• Luego de la refriega entre
normalistas y policías en el Parque Central
Rafael Espinosa / Después de su
jornada laboral como despachador en una refaccionaria, Valente se dirigió a su
casa donde platicó con su esposa e hijos; sin embargo, aunque no le quedaban
arrestos para abandonar su hogar, tuvo que salir a comprar la leche de su hija.
Como ya no tiene bicicleta, pues la
vendió para completar el gasto escolar de sus hijos, caminó desde el barrio 5
de Mayo rumbo a la tienda Aurrera de la Avenida Central y 6ª Poniente.
Tampoco acostumbra a usar teléfono
celular, quizá por eso no estaba enterado de la refriega entre policías y
normalistas e indígenas desplazados de Chenalhó, en la plaza central de la
capital, mucho menos del VI Informe de Gobierno de Manuel Velasco.
Sólo vio de manera extraña, dice, el
movimiento de patrullas.
Caminaba por el Museo de la Ciudad,
alrededor de las ocho de la noche, cuando se le emparejó un coche patrulla cuyo
oficial al abrir la puerta le dijo: ¡Párate!
Valente un poco desconcertado repuso:
¿Por qué?
-¡Que te pares te digo! -le ordenó-;
estás detenido, ¡súbete! -.
-Pero si no estoy haciendo nada -dijo
amedrentado, al tiempo que el oficial lo agarró del brazo obligándolo a
treparse. Eres parte del alboroto, ¿verdad? No, dijo extrañado. ¿Entonces qué
haces aquí, a estas horas?
-Voy a la tienda -alcanzó a decir
subiéndose en el asiento trasero y tras él entró también el oficial, mientras
el conductor mantenía el motor en marcha.
Valente recuerda que lo anduvieron
paseando por el lado sur de la ciudad.
En el transcurso les decía: No estaba
haciendo nada, déjenme libre. Uno de los agentes le preguntó con una sonrisa
irónica: ¿Cuánto traes? Si traes algo te dejamos ir.
Valente negó que anduviera dinero,
aunque sólo contaba con 50 pesos. En el camino, con esa timidez que lo
caracteriza, continuó tratando de convencerlos para que lo bajaran.
-Mira -le dijeron de pronto-; si en el
trayecto detenemos a otro, neta que te soltamos.
Para su mala suerte de Valente, ya no
hubo otro detenido. Lo llevaron a los separos de la Secretaría de Seguridad y
Protección Ciudadana, donde tras firmar algunos documentos lo trasladaron al
sótano de la Fiscalía General del Estado.
Ya eran las nueve de la noche, más o
menos, dice.
Cuenta que en el sótano se encontró
con otros inocentes que también los habían confundido con normalistas. A uno lo
habían detenido en la parada del colectivo, a otro cuando caminaba en el
parque.
Valente no cerró los ojos toda la
noche, pues había uno que otro alienado que la policía tuvo que someter
repetidas veces.
A las ocho de la mañana del domingo,
no pudo más, de modo que cayó profundamente dormido que le pareció una
eternidad. No quiso usar su derecho a una llamada porque no recordaba el número
de nadie.
A la una de la tarde, probó algún
bocadillo que le regaló uno de los internos cuyos familiares le habían llevado
de comer. En un par de ocasiones se acercaron los policías diciéndole: ¡si nos
das 800 varos, de volada te sacamos!
-No tengo -decía Valente tocándose los
bolsillos vacíos.
Mientras eso ocurría en el sótano, su
familia y amigos lo buscaban en el hospital, Cruz Roja, Semefo, cárcel
municipal, entre otros lugares.
Conforme pasaron las horas, Valente
comenzó a preocuparse, ya que algunos poco a poco iban saliendo. En ese momento
recordó que los policías le había dicho que cumpliéndose las 24 horas lo
dejarían en libertad. Eso lo tranquilizó, recuerda.
Sus amigos del trabajo llegaron a la
Fiscalía y no les daban razón. Por segunda ocasión uno de sus hijos llegó
nuevamente a la Fiscalía y suplicó que lo dejaran pasar para confirmar
visualmente que su padre no estaba ahí. Fue entonces cuando al mirar a través
de la reja, el joven vio a su padre con una emoción que es difícil describirlo,
dice Valente.
Cuando llegó a casa, su esposa corrió
con los brazos abiertos casi llorando. Ella, como la mayoría en casos como
este, pensó que lo habían asaltado y herido, o quizá algo peor.
-De qué te preocupas, mujer, si no he
hecho nada malo y no tiene porque pasarme algo malo -la animó Valente,
haciéndose el fuerte.
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