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jueves, 10 de enero de 2019

La historia de un "levantón"



• Luego de la refriega entre normalistas y policías en el Parque Central

Rafael Espinosa / Después de su jornada laboral como despachador en una refaccionaria, Valente se dirigió a su casa donde platicó con su esposa e hijos; sin embargo, aunque no le quedaban arrestos para abandonar su hogar, tuvo que salir a comprar la leche de su hija.

Como ya no tiene bicicleta, pues la vendió para completar el gasto escolar de sus hijos, caminó desde el barrio 5 de Mayo rumbo a la tienda Aurrera de la Avenida Central y 6ª Poniente.

Tampoco acostumbra a usar teléfono celular, quizá por eso no estaba enterado de la refriega entre policías y normalistas e indígenas desplazados de Chenalhó, en la plaza central de la capital, mucho menos del VI Informe de Gobierno de Manuel Velasco.

Sólo vio de manera extraña, dice, el movimiento de patrullas.

Caminaba por el Museo de la Ciudad, alrededor de las ocho de la noche, cuando se le emparejó un coche patrulla cuyo oficial al abrir la puerta le dijo: ¡Párate!

Valente un poco desconcertado repuso: ¿Por qué?

-¡Que te pares te digo! -le ordenó-; estás detenido, ¡súbete! -.

-Pero si no estoy haciendo nada -dijo amedrentado, al tiempo que el oficial lo agarró del brazo obligándolo a treparse. Eres parte del alboroto, ¿verdad? No, dijo extrañado. ¿Entonces qué haces aquí, a estas horas?

-Voy a la tienda -alcanzó a decir subiéndose en el asiento trasero y tras él entró también el oficial, mientras el conductor mantenía el motor en marcha.

Valente recuerda que lo anduvieron paseando por el lado sur de la ciudad.

En el transcurso les decía: No estaba haciendo nada, déjenme libre. Uno de los agentes le preguntó con una sonrisa irónica: ¿Cuánto traes? Si traes algo te dejamos ir.

Valente negó que anduviera dinero, aunque sólo contaba con 50 pesos. En el camino, con esa timidez que lo caracteriza, continuó tratando de convencerlos para que lo bajaran.

-Mira -le dijeron de pronto-; si en el trayecto detenemos a otro, neta que te soltamos.

Para su mala suerte de Valente, ya no hubo otro detenido. Lo llevaron a los separos de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, donde tras firmar algunos documentos lo trasladaron al sótano de la Fiscalía General del Estado.

Ya eran las nueve de la noche, más o menos, dice.

Cuenta que en el sótano se encontró con otros inocentes que también los habían confundido con normalistas. A uno lo habían detenido en la parada del colectivo, a otro cuando caminaba en el parque.

Valente no cerró los ojos toda la noche, pues había uno que otro alienado que la policía tuvo que someter repetidas veces.

A las ocho de la mañana del domingo, no pudo más, de modo que cayó profundamente dormido que le pareció una eternidad. No quiso usar su derecho a una llamada porque no recordaba el número de nadie.

A la una de la tarde, probó algún bocadillo que le regaló uno de los internos cuyos familiares le habían llevado de comer. En un par de ocasiones se acercaron los policías diciéndole: ¡si nos das 800 varos, de volada te sacamos!

-No tengo -decía Valente tocándose los bolsillos vacíos.

Mientras eso ocurría en el sótano, su familia y amigos lo buscaban en el hospital, Cruz Roja, Semefo, cárcel municipal, entre otros lugares.

Conforme pasaron las horas, Valente comenzó a preocuparse, ya que algunos poco a poco iban saliendo. En ese momento recordó que los policías le había dicho que cumpliéndose las 24 horas lo dejarían en libertad. Eso lo tranquilizó, recuerda.

Sus amigos del trabajo llegaron a la Fiscalía y no les daban razón. Por segunda ocasión uno de sus hijos llegó nuevamente a la Fiscalía y suplicó que lo dejaran pasar para confirmar visualmente que su padre no estaba ahí. Fue entonces cuando al mirar a través de la reja, el joven vio a su padre con una emoción que es difícil describirlo, dice Valente.

Cuando llegó a casa, su esposa corrió con los brazos abiertos casi llorando. Ella, como la mayoría en casos como este, pensó que lo habían asaltado y herido, o quizá algo peor.

-De qué te preocupas, mujer, si no he hecho nada malo y no tiene porque pasarme algo malo -la animó Valente, haciéndose el fuerte.

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