Rafael Espinosa / El 4 de marzo del
2014, Ana Paola no fue a la escuela. Minutos antes de las ocho de la mañana,
con la inquietud y rebeldía de sus nueve años, se puso el uniforme y sin ganas
se comió el chayote con huevo que había en la mesa. Su madre le repetía que se
diera prisa porque, de un momento a otro, pasaría el transporte escolar por
ella.
—Mamá, tú nunca me llevas a la escuela
—alegó la niña, aunque lo de “nunca” no fuese cierto.
—Está bien, yo te llevaré, pero apúrate
—.
Bajaron las escaleras del tercer piso
del departamento. Una tía suya que vive cerca de ahí, se ofreció a llevarlas
pero que esperaran tantito; sin embargo, como se estaba tardando, decidieron
seguir caminando para tomar el transporte público. Llevaba en brazos a su hijo
Emilio y de la mano a Ana Paola con su mochila al hombro.
Al llegar a la calle principal, le hizo
la parada a un taxi que transitaba al otro lado del bulevar. Una automovilista
que parecía tener prisa discutía con su hija mientras el vehículo avanzaba.
Frente a doña Esperanza pasó otro taxi vacío sin que le hiciera la parada
porque se sentía comprometida con el primero cuyo chofer hizo señas de
regresar.
No obstante, al notar que el primer taxi
no volvía, decidió cruzar de la mano con Ana Paola y su bebé en brazos. Estando
en medio del bulevar, dejaron pasar varios vehículos hasta que ella le dijo a
su hija que corrieran, pero Ana Paola titubeó y sin saber qué hacer se quedó
paralizada a mitad del carril.
(En la Carretera a Emiliano Zapata, casi
frente al fraccionamiento Colinas del Rey, en Terán, Tuxtla Gutiérrez).
Se escuchó un golpe seco. Doña esperanza
sintió morirse y, con impotencia y dolor, repitió con llanto: ¡Auxilio, una
ambulancia!
La fila de coches comenzó a detenerse.
—No la toque, señora —le dijo una
enfermera que de casualidad pasaba por ahí.
Minutos más tarde, paramédicos la
llevaron al hospital. Fue entonces cuando la automovilista, Edith Soledad Pérez
Aragón, dice, se valió de argucias para manipular el accidente al quedarse sola
con las autoridades.
Doña Esperanza recuerda que en el instante
del accidente, la automovilista manejaba distraída al discutir con su hija, por
eso no tuvo tiempo de frenar y se detuvo a unos 50 metros adelante. Incluso, en
el retorno anterior, estuvo a punto de chocar con otro auto.
Ahora, cuatro años después, Ana Paola
anda en silla de ruedas, da sus primeros pasos con ayuda de su madre, articula
palabras con mucho trabajo, sin embargo, no ha dejado la escuela, cursa el
segundo grado de secundaria, siempre en compañía de su mamá, y cuando sea
grande quiere ser licenciada en Administración de Empresas.
Asiste al CRIT, se rehabilita con
equinoterapia y terapia de imanes. En su escuela, el ESTI-65, alguien de buena
voluntad mandó a hacer una rampa en la entrada, aunque doña Esperanza tiene que
cargarla porque su salón de clases está en el segundo nivel.
Al principio como hasta ahora junta
dinero con ayuda de voluntarios, para comprar medicinas y desplazarse en taxi.
La automovilista quedó libre al día siguiente. Para colmo a veces la mira
porque es vecina de la colonia.
Ante la insistencia de pedir justicia,
se enteró de que la señora pretendía cobrarle cinco mil pesos por los daños a
su coche.
Ana Paola reconoció a su madre a los
ocho meses del accidente y dos meses más tarde comenzó a decir sus primeras
palabras aunque por sílabas: ¡ma-má, a-gu-a! Esa vez doña Esperanza se puso
feliz. Antes de que su hija recobrara el habla, le cantaba las vocales mientras
le daba purés y papillas.
—Mi mamá es mi sombra —dice tiernamente,
apenas entendible. Se arrulla sobre el hombro de su madre.
—Gracias a Dios mi hija está viva —.
En su cumpleaños número 14, el próximo
30 de septiembre, lo único que desea es un teléfono celular.
Los que deseen apoyar, este es el número
telefónico de doña Esperanza: 961 143 0759
Carpeta de Investigación: C.I. 058 101
0024 2014
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