Rafael Espinosa | Cuando le avisaron
de una nueva invasión, don Efraín tomó sus documentos y corrió con impotencia
al predio Loma Larga-La Brisas. Al entrar a la colonia se topó con un grupo de
gente armada con palos y machetes.
―A ver a ver, ¿A dónde va usted?
―Vine a ver mi terreno.
―¿En dónde dice que es de usted?
―¡Aquí están! ―dijo, exhibiendo una
carpeta que le arrebataron de sus manos.
El hombre que parecía ser el líder del
grupo ni siquiera lo leyó y lo rompió en varios pedazos frente a él, mientras
que los demás, ensalzados, alzaron sus palos y machetes.
Don Efraín sintió que le hervía la
sangre, un sentimiento de coraje e impotencia se le subió de los pies a la
cabeza; pensó lanzarse a golpes, sin embargo, declinó de esta decisión al ver
el furor de los invasores.
―Mejor no le busque; este terreno no
lo necesita ―le dijo el líder, tirando los restos de papel en la tierra.
Don Efraín se dio la vuelta y regresó
a su casa. Llegó de mal humor sin tocar el plato de comida que su esposa le
había servido en la mesa. Se sentó pensativo en su mecedora. Era sábado. El
mayor de sus tres hijos no tuvo el ánimo de pedirle permiso de ir a una fiesta.
Su esposa, que lo conocía desde hace 30 años, evitó entablar una conversación
con él, en cambio se dispuso a trajinar en la cocina y a doblar la ropa que en
la mañana había lavado.
Había comprado el terreno de 10x20, en
pagos con el dueño legítimo. No obstante, los invasores llegaron en estampida y
se apoderaron de su predio y de muchos más, de la noche a la mañana.
Don Efraín lo había adquirido con
mucho esfuerzo para construir una casa en la medida de sus posibilidades, y con
el tiempo, cuando fuese mayor, sus hijos se lo repartieran como herencia.
Muchas veces se reunió con otros
afectados para interponer una demanda colectiva, con la esperanza de que le
devolvieran su predio. Sin embargo, tuvo que pasar varios meses en ascuas y su
familia tolerar su mal genio respecto al caso, hasta que el gobierno mandó un
operativo de desalojo que le restituyó su patrimonio.
―Una vez que te lo invaden es
imposible recuperarlo; así hay muchos casos en la ciudad y es sabido por todos
de que lo pierdes ―le decía con tristeza a su esposa.
El día que se enteró de que el
gobierno había recuperado los terrenos y que varios “paracaidistas” habían sido
llevados a la cárcel, don Efraín brincó de alegría e invitó a su esposa e hijos
a comer en una cocina económica del centro.
Ahora, ha comenzado a trabajar más de
lo normal para construir una casita e irse a vivir ahí, aunque sea solo, para
que ya no vuelvan a quitárselo.
Por fortuna, los documentos que le
rompieron aquel día eran copias.