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jueves, 10 de enero de 2019

"Desde niña quise ser enfermera"



Rafael Espinosa * Con una guardia más, la enfermera Daniela Gutiérrez Solís conmemora su día en el Hospital de Especilidades "Vida Mejor", en Tuxtla Gutiérrez, capital de Chiapas.

Daniela descubrió su pasión y vocación desde que era una niña. Hoy, con 18 años de servicio, es Licenciada en Enfermería, médica general y tiene especialidad en Geriatría y Gerontología Humana por la Escuela Nacional de Salud Pública de Cuba y la Unach.

Su madre estaba en desacuerdo con ella, porque decía que era una profesión dura y muy difícil, incluso para desanimarla la llevó a un hospital con pacientes graves, sin embargo, esta visita, en lugar de apartarla, reforzó su deseo por ayudar a los demás.

Lo más alegre de su profesión, dice, es recibir en tus manos a un nuevo ser y lo más triste es cuando alguien se va de este mundo, más cuando se trata de un recién nacido.

Egresada del Instituto de Estudios Superiores de Enfermería de Chiapas, Daniela ha trabajado en distintos hospitales públicos de la capital a lo largo de su trayectoria.

Para ser enfermera, dice, se requiere de vocación, humanidad, espíritu de guerrera, un gran corazón por ayudar a los demás, pero sobre todo, añade, de una gran responsabilidad.

Cuando mis compañeras me preguntan:

Qué paciente es tuyo?

Yo contesto con una sonrisa:

Todos!

“Ya no creo en la justicia”





Rafael Espinosa * Día Uno / Cuando recibió la mala noticia de su padre, apenas amanecía. Don Virgilio tomaba una taza de café en su mesa, listo para irse a trabajar. De pronto, su hermana se paró en la puerta de la calle, fatigada.

—¡A papá lo atropellaron! 

Eran las seis y media de la mañana del viernes 30 de noviembre.

Don Virgilio sintió un nudo en la garganta, se despidió a prisa de su esposa y se dirigió al hospital “Gilberto Gómez Maza”. Dice que sentía que no tocaba el piso cuando corría, por la desesperación.

Encontró a su padre en la sala de urgencias, postrado, con las dos piernas rotas, igual que el brazo y la clavícula derecha.

Su padre, don Pío Quinto, lustraba zapatos en el Parque 5 de Mayo, y su madre, doña Natividad, vendía dulces en las puertas de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), desde hace más de 25 años.

Don Pío Quinto salía desde muy temprano para evitar las grandes filas en la parada del colectivo. Su esposa, doña Natividad, lo alcanzaba más tarde.

Cuando doña Natividad llegó a su lugar de venta, un vigilante le dijo:

—Doña Nati, no se vaya usted a preocupar, pero a don Pío Quinto lo atropellaron.

Doña Natividad, con sus 80 años, sintió desvanecerse, sin embargo, unas personas que estaban cerca lo ayudaron. Ella misma dio el número telefónico de su hija, hermana de don Virgilio.

Durante los primeros días de hospitalización, don Pío Quinto se quitaba las gasas, los medicamentos intravenosos y desesperado daba vueltas en la cama. El martes 18 lo operaron, aunque sigue intranquilo, tal vez por su edad, dice don Virgilio.

En sus noches de vela, don Virgilio se pregunta si el taxista que atropelló a su padre sentirá algún remordimiento, si su padre volverá a caminar, si seguirán pidiendo prestado o hasta cuándo terminará este suplicio.

Doña Natividad se ha negado a despegarse de la cama de su esposo. Don Virgilio y sus tres hermanos alternan guardias en el hospital. Han gastado más de 20 mil pesos en curaciones y se requiere más. Han pedido prestado cuyo rédito ya comenzó a correr.

—¿Que cómo le hago? —se pregunta y se responde al mismo tiempo—, mientras cuido a mi papá, mi esposa gana por lavar (ropa ajena). Así la hemos pasado estos 21 días.

Don Virgilio, de oficio albañil, ha comprobado una vez más que la justicia es para unos cuantos.

En el crucero donde atropellaron a su padre hay cámaras de seguridad. En los videos ha visto que el taxi que atropelló a su padre es el 4217, placas DNX-821-A, del grupo Radio Taxis Colosio.

Él mismo ha investigado que la unidad está trabajando como si nada. La Fiscalía General de Justicia ya tiene conocimiento.

Seguido llega a preguntar a la Fiscalía por el caso.

—Don Virgilio, no es sólo su caso, tenemos muchos casos que atender —le dicen.

Sale de las oficinas, resignado e impotente.

—Ya no creo en la justicia.

“Dios quiere que siga vivo”





•El joven herido a causa de la explosión de un negocio, en Tuxtla

Rafael Espinosa * Día Uno / Desde una noche antes, Hugo había planeado con su esposa comprar una televisión, artículos navideños y el regalo de Santa Claus para su hijo. También había programado tramitar documentos personales para emplearse como repartidor en una refaccionaria automotriz.

Había dormido bien como una noche cualquiera, sin embargo, a la mañana siguiente, sin que él sepa por qué, se puso a discutir con su madre y hermanos por motivos diversos, como cualquier familia.

Salió enojado a la calle, con la mochila al hombro. En Palacio de Gobierno hizo unos trámites personales y en la plazoleta platicó con un conocido. Caminaba sobre la banqueta pensando en mil cosas, recuerda.

De pronto, escuchó una explosión y, al mismo tiempo, un golpe que lo lanzó contra un automóvil estacionado.

Ensordeció a causa del impacto, sólo oía un chillido agudo, dice. Quiso levantarse, pero no pudo. Le ardía la cara y sentía un punzante dolor en las costillas.

—¡No te muevas! —le dijo alguien cuando apenas abrió los ojos.

Tirado en el suelo, escuchaba voces de gente afligida.
Más tarde, socorristas de la Cruz Roja le brindaron los primeros auxilios.

—No te muevas, amigo, tranquilo, te vamos a ayudar —le dijeron.

Eran alrededor de las diez y media de la mañana. Su madre y hermanos, con los que había discutido, desayunaban a esa hora. Les habían informado por teléfono que Hugo estaba herido y quemado por una explosión. Sintieron morirse, dicen.

Más tarde, acostado en una camilla, Hugo pensó que Dios le dio una oportunidad.

—Por alguna razón, Dios quiere que siga vivo —reflexiona. Tiene esguince cervical y fractura en una de las costillas.

Sólo quiere que le den el trabajo en la refaccionaria y que el dueño del negocio se haga cargo de sus lesiones.

Su mochila y los tenis aún no aparecen. Se perdió su cartera con tres mil pesos, documentos personales y su teléfono celular.

Nota: La explosión se originó por una acumulación de gases. El establecimiento denominado "Tortas Exprés" estaba cerrado al momento del estallido; ya fue clausurado; operaba sin medidas de seguridad.


Abuelo, paisajista en miniatura



Rafael Espinosa / En Tuxtla Gutiérrez, a dos cuadras del estadio de fútbol soccer, vive un sexagenario meticuloso y de asombrosa paciencia para pintar paisajes en miniatura y domesticar cotorritas australianas.

Hace cuatro años falleció su esposa y desde entonces aumentaron sus ganas de dibujar paisajes en piedras, troncos, focos, almejas, cucharas, corcholatas, incluso en alacranes vivos, como terapia para contrarrestar su solitaria viudez.

Entre la música ambiental de pájaros y estantes repletos de paisajes, don Jorge cuenta que durante sus 68 años de vida, ha combinado su tarea de paisajista con otros oficios como taxista, operador de maquinaria pesada y mil usos a domicilio.

En el siglo pasado realizaba cuadros grandes, sin embargo, la crisis económica para comprar sus materiales lo orilló a dibujar en piezas pequeñas, de modo que con esta faena lleva más de 40 años.

En su pequeña casa de interés social se pueden ver las cotorritas que vuelan de mueble en mueble, mientras que su alacrán pintado de colores sale y entra de un diminuto cofre con respiradero.

Como si fuese un pirata, las cotorritas se posan en su hombro y el alacrán deambula en su brazo. Ha comprendido que con la ayuda de Dios, dice, los seres humanos podemos ser muy amigos de los animalitos, porque si tu no les haces daño dificilmente harán el intento de atacarte.

En su cálida casa, don Jorge González Aguilar, de elocuente conversación, cuenta que tiene cuatro hijos, el menor falleció, los demás están casados, no obstante, ha decidio vivir en voluntaria soledad y guardar luto a su esposa el resto de sus días.

Sus piezas de arte son de económico precio, desde 10 a 50 pesos, con los que sobrevive día a día de un modo austero, sin mayor codicia que la de disfrutar su soledad el tiempo que Dios se lo permita.

Dos noches de angustia



• Relato del único sobreviviente de la tripulación de un helicóptero

Rafael Espinosa / Horas más tarde del terremoto del jueves 7 de septiembre del 2017, en el sureste de México; Chiapas y los estados vecinos eran noticia internacional.

En los días consecutivos comenzó a llegar ayuda humanitaria del centro del país, en helicópteros, camiones y en medios de transporte de carga.

El domingo inmediato, 10 de septiembre, don Francisco descansaba placenteramente en su domicilio, en la capital chiapaneca. Estaba repantingado en su sillón cuando atendió una llamada del teléfono. Le avisaron que había llegado un helicóptero de Toluca, México, y como encargado de lavar máquinas de las aeronaves, remolcarlas y guardarlas en los hangares, necesitaban de su servicio.

Pasaron por él y se dirigieron al Aeropuerto Internacional "Ángel Albino Corzo", a unos 30 minutos de la capital donde ayudó a acondicionar en ambulancia el helicóptero para transportar a una paciente de gravedad de Bochil a Tapachula.

El piloto había llegado a Chiapas con ayuda humanitaria para los afectados del terremoto. Al conocer el caso de la mujer embarazada que estaba grave, ofreció el traslado aéreo.

El paramédico que acompañaría a la paciente en el vuelo no llegó, de modo que el piloto le suplicó a don Francisco que fuese con él. Don Francisco había cumplido con su trabajo y en realidad no quería ir, por eso inventó mil pretextos, sin embargo, después de un rato, accedió a las rogativas del piloto.

Cuando despegaron eran alrededor de las dos y media de la tarde. Hacía un día soleado y sin viento que moviera las ramas de los árboles. Iba en la parte trasera y durante el viaje no intercambiaron palabra.

Aterrizaron en un campo de fútbol del municipio de Bochil donde subieron a la paciente de urgencia y a su hermano. A las tres y media de la tarde despegaron nuevamente rumbo a Tapachula.

Don Francisco veía sin asombro las copas de las montañas desde el asiento trasero del piloto. Habían sobrevolado dos horas aproximadamente y estaban a unos minutos de Tapachula.

Sin embargo, a la altura del municipio de Tuzantán, en la región Soconusco, se toparon con una fuerte lluvia, relámpagos y un espeso banco de niebla, que evitaba ver más allá de un metro del parabrisas. Nadie externó miedo; el piloto siguió como si nada, recuerda don Francisco.

De pronto, se escuchó un golpe fuerte proveniente de la transmisión del helicóptero. Casi al mismo tiempo se abrió la puerta y la paciente fue succionada por la velocidad del viento y cayó al vacío.

—Agárrense de donde puedan —alcanzó a gritar don Francisco.

El helicóptero comenzó a dar vueltas y vueltas. Don Francisco se hizo el fuerte, dice, no obstante, se persignó, se hincó y se agarró del asiento del piloto. El hermano de la paciente se asió de un tubo, sintiendo el golpe del viento que ingresaba por la puerta abierta.

Instantes después, se escuchó el crepitar de las ramas de los árboles gigantescos al contacto violento del helicóptero. Al atravesar la fronda, las copas de los árboles se volvieron a cerrar. Seguía lloviendo.

Recuerda que el helicóptero estaba de cabeza e increíblemente él se encontraba de pie.

Con un fuerte dolor en las costillas se acercó al piloto.

—Capi, ¡hábleme!; Capi, ¡hábleme! —repetía sacudiendo al piloto quien sólo dio cuatro quejidos y se quedó quieto.

El hermano de la paciente salió gritando del helicóptero, no se supo si de dolor o al ver tanta desgracia. Don Francisco le dijo que siguiera gritando, que no se durmiera y que se resguardara debajo de aquel árbol, señalándole un tronco.

En aquella selva bajo la lluvia y relámpagos, don Francisco se tiró al piso de dolor y cansancio, reptó hasta alcanzar un tanque de oxígeno que usó un par de veces. Sólo entonces cayó en la cuenta de que el hermano de la paciente había dejado de gritar. Se acercó como pudo y lo vio recostado con la espalda en el tronco, inmóvil: había muerto.

A las nueve de la noche, cuando todo estaba oscuro y helado, se durmió y despertó un rato después. Así pasó la noche entera hasta que amaneció con una sed y hambre bárbaros.

La mañana del lunes cesó la lluvia. Se metió en el helicóptero y vio que el piloto tenía abierto el cráneo; también estaba muerto. Se dio cuenta también que el piloto había bloqueado todo tipo de corriente y circulación de combustible, antes de la caída, para que el helicóptero no ardiera.

Intentó sacarlo varias veces sin lograrlo.

Al medio día, mientras escuchaba el ruido de avionetas que sobrevolaban la zona en su búsqueda, caminó unos 150 metros hacia un arroyo. Intentó trepar unas rocas y cayó bruscamente. Era tanto su cansancio y desvelo que al azotar su cuerpo se quedó dormido.

Despertó a las tres de la tarde y supo la hora porque le había quitado el reloj de pulsera al piloto para orientarse del tiempo. Retornó trabajosamente hacia el helicóptero y esperó la noche. Consiguió quitar algunas alfombras de la aeronave y se tapó con ellas. Volvió a llover a cántaros y con rayos.

Los pilotos rastreadores llegaban a la base sin buenas noticias, por eso la esposa de don Francisco y sus hijos, con dolor y llanto, preparaban el funeral para cualquier momento, mientras que su padre, incrédulo, decía: yo no voy a creer que mi hijo esté muerto hasta que vea el cuerpo.

Al amanecer del martes, don Francisco vio un tubo de agua en el arroyo que le dio esperanza de que alguien se surtía de ella. Siguió la línea hasta dar con el Cantón El Hular, en Tuzantán. En el rancho nadie había, estuvo gritando fuerte y sólo así se percató de que el encargado salía de entre los árboles.

Al saber del asunto, el vaquero llamó a la policía y más tarde el rancho se convirtió en una escena de emergencia, con patrullas, ambulancias y otros vehículos. Era martes alrededor de las 11 de la mañana.

El cuerpo de la paciente lo encontraron a un kilómetro de la aeronave. Destrabaron al piloto y levantaron la humanidad del hermano de la paciente. Don Francisco estuvo internado una semana y misteriosamente sólo sufrió golpes.

A más de un año de la tragedia, don Francisco ha llegado a imaginar que no era él quien viajaba en el helicóptero y se ha enajenado tanto de esa parte de su vida que piensa que tal vez sólo fue un sueño.

Tripulación:

+ Piloto: Gregorio Rangel
+ Paciente: Mercedes Inés Mayorga
+ Hermano de la paciente: Jorge Valente

Sobreviviente: Francisco de Jesús Cantú Natarent

Helicóptero:

Modelo BELL 206 L3, matrícula XB-NSK

A sus 80 años y con discapacidad, bolea zapatos



*La historia de don Esteban

Rafael Espinosa / A pesar de que hace cuatro años falleció su esposa y que hace ocho meses perdió el brazo izquierdo, don Esteban lucha día a día por no dejarse vencer, porque lo primero que harían muchos con 80 años de edad y en estas condiciones -dice-- es pedir dinero.

—Yo no quiero pedir dinero —.

Todas las mañanas, excepto domingo, llega al parque 5 de Mayo de Tuxtla Gutiérrez y espera a quien ha de acercarse para pedirle que le lustre los zapatos, y lo hace con mucho gusto, porque una de las cosas que más le gusta en este mundo, añade, es su trabajo.

Hace ocho meses le quitaron el brazo a causa de unos quistes malignos, lo operaron tres veces y a la cuarta vez, después de tres meses de reposo, el problema había avanzado.

Durante su vida, don Esteban Fuentes, oriundo de Chiapa de Corzo, ha sido campesino, peluquero y albañil. Le ha costado adaptarse a esta nueva vida de persona con discapacidad, pero "tengo que echarle muchas ganas", se anima.

—A veces quiero escarbar en el patio y ya no puedo, siento gran impotencia —recuerda sacudiendo el puño derecho.

Hace cuatro años tuvo que vender su casa para las medicinas y consultas médicas de su esposa quien finalmente falleció de diabetes.

Actualmente, vive en casa de uno de sus hijos, en la colonia Shanká, al norte poniente de la capital.

Por cada boleada de zapatos cobra 10 pesos; al final del día se lleva a casa unos 100 pesos con los que compra algunas cosas de primera necesidad. No reniega de Dios, se encomienda a Él y entiende que debe tener paciencia.

—Gracias a Dios estoy bien de salud y aquí seguiré hasta que Dios me dé fuerzas —puntualiza.

Hoy es Día Internacional de las Personas con Discapacidad y don Esteban, lo celebra trabajando.

La historia de un "levantón"



• Luego de la refriega entre normalistas y policías en el Parque Central

Rafael Espinosa / Después de su jornada laboral como despachador en una refaccionaria, Valente se dirigió a su casa donde platicó con su esposa e hijos; sin embargo, aunque no le quedaban arrestos para abandonar su hogar, tuvo que salir a comprar la leche de su hija.

Como ya no tiene bicicleta, pues la vendió para completar el gasto escolar de sus hijos, caminó desde el barrio 5 de Mayo rumbo a la tienda Aurrera de la Avenida Central y 6ª Poniente.

Tampoco acostumbra a usar teléfono celular, quizá por eso no estaba enterado de la refriega entre policías y normalistas e indígenas desplazados de Chenalhó, en la plaza central de la capital, mucho menos del VI Informe de Gobierno de Manuel Velasco.

Sólo vio de manera extraña, dice, el movimiento de patrullas.

Caminaba por el Museo de la Ciudad, alrededor de las ocho de la noche, cuando se le emparejó un coche patrulla cuyo oficial al abrir la puerta le dijo: ¡Párate!

Valente un poco desconcertado repuso: ¿Por qué?

-¡Que te pares te digo! -le ordenó-; estás detenido, ¡súbete! -.

-Pero si no estoy haciendo nada -dijo amedrentado, al tiempo que el oficial lo agarró del brazo obligándolo a treparse. Eres parte del alboroto, ¿verdad? No, dijo extrañado. ¿Entonces qué haces aquí, a estas horas?

-Voy a la tienda -alcanzó a decir subiéndose en el asiento trasero y tras él entró también el oficial, mientras el conductor mantenía el motor en marcha.

Valente recuerda que lo anduvieron paseando por el lado sur de la ciudad.

En el transcurso les decía: No estaba haciendo nada, déjenme libre. Uno de los agentes le preguntó con una sonrisa irónica: ¿Cuánto traes? Si traes algo te dejamos ir.

Valente negó que anduviera dinero, aunque sólo contaba con 50 pesos. En el camino, con esa timidez que lo caracteriza, continuó tratando de convencerlos para que lo bajaran.

-Mira -le dijeron de pronto-; si en el trayecto detenemos a otro, neta que te soltamos.

Para su mala suerte de Valente, ya no hubo otro detenido. Lo llevaron a los separos de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, donde tras firmar algunos documentos lo trasladaron al sótano de la Fiscalía General del Estado.

Ya eran las nueve de la noche, más o menos, dice.

Cuenta que en el sótano se encontró con otros inocentes que también los habían confundido con normalistas. A uno lo habían detenido en la parada del colectivo, a otro cuando caminaba en el parque.

Valente no cerró los ojos toda la noche, pues había uno que otro alienado que la policía tuvo que someter repetidas veces.

A las ocho de la mañana del domingo, no pudo más, de modo que cayó profundamente dormido que le pareció una eternidad. No quiso usar su derecho a una llamada porque no recordaba el número de nadie.

A la una de la tarde, probó algún bocadillo que le regaló uno de los internos cuyos familiares le habían llevado de comer. En un par de ocasiones se acercaron los policías diciéndole: ¡si nos das 800 varos, de volada te sacamos!

-No tengo -decía Valente tocándose los bolsillos vacíos.

Mientras eso ocurría en el sótano, su familia y amigos lo buscaban en el hospital, Cruz Roja, Semefo, cárcel municipal, entre otros lugares.

Conforme pasaron las horas, Valente comenzó a preocuparse, ya que algunos poco a poco iban saliendo. En ese momento recordó que los policías le había dicho que cumpliéndose las 24 horas lo dejarían en libertad. Eso lo tranquilizó, recuerda.

Sus amigos del trabajo llegaron a la Fiscalía y no les daban razón. Por segunda ocasión uno de sus hijos llegó nuevamente a la Fiscalía y suplicó que lo dejaran pasar para confirmar visualmente que su padre no estaba ahí. Fue entonces cuando al mirar a través de la reja, el joven vio a su padre con una emoción que es difícil describirlo, dice Valente.

Cuando llegó a casa, su esposa corrió con los brazos abiertos casi llorando. Ella, como la mayoría en casos como este, pensó que lo habían asaltado y herido, o quizá algo peor.

-De qué te preocupas, mujer, si no he hecho nada malo y no tiene porque pasarme algo malo -la animó Valente, haciéndose el fuerte.

"La muerte de mi padre"



· Una historia de los desplazados de Chenalhó

Rafael Espinosa / Horas después de que el presidente del Congreso del Estado fuese vestido de mujer, comenzó la guerra en Chenalhó. Con traje tradicional y sin protocolos parlamentarios, fue obligado a destituir a la alcaldesa Rosa Pérez y a tomar protesta a Miguel Sántiz como nuevo representante del pueblo, en medio de una presión social cuyas consecuencias aún no terminan.

Aquel 26 de mayo del 2016, David y su padre, indígenas tzotziles, regresaban a su comunidad, el ejido Puebla, Chenalhó, a bordo de la redila de una camioneta, en la que apenas se veían los copetes de los sombreros. Eran cerca de las dos de la tarde.

Delante de ellos, iba otra camioneta también llena de gente. Se detuvieron en la entrada del ejido cuando vieron una emboscada de indígenas encapuchados, seguidores de Rosa Pérez, armados hasta los dientes, con machetes, palos y escopetas.

De pronto, se abrió fuego a diestra y siniestra, de tal modo que David y su padre, igual que el resto, saltaron y huyeron despavoridos. El ánimo se encendió cuando una niña de doce años, hija de un indígena del grupo paramilitar, recibió un balazo en la frente.

David y su padre Guadalupe, de 58 años, entraron a su choza y cerraron la puerta trás de sí. A los cinco minutos, la turba llegó a destruir su casa con palos, piedras y marro, hasta que la puerta de madera cedió de sus goznes.

Javier Gómez abrió la puerta con violencia y entró, seguido por Germán Gutiérrez y Maximiliano Etzín, entre otros que no se cubrían el rostro, mientras que el resto incendiaba casas y vehículos afuera.

-¡Sal a la calle! -le ordenaron.

David, temeroso, se incorporó de la silla sin dar un paso, mientras que sus niños y hermanos saltaban llorando de miedo.

-No estoy cometiendo ningún delito -repuso.

Fue entonces cuando sintió un balazo en la pierna. Su madre que intentó protegerlo recibió otro balazo. Su padre, Guadalupe, ya no pudo más.

-Ya no lastimes a mi familia -suplicó casi hincándose al tiempo que recibió tres balazos en el abdomen y espalda. Los agresores se dieron media vuelta y salieron.

Heridos, con los niños llorosos que los seguían, David y su familia caminaron unos 30 metros, a la casa de su hermana. Las puertas estaban de par en par, con la mesa, las sillas y la cama regadas, trás el paso de la turba. Su hermana no estaba, había ido por un mandado, supieron después.

Se recostaron en el piso a esperarla, sin embargo, don Guadalupe murió tres horas más tarde en el mismo lugar en el que se había recostado. El ejido estaba sitiado e incendiado, sin acceso a ambulancias y patrullas.

***

Desde ese entonces, 249 niños, hombres, mujeres y ancianos (una tercera parte de la población), abandonó el ejido Puebla y no ha vuelto. Vivieron en montañas por muchos meses. Este lunes 19 de noviembre, dos años después, iniciaron la caravana de Pies Cansados, de San Cristóbal de Las Casas a Tuxtla Gutiérrez.

Este viernes, David cargaba a sus dos pequeñas en la orilla de la carretera, en compañía de su esposa, su madre y algunos de sus 10 hermanos. Con él caminan más de 200 indígenas tzotziles. El gobierno de Manuel Velasco se ha desentendido del asunto.

En los ratos de descanso, David llora en silencio y abraza a sus hijas para consolarse.

Nota:

El exdiputado local, Eduardo Ramírez Aguilar, lo visitieron con blusa tradicional, luego de ser retenido junto al exdiputado Carlos Arturo Penagos Vargas, en el municipio de San Cristóbal de Las Casas, y llevado a Chenalhó. Hoy, Eduardo Ramírez es Senador por el partido Morena.

Rosa Pérez, del Partido Verde Ecologista de México, era la candidata oficial del gobernador del estado, Manuel Velasco Coello. Muchos indígenas estaban en contra de esta sucesión por incumplimiento de obras, lo cual originó la tragedia.

Se dice que derivado de la humillación y el escarnio público, Eduardo Ramírez ordenó a Rosa Pérez que enviara a su gente a generar la revuelta en contra de los seguidores de Miguel Sántiz, alcalde sustituto de Chenalhó.

Vivir para correr: atleta tuxtleco




Rafael Espinosa / Ni en su más remoto sueño don Oscar de los Santos imaginó que la mayor parte de su vida se la pasaría corriendo. Hoy, a sus 54 años, ha ganado más de 100 medallas en distintas categorías y distancias, durante una trayectoria ininterrumpida de más de 45 años en el atletismo.

A la edad de siete años, cuando estudiaba la escuela primaria, en Tonalá, su profesor y entrenador Miguel Calzada, descubrió en él su velocidad, resistencia y disciplina. Desde entonces, animado por don Miguel, don Oscar comenzó participar en los maratones en los que resultaba victorioso.

Inició como velocista de 50, 75 y 100 metros, en contra de la voluntad de su padre, un soldado de la Marina quien quería que su hijo fuese ciclista como él. Sin embargo, cuando ya era adulto, don Oscar le presumió a su padre una medalla que había ganado en Mérida, Yucatán, en un maratón de la Marina Armada de México.

-Hasta a los soldados de tu ejército les gané -.

Su padre lo quedó viendo y le dio un fuerte abrazo.

-Ese es mi hijo -le dijo orgulloso.

A los 15 años emigró a la capital de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, con un campeonato estatal. También le gustó el fútbol cuyos compañeros se sorprendían de su velocidad y resistencia en el campo, de tal modo que le decían "Cuatro Pilas" porque era incansable.

En la capital, de la mano de su entrenador físico, Mario Ruiz, comenzó a explorar en las carreras de 10 y 21 kilómetros. Con el tiempo incursionó en los 42 kilómetros 195 metros, en los que obtuvo dos primeros lugares, en Mérida.

Asimismo, logró el segundo lugar en Torreón, Coahuila, a nivel internacional con marca a Bostón, Estados Unidos, sin embargo, no participó en el país vecino por falta de recursos propios y de apoyo oficial.

Ha participado en maratones en Tabasco, Oaxaca, Puebla, entre otros estados, y fue ganador absoluto en un ultramaratón en campo traviesa de 66 kilómetros, en el río La Venta, municipio de Ocozocoautla, y consiguió otras medallas en Chiapa de Corzo.

Su máximo reconocimiendo fue el haber obtenido la tercera posición en un ultramaratón de 100 kilómetros, en la Sierra Tarahumara, Chihuahua, a la edad de 51 años. Cuenta que es una de las pruebas más salvajes del atletismo, en la que corrió 12 horas y 54 minutos, sin descanso, bajo la lluvia, el mortificante calor de la Barranca del Cobre y hielo en algunas montañas.

Con sus 1.56 de estatura y unos 49 kilos de peso, este año don Oscar resultó selecionado para un mundial en Holanda, después de superar los 100 kilómetros. Como parte de esta selección, calificó para otra carrera de 24 horas en el 2019 cuyo lugar podría ser Austria, Croacia o Asia; y una más de 50 kilómetros en las montañas de Buenos Aires, Argentina.

Cuenta que sus entrenamientos para las grandes competencias los hace en las montañas de la sierra de Chiapas, donde hay una altura superior a los tres mil metros sobre el nivel del mar, como El Porvenir, Siltepec, La Grandeza, Bejucal de Ocampo, entre otras, aunado a la preparación física, mental y nutricional. Debe dormir estrictamente sus ocho horas y diez horas de entrenamiento en sesiones.

Es fiel admirador de grandes corredores olímpicos como Germán Silva, "Halcón" García, Andrés Espinosa, por mencionar algunos. En Chiapas también hay grandes corredores, dice, entre los que destacan Romeo Ramírez, Pedro (no recuerda los apellidos) de San Cristóbal; Estanislao, de Comitán, por mencionar algunos.

Don Oscar cuenta que es el tercero de seis hermanas y tres hermanos; todos corren como ejercicio rutinario, no obstante, él fue el único que se entregó de lleno a este deporte.

No se sorprenda si lo ve corriendo en la madrugada en el Centro Deportivo Caña Hueca o rumbo al Cañón del Sumidero (donde por cierto conoce trochas, atajos y senderos); seguramente está entrenando para una carrera o simplemente es parte de su rutina.

¿Por qué lo hace a esa hora? Pues a las ocho de la mañana se va a trabajar a la Torre Chiapas, en la Secretaría de Hacienda.