•La
felicitación a un réferi de box
Rafael
Espinosa / Después de arbitrar la pelea estelar de la noche, don Arturo Cruz
bajó del cuadrilátero, quizá no con la fuerza de sus años de plenitud pero
convencido de que había entregado su mejor trabajo, como siempre lo ha hecho
desde que descubrió su pasión por el boxeo. Descendía por las gradas cuando
alguien acercándose a él lo llamó:
—Felicidades,
hizo un buen trabajo, mi respeto y admiración para usted —.
Lo
felicitaba el mejor boxeador mexicano de todos los tiempos: Julio César Chávez
quien había asistido como comentarista y analista de la contienda entre Juan
José “El Topo” Rosas y José Cifuentes. Don Arturo, réferi con más de 40 años de
experiencia, había detenido la pelea por decisión técnica cuando observó que
José Cifuentes tenía la mirada perdida.
La
Leyenda del Box le dio un abrazo y se dio la media vuelta en su saco elegante.
Don Arturo se quedó pasmado no tanto por la felicitación, porque en otras
ocasiones le habían reconocido fraternalmente su talento, sino porque ahora el
saludo contenía un alto grado de honor. De pronto, del corazón del réferi salió
una frase poéticamente improvisada:
—Es
el mejor trofeo en mi carrera y lo voy a guardar en la vitrina de mi alma —le
dijo.
Entre
el ruido de los altavoces, la música y la euforia de los aficionados, pensó que
quizá no lo había oído, sin embargo, La Leyenda regresó al escucharlo y le dio
otro abrazo en medio de sonrisas mutuas, cuyo acto fue atestiguado por Julio
César Betanzos, presidente de la Comisión de Box de Tuxtla Gutiérrez.
Esta
escena la vivió un diciembre de hace unos cuatro años. Quizá haya visto a Julio
César Chávez en situaciones circunstanciales relacionadas al box, pero recibir
una felicitación de una leyenda, dice, no tiene precio.
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Desde
la comodidad de su departamento en el tercer piso de un edificio en la Colonia
Los Pájaros, en la capital chiapaneca, cuenta que ha arbitrado más de mil
contiendas estelares, semifinales, preliminares, en campeonatos estatales,
nacionales e internacionales.
Su
pasión por este deporte, pero sobre todo por ser réferi, lo llevó a coleccionar
800 revistas de Ring Mundial, de las cuales sólo sobreviven unas 80 debido a
las mudanzas domiciliarias.
A
don Arturo Cruz Singles, conocido como “El Dandi del Boxeo”, lo trajeron a
Tuxtla Gutiérrez del estado de Querétaro, cuando estaba recién nacido y tuvo su
domicilio a una cuadra del extinto Cine Alameda hasta la edad de los ocho. Por
azares del destino se fue a México, donde descubrió que su padre, don Agustín,
era boxeador profesional de peso Welter.
Su
padre se había enfrentado al “Kid Azteca”, un pugilista mexicano que durante 17
años retuvo su título mundial, con quien perdió en una contienda muy pareja y
de complicada decisión de los jueces.
Don
Agustín fue el motivo por el cual desde temprana edad comenzó a entrenar en los
gimnasios de la Ciudad de México, sin abandonar sus estudios. Se pasaba horas
en el rincón del gimnasio, golpeando costales, saltando la cuerda o sacudiendo
la pera loca, y en sus ratos de descanso se embelesaba admirando a sus grandes
ídolos como Rafael Herrera, “El Costeñito” Morales o Fermín Soto.
Ahí,
conoció a don Nacho Beristain, quien en esa época era “cubetero” de los
boxeadores en las esquinas del ring. Hoy ese hombre, dice, es uno de los
mejores promotores de box en México.
A
los seis meses de entrenamiento, cuando era adolescente con 57 kilos de peso,
se enfrentó a un chamaco muy ñengo y enclenque que estaba seguro de noquearlo,
sin embargo, perdió al recibir la mayor paliza de su vida, recuerda con
semblante sonriente. Después participó en muchas peleas más de seis y diez
rounds, con ratos de victoria y de derrota.
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De
carácter amable y voz retumbante, don Arturo explica que durante su vida ha
combinado su trabajo de réferi con oficios como la carpintería, chef de profesión,
empleado de aeropuerto y actualmente burócrata del Poder Judicial de la
Federación.
Cruz
Singles es uno de los cuatro réferis profesionales en Tuxtla y uno de los
mejores en el Sureste de México. Advierte que Singles no es su apellido, más
bien es un mote encarnado desde cuando trabajaba en una discoteca en Tuxtla,
para que lo distinguieran entre cuatro meseros que tenían el mismo nombre.
Ser
réferi es un trabajo muy bonito pero muy delicado, porque eres la máxima
autoridad arriba del ring y tienes bajo tu responsabilidad, dice, velar por la
seguridad y la integridad de los boxeadores. Pero no sólo eso, añade, también
la capacidad de tomar criterio y decisión en momentos oportunos para detener
una pelea y evitar una desgracia en el cuadrilátero.
Reconoce
el oficio de grandes árbitros internacionales como Pedro Viesca, Ramón Berumen
y Gelasio Pérez, y es admirador de ídolos del box como Julio César Chávez,
Rafael Herrera y Rubén Olivares, de quienes recuerda con lucidez cada una de
sus peleas.
En
su carrera profesional agradece el apoyo de los patrocinadores Erich Armando
Cruz Castellanos, César Rodrigo Pastrana y Marcos Orantes, así como de los
líderes sindicales de la sección 33 del Poder Judicial de la Federación, Jorge
Jiménez Cantoral y Jesús Alejandro Chandomí.
Envía
un gran agradecimiento al promotor Pepe Durán, de Comitán, y a Alfredo Solís,
de La Concordia, a la afición de Chiapas, pero sobre todo a su esposa quien ha
estado con él desde el día en que se casaron y ha sido una gran observadora y
consejera de sus actividades arriba del ring.
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Ni
siquiera el gusto a los huevos a la mexicana, su predilección a la música de
Barry White o de Javier Solís, podrá superar la pasión que le ha tenido a sus
empleos, principalmente al de réferi, concluye el padre de cuatro hijos, con
una sonrisa que hace retumbar las paredes de su departamento.