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miércoles, 19 de septiembre de 2018

Asalto in fraganti




•Dos malandrines a una pareja de adolescentes

Rafael Espinosa/Después de una agobiante jornada laboral, don Benito regresaba a casa a bordo de un colectivo de la ruta 86. Aún llevaba puesto su uniforme de policía. Momentos antes se había despedido de sus compañeros que prevenían que los vendedores informales se apoderaran nuevamente de las calles del centro. Había comprado su comida y durante su viaje en el colectivo, pensaba un poco en asuntos de toda índole. Eran alrededor de las seis de la tarde del pasado domingo 24 de junio.

Durante su ruta, el colectivo dobló en una calle solitaria y adyacente a la Clínica de la Mujer Oriente, donde el chofer se detuvo intempestivamente al presenciar un asalto de dos hombres a una pareja de adolescentes. El chofer sabía que a bordo viajaba un policía, por eso no dudó en hacer el llamado.

—¡Oficial están asaltando a los chavos! —dijo sorprendido, dirigiéndose a don Benito.

Don Benito no pudo negarse al auxilio porque llevaba puesto el uniforme. Pasó por su cabeza contestarle “no puedo, estoy cansado, estoy franco, tengo hambre”; sin embargo, su responsabilidad moral fue mayor y sintió de pronto el momento embarazoso y la mirada incisiva de los pasajeros que comenzaban a inquietarse.

—¡Oficial, haga algo pues! —lo espoleó una señora al tiempo en que el chofer abrió la puerta.

En este instante, los malandrines salieron a tropel.

—¡Auxilio, ayúdennos! —gritó alterada la pareja de jóvenes.

Don Benito, con su bolsa de comida en la mano y su mochila al hombro, inició la persecución apoyado por un voluntario velador que también viajaba en el colectivo. El adolescente se sumó a la carrera.

Don Benito recuerda impresionado que uno de los malandrines toreaba y brincaba los coches como si fuese una gacela al cruzar el Libramiento Norte, rumbo a la entrada de la colonia Patria Nueva. El otro, dice, parecía un poco torpe.

Mientras esto ocurría, el chofer del colectivo se echó reversa y los pasajeros dominados por la curiosidad y el morbo se apearon de la unidad.

La resistencia del malandrín no dio para más, de modo que tuvo que detenerse, pegándose a una pared, mientras que el más astuto se perdió entre las calles de la colonia cercana.

El mayor temor de don Benito era que el malandrín estuviera armado y aunque el malhechor estaba inerme, tenía una boca que escupía amenazas y ofensas por todos lados. Fue entonces cuando don Benito le aplicó una llave y lo tiró al suelo.

—Devuélveme las cosas —se animó a decirle el adolescente, mientras que su novia, espantada y llorando, se acercaba a él.

—¡No tengo nada, qué quieres que te dé; chinga tu madre! —repuso el malandrín con insolencia.

—¿Dónde las tienes? —amagó con autoridad don Benito por momentos dominado por la adrenalina.

—Aquí los tengo —dijo finalmente doblándose y desembolsando las dos carteras y el celular de los jóvenes.

—Échame la mano —suplicó a las víctimas al punto del llanto y con la voz quebrada—; hazme el paro.

—Tu no pensaste en nosotros —reviró el adolescente—; además, nos cacheteaste.

Minutos después llegó una patrulla que se lo llevó a la cárcel.

Los muchachos se desvivieron dando las gracias a don Benito.

Don Benito, de 43 años, llegó a su casa, aventó su comida en la mesa y se acostó en la cama, repitiendo mil veces en su cabeza la persecución.

Más tarde, recibió un reconocimiento y un estímulo económico por su destacada labor profesional, de parte del Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez, en la sala de Cabildo.

—Mientras tengamos la camisa de la policía vamos a seguir protegiendo al pueblo —sostuvo orgulloso don Benito con 18 años de experiencia en la policía.

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