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domingo, 24 de febrero de 2013

La pobreza como herencia familiar




Rafael Espinosa:

La anciana ni siquiera se levantó del banco donde descansaba, en el corredor de su casa, para abrir la tranca del corral. Confiada en el visitante, sólo gritó: ¡pásele! Acababa de cocinar un caldo de frijoles, en el fogón aún humeante.
Doña Rosario Martínez tiene 74 años. Ha vivido sola desde que murió su esposo en un accidente de tránsito, hace 20 años. En cada pregunta sobre la pobreza y el rendimiento del dinero durante el paso de los años, se queda pensativa y "le sobran respuestas", dice con una risa irónica.
Siempre ha sido ama de casa. Durante sus años productivos, en los 80, la vida era más llevadera; sin embargo, una década más tarde, cuando emigró -con su esposo y sus cuatro hijas - a la ciudad, la situación fue complicándose.
Recuerda que anteriormente ella y su esposo estaban a cargo de un rancho, a 15 kilómetros del municipio de Ocozocoautla, rumbo a Nuevo México. Siempre había qué comer; "en la ciudad hubo días que no comimos", revela.
En el rancho cosechaban verduras para autoconsumo, de modo que casi siempre comían elotes, tortillas hechas a mano, calabacita, charales capturados en un arroyo cercano, gallinas de patio y los huevos de éstas. Parece recordarlo con una pasión entrañable.
Doña Rosario lleva trenzas largas, viste una blusa tradicional y un delantal con la publicidad de una marca de harina de maíz. Parece estar cansada por los años, pero también parece sobrarle ganas de seguir platicando. Sus cuatro hijas ya tienen su propia familia y viven en distintas partes de la capital.
Cuenta que emigraron a la ciudad por una enfermedad de su esposo y aquí se quedaron. Sus hijas tenían el deseo de estudiar, pero apenas cursaron el segundo grado de primaria. Ella tuvo que lavar ropa ajena, mientras su esposo convalecía. Con el tiempo, su pareja, quien era campesino, inició el comercio de quesos que compraba con un hombre del municipio de Copainalá.
En el rancho su esposo ganaba 160 de los viejos pesos, cada quincena, de los cuales ella gastaba 20 para comprar jabón o algún otro producto del hogar, pero "sobraba bastante; ahora no alcanza ni para pagar la luz", lamenta la abuela.
También la vida era más saludable, no se escuchaban muchas enfermedades y tampoco había tanta inseguridad.
"Los niños podían salir a jugar a la calle con tranquilidad, ahora dicen que los roban", añade, mostrando cierta preocupación en su rostro. Se levanta y se dirige a la olla ahumada para mover los frijoles con una cuchara grande.

--¿Le preocupa la carencia económica?

--Ahora lo que me preocupa es la muerte --suelta.

Le importa más pensar en su velorio que pensar en lo que va comer mañana, aunque ella sabe que sus hijas la visitan con frecuencia y le llevan algo de comida, incluso se niega a vivir en casa de una de ellas, pues "de todas maneras el arrimado a los tres días apesta", comenta sarcásticamente.
Su casa es chica, de paredes de concreto y techo de láminas, en el Callejón Durango, entre las calles Hidalgo y Michoacán de la Colonia Las Granjas, al norte de la capital. A su edad no puede trabajar, sólo espera la ayuda de sus hijas y el último día de su vida, aunque sinceramente se ve fuerte.
No tiene más muebles que un refrigerador, una cama, una mesa y dos sillas. Dice que si estuviera en sus manos poder regresar el tiempo, estaría en el rancho donde nada le faltaba.
Aunque sus hijas son mujeres de bien, ellas enfrentan los obstáculos económicos de la vida.
"Uno de mis nietos se enfermó; mi hija pidió dinero a crédito. Ahora sólo trabaja para pagar los intereses", cuenta.
"Hubiera querido que ellas fueran de escuela, pa'que no sufrieran tanto", añora.
Sin embargo, una de ellas se casó con un albañil, la otra con un lavador de carros y la tercera con un empleado de mostrador. Son hombres de bien también, pero ganan muy poco y nos les alcanza.
"Viven bien, pero también sufren la falta de dinero", comenta doña Rosario.
En este sentido, sobre la pobreza generacional, el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, implementó hace unos días el Programa Nacional Contra el Hambre que será dirigido inicialmente para 7.4 millones de mexicanos que sufren pobreza alimentaria.
Expertos explican que "el programa es muy bueno teóricamente, no obstante, habría que llevarlo a la práctica al pie de la letra, a fin de que no queden como los otros programas de sexenios pasados, pues tal parece que la pobreza van en aumento, pese a los programas de desarrollo social".
En Chiapas una tercera parte de la población sufre pobreza alimentaria, es decir, uno de cada tres habitantes, incluso la entidad estima seis municipios con mayor porcentaje de población en pobreza a nivel nacional (Aldama, San Juan Cancuc, Chalchihuitán, San Andrés Duraznal, Santiago El Pinar y Sitalá), de acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) 2010.

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