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miércoles, 24 de abril de 2019

La herencia de mis hijos




Rafael Espinosa | Cuando le avisaron de una nueva invasión, don Efraín tomó sus documentos y corrió con impotencia al predio Loma Larga-La Brisas. Al entrar a la colonia se topó con un grupo de gente armada con palos y machetes.

―A ver a ver, ¿A dónde va usted? 

―Vine a ver mi terreno.

―¿En dónde dice que es de usted?

―¡Aquí están! ―dijo, exhibiendo una carpeta que le arrebataron de sus manos.

El hombre que parecía ser el líder del grupo ni siquiera lo leyó y lo rompió en varios pedazos frente a él, mientras que los demás, ensalzados, alzaron sus palos y machetes.

Don Efraín sintió que le hervía la sangre, un sentimiento de coraje e impotencia se le subió de los pies a la cabeza; pensó lanzarse a golpes, sin embargo, declinó de esta decisión al ver el furor de los invasores.

―Mejor no le busque; este terreno no lo necesita ―le dijo el líder, tirando los restos de papel en la tierra.

Don Efraín se dio la vuelta y regresó a su casa. Llegó de mal humor sin tocar el plato de comida que su esposa le había servido en la mesa. Se sentó pensativo en su mecedora. Era sábado. El mayor de sus tres hijos no tuvo el ánimo de pedirle permiso de ir a una fiesta. Su esposa, que lo conocía desde hace 30 años, evitó entablar una conversación con él, en cambio se dispuso a trajinar en la cocina y a doblar la ropa que en la mañana había lavado.

Había comprado el terreno de 10x20, en pagos con el dueño legítimo. No obstante, los invasores llegaron en estampida y se apoderaron de su predio y de muchos más, de la noche a la mañana.

Don Efraín lo había adquirido con mucho esfuerzo para construir una casa en la medida de sus posibilidades, y con el tiempo, cuando fuese mayor, sus hijos se lo repartieran como herencia.

Muchas veces se reunió con otros afectados para interponer una demanda colectiva, con la esperanza de que le devolvieran su predio. Sin embargo, tuvo que pasar varios meses en ascuas y su familia tolerar su mal genio respecto al caso, hasta que el gobierno mandó un operativo de desalojo que le restituyó su patrimonio.

―Una vez que te lo invaden es imposible recuperarlo; así hay muchos casos en la ciudad y es sabido por todos de que lo pierdes ―le decía con tristeza a su esposa.

El día que se enteró de que el gobierno había recuperado los terrenos y que varios “paracaidistas” habían sido llevados a la cárcel, don Efraín brincó de alegría e invitó a su esposa e hijos a comer en una cocina económica del centro.

Ahora, ha comenzado a trabajar más de lo normal para construir una casita e irse a vivir ahí, aunque sea solo, para que ya no vuelvan a quitárselo.

Por fortuna, los documentos que le rompieron aquel día eran copias.

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