencia económica.

Hoy es considerado uno de los mejores pintores contemporáneos en México, cuyas obras han sido expuestas en América, Europa y Asia.

A la edad de nueve años comenzó a trabajar de vendedor de pan, calzado artesanal, ayudante de carpintero, fabricante de hamacas, peón, entre otros oficios dignos de presumir.

Su primer contacto con la pintura fue a la edad de diez años. Esa vez, su tía —empleada de casa de los ricos del pueblo—, les llevó a su primo y a él un kit de pinturas marca “Bob Ross” que los hijos de su patrón no querían jugarlo.

—No cabíamos de contentos —dice al tiempo de hacer memoria que Bob Ross era un pintor norteamericano de televisión que tenía un programa denominado “El placer de pintar”.

Por un momento llegó a pensar que su primo sería buen pintor porque dibujaba muy bien, mientras que él, sin dejar de tener contacto con las pinturas, se iba interesando más por el fútbol. En cada actividad siempre es entregado, cuenta, quizá por eso a los 15 años formó parte de la reserva de la Primera A en el extinto Guerreros Atlético Chiapas.

Sin embargo, su madre que siempre estuvo atenta a él, un día le advirtió:

—¿La escuela o la escuela? —. Sin darle más opción que dejar el fútbol y continuar sus estudios.

Intercalando su tiempo en el trabajo y la escuela fue haciéndole frente a las calamidades económicas hasta ingresar a una escuela técnica en electricidad que abandonó meses después.

Más tarde resolvió matricularse en Arquitectura, en las aulas de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach), no obstante, desistió a la carrera antes de concluirla por diferencias académicas con un profesor en la clase de Diseño Gráfico.

—Tenía un concepto muy cuadrado y metódico con las figuras, sin permitir las libertades de la creatividad, lo que ocasionó cierto disgusto mutuo —rememora el ahora artista.

Lejos de que esta decepción escolar lo orillara a abandonar su pasión por la pintura, continuó de manera autodidacta siendo la primera muestra de sus obras, junto a otros jóvenes expositores, en el Parque de La Marimba, en Tuxtla Gutiérrez.

Recuerda que esa ocasión sólo llevaba 20 pesos para ir y regresar a Berriozábal, cargando al hombro sus cuadros, sin saber que ese día sería el protagonista en los medios de comunicación, pues todos se había ido a comer, de modo que cuando llegaron los reporteros sólo lo encontraron a él para entrevistarlo.

El también ilustrador de libros cuenta que el día que salió de Chiapas rumbo a Oaxaca, aquel 29 de julio del 2010, su mamá se casaba por la iglesia con su papá. Más tarde fallecería su madre víctima de cáncer.

Con una vida llena de vicisitudes, Galdámez Vázquez, quien tiene una gran admiración por la naturaleza mexicana, principalmente la de Chiapas, reconoce como su gran maestro al escultor y pintor oaxaqueño Alejandro Santiago, uno de los artistas más importantes de los últimos años.

Dice que lo conoció en un programa cultural de televisión y después lo contactó por teléfono. Este sería su primer viaje fuera de Chiapas y la plataforma profesional que lo llevaría a exponer sus frescos por más de 50 veces en la República Checa, Panamá, Japón, Costa Rica, Colombia, Estados Unidos, Alemania, y en distintas entidades del país, así como en el Senado de la República.

Galdámez Vázquez, el segundo de cuatro hermanos, admira a los pintores Amedeo Modigliani, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Gabriel Orozco, Javier Marín, Leonora Carrington, Aurora Reyes, entre otros grandes de la pintura.

En su trayectoria profesional, dice, se ha encontrado con personas de gran corazón que lo apoyaron en su momento; como los maestros Patricia Mota y Pedro Ortiz, así como Zoé Robledo, Juan Carlos Cal y Mayor Franco, entre otros que lo respaldaron cuando no tenía pinturas, pinceles o espacios donde exponer sus lienzos.

A sus 33 años, radica en Guadalajara, Jalisco, sin dejar de sentirse orgullosamente chiapaneco, advierte. Ha sido entrevistado en el programa televisivo “La Hora Nacional”, así como en otros medios nacionales y locales donde siempre ha expresado su pasión por los colores intensos y la libertad de su pincel.

—No pensé ser pintor —enfatiza vía telefónica desde las entrañas de su estudio—; pero estoy muy agradecido con el oficio que Dios me ha puesto en las manos.

Su gran amigo, el escritor y poeta chiapaneco, Roberto López Moreno, lo define así: “Es un pintor contemporáneo chiapaneco, es decir... un poeta del color pues, poeta de los latires que en Chiapas nos envuelven entre plumas y piares, entre escamas y cronométricas filosofías del nado que van desde las fuerzas hidráulicas hasta las inabarcables corrientes del sueño”.

Tres meses de infierno





La historia de una joven que estuvo desaparecida

Rafael Espinosa / Cuando se enteró de que personal de la Fiscalía General la buscaba en su domicilio, doña Cristina pensó en la peor noticia de su hija desaparecida. Dice que corría y sentía que sus pies no tocaban el suelo de la aflicción.

—Ya la hemos localizado y queremos que vaya a identificarla —le dijeron advirtiéndole que estaba viva.

Se fue en el coche de un vecino que decidió llevarla.

Más tarde llegaría a Lázaro Cárdenas, un pueblito rumbo a Villaflores, donde su hija estaba sin el esplendor que ella acostumbraba verla.

—Se veía acongojada y triste —cuenta doña Cristina.

Bajo el techo de una choza, su hija, con actitud apagada y sumisa, le contestó a los oficiales que se encontraba bien en compañía del hombre con el que había vivido casi tres meses, sin embargo, doña Cristina, ya un poco aliviada de los aspavientos, presentía que algo andaba mal.

Tres días más tarde, su hija y el hombre viajaron a la Condesa, una de las colonias del norte de Tuxtla Gutiérrez, donde doña Cristina tiene su humilde casa. Su hija llegaría por su ropa y otros efectos personales.

Mientras el hombre se quedó en la sala, su hija entró al cuarto por sus cosas y frente a ella comenzó a llorar.

—¿Es cierto que vives bien? No tengas temor en decírmelo —le consoló.

La joven le contó que el hombre la golpeaba constantemente, la dejaba encerrada todo el día sólo con un vaso de posol y en ocasiones la llevaba al campo a trabajar, donde también la ultrajaba.

No obstante, nada de esto había dicho durante la entrevista con los oficiales, porque el hombre anticipadamente la había amenazado de matar a su hermano y a su familia si decía algo contrario de lo que le había ordenado.

—De aquí no te vas, hija, si así lo deseas —la abrazó al tiempo en que se contenía el llanto.

Al escuchar a su hija, doña Cristina planeó esconderla con una vecina. La muchacha fingió ir al baño, mientras que su mamá y su papá se quedaron platicando con el desconocido.

—¿Y dónde es que conociste a mi hija? —le preguntó su padre.

—La conocí en el parque; fue amor a primera vista —resumió, siempre evadiendo la mirada.

Doña Cristina interrumpió la plática y simuló buscar a su hija en el baño donde nunca estuvo. El hombre con mirada preocupada, junto a los papás de la joven, la buscaba en toda la casa.

—Amorcito, ¿dónde estás? —simulaba ternura al hablar.

Se hizo de noche, por eso el desconocido pidió lugar para quedarse a dormir ahí, pues decía que era de pueblo y que desconocía la ciudad.

Doña Cristina y su esposo no pegaron el ojo esa noche. Al día siguiente, doña Cristina fingió seguir buscando a su hija, en tanto que el hombre, aún vacilante por la muchacha, decidió regresar a su pueblo.

La joven no es la misma de antes, dice doña Cristina, pues está temerosa, con cualquier ruido se espanta, no sale a la calle y tiene cuatro meses de embarazo de quien hasta el momento nada se sabe. Ni siquiera en Cárdenas lo han visto.

Su hija le contó que sólo lo vio dos veces y se la llevó, que su vida fue un infierno durante el tiempo que estuvo desaparecida y que tampoco recuerda cómo es que él se la llevó.

Doña Cristina se ha enterado que el hombre parece ser curandero o espiritista, pues embelesa a las muchachas y cuando las tiene con él, les pone lociones, les da bebidas extrañas y otras cosas de las que su hija no quiere acordarse.

Por vecinos de Lázaro Cárdenas también supo que no es la primera vez que priva de la libertad a su víctima, pues a una le fracturó el pie, a otra le lesionó la columna y supuestamente asesinó a una muchacha que estaba embarazada.

—Tiene fama de que las cura para llevárselas, las usa y las ultraja —revela doña Cristina.

Que Dios nos perdone a mi hija y a mí, dice, pues al principio no queríamos aceptar a la criatura que viene en camino, sin embargo, nuestros hermanos de la religión nos han convencido de que una bendición viene a nuestro hogar.

—Amén; que así sea —concluye.

*Doña Cristina hizo un llamado a todas las jóvenes para que no se dejen embaucar por desconocidos y, de esto modo, podamos evitar este tipo de experiencias.

Si volviera a nacer volvería a ser payaso: Yin Pin

Foto: Marcopolo Heam

•La historia de Efraín Coutiño Espinoza

Rafael Espinosa / Con sólo la primaria terminada, Yin Pin se ha consagrado cabalmente como uno de los payasos más populares del sureste de la República Mexicana y parte de Guatemala. Es guionista, autor de canciones infantiles, productor y conductor de televisión, cirquero y naturalmente payaso.

En los años 90 alcanzó la gloria como ningún payaso en la historia de Chiapas, cuando la gente se agolpaba en las entradas de las plazas de toros, circos y auditorios por ver su espectáculo.

Su nombre es Efraín Coutiño Espinoza. Nació el 9 de noviembre de 1960, en Tuxtla Gutiérrez. De niño no le gustó la escuela y quizá sentía esa apatía por las carencias en el hogar, por eso a temprana edad se empleó como mozo de hotel, vendedor de pastel, paletas de hielo y escobas.

Cuenta que un día su amigo, el payaso chiapaneco “Condorito”, regresó de Veracruz e hizo un show en la capital, por lo que Efraín se ofreció ayudarle, se vistió de payaso y entretuvo a más de 100 compañeros de su escuela; sólo entonces descubrió que este era su oficio.

Continuó como su asistente, aprendió nuevos números y con el tiempo fue descubriendo su talento por la comedia, el malabarismo, los trucos de magia y la conducción. Su padre, promotor de box y lucha libre, y su madre ama de casa, estaban en desacuerdo porque posiblemente —piensa—, sentían vergüenza de tener un hijo payaso.

Con el tiempo comenzó a hacer espectáculos en escuelas, colonias y parques, a través de la ayuda voluntaria de la gente. Así también, amenizaba fiestas infantiles y familiares, hasta que un día lo que hoy es Grupo Radio Digital le permitió salir al aire para después catapultarlo a la pantalla grande.

Recuerda que en el 94 incursionó en la televisión con el programa de entretenimiento “Zona de Diversión”, cuyos seis meses de prueba se volvieron seis años de transmisión, debido al éxito de su equipo de trabajo y las aventuras del “Rascabuche, Kilométrico, Aventurero, Mago Zadat, Popochas”, entre otros tantos personajes que atraparon al público del momento y que quedaron grabados para siempre en la memoria de aquella generación.

Su talento lo hizo grande e inmortal, también por las circunstancias de la época, pues la mayoría de las familias del sureste de México y Guatemala tenían pocas opciones acerca de los canales abiertos de televisión que Yin Pin supo aprovechar al máximo.

En la cúspide de su popularidad abarrotó plazas, auditorios, teatros y circos; sólo bastaba correr de boca en boca que Yin Pin llegaría a tal lugar para que los niños y la ola de gente se alborotaran.

Una ocasión, en la Plaza de Toros de Tapachula, había tanta gente adentro y afuera que pensó preocupado que si no se trataba de una manifestación.

—Vienen a verte, Yin Pin —le dijo contento su promotor.

Había reunido a más de 12 mil almas que ni el propio Paco Stanley, que llegaría después, logró juntarlas. Es un recuerdo que tiene presente siempre y que llevará hasta el día en que abandone este mundo, dice.

Esta popularidad lo llevó a conocer y trabajar junto a personajes del “Chavo del Ocho”, como “El Señor Barriga”, “Jaimito, El Cartero”, “La Bruja del 71” y “El Profesor Jirafales”; inmiscuido en ese ambiente se hizo compadre de “Zamorita”, comediante famoso del centro del país.

A sus 57 años, Yin Pin, cuyo diminutivo Pin surgió de Efraín y Yin de una ocurrencia juvenil, lleva 44 años dándole vida al sencillo personaje, de voz pastosa, sin más maquillaje que dos lágrimas rojas, cuatro círculos en el rostro y su inseparable gorra que oculta su incipiente calvicie.

Puede que Efraín pase desapercibido pero la mayoría reconoce al hombre maquillado, de 1.80 de estatura y 82 kilos de peso, que ha grabado cuatro discos sencillos de canciones infantiles y tres audiocasetes, a quien la gente se acerca para pedirle autógrafos y autorretratos.

Detrás del personaje de Yin Pin, hay un hombre diabético, que en ocasiones tiene problemas familiares como cualquiera, que ha llorado, que tiene cuatro hijos que lo aman y a una esposa quien le ha aguantado sus ratos de ausencias a causa del trabajo, pero también un gran ser humano.

Igual ganó algo de dinero pero no se arrepiente de haberlo gastado a su tiempo, que tiene un circo guardado, que ha sido ejemplo de nuevas generaciones de payasos y que ha vivido toda su vida en el primer cuadro de la ciudad donde antes su casa era la última de Tuxtla Gutiérrez.

—Dejo de ser payaso cuando guardo el vestuario en el guardarropa, pero continúo siendo el tipo sencillo que todo mundo conoce por Efraín —dice el admirador de “Cepillín”; de Renato Fuentes Gasca, “Rey de los Payasos”; “Chuchín, El Payaso Vagabundo”; “Bozo”, entre otros famosos.

Gracias a su trabajo conoce hasta el último rincón de Chiapas, así como la Ciudad de México, Veracruz, Tabasco, Oaxaca y parte de Guatemala, sin más extravagancias que su peculiar saco de colores, camisa sencilla y su gorra.

Después de 20 años de ausencia en los medios de comunicación, pero sin dejar los espectáculos de payaso y promotor de artistas, reinició su programa de entretenimiento infantil “Zona de Diversión”, junto a su hija conductora “Soluna” y su hijo payasito “Pincito”, en los canales 12 y 104 de Súper Cable, los sábados a las 11:00 horas. Sus otros dos hijos son catedrático y sicólogo de profesión.

Efraín es el mayor de cinco hermanos, entre los que destacan los personajes “Kilométrico”, “Profesor Becerra” y uno más que siguió los pasos de su papá, promotor de box y lucha libre.

—Cuando hay pasión y vocación por lo que haces no hay poder humano que te detenga; de modo que si volviera a nacer volvería a ser payaso —resume.