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jueves, 25 de febrero de 2021

La Micra, leyenda del fútbol en Tuxtla


 

Rafael Espinosa / En sus años de gloria, don Armando Cundapí Grajales hizo brincar de euforia a los aficionados del fútbol, con sus gambetas, chilenas y su velocidad de gacela en ambas bandas de la cancha.

Aquel hombre de talento que tuvo la dicha de festejar sus goles en medio de una afición galopante, va quedando en la memoria de los tuxtlecos como una leyenda viviente que hoy, a sus 74 años, se le puede perdonar cualquier pifia en el campo Flor del Sospo, en Tuxtla Gutiérrez.

Don Armando, popularmente conocido como “La Micra”, creció jugando fútbol en los barrios Niño de Atocha, La Lomita, Guadalupe y El Cerrito, donde, a los siete años, se ganó, como premio, sus primeros tenis, un balón y una rasurada de cabello, al ser uno de los primeros en vender 25 periódicos de ”El Ahuizote”, uno de los diarios del siglo pasado en la capital chiapaneca.

Aquel chamaco inquieto que pateaba botes tirados en la calle, mientras boleaba zapatos ajenos, vendía periódicos, y dulces que hacía su madre, admirador de jugadores de la talla de Pelé y Maradona, fue capaz, con el tiempo, de integrarse a equipos infantiles, juveniles hasta llegar a formar parte del equipo de segunda división profesional del Pachuca, cuando apenas era un adolescente.

Su talento lo llevó a jugar en Agua Dulce, Veracruz, en la Sección 22 de Petróleos Mexicanos, Estadio San Isidro, de Torreón, en los países de Honduras, El Salvador y Ecuador, y en innumerables equipos locales como la Selección Chiapas, donde fue reconocido hace más de una década por los exgobernadores Pablo Salazar Mendiguchía y Juan Sabines Guerrero, en tiempos distintos.

La Micra, mote derivado de la palabra “Microbio”, fue tan generoso que ha regalado todos sus trofeos con la afición. De esta historia de éxito solo le han quedado recortes de periódicos y una multitud de fotografías con cientos de equipos, a través de sus 67 años de trayectoria como futbolista llanero y profesional.

En aquellos tiempos de gloria, alguien en uno de los partidos que se realizaban en el barrio La Lomita, en Tuxtla Gutiérrez, espetó: ¿Nadie puede parar a ese microbio? Refiriéndose a don Armando que momentos antes había atravesado, de un hilo, a tres defensas del equipo contrario. De ahí, se originó el mote de Microbio, sin embargo, con el tiempo Pablo Salazar lo bautizó como Micro y finalmente Juan sabines lo consagró como El Micra, al recibir reconocimientos en tiempos distintos.

¿Cómo olvidar aquel gol olímpico que hizo retumbar el estadio, aquel gol de chilena que hizo poner las manos en la cabeza del equipo contrario y los incontables goles de palomita que hizo rendir a los porteros a mitad del arco?, recuerda desde la comodidad de su casa donde sus paredes están tapizadas de fotografías y múltiples diplomas.

Un día, con una paciencia religiosa, llegó a contar mil 68 goles en su haber, y los que faltan, dice, porque todavía sigue jugando en un equipo de veteranos denominado Deportivo San Francisco, en el Flor del Sospo, un campo que cuando fue destinado para tal fin, ayudó a limpiar, recoger basura y escombro, cuando era un terreno agreste del siglo pasado.

La Micra es uno de los doce hermanos, seis hombres y seis mujeres. Cuando era pequeño, por orden de su mamá, iba dejarle pozol a uno de sus hermanos, en una joyería donde trabajaba. Tenía doce años. Se quedaba largo rato viendo el laborioso trajín de su hermano hasta que logró integrarse a la joyería. Este oficio lo ha acompañado y alternado durante toda su vida, igual que el uso de la bicicleta.

A sus 74 años, sale a rodar todas las mañanas por la ciudad. Se siente fisicamente bien, sin embargo, ha decidido con mucha seriedad, como todo virgo, abandonar las canchas de futbol de forma definitiva, el año que viene.

Sus momentos tristes llegan cuando se entera que uno de sus compañeros de antaño ha muerto; los va marcando con una cruz en las fotos de las paredes.

—Cada vez somos menos en el equipo de los vivos —dice con cierta tristeza.

El pasado domingo 20 de diciembre, amigos y familiares le rindieron un homenaje en el Flor del Sospo, en el que los jugadores vistieron una camiseta en su honor y le  desearon larga vida a la leyenda.

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