Rafael
Espinosa / Como un retrato de ternura, dos sexagenarios están sentados al pie
de una casa abandonada, en la colonia Residencial La Hacienda, en Tuxtla
Gutiérrez. Todas las tardes, doña María Juliana acompaña a don Lucio, desde
hace 13 años. Ella dice que no le gusta quedarse sola en casa, por eso decide
acompañarlo, a pesar de las inclemencias del tiempo.
Don
Lucio es vigilante y camina a distintas horas, a través de cuatro manzanas,
soplando su silbato. Su esposa la espera envuelta en un rebozo, con los pies
recogidos y la mirada clavada en los carros que pasan. Podría ser la expresión
más sincera de amor y de soledad en medio de una sociedad que sufre cada día
más por la pandemia.
Durante
sus charlas nocturnas, a veces se estristecen. Hace 15 años fue la última vez
que vieron a su hijo quien es artesano en la Ciudad de México; solo han
mantenido comunicación por teléfono.
La
vez pasada, don Lucio se puso a llorar como un niño, porque recordó a su mamá,
asesinada por su padrastro, cuando él tenía 12 años de edad. Quizás la orfandan
haya sido la causa por la que nunca fue a la escuela. A sus 69 años, se le vienen
muchos recuerdos. Ella lo abraza para aliviar su tristeza.
La
tarde del viernes, don Lucio estaba desconcertado. Momentos antes, su patrona
le había reclamado de su desempeño en el trabajo. Le había dicho que los
vecinos se quejaron de él, porque ya no lo ven vigilar ni pitar por las calles.
Desconoce si sea cierto, porque los vecinos, a veces, le llevan algo de comer o
de tomar, y tampoco han dado muestras de descontento.
—Creo
que esta será la última quincena que trabajes con nosotros —le advirtió su
patrona.
Don
Lucio guardó silencio y después de un instante repuso con templanza:
—Si
ya no le sirvo, está bien, jefecita. Quedó pensativo un instante; después se
dio la media vuelta.
Regresó
a donde estaba su esposa y se sentó a su lado, al pie de la casa abandonada.
—Yo
tengo fuerzas para seguir trabajando —le comentó a su esposa con
impotencia al tiempo en que golpeaba el
piso con sus botas.
—Si
te dicen que ya no, está bien, pero que te paguen —le sugirió con serenidad su
esposa, acomodándose el rebozo.
Ese
fue tema de plática durante horas hasta que doña María Juliana se arrinconó a
descansar en la puerta de la casa abandonada y don Lucio se fue a recorrer las
calles. Más tarde tomaron café que preparan en una fogata, bajo el frío de este
15 de enero.
Don
Lucio cuenta que presta sus servicios a la empresa de seguridad privada
Corporativo de Servicios Integrales. Trabaja 24 horas y descansa otro tanto
igual; de la seis de la mañana hasta el siguiente día a la misma hora, con un
sueldo de mil 700 quincenales. Ambos viajan casi todos los días de la colonia
Independencia, municipio de Berriozábal, donde tiene su domicilio, hacia la
capital chiapaneca.
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