•Dos malandrines a una pareja de
adolescentes
Rafael Espinosa/Después de una agobiante
jornada laboral, don Benito regresaba a casa a bordo de un colectivo de la ruta
86. Aún llevaba puesto su uniforme de policía. Momentos antes se había
despedido de sus compañeros que prevenían que los vendedores informales se
apoderaran nuevamente de las calles del centro. Había comprado su comida y
durante su viaje en el colectivo, pensaba un poco en asuntos de toda índole.
Eran alrededor de las seis de la tarde del pasado domingo 24 de junio.
Durante su ruta, el colectivo dobló en
una calle solitaria y adyacente a la Clínica de la Mujer Oriente, donde el
chofer se detuvo intempestivamente al presenciar un asalto de dos hombres a una
pareja de adolescentes. El chofer sabía que a bordo viajaba un policía, por eso
no dudó en hacer el llamado.
—¡Oficial están asaltando a los chavos!
—dijo sorprendido, dirigiéndose a don Benito.
Don Benito no pudo negarse al auxilio
porque llevaba puesto el uniforme. Pasó por su cabeza contestarle “no puedo,
estoy cansado, estoy franco, tengo hambre”; sin embargo, su responsabilidad
moral fue mayor y sintió de pronto el momento embarazoso y la mirada incisiva
de los pasajeros que comenzaban a inquietarse.
—¡Oficial, haga algo pues! —lo espoleó
una señora al tiempo en que el chofer abrió la puerta.
En este instante, los malandrines
salieron a tropel.
—¡Auxilio, ayúdennos! —gritó alterada la
pareja de jóvenes.
Don Benito, con su bolsa de comida en la
mano y su mochila al hombro, inició la persecución apoyado por un voluntario
velador que también viajaba en el colectivo. El adolescente se sumó a la
carrera.
Don Benito recuerda impresionado que uno
de los malandrines toreaba y brincaba los coches como si fuese una gacela al
cruzar el Libramiento Norte, rumbo a la entrada de la colonia Patria Nueva. El
otro, dice, parecía un poco torpe.
Mientras esto ocurría, el chofer del
colectivo se echó reversa y los pasajeros dominados por la curiosidad y el
morbo se apearon de la unidad.
La resistencia del malandrín no dio para
más, de modo que tuvo que detenerse, pegándose a una pared, mientras que el más
astuto se perdió entre las calles de la colonia cercana.
El mayor temor de don Benito era que el
malandrín estuviera armado y aunque el malhechor estaba inerme, tenía una boca
que escupía amenazas y ofensas por todos lados. Fue entonces cuando don Benito
le aplicó una llave y lo tiró al suelo.
—Devuélveme las cosas —se animó a
decirle el adolescente, mientras que su novia, espantada y llorando, se
acercaba a él.
—¡No tengo nada, qué quieres que te dé;
chinga tu madre! —repuso el malandrín con insolencia.
—¿Dónde las tienes? —amagó con autoridad
don Benito por momentos dominado por la adrenalina.
—Aquí los tengo —dijo finalmente
doblándose y desembolsando las dos carteras y el celular de los jóvenes.
—Échame la mano —suplicó a las víctimas
al punto del llanto y con la voz quebrada—; hazme el paro.
—Tu no pensaste en nosotros —reviró el
adolescente—; además, nos cacheteaste.
Minutos después llegó una patrulla que
se lo llevó a la cárcel.
Los muchachos se desvivieron dando las
gracias a don Benito.
Don Benito, de 43 años, llegó a su casa,
aventó su comida en la mesa y se acostó en la cama, repitiendo mil veces en su
cabeza la persecución.
Más tarde, recibió un reconocimiento y
un estímulo económico por su destacada labor profesional, de parte del
Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez, en la sala de Cabildo.
—Mientras tengamos la camisa de la
policía vamos a seguir protegiendo al pueblo —sostuvo orgulloso don Benito con
18 años de experiencia en la policía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario