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jueves, 25 de febrero de 2021

El vigilante y su esposa

 

Rafael Espinosa / Como un retrato de ternura, dos sexagenarios están sentados al pie de una casa abandonada, en la colonia Residencial La Hacienda, en Tuxtla Gutiérrez. Todas las tardes, doña María Juliana acompaña a don Lucio, desde hace 13 años. Ella dice que no le gusta quedarse sola en casa, por eso decide acompañarlo, a pesar de las inclemencias del tiempo.

Don Lucio es vigilante y camina a distintas horas, a través de cuatro manzanas, soplando su silbato. Su esposa la espera envuelta en un rebozo, con los pies recogidos y la mirada clavada en los carros que pasan. Podría ser la expresión más sincera de amor y de soledad en medio de una sociedad que sufre cada día más por la pandemia.

Durante sus charlas nocturnas, a veces se estristecen. Hace 15 años fue la última vez que vieron a su hijo quien es artesano en la Ciudad de México; solo han mantenido comunicación por teléfono.

La vez pasada, don Lucio se puso a llorar como un niño, porque recordó a su mamá, asesinada por su padrastro, cuando él tenía 12 años de edad. Quizás la orfandan haya sido la causa por la que nunca fue a la escuela. A sus 69 años, se le vienen muchos recuerdos. Ella lo abraza para aliviar su tristeza.

La tarde del viernes, don Lucio estaba desconcertado. Momentos antes, su patrona le había reclamado de su desempeño en el trabajo. Le había dicho que los vecinos se quejaron de él, porque ya no lo ven vigilar ni pitar por las calles. Desconoce si sea cierto, porque los vecinos, a veces, le llevan algo de comer o de tomar, y tampoco han dado muestras de descontento.

—Creo que esta será la última quincena que trabajes con nosotros —le advirtió su patrona.

Don Lucio guardó silencio y después de un instante repuso con templanza:

—Si ya no le sirvo, está bien, jefecita. Quedó pensativo un instante; después se dio la media vuelta.

Regresó a donde estaba su esposa y se sentó a su lado, al pie de la casa abandonada.

—Yo tengo fuerzas para seguir trabajando —le comentó a su esposa con impotencia  al tiempo en que golpeaba el piso con sus botas.

—Si te dicen que ya no, está bien, pero que te paguen —le sugirió con serenidad su esposa, acomodándose el rebozo.

Ese fue tema de plática durante horas hasta que doña María Juliana se arrinconó a descansar en la puerta de la casa abandonada y don Lucio se fue a recorrer las calles. Más tarde tomaron café que preparan en una fogata, bajo el frío de este 15 de enero.

Don Lucio cuenta que presta sus servicios a la empresa de seguridad privada Corporativo de Servicios Integrales. Trabaja 24 horas y descansa otro tanto igual; de la seis de la mañana hasta el siguiente día a la misma hora, con un sueldo de mil 700 quincenales. Ambos viajan casi todos los días de la colonia Independencia, municipio de Berriozábal, donde tiene su domicilio, hacia la capital chiapaneca.

 

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