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jueves, 25 de febrero de 2021

La tenacidad de Carlos Julián


Rafael Espinosa / Carlos Julián es invidente. Al año y siete meses de nacido le detectaron cáncer en la retina, por lo que le desconectaron los nervios de la vista para salvarle la vida.

Desde entonces, visualmente, nada conoce de este mundo, en cambio ha agudizado los demás sentidos. Viaja en colectivo. Utiliza como referencia el ruido de alguna empresa, baches, curvas, topes y hasta el aroma de alguna cocina o restaurante, para pedir la parada.

Anteriormente, le apenaba preguntar en qué parte de la ciudad viajaba. El chofer del colectivo se olvidaba de bajarlo en el punto que él pedía, por lo que se perdió muchas veces.

---¡Todo por no preguntar! ¡Todo por no preguntar! ---se recriminaba, dándose golpecitos con el puño en la frente. Al fin tenía que preguntar y avanzaba tomándose de las paredes.

Desde la infancia aprendió a reconocer el día por el calor, el ruido de los coches y las conversaciones de la gente; y la noche por el silencio, el canto de los grillos y el fresco del sereno.

Sueña el río, el mar, automóviles y todas las cosas, de acuerdo con lo que ha identificado con los demás sentidos; los contornos, figuras, texturas, aromas, ruidos y sabores.

Sabe leer y escribir en braille desde que era niño. Estudió la primaria, secundaria, preparatoria y actualmente es Licenciado en Derecho. Sabe tocar guitarra, la batería, juega ajedrez, ha ganado medallas en atletismo para personas con discapacidad y recibió el Premio Estatal de la Juventud en 2015.

Actualmente, trabaja como guía, especializado en explicar la vida del Terodáctilo hace millones de años, en el 𝘚𝘣𝘦𝘦𝘭 𝘋𝘪𝘯𝘰𝘴𝘢𝘶𝘳𝘪𝘰𝘴, en el Museo Chiapas del Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación del Estado de Chiapas.

Al principio se negaba a usar bastón, para que la gente no se diera cuenta, dice, de que sufría alguna discapacidad, aunque hoy, con madurez, a menudo acepta utilizarlo. Le ha gustado ser independiente. Sus padres siempre le trazaban el camino que andaría ordinariamente y después él pedía caminar solo. Su familia siempre lo trató como si no padeciera alguna discapacidad.

Disfruta de la soledad de su habitación, escucha música romántica. Algún tiempo consumió cervezas con sus compañeros de la Preparatoria y la Universidad para sentirse parte del grupo, sin embargo, con el tiempo entendió lo innecesario de esta conducta.

Como todo ser humano, sufrió depresión por su discapacidad. ¡Si yo pudiera ver!, se decía y lloraba. Hoy, en sus ratos libres, escucha audiolibros, escribe y se comunica con sus familiares, amigos y compañeros de trabajo, a través del teléfono celular inteligente que lee mensajes.

A nadie le guarda rencor por la vida que le ha tocado vivir, al contrario está agradecido con todos aquellos que, con buenas o malas intenciones, lo han hecho fuerte. No hay mejor vida que la que me ha tocado vivir, puntualiza.   

Nota:

Estudió en la Escuela de Educación Especial

Escuela Primaria Cámara Nacional de Comercio

Secundaria Técnica 59 Profr. Jorge Alfaro Nigenda

Preparatoria No. 1 del Estado

Instituto de Estudios Superiores de Chiapas

Upsum Tuxtla

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Don Panchito, el pintor del pueblo



Rafael Espinosa / En un pueblo no muy lejos de aquí, vive don Francisco Hernández Pérez, creador del actual Escudo Municipal de Chiapa de Corzo.

Don Panchito, como lo conoce la gente, ha dedicado toda su vida a la pintura. Su pequeña casa parece un museo de exposiciones pictóricas, florida y cálida, cuyos muebles barnizados brillan con la luz tenue de la sala.

A sus 71 años, sufre de dolores de huesos, sin embargo, continúa ocupando la soledad de las tardes para hacer lo que más le ha gustado en la vida: pintar.

Hace unos 50 años, comenzó como rotulista de negocios, de casas, pintor de automóviles, igualador de pintura, y con el tiempo mejoró su pulso de tal modo que se convirtió en dibujante comercial y diseñador, acercándose también al oficio de escultor, ebanista, restaurador y caricaturista.

Su gusto por la pintura comenzó durante sus primeros años de vida. Estudió hasta el quinto grado de primaria, aunque en sus tiempos ese nivel escolar era bastante.

También impermeabilizaba azoteas con chapopote ardiente. A él le tocaba calentar el material, por lo que una vez se le pasó la mano e incendió un techo. Recuerda que toda las mujeres de la cuadra salieron con sus cubetas de agua para sofocar las llamas. Por fortuna, se pudo controlar la situación. Ríe.

Aprendió el oficio de mecánico automotriz, carpintero y pegador de papel tapiz cuyo material, en el siglo pasado, lo traían de Francia, Inglaterra y España, solo para familias de dinero que regularmente tenían casas coloniales en el pueblo.

Cuando era adolescente trabajó en la empresa Corona donde pintó miles de espacios comerciales, hacía carteles, rotulaba vehículos y diseñaba la publicidad. Se empleó también en Grupo Farrera, en Tuxtla Gutiérrez, y la empresa Nestlé, en Chiapa de Corzo.

Durante sus mejores tiempos ofertó sus servicios como pintor a políticos, principalmente, en temporadas electorales, en distintos municipios de la entidad, en los que a veces no dormía por cumplir con su trabajo.

En el 2009 fue ganador del concurso para la elaboración del Escudo Municipal de Chiapa de Corzo. Ha realizado varias exposiciones pictóricas, entre las que destacan la realizada en Casa Museo Ángel Albino Corzo, en la Casa del Patrón de Los Parachicos y en el XIII Aniversario de la Emisora Radio Lagarto.

Ya de grande estudió “Dibujo Publicitario Comercial, Artístico y Caricatura”, con lo que reforzó sus conocimientos. En la vida reconoce como sus maestros al Premio Nacional de Arte, Antonio López, y al escultor Pedro Jiménez. Y como pintor de casas a don Guillermo Molina Grajales, entre otros como don Pedro Verón y Ángel Moreno.

Don Panchito se ha caracterizado por sus pinturas al óleo relacionados con la Fiesta Grande Chiapa de Corzo, iglesias, flores, parachicos, paisajes, a través de la libertad de sus pinceles. Hoy, solo pinta para su familia; dos hijos y su esposa.

El vigilante y su esposa

 

Rafael Espinosa / Como un retrato de ternura, dos sexagenarios están sentados al pie de una casa abandonada, en la colonia Residencial La Hacienda, en Tuxtla Gutiérrez. Todas las tardes, doña María Juliana acompaña a don Lucio, desde hace 13 años. Ella dice que no le gusta quedarse sola en casa, por eso decide acompañarlo, a pesar de las inclemencias del tiempo.

Don Lucio es vigilante y camina a distintas horas, a través de cuatro manzanas, soplando su silbato. Su esposa la espera envuelta en un rebozo, con los pies recogidos y la mirada clavada en los carros que pasan. Podría ser la expresión más sincera de amor y de soledad en medio de una sociedad que sufre cada día más por la pandemia.

Durante sus charlas nocturnas, a veces se estristecen. Hace 15 años fue la última vez que vieron a su hijo quien es artesano en la Ciudad de México; solo han mantenido comunicación por teléfono.

La vez pasada, don Lucio se puso a llorar como un niño, porque recordó a su mamá, asesinada por su padrastro, cuando él tenía 12 años de edad. Quizás la orfandan haya sido la causa por la que nunca fue a la escuela. A sus 69 años, se le vienen muchos recuerdos. Ella lo abraza para aliviar su tristeza.

La tarde del viernes, don Lucio estaba desconcertado. Momentos antes, su patrona le había reclamado de su desempeño en el trabajo. Le había dicho que los vecinos se quejaron de él, porque ya no lo ven vigilar ni pitar por las calles. Desconoce si sea cierto, porque los vecinos, a veces, le llevan algo de comer o de tomar, y tampoco han dado muestras de descontento.

—Creo que esta será la última quincena que trabajes con nosotros —le advirtió su patrona.

Don Lucio guardó silencio y después de un instante repuso con templanza:

—Si ya no le sirvo, está bien, jefecita. Quedó pensativo un instante; después se dio la media vuelta.

Regresó a donde estaba su esposa y se sentó a su lado, al pie de la casa abandonada.

—Yo tengo fuerzas para seguir trabajando —le comentó a su esposa con impotencia  al tiempo en que golpeaba el piso con sus botas.

—Si te dicen que ya no, está bien, pero que te paguen —le sugirió con serenidad su esposa, acomodándose el rebozo.

Ese fue tema de plática durante horas hasta que doña María Juliana se arrinconó a descansar en la puerta de la casa abandonada y don Lucio se fue a recorrer las calles. Más tarde tomaron café que preparan en una fogata, bajo el frío de este 15 de enero.

Don Lucio cuenta que presta sus servicios a la empresa de seguridad privada Corporativo de Servicios Integrales. Trabaja 24 horas y descansa otro tanto igual; de la seis de la mañana hasta el siguiente día a la misma hora, con un sueldo de mil 700 quincenales. Ambos viajan casi todos los días de la colonia Independencia, municipio de Berriozábal, donde tiene su domicilio, hacia la capital chiapaneca.

 

La Micra, leyenda del fútbol en Tuxtla


 

Rafael Espinosa / En sus años de gloria, don Armando Cundapí Grajales hizo brincar de euforia a los aficionados del fútbol, con sus gambetas, chilenas y su velocidad de gacela en ambas bandas de la cancha.

Aquel hombre de talento que tuvo la dicha de festejar sus goles en medio de una afición galopante, va quedando en la memoria de los tuxtlecos como una leyenda viviente que hoy, a sus 74 años, se le puede perdonar cualquier pifia en el campo Flor del Sospo, en Tuxtla Gutiérrez.

Don Armando, popularmente conocido como “La Micra”, creció jugando fútbol en los barrios Niño de Atocha, La Lomita, Guadalupe y El Cerrito, donde, a los siete años, se ganó, como premio, sus primeros tenis, un balón y una rasurada de cabello, al ser uno de los primeros en vender 25 periódicos de ”El Ahuizote”, uno de los diarios del siglo pasado en la capital chiapaneca.

Aquel chamaco inquieto que pateaba botes tirados en la calle, mientras boleaba zapatos ajenos, vendía periódicos, y dulces que hacía su madre, admirador de jugadores de la talla de Pelé y Maradona, fue capaz, con el tiempo, de integrarse a equipos infantiles, juveniles hasta llegar a formar parte del equipo de segunda división profesional del Pachuca, cuando apenas era un adolescente.

Su talento lo llevó a jugar en Agua Dulce, Veracruz, en la Sección 22 de Petróleos Mexicanos, Estadio San Isidro, de Torreón, en los países de Honduras, El Salvador y Ecuador, y en innumerables equipos locales como la Selección Chiapas, donde fue reconocido hace más de una década por los exgobernadores Pablo Salazar Mendiguchía y Juan Sabines Guerrero, en tiempos distintos.

La Micra, mote derivado de la palabra “Microbio”, fue tan generoso que ha regalado todos sus trofeos con la afición. De esta historia de éxito solo le han quedado recortes de periódicos y una multitud de fotografías con cientos de equipos, a través de sus 67 años de trayectoria como futbolista llanero y profesional.

En aquellos tiempos de gloria, alguien en uno de los partidos que se realizaban en el barrio La Lomita, en Tuxtla Gutiérrez, espetó: ¿Nadie puede parar a ese microbio? Refiriéndose a don Armando que momentos antes había atravesado, de un hilo, a tres defensas del equipo contrario. De ahí, se originó el mote de Microbio, sin embargo, con el tiempo Pablo Salazar lo bautizó como Micro y finalmente Juan sabines lo consagró como El Micra, al recibir reconocimientos en tiempos distintos.

¿Cómo olvidar aquel gol olímpico que hizo retumbar el estadio, aquel gol de chilena que hizo poner las manos en la cabeza del equipo contrario y los incontables goles de palomita que hizo rendir a los porteros a mitad del arco?, recuerda desde la comodidad de su casa donde sus paredes están tapizadas de fotografías y múltiples diplomas.

Un día, con una paciencia religiosa, llegó a contar mil 68 goles en su haber, y los que faltan, dice, porque todavía sigue jugando en un equipo de veteranos denominado Deportivo San Francisco, en el Flor del Sospo, un campo que cuando fue destinado para tal fin, ayudó a limpiar, recoger basura y escombro, cuando era un terreno agreste del siglo pasado.

La Micra es uno de los doce hermanos, seis hombres y seis mujeres. Cuando era pequeño, por orden de su mamá, iba dejarle pozol a uno de sus hermanos, en una joyería donde trabajaba. Tenía doce años. Se quedaba largo rato viendo el laborioso trajín de su hermano hasta que logró integrarse a la joyería. Este oficio lo ha acompañado y alternado durante toda su vida, igual que el uso de la bicicleta.

A sus 74 años, sale a rodar todas las mañanas por la ciudad. Se siente fisicamente bien, sin embargo, ha decidido con mucha seriedad, como todo virgo, abandonar las canchas de futbol de forma definitiva, el año que viene.

Sus momentos tristes llegan cuando se entera que uno de sus compañeros de antaño ha muerto; los va marcando con una cruz en las fotos de las paredes.

—Cada vez somos menos en el equipo de los vivos —dice con cierta tristeza.

El pasado domingo 20 de diciembre, amigos y familiares le rindieron un homenaje en el Flor del Sospo, en el que los jugadores vistieron una camiseta en su honor y le  desearon larga vida a la leyenda.

Comunicado de última hora: Santa Claus


Queridos niños y niñas:

Aún sigo llenando el trineo de regalos. Está tan cargado que tengo que lanzarlos hasta arriba, sin embargo, algunos vuelven a caer y eso es lo que me quita tiempo. Tengan paciencia. Eso no es todo. He caído tres veces porque los duendes juguetones se me enredan entre los pies. Cuando los busco, ya desaparecieron, son unos traviesos, jo jo jo. Los renos están impacientes jugueteando en el hielo, esperando la salida. Rodolfo ha venido a echarse junto a mi y roza su cabeza con ternura en mi pierna. Tengo miles de cartas que si las uniéramos haríamos un gran libro, jo jo jo. He leído una que me ha roto el corazón. Esperen, tengo que sentarme un momento para leerla, además me sirve para descansar, ufff.  Dice:

Querido Santa:

Quiero de regalo que traigas de vuelta a mi abuelo. Mi madre dice que se ha ido al cielo y como tú andas por allá arriba, volando y entregando regalos, ojalá puedas encontrarlo y regresarlo. En verdad no sé cómo mi abuelo se fue al cielo si no tiene alas. Si no encuentras a mi abuelo, tráeme a mi tía que también se fue al cielo, dice mi madre.

Atentamente

Benito, Centroamérica.

Posdata: Siempre me he portado bien.

¿Saben? A Benito le llevaré una sorpresa. Quiero decirles que en unas horas todos tendrán los regalos que me pidieron, jo jo jo.

¿Saben? En esta ocasión saldré con cubreboca, igual los renos y los duendes. Todos los niños y niñas deben usar cubreboca, si no, no hay regalo, jo jo jo. Díganle a papá y a mamá que todos tenemos que usarlo.

Bueno, tengo que seguir trabajando. No se desvelen, no me esperen despiertos, que los duendes, mis ayudantes, estarán atentos a que se duerman para que les deje los regalos. De eso se trata la sorpresa, de que no me vean y se encuentren el regalo cuando abran los ojos. Los quiero mucho, niños y niñas, jo jo jo.

Fin del comunicado. 

El trineo se mueve con cada bulto nuevo, los duendes juegan debajo y se avientan bolas de nieve. Aún con su fatiga, Santa continúa cargando el trineo bajo la espesa lluvia de nieve. Los renos se divierten resbalándose sobre los lagos de hielo. Ya casi se hace de noche, comienzan a refulgir algunas estrellas. El trineo se ve bastante largo que cuando esté llegando a Centroamérica seguramente la cola este saliendo del polo norte.

 

Breves vivencias de Zambrano




Rafael Espinosa / El agente de la policía de Tránsito caminó cuidadosamente entre la maleza. Le habían reportado la volcadura de una camioneta, sin embargo, nada veía ante la penumbra del amanecer. Había dejado metros atrás la cinta asfáltica y estuvo a punto de abandonar aquel silencio de las seis de la mañana, cuando, de pronto, escuchó unos gemidos de dolor.

—¡Hey! —gritó Zambrano a sus compañeros—; por aquí se escucha que alguien se está quejando.

En ese momento se intensificó la búsqueda y encontraron el cadáver de un hombre. La mujer, a unos metros de ahí, aún se encontraba con vida. Ambos habían salido disparados al volcar la camioneta que se encontraba al fondo, en la Carretera a Emiliano Zapata, en Tuxtla Gutiérrez.

—¡Llamen a todos! —solicitó con urgencia.

Todos, significaba cuerpos de emergencia, peritos, grúa, etc.

Zambrano se hincó y tomó entre sus brazos a la mujer, de unos 28 años, que agonizaba.

—¡Hola! ¿Me escuchas? ¿Cómo te llamas? ¡Aguanta! ¡no te duermas! —le decía desesperado—; ya viene la ambulancia.

La mujer con el cabello alborotado y rastros de sangre en la cara, deseaba decir algo. Zambrano lo sabía por el temblor de los labios y las mejillas, sin embargo, la joven solo hacía espasmos cada vez más lentos.

Cómo olvidar la imagen de aquella mujer que agonizaba entre sus brazos, con las ansias de seguir viviendo, con las ganas de evitar la muerte, dice Luis Ernesto Mendoza Zambrano, con 19 años al servicio de la Policía de Tránsito Municipal de Tuxtla Gutiérrez. Minutos después, la joven murió en su regazo. Fue en el 2011.

Zambrano, como lo conocen en la corporación, ingresó a las filas de la Policía de Tránsito el 28 de octubre del 2001. Empezó como agente pie a tierra, luego ascendió como motopatrullero, auxiliar de perito y hoy, por su actitud de salir adelante y la curiosidad de aprender, es coordinador operativo, a sus 39 años.

Es posible que el deseo de ser policía se haya originado de cuando niño jugaba carritos patrulleros en el patio de su casa, recuerda. No obstante, el tiempo pasó, terminó la preparatoria y se convirtió en padre a los 18 años. Fue policía de seguridad privada por un tiempo, aunque hoy, con tres hijos y con un gran esfuerzo, añade, ha terminado la carrera en Derecho.

Así como la anécdota anterior, le ha tocado vivir otras como la ocurrida hace años, en el Libramiento Norte, frente al Parque del Oriente. Esa vez, atendía un accidente cuando de reojo vio a una pipa de combustible que le pasaba encima a una señora. Entró en shock, con su libreta en la mano. Su compañero lo despertó de su vahído.

—¡Activa la alarma! —. Lo sacudió. Solo entonces, apenas recuperándose del golpe emocional, llamó a la central de emergencias; sus compañeros lograron detener al responsable dos cruceros adelante. Sin dar crédito a lo que acaba de ver, se atravesó en la carretera y empezó a detener el tráfico.

La señora iba a cruzar con su pequeña hija, no obstante, la menor logró salvarse. La señora con las piernas mutiladas se arrastró hacia la orilla mientras llegaba la ambulancia, pero minutos más tarde falleció por la hemorragia incontenible.

—No puedo describir lo que uno siente —deduce Zambrano, quien ha recibido reconocimientos por la calidad en el servicio público, cursos de primeros auxilios, de alcoholimetría, de restablecimiento del orden público y de primer respondiente, a lo largo de su carrera.

Zambrano dice que su mayor satisfacción es servirle a la ciudadanía, ayudar a los demás. Cuenta que nació en la comunidad Benito Juárez, municipio de Villaflores, de donde emigró a la capital chiapaneca con sus padres, a la edad de cinco años. En sus ratos libres convive con su familia, trabaja en un taxi, juega fútbol; y su equipo favorito es Los Pumas.

La impotencia que siente ante una tragedia, es algo parecido a la que siente cuando infracciona a “júniors”, políticos y pudientes en estado de ebriedad, sobre todo, dice, cuando le gritan a uno: ¡Ten por seguro que mañana estás sin trabajo; corre de mi cuenta que te corran!; ¿No sabes quién soy?; ¡pobre gato asalariado!; ¡te vas a arrepentir!

—Con el tiempo se acostumbra uno a que estamos expuestos a todo —reflexiona desde su modesto hogar, en la colonia El Refugio, Chiapa de Corzo.

—¿Qué es lo primero que se te viene a la mente cuando atiendes una tragedia?

—Mi esposa, mis hijos, mi familia. Las tragedias le pueden ocurrir a cualquiera.

¡Julián, Julián! ¿Me escuchas?



―¡Julián, Julián! ¿Me escuchas?... Creo que he llegado demasiado tarde.

Bueno, de cualquier modo, quiero decirte que me da tristeza verte en esa caja, rodeado de flores y cirios. Te ves raro ahí, siempre te veía con una sonrisa bonachona, con tu casaca de paramédico y tu cigarrito en la comisura de los labios. La neta es que sí eras entregado en tu chamba; me atrevo a pensar que pasaste más tiempo en la Cruz Roja que en tu casa, ayudando de urgencia al necesitado.

La verdad es que soy malísimo para las despedidas. No quiero despedirme, solo quiero pedirte que disfrutes tu viaje. Aquí estaremos bien, no te preocupes. Salúdame a todos los conocidos en común. Si te topas con el comandante Carlos Toledo o al Burguete, diles que no alcanzaste a despedirte, pero no te sientas mal que la muerte es una maleducada que te lleva sin avisar. Seguramente, te sentarás a platicar con Carlitos y Burguete para contar anécdotas. Y te preguntarán: ¿cómo están las cosas allá abajo, Chato? Es posible que antes de contestar se te haga un nudo en la garganta y comiences a sufrir por tu familia, pero con el tiempo te acostumbrarás a verla desde allá arriba, espiando desde un pedazo de cielo. Los compañeros de allá arriba sabrán como consolarte, como otros lo hicieron con los nuevos huéspedes de ese lugar que muchos quieren conocer y a otros les da miedo.

―Julián, por lo menos has como si me escuchas.

¿Sabes? Hay mucha gente en este lugar. Un chingo de cuates que siempre te quisieron. Nadie cree que te hayas muerto, tan chavo, tan entregado a tu trabajo y a tus hijas. Recuerdas que a veces llegaba yo de madrugada a la Cruz Roja, siempre estabas al tanto o acostado en ese sillón reclinable de la sala de Servicios de Comunicación. ¿Qué hay, Chato? Preguntabas, somnoliento. En ese momento te despabilabas y compartías un cigarrito. ¡Espera!, traen café en tu honor. No quiero compartir el café mientras tú duermes. Mejor diré que más tarde. ¡No gracias, señorita! Ya se fue. ¿En qué estábamos? Ah, sí. Estábamos en que siempre estabas al tanto de las guardias. La neta es que sabías tu chamba, no había quien dijera: Julián está equivocado. Nel, si no fue en vano 25 años como paramédico. Creo que la gente está pensando que ya me tardé mucho frente a la caja. Ya hay una larga fila detrás de mí; seguramente quieren pensar y platicar un poco de cómo es tan injusta la vida con una persona como tú, pero la verdad es que Dios sabe lo que hace. No te acuites. Tu tranquilo, que aquí nosotros calmados, pero Julián, ¿Por qué te fuiste? Ya me está dando ganas de llorar. Hagamos una cosa, hermano, mejor aparta un gran lugar allá arriba, porque la verdad es que todos vamos a ir para allá arriba y no sabemos si vamos a caber. Te quiero contar un secreto, hermano, si algún día me voy, voy a llevar varias cajas de cigarros para que compartamos y nos alcance para toda la eternidad. Espero que Jesús no se moleste. ¿Ya, señor? La vecina de atrás me está apurando. Sale, hermano, hay nos vemos. Cuídate mucho que nosotros cuidaremos a los tuyos. Chao!

Rafael Espinosa

Mortandad de perros en Montecristo



Rafael Espinosa / El martes 10 de noviembre, los perros amanecieron revolcándose y retorciéndose en la agonía de la muerte, porque minutos antes habían consumido carne envenenada que dos hombres desconocidos lanzaron en la vía pública. Fue entonces cuando los vecinos, desconcertados, se arremolinaron a media calle para saber el origen de aquella desgracia.

Al principio sospechaban las causas pero confirmaron la hipótesis de envenenamiento cuando uno de los perros sobrevivientes, que salió de casa después de los demás, se acercó a un pedazo de carne tirada en la tierra y minutos después sufría de espasmos y tambaleos.

---Doña Mary, a nuestros perros los envenenaron ---dijo pensativa una vecina, observando con detenimiento aquella mortandad.

---Pero… ¿Quién pudo hacer semejante barbaridad? ---repuso doña Mary.

En aquella conferencia vecinal y confusa, una señora recordó a dos hombres, de negro, uno de ellos con un bote en el hombro y el otro con una bolsa negra, que no eran de la colonia y que caminaban sospechosos por la calle.

---Pueden ser ellos ---asintió con cierta inseguridad.

---¡Desgraciados! ---soltó alguien entre la muchedumbre.

---Y ahora, ¿qué hacemos con los perros muertos? ---preguntó una tercera.

---Los enterremos ---contestó otra.

Y más tarde se vio a hombres y mujeres abriendo hoyos. Unos los sepultaron en sus patios y otros lo hicieron en terrenos baldíos, sin embargo, al tercer día, los que sepultaron en descampados, tuvieron que hacer fosas más profundas porque los perros sobrevivientes, al sentir la descomposición de los cuerpos, los desenterraron.

Ese día, la gente logró contar 60 perros muertos, aunque hay quienes afirman que en total fueron 90. Desde hace más de 25 años que se fundó la colonia Montecristo, al sur poniente de la capital, jamás, dicen, habían visto algo así.

---A esta triste colonia ha llegado más pronto la muerte y la delincuencia que la pavimentación o el alumbrado público ---denuncian.

La hipótesis más compartida es que fueron envenenados por delincuentes para poder entrar a robar a los domicilios, aunque hay quienes dicen que pudo ser alguien que tiene aberración a los caninos y otros, aunque la menos aceptada, una venganza de alguien que fue atacado por alguno de los que murieron.

Hoy, a nueve días, nada se sabe de los responsables.