Vistas de página en total

domingo, 24 de febrero de 2013

La inquilina


Rafael Espinosa: 

Siempre pensé que vivía solo entre puertas blancas y paredes color hueso, pero sabía también desde hace un mes de una inquilina que irrumpía a mi departamento y que hacía fiestas durante mi ausencia sin que tuviera la delicadeza de levantar los cachivaches del piso. Incluso, supongo que danzaba cuando dormía, porque muchas veces escuché ruidos extraños en la madrugada, aunque era mayor mi sueño y le restaba importancia al asunto. Al amanecer no encontraba las cosas en su lugar. Supuse que algún día se manifestaría ante mi presencia para evitar su vida clandestina. Y así fue.
Una vez llegué más temprano que de costumbre, la sorprendí cuando se encontraba parada en la sala. Se quedó impávida, de pronto, movió la cabeza y corrió hacia la pared más próxima para ocultarse. Juro que sentí cierto sentimiento, sin embargo, recordé todas las travesuras hechas por ella dentro de la casa y decidí pensar bien las cosas.
Ahora se aprovecha de mi indiferencia, parece importarle poco si le hago caso. Camina frente a mí sobre los sillones, revisa el refrigerador y hasta pareciera que se hace de comer mientras miro la televisión.
Un día la correteé por toda la casa hasta que la perdí, no obstante, después de varios días sin verla, abrí el closet y la encontré dormida a sus anchas. Ella abrió los ojos, brincó y corrió nuevamente.

¡Por lo menos págame una renta!, le dije. Después de todo tu también vives aquí y comes sin que cooperes para la despensa.

Permitiré que siga viviendo aquí, pero ya le advertí que no cabemos más de dos, así que tiene que abstenerse a traer hijos a este mundo por el momento. El departamento es tan chico que si no obedece en poco tiempo tendré llena la casa de nuevos huéspedes y eso significa conseguir otro empleo para solventar la economía del hogar.
Seguramente ahora está detrás de mi para investigar qué es lo que escribo, porque regularmente hace ruidos y ahora está sonando unos papeles, quizá busca su identidad o su acta de nacimiento, pues ni siquiera sé cómo se llama. Yo le llamó Bella. Tiene sus dientes blancos, una sonrisa tímida y cara tierna. Supongo que en alguna parte tiene artículos de bisutería, aunque yo no los he visto, porque sus ojos parecen estar adornados de pestañas largas y quebradas.

¡Bella, ya llegué!, le dije una noche.

Tenía en los labios residuos de leche. Tampoco me dijo algo, entiendo que le dio pena. Tiré la mochila en el sofá y me puse a ver la televisión, mientras ella se fue a la cocina.

No te preocupes, le dije; ya comí en la calle.

Noté que no salía para saludarme. Sentí que algo andaba mal y por curiosidad fui a la cocina y ya no estaba, pero me incomodé demasiado al ver que la despensa y los trastos eran un desastre de guerra.
Estoy contrariado porque mañana pienso ir a un negocio para buscarle una solución al problema, pero lo estoy pensado mil veces porque es mi única compañía y lleva varios meses conmigo. Extrañaré el ruido de sus quehaceres y su carita tierna cuando come en la mesa.

Bella es una ratita.

La pobreza como herencia familiar




Rafael Espinosa:

La anciana ni siquiera se levantó del banco donde descansaba, en el corredor de su casa, para abrir la tranca del corral. Confiada en el visitante, sólo gritó: ¡pásele! Acababa de cocinar un caldo de frijoles, en el fogón aún humeante.
Doña Rosario Martínez tiene 74 años. Ha vivido sola desde que murió su esposo en un accidente de tránsito, hace 20 años. En cada pregunta sobre la pobreza y el rendimiento del dinero durante el paso de los años, se queda pensativa y "le sobran respuestas", dice con una risa irónica.
Siempre ha sido ama de casa. Durante sus años productivos, en los 80, la vida era más llevadera; sin embargo, una década más tarde, cuando emigró -con su esposo y sus cuatro hijas - a la ciudad, la situación fue complicándose.
Recuerda que anteriormente ella y su esposo estaban a cargo de un rancho, a 15 kilómetros del municipio de Ocozocoautla, rumbo a Nuevo México. Siempre había qué comer; "en la ciudad hubo días que no comimos", revela.
En el rancho cosechaban verduras para autoconsumo, de modo que casi siempre comían elotes, tortillas hechas a mano, calabacita, charales capturados en un arroyo cercano, gallinas de patio y los huevos de éstas. Parece recordarlo con una pasión entrañable.
Doña Rosario lleva trenzas largas, viste una blusa tradicional y un delantal con la publicidad de una marca de harina de maíz. Parece estar cansada por los años, pero también parece sobrarle ganas de seguir platicando. Sus cuatro hijas ya tienen su propia familia y viven en distintas partes de la capital.
Cuenta que emigraron a la ciudad por una enfermedad de su esposo y aquí se quedaron. Sus hijas tenían el deseo de estudiar, pero apenas cursaron el segundo grado de primaria. Ella tuvo que lavar ropa ajena, mientras su esposo convalecía. Con el tiempo, su pareja, quien era campesino, inició el comercio de quesos que compraba con un hombre del municipio de Copainalá.
En el rancho su esposo ganaba 160 de los viejos pesos, cada quincena, de los cuales ella gastaba 20 para comprar jabón o algún otro producto del hogar, pero "sobraba bastante; ahora no alcanza ni para pagar la luz", lamenta la abuela.
También la vida era más saludable, no se escuchaban muchas enfermedades y tampoco había tanta inseguridad.
"Los niños podían salir a jugar a la calle con tranquilidad, ahora dicen que los roban", añade, mostrando cierta preocupación en su rostro. Se levanta y se dirige a la olla ahumada para mover los frijoles con una cuchara grande.

--¿Le preocupa la carencia económica?

--Ahora lo que me preocupa es la muerte --suelta.

Le importa más pensar en su velorio que pensar en lo que va comer mañana, aunque ella sabe que sus hijas la visitan con frecuencia y le llevan algo de comida, incluso se niega a vivir en casa de una de ellas, pues "de todas maneras el arrimado a los tres días apesta", comenta sarcásticamente.
Su casa es chica, de paredes de concreto y techo de láminas, en el Callejón Durango, entre las calles Hidalgo y Michoacán de la Colonia Las Granjas, al norte de la capital. A su edad no puede trabajar, sólo espera la ayuda de sus hijas y el último día de su vida, aunque sinceramente se ve fuerte.
No tiene más muebles que un refrigerador, una cama, una mesa y dos sillas. Dice que si estuviera en sus manos poder regresar el tiempo, estaría en el rancho donde nada le faltaba.
Aunque sus hijas son mujeres de bien, ellas enfrentan los obstáculos económicos de la vida.
"Uno de mis nietos se enfermó; mi hija pidió dinero a crédito. Ahora sólo trabaja para pagar los intereses", cuenta.
"Hubiera querido que ellas fueran de escuela, pa'que no sufrieran tanto", añora.
Sin embargo, una de ellas se casó con un albañil, la otra con un lavador de carros y la tercera con un empleado de mostrador. Son hombres de bien también, pero ganan muy poco y nos les alcanza.
"Viven bien, pero también sufren la falta de dinero", comenta doña Rosario.
En este sentido, sobre la pobreza generacional, el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, implementó hace unos días el Programa Nacional Contra el Hambre que será dirigido inicialmente para 7.4 millones de mexicanos que sufren pobreza alimentaria.
Expertos explican que "el programa es muy bueno teóricamente, no obstante, habría que llevarlo a la práctica al pie de la letra, a fin de que no queden como los otros programas de sexenios pasados, pues tal parece que la pobreza van en aumento, pese a los programas de desarrollo social".
En Chiapas una tercera parte de la población sufre pobreza alimentaria, es decir, uno de cada tres habitantes, incluso la entidad estima seis municipios con mayor porcentaje de población en pobreza a nivel nacional (Aldama, San Juan Cancuc, Chalchihuitán, San Andrés Duraznal, Santiago El Pinar y Sitalá), de acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) 2010.

La mujer que perdió sus sueños entre la pobreza




Rafael Espinosa:

Durante su infancia soñó ser profesora de una escuela primaria, sin embargo, hoy a sus 74 años, su anhelo terminó sepultado en la pobreza, de modo que ni siquiera aprendió a leer y escribir.
Doña Maura Pérez Hernández habita literalmente al pie del Cañón del Sumidero, sobre la Fresno, la última calle de la Colonia Patria Alta, en el lote 24, manzana 161, al norte oriente de la capital chiapaneca.
Por un lado fue la carencia económica de su familia y por otro la costumbre de sus padres, pues siempre pensaron que las mujeres, particularmente, no debían estudiar porque serían mantenidas por sus maridos.
De sus tres hermanos, sólo uno de ellos logró terminar la primaria y el resto tampoco fue a la escuela, no obstante, recuerda, se hicieron hombres de bien, pero con trabajos pesados y sobrellevando la pobreza a cuestas.
Con el tiempo llegó a darle la razón a su padre y creyó que sus problemas económicos terminarían con el casamiento, pero las cosas empeoraron, de tal forma que -teniendo su propia familia- hubo días en que soñaba que sobre la mesa hubiera un pedazo de carne que un habitual plato de frijoles.
Se casó con don Mariano Hernández López, quien ahora tiene 85 años. Durante su etapa productiva y cuando su edad se lo permitía, don Mariano salía a ofrecer sus servicios de zapatero a domicilio.
En ese entonces, doña Maura también tuvo que salir a vender frutas y verduras a las calles para aportar a la economía familiar y sacar adelante a sus niños: Humberto, Javier y Samuel.
También soñó con tener una vivienda digna como recompensa a los años de sacrificio laboral, pero su vida continúa, dice, en esa misma pobreza económica, en una casa que para cualquiera sería una galera, aunque para ella "es lo más valioso que tiene en la vida, aparte de sus hijos y sus ocho nietos".
Hoy, la mejor noticia que puede tener es haber criado hijos buenos, que involuntariamente son parte de la herencia generacional de la pobreza extrema, "igual que un millón y medio de chiapanecos", de acuerdo con cifras oficiales.
Su hijo Humberto tiene 40 años, sólo terminó la escuela primaria y trabaja de albañil. Javier, de 38, también concluyó la educación básica y es obrero en la comunidad Agua Azul, en el norte de Chiapas. Samuel, de 34, es peón, también egresó únicamente de la escuela primaria.
Ellos, dice doña Maura, tenían el deseo de estudiar una carrera corta, la cual fue truncada por falta de dinero, pues de "zapatero mi esposo y yo de vendedora no pudimos darles estudios, y las cosas empeoraban cuando alguien de la familia enfermaba", recuerda.
Doña Maura vivió una situación muy similar a la de su familia en el municipio de Soyaló, pues su padre era labrador y su madre ama de casa, aunque en diferente tiempo y espacio, pero con carencias similares.
Actualmente, casi siempre está en casa y su esposo tampoco sale a las calles a reparar zapatos, viven del apoyo de sus hijos quienes con frecuencia los llegan a visitar, salvo el que está en el norte del estado a quien se le hace difícil viajar por los costos del pasaje.
Reconoce también que ella y su esposo "forman parte de las 240 mil personas mayores de 64 años", que son beneficiadas por el programa "Amanecer".
Ayer, doña Maura estaba en la cocina -acompañada de uno de sus hijos que estaba de visita-, cuando salió al patio. Se paró en la esquina de su casa, detrás de una estructura de colchón que le sirve de corral de su casa.
La Delegación de la Patria Nueva, de Tuxtla Gutiérrez, estima 47 mil habitantes, de los cuales por lo menos ocho mil son de la tercera edad, informó José Luis Ramírez, delegado del asentamiento.
De esta totalidad, en promedio, más de la mitad sufre pobreza extrema o algún tipo de carencia.

La espera de su amor




Rafael Espinosa:

-­­­­-Si eres hombre de palabra, háblale a mi padre --le dijo Hermelinda a José Domingo.

Esa mañana del Día de la Santa Cruz, José Domingo la había alcanzado en una vereda de Totolapa, Chiapas, cuando ella caminaba rumbo al molino del pueblo. En la tarde fue a pedir la mano a los papás de ella. Su futuro suegro le preguntaría después el motivo de su visita y él contestó sin ambages: "Porque la quiero."
Sin embargo, Hermelinda estaba insegura luego de que había tenido una mala experiencia con otro hombre. En ese entonces, José Domingo tenía 18 años, ella 30 y era madre de una niña.

--Dile a tus papás que vengan a hablar conmigo --le contestó el papá de Hermelinda.

Al otro día llegaron. Nada se pudo hacer. Así luchó durante varios días hasta que consiguió a la que sería su esposa durante toda la vida.
Un año antes había tratado de tener un acercamiento con los papás de Hermelinda, no obstante, la plática se mezcló con el alcohol y la reunión casi acaba en tragedia. Su futuro suegro sacó un machete y corrió a todos.
Ese mismo día, Hermelinda se fue a trabajar a San Cristóbal y regresó, un año después, el mero Día de la Santa Cruz. Durante este lapso, José Domingo se puso a tomar más de lo normal hasta que llegó este día santo en que la vio y la alcanzó en el camino, cuando ella iba al molino.
Como ella estaba contrariada, José Domingo llegó otro día a hablar a la casa de sus futuros suegros. El papá le dijo, platica con ella. Atravesó el patio hasta llegar al cuarto de horcones, donde Hermelinda le daba de mamar a su primogénita. Es probable que ella sintiera algo por él, sin embargo, estaba insegura por su primera experiencia.
Al salir, José Domingo se despidió cabizbajo de su suegro, quien lo detuvo conjeturando la mala respuesta. En ese mismo instante, el papá entró al cuarto y ordenó a su hija Hermelinda que se fuera con José Domingo.

--No estés engañando al muchacho, si lo quieres dile de una buena vez --. Fue lo último que escuchó Hermelinda de su padre. José Domingo y ella se fueron juntos.

Doña Hermelinda recuerda que "el tigre" lo veía de lejos, refiriéndose a la ocasión en que don José Domingo lo topó en el camino.

--Esta vez no la voy a dejar ir --dijo también aquel día José Domingo, cuando supo que ella había regresado de San Cristóbal. Ambos ríen un poco tímidos.

Hoy, ella tiene 80 años y él 68, tienen seis hijos (todos ellos con familia propia) y viven felices, en la avenida Topacio, manzana 42 y lote 1, en la colonia Democrática, al norte de la capital chiapaneca.
Contrario a lo que se podría esperar, consagraron su matrimonio ante las leyes de Dios después de 15 años de vivir juntos, cuando ya tenían varios niños.
Los habitantes de la colonia Democrática se han preguntado más de una vez si José Domingo y Hermelinda tienen algo especial, pues casi todo el tiempo se les ve juntos.
En el domicilio, donde han vivido 25 años, la pareja cuenta que su estabilidad familiar ha dependido quizá, porque ambos son pacientes, toman las cosas con calma y en lugar de pelear buscan solución a cualquier problema.
La mayor preocupación de ambos a estas alturas de la vida es que alguno de los dos se vaya de este mundo.

--Ahora estamos platicando, pero quizá mañana estemos bajo la tierra --puntualizó don José Domingo.

Alertan crecimiento desordenado, en Tuxtla Gutiérrez



Rafael Espinosa:

Con la venta fraccionada de ejidos en facilidades de pagos podría repetirse la historia de hace cuatro décadas en Tuxtla Gutiérrez, es decir, un crecimiento poblacional desordenado con servicios públicos deficientes, debido a que muchos no pagan impuestos prediales en detrimento a las arcas del municipio.
Hace años los ejidatarios dividieron y vendieron sus parcelas "sin buscar los mecanismos de la Ley Agraria, que consiste en desincorporar la tierra social e incorporarla al desarrollo urbano", recordó Arturo Orta, delegado federal de la Procuraduría Agraria en Chiapas.
Esta expansión poblacional desordenada se refleja en calles truncadas, casas sobre cauces de los ríos o en zonas de riesgo, avenidas angostas o anchas, en inundaciones, bosques destruidos, así como fugas de agua o de drenaje en puntos distintos de la capital.
Actualmente algunas partes de los ejidos Copoya, Terán, Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Plan de Ayala, están regularizados. Y muchos habitantes se mantienen bajo el régimen agrario.
La Comisión de Regularización de la Tenencia de la Tierra (Corett) supone que el Ayuntamiento desconoce realmente el número de pobladores asentados en tierras ejidales que no pagan predial.
La Dirección de Tenencia de la Tierra de Tuxtla Gutiérrez se negó a hablar sobre el tema, incluso a la Dirección de Comunicación Social del Ayuntamiento se le pidió información o una entrevista desde hace varios meses, sin obtener respuesta positiva.
Para Jorge Manuel Rivas Peña, director de la Dirección de Catastro Urbano y Rural de Chiapas, la población que tiene 15 ó 20 años asentada en estos sitios es imposible de sacar, lo único que le queda al Ayuntamiento es hacer programas de regularización a través de la Corett.
Arturo Orta coincidió con Rivas Peña al decir "que los asentamientos de varios décadas que están en tierra social deben ser regularizadas a través de la Corett".
Cuando hay núcleos ejidales en zonas conurbadas o en ciudades capitales, se debe desincorporar la tierra social e incorporarla al desarrollo urbano para efectos de que no haya un crecimiento anárquico poblacional, agregó Orta.
Por otro lado, la Ley Agraria no establece disposición alguna por el fenómeno que se está dando, no se puede sancionar o castigar. Únicamente el Ayuntamiento está facultado para aplicar la normatividad a través de sus direcciones correspondientes, pues "ahí se comete una irregularidad y tiene que aplicarse el Estado de Derecho", reflexionó Orta.
A la fecha, el Ayuntamiento sufre un agujero financiero con la población asentada en ejidos que no paga predial u otros impuestos. Entonces, el municipio no puede devolverles servicios públicos de calidad que tanto demandan estos asentamientos, resumió por su parte Jorge Manuel Rivas.
"La compraventa de tierra social, aun dentro del ámbito agrario, es un acto jurídico prohibido por sí mismo, porque están poniendo en venta un terreno social no desincorporado de régimen ejidal", reiteró Orta.
El delegado de la Procuraduría Agraria aclaró que los ejidos colindantes de Tuxtla Gutiérrez, entre ellos Terán, Plan de Ayala, Francisco I. Madero, Copoya y Emiliano Zapata fueron beneficiados con el programa de certificación, lo cual no significa que los asentamientos humanos existentes estén regularizados.
"Se tendría que hacer un censo con la autoridad competente para determinar si esos asentamientos están dentro de tierra ejidal", aclaró Orta.
El Ayuntamiento debe ejercer a plenitud sus facultades y frenar el crecimiento anárquico o el crecimiento irregular, el cual en cinco años o diez va a demandar servicios públicos.
Con esta situación, agregó, el municipio se verá afectado al no contar con la generación de recursos como son pagos de predial y originará una población molesta con la autoridad, cuando el problema de origen fue una venta irregular de superficie social que no fue incorporada adecuadamente al desarrollo urbano sostenible y ecológicamente sustentable, situación que no se da en los hechos.
"Quien quiera tener una superficie y vea un anuncio de se venden lotes de 10x20 en abonos mensuales, que tenga precaución de verificar que ese predio no se trate de tierra ejidal, porque difícilmente podrá tener escritura que le ampare el patrimonio; no se deje sorprender recibiendo un recibo de puño y letra", advirtió el delegado Arturo Orta.

jueves, 24 de enero de 2013

Formal prisión por despojo a líder de "Colonos de Santa Fe"



23/01/2013 | Comunicado

Lo anterior, luego de que el Ministerio Público atendiera la denuncia de diversas familias quienes señalaron haber sido afectadas, tras la invasión de sus casas que se encuentran en el Fraccionamiento Santa Fe en el municipio de Chiapa de Corzo..
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.- Luego de analizar las pruebas presentadas por el Ministerio Público investigador, el Juez Primero del Ramo Penal con sede en "El Amate" dictó auto de formal prisión a Roxana Castro Vallejo por el delito de Despojo agravado.
La autoridad judicial consideró que existen las pruebas suficientes para considerar a la líder de la asociación denominada "Colonos de Santa Fe", como probable responsable del delito que se le imputa.
Lo anterior, luego de que el Ministerio Público atendiera la denuncia de diversas familias quienes señalaron haber sido afectadas, tras la invasión de sus casas que se encuentran en el Fraccionamiento Santa Fe en el municipio de Chiapa de Corzo.
La inculpada lideró a un grupo de personas que ingresaron de manera ilegal a diversas viviendas, apoderándose de ellas, lo que afectó de manera directa a más de 200 familias, quienes exigen se aplique la Ley y les sea restablecido su patrimonio.
Las investigaciones revelaron que la indiciada tenía como modus operandi observar las casas del fraccionamiento y aprovechar el momento en que sus propietarios estaban ausentes para incitar a sus agremiados a ingresar de manera ilegal.
Mientras tanto, Roxana Castro Vallejo hacía creer al grupo de invasores que contaba con un amparo que impedía que fueran desalojados, al tiempo en que les exigía cantidades que iban de los dos mil a los tres mil pesos mensuales como supuesto pago de las viviendas.
Hoy, Roxana Castro Vallejo ya se encuentra detenida y enfrenta el proceso penal en su contra por el delito de Despojo agravado desde el Centro de Reinserción Social para Sentenciados número 14 "El Amate", con sede en el municipio de Cintalapa.


Cae líder de "Colonos de Santa Fe"



17/01/2013 | Comunicado

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.- En las últimas horas, elementos de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) cumplimentaron una orden de aprehensión por los delitos de Despojo, Asociación Delictuosa, Daños y Robo con Violencia en contra de la líder de la asociación denominada "Colonos de Santa Fe", Roxana Castro Vallejo.
De acuerdo a las investigaciones, Castro Vallejo lidera a un grupo de personas que ingresó de manera ilegal a diversas viviendas en el Fraccionamiento Santa Fe de Chiapa de Corzo, afectando a más de 200 familias, quienes exigen se aplique la Ley y les sea restablecido su patrimonio.
Además, sobresale que la indiciada tenía como modus operandi observar las casas del fraccionamiento y aprovechar el momento en que sus propietarios estaban ausentes para incitar a sus agremiados a ingresar de manera ilegal.
Lo anterior, con la promesa de que contaban con un amparo que impedía que fueran desalojados de las casas.
Asimismo, Roxana Castro Vallejo y sus cómplices hacían creer a los invasores que las cuotas que debían entregar consistían en el pago de las casas.
Las declaraciones ministeriales revelan que este grupo de delincuentes exigía a las familias un primer pago de seis mil pesos para tener acceso a la casa, y un pago mensual que oscilaba entre los dos mil y tres mil pesos para poder vivir ahí.
Hoy, derivado de las indagatorias realizadas por la Fiscalía Especializada en Asuntos Relevantes, agentes de la Procuraduría de Chiapas en coordinación con personal de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana detuvieron a la presunta delincuente, quien en las próximas horas será puesta a disposición del Juez de la causa. 
Castro Vallejo será ingresada al Centro de Reinserción Social para Sentenciados número 14 "El Amate", desde donde enfrentará el proceso en su contra por el delito de Despojo.
Cabe destacar que, aparte de haber afectado a más de 200 familias, legítimas propietarias de los inmuebles, la detenida abusó de la necesidad de otras más que con la esperanza de obtener una casa propia confiaron en la líder de "Colonos por Santa Fe" y le hicieron entrega de sus ahorros.
Con estas acciones, la Procuraduría General de Justicia del Estado reitera su compromiso de aplicar la Ley sin distingo alguno, con la finalidad de continuar garantizando la seguridad, la paz y el patrimonio de todos los chiapanecos.

Los rigores de la pobreza



Por Rafael Espinosa:

El día en que no tenían qué comer, el papá salió a buscar dinero mientras que la madre quedó en casa con sus seis hijos. Más tarde comerían frijoles cocinados en el fogón y servidos en platos sobre el piso. Éste sería uno de tantos días que ya se volvieron cotidianos.
Verónica Hernández parece tener más edad, sin embargo, tiene apenas 35 y es madre de seis hijos, y uno más que viene en camino. Vive en la casa 6, manzana 26, de la colonia Jardines del Norte, casi sobre las faldas del Cañón del Sumidero.
Para ella, la casa es una mansión deseada todas las noches de sueños, aunque no tenga un solo mueble dentro. Para colmo de su precaria situación, desde hace ocho años habita este domicilio que no es suyo. El legítimo dueño le encargó que se lo cuidara, cuando casualmente ella y su esposo buscaban una casa en renta, en las inmediaciones de esta colonia.
Por ignorancia o inocencia vivió varios años sin luz y apenas tiene meses con el servicio, pues pensaba que el propietario de la casa era el único autorizado para hacer el contrato, cuando este hombre no llega desde hace siete años.
Verónica cuenta que en las noches, cuando no tenían el servicio de luz, se levantaban impetuosamente al sentir el roce de culebras y alacranes, que luego mataban a golpes. Cuatro niños, los más chicos dormían en la única cama de la sala, mientras que el resto de la familia estaba tendida en el piso.
La sala mide unos seis por cuatro metros. Ahí, no hay muebles, salvo un televisor viejo de 14 pulgadas sobre un juguetero, a punto de caer, y una cama. Hay cajas desbordantes de ropa arrugada, mochilas escolares colgadas de clavos y un pedazo de espejo empotrado en la pared. El techo es de láminas.
A un costado está la cocina techada con la lona de algún candidato político; es un brasero sobre piedras donde ayer se cocinaba un caldo de frijoles humeantes. Éste es el platillo que cotidianamente comen, pues para ellos, los sábados —y a veces los domingos— se convierten en fines de fiesta, con piezas diminutas de puerco, res o menudencia de pollo.
Otros días mitigan el hambre nuevamente con frijoles, sopas, yerba mora, a veces huevos, y compran harina de maíz para hacer tortillas, pues resulta más barato hacerlas que comprarlas hechas, deduce doña Verónica.
En ocasiones, a Verónica le dan ganas de salir a la calle y ofrecer su servicio de lavandera a domicilio, pero ahora no puede, porque tiene al parecer ocho meses de embarazo. Ni ella sabe a ciencia cierta el número de semanas de gestación, sólo sabe que —en su única visita— el médico le recomendó reposo. Tampoco lo cumple porque, dice, no está acostumbrada a estar mucho tiempo en la cama.
Pero tiene que obedecer, reitera, porque durante el embarazo de José Ángel, de año y medio, y quien ahora duerme en la cama, sufrió hipertensión arterial.
Su esposo Asunción, de 39 años, fue a trabajar de peón. Él es el único sustento económico de la familia; con 150, 100, 80 y a veces 50 pesos al día, ha sacado adelante a sus hijos y esposa.
Hubo un tiempo en que se desesperó por su situación económica y comenzó a tomar más de lo normal, incluso ocasionaba escándalo en la casa. Sin embargo, desde hace más de un año dejó las copas, al ser internado cinco días en el hospital por una crisis asmática que empeoró la economía familiar.
Ahora no es él sino su hijo Adín, de 18 años, quien al parecer necesita observación especial en cuanto al consumo de alcohol. Adín dejó la primaria por falta de recursos económicos y ahora es peón, como su padre.
Ana Leidy, de tres años, aún no entra al jardín de niños. Ayer, de bruces sobre la sala de juguetes descalabrados, intentaba escribir algo sobre las hojas de una revista que decía: ¿Qué enseña realmente la Biblia? Lo rayaba y tocaba mis zapatos para llamar la atención. Se reía.
José Ángel, el de brazos, duerme en la cama. Ana Leidy y José Ángel también parecen ser víctimas del asma, pues en meses recientes, cada uno en diferentes fechas, fueron internados. Podría tener algo que ver que el humo de la cocina se cuela hacia la sala.
José Armando, de nueve años, estudia el primer grado de primaria. Durante la entrevista con su madre, él se entretiene con una caricatura que pasan en la televisión al mediodía. Es vivaracho y más tarde presumiría que sabe escribir su nombre, incluso sacó la libreta de su mochila.
José Armando podría estar un poco más interesado en la escuela, comparado con Elizabeth, su hermana menor de ocho años, pues ella también estudia el primer grado de primaria, pero no sabe escribir su nombre, comenta Verónica, sentada en la única silla, de madera.
Ayer, Elizabeth y Moisés, de seis años y alumno de tercero de kinder, estaban en casa de su tía, a una cuadra de ahí. Ninguno de los niños fue a la escuela.
Verónica y su familia forman parte del millón y medio de chiapanecos en pobreza alimentaria, de acuerdo a fuentes oficiales.
Jardines del Norte es una de las 600 colonias de Tuxtla Gutiérrez, donde las calles son accidentadas, tiene pendientes prologadas y la mayoría de las casas son de madera. Ahí, los colonos sufren por falta de agua potable y otros servicios básicos, lo que empeora la situación al exponerlos a distintas enfermedades.
Doña Verónica parecía indagar con la mirada si en verdad el hombre que tenía enfrente era reportero, si la playera decía Cuarto Poder o si la credencial confirmaba lo dicho, no obstante, no sabe leer.
Su esposo gana 150 pesos en alguna obra, mientras ella cuida a los niños y "cuida" su séptimo embarazo.
La pequeña Ana Leidy se asomó a la puerta y risueñamente dice adiós.
El reportero se pierde entre las calles empedradas, en lo alto de la ciudad, sobre la penúltima calle de la colonia.
Fernando, un taxista, diría momentos antes que esta familia es la más pobre de la colonia, cuyos hijos comen en el suelo o sentados sobre cubetas.

"No nos quiten la tierra", clama Tierra Colorada



Rafael Espinosa:

—Bit'il ay ja tat —saluda con un "Buenos días" Antonia López Entzín en lengua indígena, bajo la lluvia junto a la puerta de su cabaña, y ordena al perro que se calme. Como rara vez viene un extraño a este pueblo metido en la selva, en el Cañón del Sumidero, cresta de la Sierra Madre en el sur de México, cada que aparece alguien los perros le ladran y los amos se asoman con recelo. Buenos días, repito más para ganarle valor al terco perro que quiere alejarme a como dé lugar, y Antonia, quien carga un bebé en reboso y no da muestras de querer entablar una plática conmigo, ya no me responde, quizá por su falta de dominio del español, pero comienza a caminar hacia el interior de la casa y me invita con un leve gesto a que la siga.
Dos niñas, una de tres años y otra de diez, están calentándose junto a una hornilla de piedra y tierra. Sus hijas. Las nenas tienen marcadas características de su madre: ojos negros, rostro oscuro, cabello largo, nariz ancha, pómulos henchidos, dientes desparejos y cuerpo esmirriado. Antonia, con su traje tradicional, trae puestos unos sucios tenis, las niñas andan descalzas y no portan el vestido cultural. Aquí en Tierra Colorada —población de 115 familias indígenas tseltales descendientes de los Mayas, en las montañas del Cañón del Sumidero, a media hora de Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas— apenas unas cuantas personas usan zapatos.
Dentro, un espacio de unos tres por cuatro metros, no hay más que una bola de ropa sobre la cama de palos, una mesa chica de patas torcidas, trastes hollinados, un viejo molino de nixtamal y una hamaca sujeta de las vigas, en la cual Juan Ramírez, su esposo, se tumba después de la jornada en el campo. Las niñas pretenden llamar la atención: se acercan demasiado a la fogata y frotan sus manos.
—¡Chist! —se dirige ella a sus pequeñas.
Se oye el botar de la lluvia en los tejados, y en un rato será ésta como el arrullo de un relato.
Dos años antes, Antonia había bajado de urgencia sobre los atajos accidentados de la selva, cargando a otro bebé enfermo de diarrea. Libraba, desesperada, ramas, nubes de mariposas, como perseguida por un asesino.
Después de dos horas y media de tropel, el bebé estaba muerta, como un muñeco envuelto en una cobija de manta, pero ella en ningún momento abandonó su instinto maternal de salvadora.
Entró desesperada a la agencia municipal de la colonia Las Granjas, la primera de los suburbios de la capital chiapaneca. Tardó más el servicio de primeros auxilios que el tiempo en que el inmueble fue rodeado de curiosos, y no faltó alguien de la bola que la incriminara de ingrata, luego de confirmar la muerte de la recién nacida, Marcela.
Antonia, la mujer de 25 años, reprimía sus lágrimas. La nena muerta estaba sobre una mesa de plástico, en medio de la sala.
Esta muerte convirtió el ambiente manso de Tierra Colorada en una pena general, de modo que en el novenario los habitantes de Tierra Colorada se veían con recelo mutuo.
Cuando apenas olvidaban la tragedia, se asomó otro alertamiento.

* * *

Tierra Colorada es un paisaje estancado en el tiempo desde hace más de medio siglo. En 1950, unos 100 indígenas tseltales emigraron del municipio de Tenejapa, de los Altos de Chiapas, en busca de trabajo campestre y se quedaron aquí cortando café como hasta hoy.
Ahora son 380 sobrevivientes en las entrañas de esta selva fría, silenciosa y cómplice de penurias. Olvidados por los gobiernos que llegan y se van. No tienen más abrigo que la envoltura de la propia naturaleza inmensa, donde los niños muertos son enterrados y llorados detrás de las casas de madera. Aquí, en los cafetales húmedos por las neblinas de cada mañana, hallan alivio breve a sus carencias.
Recogen la lluvia para uso doméstico a través de canaletas que desembocan en recipientes de plástico. La mayoría de los patios tienen un nylon extendido sobre un pozo de piedras —poco profundo— para aprovechar las aguas del cielo. Ocasionalmente se bañan: Cuando lo hacen usan unas tres jícaras de lluvia a falta de agua potable y en las noches sobreviven sin luz por carecer de energía eléctrica.
Antonia y el resto tienen patios y traspatios infinitos de árboles gigantescos. Siempre han vivido así, en abandono casi absoluto, dispersos en el tiempo y en el espacio, pero producen 400 quintales de café al año, equivalente a 27.2 toneladas de producto que mal venden en las ciudades más cercanas. Ellos son parte de los 11.7 millones de mexicanos que viven en pobreza extrema, de acuerdo al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval 2010) y forman una comunidad que conserva el idioma tseltal.
Al igual que otros estados, Chiapas se caracteriza por su riqueza cultural y por su diversidad lingüística. En Chiapas, un millón 141 mil 499 personas mayores de 5 años hablan alguna lengua materna, equivalente al 27 por ciento de los 4 millones 796 mil 580 que su población registra en total.
Este 27 por ciento domina particularmente las lenguas tseltal, tsolsil, chol, zoque y lacandón. En promedio, uno de cada diez habitantes chiapanecos habla la lengua tseltal, la etnia más grande de la entidad asentada en la Región de los Altos de Chiapas.
En 1980, el Gobierno Federal decretó el Cañón del Sumidero como Parque Nacional y Área Natural Protegida. Los indígenas llegaron en 1950 y en 1969 Tierra Colorada se fundó de manera oficial. Hoy, son dueños de 577 hectáreas. Desde hace 32 años sufren presión por parte de la Conanp, pues pretenden que abandonen su patrimonio.

* * *

El vehículo se desvía de los miradores del Cañón del Sumidero y se desplaza sobre la terracería de subidas y bajadas. Las mariposas de colores levantan el vuelo y los grillos negros rompen fila. Rebotando sobre casquetes de piedra y tierra color achiote, observo las casas desperdigadas en el repecho de las montañas. Tuxtla ha quedado allá abajo: 25 kilómetros al sur. Al fin me topo a la pequeña comunidad, solitaria, hundida en el silencio a veces interrumpido por el silbido de las hojas y el canto de las golondrinas. Contemplo un campo de fútbol con travesaños de palos secos, rodeados de cedros y tribunas de piedra. Corrales de madera corroída por los años, guajolotes de patas enlodadas, perros famélicos, burros alegañados y patos sin agua. Observo óxidos espesos en la camioneta abandonada de don Jesús Molina, muerto de fiebre hace un año.
El poblado parece un montón de casas desmenuzado en el bosque, con lámparas solares inservibles, de cables colgados y baterías descompuestas.
Sólo hay una calle que no tiene más de 100 metros de longitud. El templo presbiteriano, el católico y la escuela de educación básica, casi siempre están cerrados. Los fines de semana los recintos religiosos rebosan de almas, pues casi todos son devotos al Evangelio y casi nadie consume alcohol, salvo dos o tres que compran aguardiente en la capital para el consumo esporádico.
Es viernes, once de la mañana, no hay clases en la escuela. Es día hábil y fuera del calendario de vacaciones escolares. Los habitantes se contradicen respecto a la ausencia del catedrático. Bajo la sombra de un árbol frondoso, los pobladores defienden sus tierras con títulos originales de propiedad.
El joven comisario ejidal, Daniel Girón Guzmán, se desenvuelve mejor en español. Dice que Antonia López, quien ahora descansa sobre una piedra, no es la única que perdió a su bebé por diarrea; también Antonia Girón, madre de dos varones pequeños. Antonia Girón enterró a su bebé detrás de la casa de sus suegros para evitar que la autoridad abriera el cuerpo de la inocente criatura. De esta forma impiden que los muertos pasen el ridículo delante de los vivos, como ocurrió hace siete años, recuerdan.
Esa vez, un adolescente muerto salió del bosque, atravesado y amarrado sobre el lomo de un jumento. Los pobladores lo hallaron ahogado en una poza. Se supo después que había resbalado cuando intentó agarrar a una tortuga. Los policías se negaron a cargarlo diez kilómetros para después atravesarlo por el ejido como si fuera un rey sin más trono que el de su propio destino.

* * *

Es jueves. Los pájaros alegran el camino.
Antonia Girón, sentada incómodamente en una silla infantil de madera, le da de mamar a su bebé.
De su choza de dos por tres metros, surge una espesa ola de humo que roza el molino de nixtamal que hay en el patio.
—Mi marido no está —advierte a la defensiva.
Inicia la plática un poco desconfiada, a la vez que jala a su niño de tres años hacia ella.
Comienza a llover otra vez.
Se vuelve más flexible y camina rumbo a una galera; seguida por el chico.
Viste enagua típica de su cultura, pero parece haber perdido la costumbre del huipil. Se cubre del frío con un suéter azul. Es baja de estatura. Sus ojos parecen un par de monedas incrustadas en su semblante sombrío. Tiene amarrado el cabello en cola. El niño de brazos es ojeroso y de abdomen abultado. El otro, igual que el primero, está vestido con ropa que tampoco tiene que ver con el traje tradicional de la etnia. Ambos son de carrillos ruborizados y cabellos cortados a la mitad de su frente. Antonia Girón, abandona su rudeza defensiva y recuerda que a sus 19 años perdió a Viviana, su segundo hijo.
Una noche, hace año y medio, Viviana interrumpió el silencio de la montaña con llantos de dolor. Antonia Girón trató de calmarla con medicinas tradicionales que poco surtieron efecto. A la mañana siguiente, en compañía de su esposo Alejandro Ramírez, corrió tres horas con destino al Hospital Regional "Rafael Pascacio Gamboa", de la capital, donde un médico minimizó la enfermedad. Regresó a Tierra Colorada, pero al caer la noche la nena (de cinco meses) recayó en retortijones severos que no alcanzó a ver el amanecer. La niña fue enterrada detrás de la casa de sus suegros, dentro de una caja de maderas viejas.
En el funeral, los pobladores sintieron el ofuscamiento de cuando murió la niña de Antonia López por las mismas causas.
—No lo olvido —dice con nostalgia la mujer de 21 años.

* * *

El Cañón del Sumidero es una de las 46 áreas naturales protegidas, según la Secretaría del Medio Ambiente e Historia Natural, en Chiapas.
Entrar a esta reserva es dejar a un lado la ciudad del pavimento y penetrar a un paraíso de flora y fauna, mediante un pago de 27 pesos.
El punto de partida inicia en un arco de hormigón. A un costado está la oficina ecológica de Adrián Méndez Barrera, director del Parque Nacional Cañón del Sumidero.
El funcionario de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), acomoda su cuerpo alargado y delicado, sobre el asiento detrás del escritorio.
Es medio día.
Las ramas, lentamente, amenazan irrumpir a través de la ventana abierta de la oficina.
—Ninguna administración ha puesto los ojos en Tierra Colorada como ésta —arguye, sin perder la calma.
Con movimiento de manos rebate que los poblares deben entender que están en una zona federal y niega la prohibición de brigadas médicas hacia Tierra Colorada.
—Existe una buena relación con los pobladores —sostiene.
El caso se resolverá en 2013. Ya se tienen hectáreas destinadas para los habitantes, a unos 50 kilómetros de aquí.
—No serán 577 hectáreas sino una extensión menor —sentencia.
Desde el pico de una montaña, Tierra Colorada se ve como un paisaje manso extraído de algún cuadro pintoresco que se acomoda en la sala de una casa. El tenue rocío templa los techos de zinc de las 30 casas cercanas, pues el resto está desperdigado entre los vericuetos de la selva. Daniel Girón, el joven comisario, se para en lo alto del poblado frente a sus compañeros.
—La próxima administración dirá lo mismo —retumba su voz entre los árboles.
—¡No más muertos! —grita alguien del tumulto.
—¡No nos quiten las tierras! —interviene otro.
Antonia López parece retrato enmarcado en la puerta de su casa. Los niños se agarran en su falda.
Me hace una señal de adiós.

* * *

En el centro de la capital, al interior de un salón reducido del tercer piso de la Procuraduría Agraria, Arturo Orta Rodríguez, delegado federal en Chiapas, asume que el caso Tierra Colorada está en manos de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas y de otras instituciones federales. En conferencia, delante de varias pantallas encendidas, destaca un curso de gestiones oficiales que aprobó su personal. Al rato, cuando termine, se despedirá antes de que lleguen las preguntas embarazosas sobre el caso Tierra Colorada.
Jorge Manuel Rivas Peña, director de Catastro Urbano y Rural del Estado de Chiapas, dirá más tarde que ellos (los de Tierra Colorada) tienen documentos que avalan las tierras. Durante la plática deja entender que los pobladores deben salirse, debido a que este decreto federal pesa sobre los títulos de propiedad.
—El decreto obliga a la Federación a expropiarle o pagarle —reitera finalmente. Niega intervenir más en el tema.

* * *

Los tseltales se autodenominan como Winik atel, que significa "hombres trabajadores" en su lengua Maya, el imperio que pobló una parte de Mesoamérica antes que los españoles.
En 1994 lucharon —igual que otras etnias del estado— en la revolución del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en la búsqueda de la igualdad, justicia y libertad.
Adrián Méndez advierte que jamás enviarán servicios públicos a la comunidad. Tierra Colorada está, repite, dentro de un Área Natural Protegida donde nadie puede vivir por decreto presidencial, salvo la flora y la fauna que se conserva todavía.
Tierra Colorada, entonces, camina sin rumbo, hacia los senderos de una vida indigna como la que ha tolerado durante más de medio siglo. Hoy parece un cementerio de muertos vivientes cobijados en la selva, y olvidados. Seguirán enterrando a sus muertos detrás de las casas, derramando lágrimas como los árboles derraman trementina de los tallos; sufrirán sin agua potable como si vivieran en el desierto.
—Sólo tenemos el agua del cielo —espeta otra mujer, casi frente a la camioneta abandonada de don Jesús Molina, muerto de fiebre hace un año por falta de servicios médicos.
Extiende los brazos a medio patio.
La lluvia serena comienza a caer. Aquí se llega a pensar que Tierra Colorada no tiene asistencia más que del cielo.
Ante los ruidos de alguien que se asoma, Antonia Girón sale de su covacha. El humo del fogón emerge del techado. Sobre las hojas de los árboles serpentean las gotas de lluvia. Yésica, la hija de tres años, juguetea en el patio. A Rodrigo, su otro bebé, lo lleva enganchado con una manta a la cintura. Ya no quiere hablar del tema.
Prefiero no instigarlo, me doy la vuelta y regreso sobre la terracería hacia la carretera. Antonia López, la otra mujer que perdió a su bebé, nuevamente me dice adiós y hace una señal de despedida. Cuando al rato vuelva la vista ya lejos, ella seguirá allí en el marco de su puerta, como un retrato viejo abandonado en medio de la selva, el registro de una de tantas historias de vida en Tierra Colorada.