Rafael Espinosa:
Bastó
recorrer los pasillos del mercado “Los Ancianos” para escuchar el murmullo de
los comerciantes, que ventilaban la muerte de Alan Jair Moreno Antonio, de 18
años.
Desde
muy temprano la plática se volvió un contagio general, debido a que unos se
habían enterado de la tragedia en los diarios y otros a través de un altavoz
portátil de un anciano que pedía apoyo para los deudos.
Moreno
Antonio comenzó a trabajar de cargador en este centro de abasto a la edad de
ocho años, motivo por el cual unos 14 ganapanes, compañeros suyos, pasaban en
cada local recibiendo la cooperación para funeral.
El
susurro de “pobrecito, tan buena gente que era”, se perdía entre los hachazos
de las carnicerías, las ofertas de comida, los hervideros de las cocinas y el
rumor de la muchedumbre que parecía avispero.
El
muchacho, asesinado a cuchillazos dentro de un domicilio, a dos cuadras y media
del mercado, trabajó de estibador en una zapatería donde había conocido a una
chica un año menor a él y con quien sostenía un noviazgo de apenas una semana.
La
chica de ojos tristes y cuerpo menudo, junto a su patrona y entre un mar de
zapatos y sandalias, reveló que Alan
Jair era tranquilo y confesó que desconocía si él tomaba bebidas alcohólicas.
Los rescoldos del sufrimiento se reflejaban en su mirada marchita.
A
la una y media de la tarde del pasado domingo, una vecina vio el hilo de sangre
que salía de la puerta principal de la casa; avisó a la Policía y más tarde se
supo que era el cuerpo del Alan Jair Moreno, estudiante del Colegio de
Bachilleres de Chiapas Plantel 13.
Cursaba
el sexto semestre grupo “D” y ayer lunes sus condiscípulos celebraron la
clausura y después asistieron al funeral, en el velatorio “La Piedad ”, en la colonia Los
Pájaros. Alan Jair vivía a cuadra y media de la funeraria y a tres del panteón
Jardín San Marcos, donde fue enterrado.
El
hallazgo fue en una casa que algunos cargadores del mercado, entre ellos “La Negra ”, “El Emo”, “El Morro”
y el occiso usaban para juergas sabatinas. Se supo que con ellos y no sé con
quién más estuvo consumiendo bebidas la noche del sábado y fue al siguiente día
que lo hallaron tieso, motivo por el cual ayer fueron llamados a declarar ante
las autoridades, dijeron algunos locatarios.
Por
temor a meterse en problemas, los vecinos soltaron comentarios “a cucharadas”,
pues sólo dijeron que los fines de semana llegaban varios muchachos a consumir
bebidas embriagantes, incluso en el pasillo previo a la puerta principal, había
cuatro cajas vacías de vodka prensadas entre la verja, casi junto a un bote de
basura.
Ayer
un policía tenía la consigna de custodiar el inmueble. Tampoco sabía algo; sólo
recibía órdenes, dijo.
El
hombre del altavoz exhortaba que apoyaran para el funeral del joven asesinado,
hijo de la señora que vende “pictes de elote” todas las mañanas en los
vericuetos del mercado, y hermano de una chica con discapacidad, quien ganó
recientemente una medalla de oro en el concurso de natación de la Paralimpiada Nacional
2012, en Guanajuato.
Un
chico que caminaba entre los pasillos con un carrito de mercado confesó que
Alan Jair era tranquilo, con nadie se metía.
El
entierro se tenía programado a las dos de la tarde de ayer, sin embargo, se
hizo hora y media después, previo a los cánticos fúnebres que rebotaban en las
paredes del velatorio, debido a que el cielo encapotado de nubes grises dejó
caer un chubasco en la capital.
Al
velorio llegaron sus compañeros de la escuela —vestidos aún con el traje de gala
que usaron en la clausura—; sus amigos de trabajo que recogieron la
cooperación; varias familias con arreglos florales y miembros del Consejo
Directivo del mercado Los Ancianos.
Antes
de la inhumación, llevaron el cuerpo a donde fue su última morada, sobre la Privada Golondrinas
de la colonia Los Pájaros, donde la asistencia y los hombres —que cargaban
sobre sus hombros el ataúd— trastabillaron sobre el lodo de la calle.
Luego
subieron el féretro a una camioneta cerrada que lo llevó al panteón, seguido
por una procesión de hombres, mujeres con flores y adolescentes con una rosa en
la mano.
El
cadáver estuvo un momento en la capilla de descanso del panteón y después lo
enterraron en la fosa donde le lanzaron las últimas flores y puños de tierra,
en medio de llantos desgarradores, lloriqueos silenciosos que se apagaron con
pañuelos y lágrimas que rodaron sobre las mejillas.