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miércoles, 19 de septiembre de 2018

El último eslabón de la taquigrafía




• Don Gilberto González Araujo

Rafael Espinosa / A sus 87 años, don Gilberto tiene la dicha de contar con lucidez su trayectoria laboral en el Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez. Entró a trabajar en enero de 1983, siendo alcalde Noé Camacho Camacho, cuando las sesiones de Cabildo se resolvían con cuatro regidores, un secretario general, un síndico y el presidente municipal.

Como hasta hoy, elaboraba en taquigrafía las Actas de Cabildo para después transcribirlas en la antigua máquina de escribir.

Tenía 52 años y suficiente experiencia para redactar a una velocidad increíble, ya que como secretario había trabajado en una agencia de autos, en un departamento administrativo de la Secretaría General de Gobierno del Estado y más de una década en Aguardientes de Chiapas, una empresa prolífica del siglo pasado de don Moctezuma Pedrero.

A don Gil le ha encantado siempre ser secretario y escribir en taquigrafía, por eso el exgobernador Francisco J. Grajales lo llevó a trabajar con él muchos años a la Ciudad de México, cuando fue Comandante de la XVI Zona Miltar, Director del Colegio Militar y Director de la Escuela Superior de Guerra.

Después de ese ajetreo foráneo, don Gil ingresó a trabajar al Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez, cuando el palacio municipal estrenaba su ubicación actual, aunque en ese entonces, dice, parecía un edificio solariego con corredores, pilares y pérgolas.

Durante sus 35 años de servicio en el Ayuntamiento, don Gil ha sido testigo de la modificación del cuerpo edilicio, desde que era conformado por cuatro, ocho y el actual con 14 regidores.

Ha escrito miles de Órdenes del Día, Acuerdos y Actas en taquigrafía a lo largo del estadio de 18 presidentes municipales, desde aquellos que duraron el trienio completo hasta los que han sido ediles por un día.

Descubrió su talento en la Escuela Prevocacional donde recibía clases de taquigrafía y de escritura en máquinas mécanicas de escribir, y no le buscó más, recuerda, de tal manera que se pasaba en la oficina hasta deshoras de la noche cumpliendo con su trabajo.

A sus casi 90 años, don Gilberto González Araujo, un hombre popular en palacio municipal y muy sano, continúa escribiendo las Actas de Cabildo con su técnica peculiar que transcribe después a computadora.

—Mientras yo tenga vida, seguiré adelante —dice en la Sala de Cabildo frente a más de cincuenta retratos de expresidentes municipales.

En el trienio de Juan Sabines Guerrero cumplió cabalmente sus 28 años de servicio. Con la presidenta Rosario Pariente tramitó su jubilación, y la administración de Jaime Valls le permitió seguir haciendo actas por su voluntad a cambio de una remuneración.

Tiene ocho años jubilado y sigue trabajando con mucha pasión.

Florencio Villalobos; 48 años en la fotografía

Foto: Jacob García



• El mejor ángulo de su vida

Rafael Espinosa / Hoy cumpleaños uno de los personajes más emblemáticos de la fotografía en Chiapas. Como fotógrafo oficial ha cubierto a 11 gobernadores, interinos, sustitutos y candidaturas políticas, desde la época del General Absalón Castellanos Domínguez hasta el actual mandatario estatal, Manuel Velasco Coello.

Don Florencio Villalobos nació el 16 de septiembre de 1950, en Tehuantepec, Oaxaca. Desde niño se mudó a Tapachula, Chiapas, donde siendo joven comenzó a encapsular imágenes instantáneas en el Parque Miguel Hidalgo, con un caballito de madera y traje de charro para los niños.

Alguna vez en su vida pensó estudiar la licenciatura en Contaduría Pública, sin embargo, las vicisitudes del destino lo llevaron a conocer el mundo de la fotografía, un oficio que le ha dado de comer a lo largo de sus 48 años de carrera profesional.

A sus 68 años, no se ha dejado apabullar por la evolución tecnológica. En sus inicios fue laboratorista e impresor de fotografías en blanco y negro, y actualmente asesora a sus amigos de las nuevas generaciones, a través de aplicaciones y programas relacionados con la era digital.

Nunca pensó llegar a estas alturas en el oficio de fotógrafo y todo lo que ello implica, dice, porque comenzó con una cámara de rollo de 35 milímetros y ahora tiene conocimientos en la perfeccción de las imágenes en la computadora.

Cuando el huracán Stan, en 2005, don Florencio utilizó la primera cámara digital en Chiapas, una Mavika que usaba tarjetas grandes que le cabían seis imágenes, recuerda al tiempo de decir que la mayor parte de su vida ha laborado en las áreas de Comunicación Social de Gobierno del Estado, desde 1983.

A don Florencio se le caracteriza por llevar siempre un monopié, selfie stick, lentes y teleobjetivos, incluso una cámara fotográfica de repuesto. En su pequeña oficina del Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez, capital de Chiapas, tiene sus gavetas llenas de memorias, pilas recargables, pañuelos y cepillos especiales para la limpieza de sus equipos, y una computadora.

Entre el gremio de fotógrafos lo conocen como “Pajarito”, un hombre que en sus mejores tiempos imitaba el sonido de pájaros y de sirenas de ambulancias y patrullas en radionovelas del siglo pasado. Dejó de hacerlo a causa de una operación de la garganta. “Todo por servir se acaba, chato”, dice con cierta melancolía.

Es común ver que exgobernadores, gobernadores, presidentes municipales, políticos y amigos del gremio, lo saluden en los eventos públicos con abrazos efusivos a lo que él responde con una sonrisa amistosa.

Como fotógrafo es profesional, responsable y trabajador. No falta una sola vez en el calendario, salvo que sea la fecha de su cumpleaños, incluso cuando se siente indispuesto se presenta a su oficina como si se sintiera menos mal en el trabajo.

Da la impresión de que es una persona seria, sin embargo, detrás de sus gafas de montura negra y su inseparable gorra, hay un fotógrafo sencillo, reservado, y que enaltece la lealtad, dice Pepe Ortega, compañero de trabajo.

Para René Araujo, fotógrafo profesional y amigo entrañable de muchos años, define a don Florencio como una persona de constancia inquebrantable, ejemplo de las nuevas generaciones por su esfuerzo, dedicación y compromiso en su quehacer cotidiano.

Miguel Abarca, otro compañero del gremio que lo conoce desde hace 13 años, resume a don Florencio como un hombre amable, con gran experiencia en el oficio y muy cuidadoso con su equipo fotográfico.

Aunque sus pasos no tienen la misma fortaleza que en su juventud, don Florencio continúa haciendo fotografías con la misma pasión que cuando descubrió su gusto por este oficio; y así seguirá “hasta que Dios nos preste vida”, reflexiona.

En esta semana, el presidente municipal de Tuxtla Gutiérrez, Carlos Molano, le hará entrega de un reconocimiento por su destacada labor, trayectoria y profesionalismo en el arte de la fotografía.

Una cafetería muy singular




• Atendida por tres jóvenes con Síndrome de Down y una chef profesional

Rafael Espinosa / En Tuxtla Gutiérrez existe una pequeña pero muy cálida cafetería. Quizá la única en el país que es atendida por tres jóvenes con Síndrome de Down y una chef profesional. Es un negocio pequeño de colores vivos y muebles de madera. El miércoles 5 de septiembre cumple su primer aniversario.

Andrés, uno de los jóvenes, prefiere la atención al cliente y la limpieza de los muebles. Ángel se siente más cómodo preparando alimentos, principalmente ensaladas. Adriana le gusta hacer de todo, aunque su fuerte es hacer aguas frescas.

Karen es la chef que atiende y supervisa la buena operación del local; es una joven noble y risueña. Cuenta que al principio fue un poco difícil hacer equipo, sin embargo, con el tiempo ha logrado acoplarse. Para que le traigan los ingredientes del refrigerador durante la preparación de un alimento, ha aprendido a pedirlos por sus texturas, colores y formas. Por ejemplo, dice, carnes en rebanadas es el jamón, cuadros de pan es el pan de caja, por mencionar algunos detalles. Ellos también han aprendido acerca de la higiene, del buen servicio y modales hacia los clientes.

Una vez, Ángel me sacó a bailar, dice Karen sonriente. Sabe bailar tango.

—Jefa —le dijo—; ¿Puedo enseñarte a bailar?

Karen un poco indecisa aceptó.

—Te voy a enseñar El Gran Final —. Y la tomó del brazo.

Se les veía tomados de la mano trazando pasos rítmicos en el pequeño espacio de luces diáfanas, a través de las puertas corredizas de cristal. Al final de la pieza ocurrió algo muy chistoso, dice esbozando una sonrisa, porque casi caemos cuando sorpresivamente él inclinó mi cuerpo hacia un lado y yo quedé mirando de cabeza.

—Trabajar con ellos es una experiencia gratificante —concluye Karen quien práctica triatlón en sus tardes libres.

Deli-DIF, nombre de la pequeña cafetería, es un lugar gourmet donde ofrecen café, aguas naturales, licuados, sándwiches, tortas, postres, entre otros productos del buen comer.

Patricia Cantoral, presidenta del DIF Tuxtla Gutiérrez, está muy emocionada dándole seguimiento al proyecto, puesto que “la idea es incluyente y un parteaguas para demostrar que los muchachos con Síndrome de Down, pueden tener una vida productiva dentro de la sociedad”. Hoy, martes 4 de septiembre, hará una pequeña celebración por el primer aniversario.

Los jóvenes son voluntarios de la Asociación Civil Unidos Pro-Down, a través de un convenio con el DIF Tuxtla, y están con el permiso de sus padres, en un horario flexible de nueve a una del día. Andrés trabaja los lunes; Ángel martes y miércoles; y Adriana los jueves y viernes.

Verónica Tego, directora del DIF Tuxtla Gutiérrez, hace extensiva la invitación a los empresarios para que abran sus puertas a la inclusión, pero sobre todo a la población para que conozca este maravilloso espacio.

Ubicación: 16 Poniente y 1ª Norte, en Tuxtla Gutiérrez, a un costado del DIF Municipal.

Mi mamá es mi sombra




Rafael Espinosa / El 4 de marzo del 2014, Ana Paola no fue a la escuela. Minutos antes de las ocho de la mañana, con la inquietud y rebeldía de sus nueve años, se puso el uniforme y sin ganas se comió el chayote con huevo que había en la mesa. Su madre le repetía que se diera prisa porque, de un momento a otro, pasaría el transporte escolar por ella.

—Mamá, tú nunca me llevas a la escuela —alegó la niña, aunque lo de “nunca” no fuese cierto.

—Está bien, yo te llevaré, pero apúrate —.

Bajaron las escaleras del tercer piso del departamento. Una tía suya que vive cerca de ahí, se ofreció a llevarlas pero que esperaran tantito; sin embargo, como se estaba tardando, decidieron seguir caminando para tomar el transporte público. Llevaba en brazos a su hijo Emilio y de la mano a Ana Paola con su mochila al hombro.

Al llegar a la calle principal, le hizo la parada a un taxi que transitaba al otro lado del bulevar. Una automovilista que parecía tener prisa discutía con su hija mientras el vehículo avanzaba. Frente a doña Esperanza pasó otro taxi vacío sin que le hiciera la parada porque se sentía comprometida con el primero cuyo chofer hizo señas de regresar.

No obstante, al notar que el primer taxi no volvía, decidió cruzar de la mano con Ana Paola y su bebé en brazos. Estando en medio del bulevar, dejaron pasar varios vehículos hasta que ella le dijo a su hija que corrieran, pero Ana Paola titubeó y sin saber qué hacer se quedó paralizada a mitad del carril.

(En la Carretera a Emiliano Zapata, casi frente al fraccionamiento Colinas del Rey, en Terán, Tuxtla Gutiérrez).

Se escuchó un golpe seco. Doña esperanza sintió morirse y, con impotencia y dolor, repitió con llanto: ¡Auxilio, una ambulancia!

La fila de coches comenzó a detenerse.

—No la toque, señora —le dijo una enfermera que de casualidad pasaba por ahí.

Minutos más tarde, paramédicos la llevaron al hospital. Fue entonces cuando la automovilista, Edith Soledad Pérez Aragón, dice, se valió de argucias para manipular el accidente al quedarse sola con las autoridades.

Doña Esperanza recuerda que en el instante del accidente, la automovilista manejaba distraída al discutir con su hija, por eso no tuvo tiempo de frenar y se detuvo a unos 50 metros adelante. Incluso, en el retorno anterior, estuvo a punto de chocar con otro auto.

Ahora, cuatro años después, Ana Paola anda en silla de ruedas, da sus primeros pasos con ayuda de su madre, articula palabras con mucho trabajo, sin embargo, no ha dejado la escuela, cursa el segundo grado de secundaria, siempre en compañía de su mamá, y cuando sea grande quiere ser licenciada en Administración de Empresas.

Asiste al CRIT, se rehabilita con equinoterapia y terapia de imanes. En su escuela, el ESTI-65, alguien de buena voluntad mandó a hacer una rampa en la entrada, aunque doña Esperanza tiene que cargarla porque su salón de clases está en el segundo nivel.

Al principio como hasta ahora junta dinero con ayuda de voluntarios, para comprar medicinas y desplazarse en taxi. La automovilista quedó libre al día siguiente. Para colmo a veces la mira porque es vecina de la colonia.

Ante la insistencia de pedir justicia, se enteró de que la señora pretendía cobrarle cinco mil pesos por los daños a su coche.

Ana Paola reconoció a su madre a los ocho meses del accidente y dos meses más tarde comenzó a decir sus primeras palabras aunque por sílabas: ¡ma-má, a-gu-a! Esa vez doña Esperanza se puso feliz. Antes de que su hija recobrara el habla, le cantaba las vocales mientras le daba purés y papillas.

—Mi mamá es mi sombra —dice tiernamente, apenas entendible. Se arrulla sobre el hombro de su madre.

—Gracias a Dios mi hija está viva —.

En su cumpleaños número 14, el próximo 30 de septiembre, lo único que desea es un teléfono celular.

Los que deseen apoyar, este es el número telefónico de doña Esperanza: 961 143 0759

Carpeta de Investigación: C.I. 058 101 0024 2014

El joven pintor tsotsil






* Me inspira mi origen y mi pueblo mágico: Andrés López

Rafael Espinosa / Cuando Andrés era un niño, sus papás y hermanos salieron de su comunidad a consecuencia de conflictos sociales, caminaron hora y media a través de las montañas, sin más bártulos que los que alcanzaron a agarrar. Se instalaron en San Juan Chamula e iniciaron una vida nueva. Sin embargo, una mañana cuando desayunaban en la mesa, su padre le dijo una frase que ha sido motivo de reflexión para las nuevas generaciones.

—Ya no puedo apoyarte con la escuela, así que ponte a trabajar —le dijo en lengua tsotsil antes de echarse la caja de chicles al hombro.

En ese momento de inocencia infantil, quizá no le haya dado tanta importancia al asunto, por lo que Andrés anduvo sin pena buscando trabajo hasta que al poco se le vio, igual que a su padre, como vendedor itinerante, con una caja de chicles en el pecho u otras veces con una canasta de chicharrines en la cabeza.

Una tarde, cuando su madre iba a inscribirse a un programa social de gobierno a la Casa de la Cultura del pueblo, le dijo: ¡Hijo, acompáñame! Y lo llevó de la mano.

En realidad, Andrés no quería ir, dice, no obstante, visitó sin interés los talleres de danza y música, y ocurrió en él algo muy distinto al entrar al pabellón de pintura.

—Sentí algo bonito —recuerda—; fue como si entrara a otro mundo —.

Desde entonces, en todo un año no faltó a las clases de pintura hasta que un día demolieron la Casa de la Cultura para construir un mercado público. De la venta de chicles y chicharrines comenzó a ahorrar para continuar la secundaria. Más tarde, reinició su curso en la Casa de la Cultura edificada en otro sitio de la localidad.

Mientras cursaba en el Cobach, plantel 57, en San Juan Chamula, puso un negocio de baratijas de importación para ayudarse y a la vez participaba en los concursos de pintura en los que obtuvo múltiples reconocimientos y primeros lugares.

Después de 10 años de recibir talleres, fue nombrado director de la Casa de la Cultura de San Juan Chamula, se matriculó en la licenciatura de Lengua y Cultura en la Universidad Intercultural de Chiapas (Unich); sin embargo, a los dos años, abandonó sus estudios a consecuencia de un accidente en motocicleta, medio que usaba para economizarse los pasajes de la escuela a su casa y viceversa.

—¿La escuela o el trabajo? —se cuestionó cuando estaba convaleciente.

De este modo eligió continuar pintando en casa, en sus ratos libres, inspirándose en los cuadros de pintores como Rembrandt, José María Velazco, Diego Velazquez, entre otros grandes de estilos diversos.

A sus 24 años, ha sido integrante de la Orquesta Sinfónica Esperanza Azteca, imparte talleres de artes plásticas a los jóvenes de su comunidad y ha expuesto sus obras en distintos estados del país. El año pasado, mediante sus composiciones pictóricas, representó a Chiapas en Japón.

Su sueño es exhibir sus óleos en las galerías de París, Francia, donde existe una fecunda competencia entre artistas que tienen el mismo anhelo.

En la celebración del 40 aniversario del Colegio de Bachilleres en Chiapas, Andrés expuso una serie de obras y dirigió un mensaje emotivo, en tsotsil y luego en español, a los jóvenes estudiantes que culminó en un aplauso pletórico:

“Mi mayor motivación han sido las carencias que viví en la infancia, los deseos de mis padres por apoyarme sin tener con qué, de lograr mis propósitos a través del arte, porque no hay mayor satisfacción que hacer lo que a uno le gusta”.

En la noche, acompañado de su esposa, estaba disfrutando del frío en su casa, en San Juan Chamula, donde próximamente cumplirá otro de sus mejores sueños: lograr el primer taller de pintura comunitario en el país.

Andrés agradece a sus maestros Esteban García, de Las Margaritas; Akio Hanafuji, de origen japonés con residencia en San Cristóbal de Las Casas; y José Alberto Aguilar Mayorga, docente, entre otros que sin su ayuda y orientación quizá no hubiera brillado como hoy, dice.

Su madre es ama de casa, su padre aún vende chicles, sus ocho hermanas y hermanos fabrican trajes tradicionales, uno es docente y los más pequeños estudian la primaria y secundaria. Andrés aún tiene su pequeño changarro de oropeles. Todos, en la medida de sus posibilidades, se apoyan mutuamente.

Mi padre y yo





Rafael Espinosa / Moisés siente un amor intenso por su padre que daría la vida por él. Hace poco estaba en su silla de ruedas, en su casa, cuando escuchó el frenar intempestivo de un coche y lo primero que pensó fue en su padre que había ido a la tienda. Como pudo salió a la calle y vio a su padre tirado en el pavimento sin que pudiera hacer algo con su impotencia más que inquietarse en su silla.

***

Moisés nació hace 24 años sin que hasta hoy pueda caminar a causa de un tumor en la columna vertebral que le extrajeron a los tres días de nacido. Su padre le ha contado, sin culparlo a él, que después de su nacimiento aumentaron los problemas maritales hasta llegar a la separación; ella se quedó con cuatro niños y él se hizo cargo de Moisés.

Vivían en un pueblo de la costa de Guatemala donde su padre lo cargaba para todos lados y lo apoyaba en sus necesidades elementales. Aprendieron a vivir juntos con carencias profundas aunque siempre han superado las adversidades. Al poco consiguieron una silla de ruedas que hizo la vida más fácil a ambos.

Un día salieron de este pueblo donde por primera vez Moisés intentó quitarse la vida al terminar la relación que tenía con una chica de su edad cuyo fin conserva en secreto y en la intimidad de sus recuerdos.

—Tenía la soga en el cuello, pero no alcancé ninguna viga que la sujetara —cuenta Moisés quien ahora se ríe de semejante barbaridad.

Más tarde, cruzaron la frontera de Guatemala con México y se instalaron en Tapachula, Chiapas. De este modo es que después llegaron a Tuxtla Gutiérrez donde residen desde hace más de 15 años.

Sin que ninguno de los dos supiera leer ni escribir, andaban como errantes y con gran inocencia, de tal modo que los agentes de migración no se molestaron en revisarlos y muchos menos en pedirles sus documentos.

Como hasta hoy, con ayuda de su padre, Moisés pide dinero en los cruceros y parques de la capital y rentan una casa pequeña en la colonia Los Manguitos, en Tuxtla, donde no tienen más que sendos colchones en el piso y ropa en cajones, sin radio ni televisión.

Dice que algunos automovilistas les han gritado improperios como: ¡Pónganse a trabajar! ¡No te hagas, si bien que caminas!

Moisés sólo les contesta: Que Dios los bendiga y cuide sus hogares.

Ha aprendido a abrir la llave de la regadera, a bañarse y cambiarse solo. Por las mañanas, se levanta y en raras ocasiones desayuna pollo frito que tanto le gusta.

Su mayor ilusión es tener una familia propia y comprarse una silla de ruedas semideportiva. Le agrada el basquetbol cuyo deporte practica a veces en el “Panchón Contreras”.

Un día, cuando andaba en el centro, sólo por curiosidad entró a una tienda deportiva y salió desilusionado, con su cara alargada, al enterarse de que la silla que desea cuesta 18 mil pesos.

—Ah, gracias, le dijo al empleado —recuerda.

Todas las noches platica con su padre hasta que se queda dormido.

Esta tarde del miércoles, su padre, de 66 años, se quedó en casa porque se sentía indispuesto. Aquella vez del accidente, por fortuna las heridas no fueron graves, sin embargo, ha sentido el peso de los años.

Esta vez, Moisés ha salido solo rumbo al centro a pedir caridad y encontrarse con amigos ambulantes para ir aprendiendo vivir cuando su padre ya no esté.

Asalto in fraganti




•Dos malandrines a una pareja de adolescentes

Rafael Espinosa/Después de una agobiante jornada laboral, don Benito regresaba a casa a bordo de un colectivo de la ruta 86. Aún llevaba puesto su uniforme de policía. Momentos antes se había despedido de sus compañeros que prevenían que los vendedores informales se apoderaran nuevamente de las calles del centro. Había comprado su comida y durante su viaje en el colectivo, pensaba un poco en asuntos de toda índole. Eran alrededor de las seis de la tarde del pasado domingo 24 de junio.

Durante su ruta, el colectivo dobló en una calle solitaria y adyacente a la Clínica de la Mujer Oriente, donde el chofer se detuvo intempestivamente al presenciar un asalto de dos hombres a una pareja de adolescentes. El chofer sabía que a bordo viajaba un policía, por eso no dudó en hacer el llamado.

—¡Oficial están asaltando a los chavos! —dijo sorprendido, dirigiéndose a don Benito.

Don Benito no pudo negarse al auxilio porque llevaba puesto el uniforme. Pasó por su cabeza contestarle “no puedo, estoy cansado, estoy franco, tengo hambre”; sin embargo, su responsabilidad moral fue mayor y sintió de pronto el momento embarazoso y la mirada incisiva de los pasajeros que comenzaban a inquietarse.

—¡Oficial, haga algo pues! —lo espoleó una señora al tiempo en que el chofer abrió la puerta.

En este instante, los malandrines salieron a tropel.

—¡Auxilio, ayúdennos! —gritó alterada la pareja de jóvenes.

Don Benito, con su bolsa de comida en la mano y su mochila al hombro, inició la persecución apoyado por un voluntario velador que también viajaba en el colectivo. El adolescente se sumó a la carrera.

Don Benito recuerda impresionado que uno de los malandrines toreaba y brincaba los coches como si fuese una gacela al cruzar el Libramiento Norte, rumbo a la entrada de la colonia Patria Nueva. El otro, dice, parecía un poco torpe.

Mientras esto ocurría, el chofer del colectivo se echó reversa y los pasajeros dominados por la curiosidad y el morbo se apearon de la unidad.

La resistencia del malandrín no dio para más, de modo que tuvo que detenerse, pegándose a una pared, mientras que el más astuto se perdió entre las calles de la colonia cercana.

El mayor temor de don Benito era que el malandrín estuviera armado y aunque el malhechor estaba inerme, tenía una boca que escupía amenazas y ofensas por todos lados. Fue entonces cuando don Benito le aplicó una llave y lo tiró al suelo.

—Devuélveme las cosas —se animó a decirle el adolescente, mientras que su novia, espantada y llorando, se acercaba a él.

—¡No tengo nada, qué quieres que te dé; chinga tu madre! —repuso el malandrín con insolencia.

—¿Dónde las tienes? —amagó con autoridad don Benito por momentos dominado por la adrenalina.

—Aquí los tengo —dijo finalmente doblándose y desembolsando las dos carteras y el celular de los jóvenes.

—Échame la mano —suplicó a las víctimas al punto del llanto y con la voz quebrada—; hazme el paro.

—Tu no pensaste en nosotros —reviró el adolescente—; además, nos cacheteaste.

Minutos después llegó una patrulla que se lo llevó a la cárcel.

Los muchachos se desvivieron dando las gracias a don Benito.

Don Benito, de 43 años, llegó a su casa, aventó su comida en la mesa y se acostó en la cama, repitiendo mil veces en su cabeza la persecución.

Más tarde, recibió un reconocimiento y un estímulo económico por su destacada labor profesional, de parte del Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez, en la sala de Cabildo.

—Mientras tengamos la camisa de la policía vamos a seguir protegiendo al pueblo —sostuvo orgulloso don Benito con 18 años de experiencia en la policía.