Rafael Espinosa | Don Hermi camina de
la mano de Dios, habla de Dios y le canta alabanzas a Él en todo momento. Con
su guitarra al cuello y el corazón lleno de fe, ofrece canciones a domicilio
por las calles de la ciudad, sin más ilusión que la de lograr algo para comer.
Tiene una sonrisa alegre y una voz que
hace retumbar las paredes. Se sabe muchos capítulos y versículos de la Biblia,
como de leyes un buen abogado, sin embargo, no trata de convencer a sus
semejantes con su religión pentecostés.
Don Hermi era un alcohólico de esos
que no sueltan la botella de aguardiente ni para dormir y que roban para seguir
bebiendo. Recuerda que cuando era joven estuvo dos años en la cárcel por
hurtarse un triciclo en la costa.
Al poco tiempo de que se enteraron de
que tocaba la guitarra, se vio rodeado de presos cantando. Después, alguien le
habló de la Palabra de Dios y sólo entonces decidió mudar sus pecados por
bendiciones.
Aprendió las primeras tonadas por don
Salomón, de Huixtla, que en paz descanse, dice, y más tarde cambiaría su reloj
de pulsera por su primera guitarra, cuando tenía 18 años. Lo recuerda tan bien,
como la fecha en que murieron sus padres.
A sus 60 años, el oriundo de
Motozintla, camina errante con su mochila al hombro, con la única esperanza de
seguir los pasos de Dios y no soltarse de Él. Vive en la colonia Pluma de Oro,
en la capital.
Con esta forma de vida, ha andado por
las calles de la Ciudad de México, Puebla, así como varios municipios de
Chiapas, con propinas que apenas le alcanza para comer; a veces regresa a casa
con su guitarra y “sin ningún clavo”.
―¿Y si le piden una canción mundana?
―Pues, les canto… Un día a la vez.
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