Rafael Espinosa:
Siempre
pensé que vivía solo entre puertas blancas y paredes color hueso, pero sabía
también desde hace un mes de una inquilina que irrumpía a mi departamento y que
hacía fiestas durante mi ausencia sin que tuviera la delicadeza de levantar los
cachivaches del piso. Incluso, supongo que danzaba cuando dormía, porque muchas
veces escuché ruidos extraños en la madrugada, aunque era mayor mi sueño y le
restaba importancia al asunto. Al amanecer no encontraba las cosas en su lugar.
Supuse que algún día se manifestaría ante mi presencia para evitar su vida
clandestina. Y así fue.
Una
vez llegué más temprano que de costumbre, la sorprendí cuando se encontraba
parada en la sala. Se quedó impávida, de pronto, movió la cabeza y corrió hacia
la pared más próxima para ocultarse. Juro que sentí cierto sentimiento, sin
embargo, recordé todas las travesuras hechas por ella dentro de la casa y
decidí pensar bien las cosas.
Ahora
se aprovecha de mi indiferencia, parece importarle poco si le hago caso. Camina
frente a mí sobre los sillones, revisa el refrigerador y hasta pareciera que se
hace de comer mientras miro la televisión.
Un
día la correteé por toda la casa hasta que la perdí, no obstante, después de
varios días sin verla, abrí el closet y la encontré dormida a sus anchas. Ella
abrió los ojos, brincó y corrió nuevamente.
¡Por
lo menos págame una renta!, le dije. Después de todo tu también vives aquí y
comes sin que cooperes para la despensa.
Permitiré
que siga viviendo aquí, pero ya le advertí que no cabemos más de dos, así que
tiene que abstenerse a traer hijos a este mundo por el momento. El departamento
es tan chico que si no obedece en poco tiempo tendré llena la casa de nuevos
huéspedes y eso significa conseguir otro empleo para solventar la economía del
hogar.
Seguramente
ahora está detrás de mi para investigar qué es lo que escribo, porque
regularmente hace ruidos y ahora está sonando unos papeles, quizá busca su
identidad o su acta de nacimiento, pues ni siquiera sé cómo se llama. Yo le
llamó Bella. Tiene sus dientes blancos, una sonrisa tímida y cara tierna.
Supongo que en alguna parte tiene artículos de bisutería, aunque yo no los he
visto, porque sus ojos parecen estar adornados de pestañas largas y quebradas.
¡Bella,
ya llegué!, le dije una noche.
Tenía
en los labios residuos de leche. Tampoco me dijo algo, entiendo que le dio pena.
Tiré la mochila en el sofá y me puse a ver la televisión, mientras ella se fue
a la cocina.
No
te preocupes, le dije; ya comí en la calle.
Noté
que no salía para saludarme. Sentí que algo andaba mal y por curiosidad fui a
la cocina y ya no estaba, pero me incomodé demasiado al ver que la despensa y
los trastos eran un desastre de guerra.
Estoy
contrariado porque mañana pienso ir a un negocio para buscarle una solución al
problema, pero lo estoy pensado mil veces porque es mi única compañía y lleva
varios meses conmigo. Extrañaré el ruido de sus quehaceres y su carita tierna
cuando come en la mesa.
Bella
es una ratita.