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martes, 26 de junio de 2012

Último adiós a estudiante del Cobach



Rafael Espinosa:
Bastó recorrer los pasillos del mercado “Los Ancianos” para escuchar el murmullo de los comerciantes, que ventilaban la muerte de Alan Jair Moreno Antonio, de 18 años.
Desde muy temprano la plática se volvió un contagio general, debido a que unos se habían enterado de la tragedia en los diarios y otros a través de un altavoz portátil de un anciano que pedía apoyo para los deudos.
Moreno Antonio comenzó a trabajar de cargador en este centro de abasto a la edad de ocho años, motivo por el cual unos 14 ganapanes, compañeros suyos, pasaban en cada local recibiendo la cooperación para funeral.
El susurro de “pobrecito, tan buena gente que era”, se perdía entre los hachazos de las carnicerías, las ofertas de comida, los hervideros de las cocinas y el rumor de la muchedumbre que parecía avispero.
El muchacho, asesinado a cuchillazos dentro de un domicilio, a dos cuadras y media del mercado, trabajó de estibador en una zapatería donde había conocido a una chica un año menor a él y con quien sostenía un noviazgo de apenas una semana.
La chica de ojos tristes y cuerpo menudo, junto a su patrona y entre un mar de zapatos y sandalias, reveló que  Alan Jair era tranquilo y confesó que desconocía si él tomaba bebidas alcohólicas. Los rescoldos del sufrimiento se reflejaban en su mirada marchita.
A la una y media de la tarde del pasado domingo, una vecina vio el hilo de sangre que salía de la puerta principal de la casa; avisó a la Policía y más tarde se supo que era el cuerpo del Alan Jair Moreno, estudiante del Colegio de Bachilleres de Chiapas Plantel 13.
Cursaba el sexto semestre grupo “D” y ayer lunes sus condiscípulos celebraron la clausura y después asistieron al funeral, en el velatorio “La Piedad”, en la colonia Los Pájaros. Alan Jair vivía a cuadra y media de la funeraria y a tres del panteón Jardín San Marcos, donde fue enterrado.
El hallazgo fue en una casa que algunos cargadores del mercado, entre ellos “La Negra”, “El Emo”, “El Morro” y el occiso usaban para juergas sabatinas. Se supo que con ellos y no sé con quién más estuvo consumiendo bebidas la noche del sábado y fue al siguiente día que lo hallaron tieso, motivo por el cual ayer fueron llamados a declarar ante las autoridades, dijeron algunos locatarios.
Por temor a meterse en problemas, los vecinos soltaron comentarios “a cucharadas”, pues sólo dijeron que los fines de semana llegaban varios muchachos a consumir bebidas embriagantes, incluso en el pasillo previo a la puerta principal, había cuatro cajas vacías de vodka prensadas entre la verja, casi junto a un bote de basura.
Ayer un policía tenía la consigna de custodiar el inmueble. Tampoco sabía algo; sólo recibía órdenes, dijo.
El hombre del altavoz exhortaba que apoyaran para el funeral del joven asesinado, hijo de la señora que vende “pictes de elote” todas las mañanas en los vericuetos del mercado, y hermano de una chica con discapacidad, quien ganó recientemente una medalla de oro en el concurso de natación de la Paralimpiada Nacional 2012, en Guanajuato.
Un chico que caminaba entre los pasillos con un carrito de mercado confesó que Alan Jair era tranquilo, con nadie se metía.
El entierro se tenía programado a las dos de la tarde de ayer, sin embargo, se hizo hora y media después, previo a los cánticos fúnebres que rebotaban en las paredes del velatorio, debido a que el cielo encapotado de nubes grises dejó caer un chubasco en la capital.
Al velorio llegaron sus compañeros de la escuela —vestidos aún con el traje de gala que usaron en la clausura—; sus amigos de trabajo que recogieron la cooperación; varias familias con arreglos florales y miembros del Consejo Directivo del mercado Los Ancianos.
Antes de la inhumación, llevaron el cuerpo a donde fue su última morada, sobre la Privada Golondrinas de la colonia Los Pájaros, donde la asistencia y los hombres —que cargaban sobre sus hombros el ataúd— trastabillaron sobre el lodo de la calle.
Luego subieron el féretro a una camioneta cerrada que lo llevó al panteón, seguido por una procesión de hombres, mujeres con flores y adolescentes con una rosa en la mano.
El cadáver estuvo un momento en la capilla de descanso del panteón y después lo enterraron en la fosa donde le lanzaron las últimas flores y puños de tierra, en medio de llantos desgarradores, lloriqueos silenciosos que se apagaron con pañuelos y lágrimas que rodaron sobre las mejillas.

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