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martes, 10 de julio de 2018

El sueño de una tragedia



*Sobre el accidente donde hubo al menos siete muertos y 11 heridos

Rafael Espinosa / Una noche antes de la tragedia, el niño le dijo a su madre que había soñado un tráiler que atropellaba y mataba a su hermana. Daniel y su madre hacían tamales para vender al día siguiente. Eran las 11 de la noche.

—Ni lo quiera Dios, hijo, no digas eso —.

Mientras doña Julia terminaba su quehacer pensaba en lo que le había dicho su hijo, como una perturbación que no la dejaba concentrarse hasta que al fin soltó:

—Ven, hijo, vamos a orar —. Fueron a la orilla de la cama y se hincaron.

Después lo sentó en su regazo y lo comenzó a arrullar con cánticos religiosos, palmeándole los brazos para que se durmiera.

—Mamá, cántame esa que dice: “Noche y día los ángeles cuidándote están”… —. Doña Julia comenzó a cantar hasta que el niño se durmió. Mas tarde ella también durmió, mientras su esposo estaba en servicio en el cuartel militar.

A la madrugada siguiente, doña Julia alistó su venta, despertó a Daniel, a su hija Reina, y se fueron a la cabaña de la entrada de Tuxtla, mejor conocida como La Pochota, donde a partir de las cinco de la mañana ofrece arroz con leche, tamales, café, desayunos y posol a medio día, a traileros, pasajeros y clientes que pasan por ahí.

Como todos los días, al llegar a la cabaña oró para que le fuera bien a su negocio; sin embargo, dice, este martes sentía aflicción en el pecho, cierta tristeza, y el día estaba muy tranquilo.

—Siento que algo va a pasar —le dijo a un estibador que en las mañanas espera a los traileros.

Este martes, mientras doña Julia se encargaba del changarro, Daniel buscó en los otros comedores de la orilla a niños de su edad con quien jugar. Reina, su hermana adolescente, anduvo ofreciendo desayunos a los peatones y policías antimontines que habían llegado antes para evitar que los maestros bloquearan la carretera.

De pronto, cuando el reloj marcaba las 13:30 horas, un tráiler descontrolado, con los remolques moviéndose hacia ambos lados, pasó por la carretera como un bólido, frente al negocio de doña Julia, esquivando un camión de pasajeros hasta incrustarse en un coche que giraba en la rotonda vial conocida como La Carreta.

Después de incrustarlo, lo arrastró varios metros, tiró un poste de luz, tumbó la galera de un comedor, atropelló a policías que sombreaban bajo los árboles, a niños que jugaban en la banqueta, hasta internarse en un baldío donde detuvo su alocado desplazamiento.

—¡Mi hijo! —. Fue lo primero que le vino a la mente a doña Julia. Corrió secándose con su delantal hacia donde Daniel jugaba con los niños de los otros comedores.

Otro camión de carga se aparcó a tiempo y evitó que el tráiler arrasara la venta de jarrones de barro, jaulas y artículos domésticos de la orilla de la carretera, aunque sí alcanzó a quebrarle el pie a uno de los vendedores.

Después del silencio, comenzaron los llantos, lamentos y gritos de terror. La gente comenzó a arremolinarse cada quien asistiendo a su familiar o conocido.

Daniel estaba vivo. Su madre lo abrazó llorando, viendo el terrible panorama.

Don Alfonso, vendedor de cocteles de frutas desde hace siete años al otro lado de la acera, siguió con la vista al tráiler cuyo chofer, dice, se veía afligido como si el pedal del freno no le respondiera. Fue entonces cuando resignado dejó de preparar los cocteles y se llevó la mano a la cabeza pensando este ya hizo una desgracia.

—Al final se escuchó un estruendo y luego se vio una nube de polvo —contó al tiempo de recordar que el tráiler iba echando humo por las ruedas.

A unos 50 metros de su negocio, sobre la misma acera, doña Karina, vendedora de frutas bajo una galera, estaba entretenida con sus hijos y su negocio que ni siquiera escuchó si el tráiler iba tocando claxon.

—Sólo vi al chofer desesperado dentro de la cabina como si con la mano jalara algo del toldo —y continuó—; apenas escuché el ruido de las redilas, pero sí, iba bien rápido. Eso fue lo que me hizo voltear a verlo.

Se desconoce en qué punto estaba Daniel en el momento de la tragedia; sin embargo, más tarde contaría que vio el tráiler arremangar al coche y derribar el comedor. Asimismo, observó el atropello a los policías y a sus compañeros de juego que ahora están hospitalizados.

Su hermana no murió, como lo había soñado, porque su madre la había enviado al centro de la ciudad por un mandado.

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