Rafael
Espinosa:
La
anciana ni siquiera se levantó del banco donde descansaba, en el corredor de su
casa, para abrir la tranca del corral. Confiada en el visitante, sólo gritó:
¡pásele! Acababa de cocinar un caldo de frijoles, en el fogón aún humeante.
Doña
Rosario Martínez tiene 74 años. Ha vivido sola desde que murió su esposo en un
accidente de tránsito, hace 20 años. En cada pregunta sobre la pobreza y el
rendimiento del dinero durante el paso de los años, se queda pensativa y
"le sobran respuestas", dice con una risa irónica.
Siempre
ha sido ama de casa. Durante sus años productivos, en los 80, la vida era más
llevadera; sin embargo, una década más tarde, cuando emigró -con su esposo y
sus cuatro hijas - a la ciudad, la situación fue complicándose.
Recuerda
que anteriormente ella y su esposo estaban a cargo de un rancho, a 15
kilómetros del municipio de Ocozocoautla, rumbo a Nuevo México. Siempre había
qué comer; "en la ciudad hubo días que no comimos", revela.
En
el rancho cosechaban verduras para autoconsumo, de modo que casi siempre comían
elotes, tortillas hechas a mano, calabacita, charales capturados en un arroyo
cercano, gallinas de patio y los huevos de éstas. Parece recordarlo con una
pasión entrañable.
Doña
Rosario lleva trenzas largas, viste una blusa tradicional y un delantal con la
publicidad de una marca de harina de maíz. Parece estar cansada por los años,
pero también parece sobrarle ganas de seguir platicando. Sus cuatro hijas ya
tienen su propia familia y viven en distintas partes de la capital.
Cuenta
que emigraron a la ciudad por una enfermedad de su esposo y aquí se quedaron.
Sus hijas tenían el deseo de estudiar, pero apenas cursaron el segundo grado de
primaria. Ella tuvo que lavar ropa ajena, mientras su esposo convalecía. Con el
tiempo, su pareja, quien era campesino, inició el comercio de quesos que
compraba con un hombre del municipio de Copainalá.
En
el rancho su esposo ganaba 160 de los viejos pesos, cada quincena, de los
cuales ella gastaba 20 para comprar jabón o algún otro producto del hogar, pero
"sobraba bastante; ahora no alcanza ni para pagar la luz", lamenta la
abuela.
También
la vida era más saludable, no se escuchaban muchas enfermedades y tampoco había
tanta inseguridad.
"Los
niños podían salir a jugar a la calle con tranquilidad, ahora dicen que los
roban", añade, mostrando cierta preocupación en su rostro. Se levanta y se
dirige a la olla ahumada para mover los frijoles con una cuchara grande.
--¿Le
preocupa la carencia económica?
--Ahora
lo que me preocupa es la muerte --suelta.
Le
importa más pensar en su velorio que pensar en lo que va comer mañana, aunque
ella sabe que sus hijas la visitan con frecuencia y le llevan algo de comida,
incluso se niega a vivir en casa de una de ellas, pues "de todas maneras
el arrimado a los tres días apesta", comenta sarcásticamente.
Su
casa es chica, de paredes de concreto y techo de láminas, en el Callejón
Durango, entre las calles Hidalgo y Michoacán de la Colonia Las Granjas, al
norte de la capital. A su edad no puede trabajar, sólo espera la ayuda de sus
hijas y el último día de su vida, aunque sinceramente se ve fuerte.
No
tiene más muebles que un refrigerador, una cama, una mesa y dos sillas. Dice
que si estuviera en sus manos poder regresar el tiempo, estaría en el rancho
donde nada le faltaba.
Aunque
sus hijas son mujeres de bien, ellas enfrentan los obstáculos económicos de la
vida.
"Uno
de mis nietos se enfermó; mi hija pidió dinero a crédito. Ahora sólo trabaja
para pagar los intereses", cuenta.
"Hubiera
querido que ellas fueran de escuela, pa'que no sufrieran tanto", añora.
Sin
embargo, una de ellas se casó con un albañil, la otra con un lavador de carros
y la tercera con un empleado de mostrador. Son hombres de bien también, pero ganan
muy poco y nos les alcanza.
"Viven
bien, pero también sufren la falta de dinero", comenta doña Rosario.
En
este sentido, sobre la pobreza generacional, el presidente de la República,
Enrique Peña Nieto, implementó hace unos días el Programa Nacional Contra el
Hambre que será dirigido inicialmente para 7.4 millones de mexicanos que sufren
pobreza alimentaria.
Expertos
explican que "el programa es muy bueno teóricamente, no obstante, habría
que llevarlo a la práctica al pie de la letra, a fin de que no queden como los
otros programas de sexenios pasados, pues tal parece que la pobreza van en
aumento, pese a los programas de desarrollo social".
En
Chiapas una tercera parte de la población sufre pobreza alimentaria, es decir,
uno de cada tres habitantes, incluso la entidad estima seis municipios con
mayor porcentaje de población en pobreza a nivel nacional (Aldama, San Juan
Cancuc, Chalchihuitán, San Andrés Duraznal, Santiago El Pinar y Sitalá), de
acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social (Coneval) 2010.
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