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domingo, 4 de noviembre de 2012

Niños ganapanes en panteón




Rafael Espinosa:

—¿Quiere agua, señor? —pregunta un niño que sale de entre la hilera de tumbas del cementerio.
Se llama José Eduardo, de 12 años. Carga una cubeta y su hermanito, de cinco, lleva una escoba al hombro. Ambos ofrecen agua a los asistentes a cambio de una propina voluntaria. No sólo el Día de Muertos, sino todos los domingos, en el panteón Jardín San Marcos, uno de los dos panteones más grandes de Tuxtla Gutiérrez.

—No, gracias —contesta el cliente. Se arrepiente— ¿Cuánto cobras por el viaje?

—Lo que quiera darme —, repone José Eduardo, a diez tumbas de ahí.

El cliente, quien lleva dos ramos de rosas en los brazos, acepta y se pierde entre sepulcros coloridos y sombreados por algunos árboles grandes. Los niños se van hacia el grifo más cercano para llenar la cubeta.
Se escuchan llantos, el crujir de hojas secas barridas por alguien, pájaros que interrumpen el silencio y el sonido de una marimba, a los lejos.
Los senderos son reducidos y accidentados para caminar. Y es que aquí hay 13 mil tumbas en casi seis hectáreas, de acuerdo a fuentes oficiales.
Empieza a caer la tarde; es sábado. Hoy, el panteón recibió poca gente, pero el jueves y viernes ni pasar se podía, cuenta el guardia de la entrada.
José Eduardo y su hermanito buscan al cliente. El mayor carga la cubeta de 18 litros, a la mitad de agua, apenas puede caminar por el peso de la cubeta; el menor lo sigue con la escoba al hombro.

—¡Allá está! —señala el pequeño Luis Ángel, descalzo; renguea al caminar. Se espinó en el día.

A juzgar por su ropa, los niños son de escasos recursos. Viven en una choza, a unas cuadras del panteón, en la colonia Los Pájaros. José Eduardo, estudiante de primaria, comenzó a trabajar en el camposanto a los siete años, hace un lustro.
Luis Ángel se sienta sobre un sepulcro. Su hermano barre la lápida de mosaico y después la lava con una esponja chorreante de agua.
José Eduardo cuenta que los 400 pesos que ganó el jueves y el viernes se los dio a su mamá.
Ellos forman parte de una treintena de menores pobres que cada domingo venden viajes de agua en los panteones Jardín San Marcos y el Municipal.
En Chiapas, en promedio, uno de cada tres habitantes vive en pobreza extrema.
De acuerdo con el censo del 2010 del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el 32.8 por ciento sufre esta condición de desventaja.

Los niños son simpáticos. El mayor, mientras lava la losa, cuenta que cuando sea grande quiere ser futbolista, y le va a los pumas. Inclusive, se sabe las tablas de calificaciones del deporte.

—Yo quiero ser policía —interviene, sonriente, el más pequeño—: quiero andar pistola.

Terminan su tarea.
Reciben la propina y se van entre las tumbas; el mayor con la cubeta vacía y el otro, descalzo, rengueando detrás con su escoba al hombro.
El cliente clava los ramos de rosas en los recipientes de granito. Media hora después, en este atardecer sombrío, comienza a llorar la muerte de su hijo en un accidente de tránsito, hace tres años.