Rafael Espinosa / Coita es un
pueblo dividido entre los que creen en la existencia del hombre lobo y los que
dicen es pura fantasía. Lo cierto es que las leyendas forman parte intrínseca
de la idiosincrasia ancestral de Ocozocoautla.
Desde la Semana Santa reciente
hay quienes duermen con las luces encendidas, tiran agua bendita en sus puertas
para protegerse y echan doble pasador, contra aquel animal de más de dos metros
de altura y de olor, dicen, a compuesto de lociones.
Aquella media noche de abril,
muchos despertaron del sueño profundo al escuchar un aullido agudo entre las
calles del pueblo. Era una aullido triste y estridente, cuenta doña Celerina,
quien apenas se había acostado para descansar.
―¿Escuchaste eso, Ranulfo? ―le
dijo a su esposo que ya estaba despernancado sobre la cama. Él solo pujó con
indicios de no querer levantarse.
Doña Celerina volvió a
acomodarse, sin embargo, minutos después, escuchó otro aullido más próximo,
sólo entonces se levantó precavida y abrió la ventana de la calle. Vio que
pasaron patrullas a toda velocidad.
Cuando varios vecinos salieron
de sus casas, ella se atrevió a abandonar su casa, en pijama y acomodándose el
cabello.
―¿Qué es, pué? ―preguntó a su
vecina.
―No, sé… dicen que es un
hombre lobo. ¿Escuchó usté que feo aulló?
Don Ranulfo, desde la puerta,
le gritó a su esposa.
―¡Venite, ya, mañana tengo que
trabajar!
Muchos, el resto de la
madrugada, no pudieron conciliar el sueño. Los más valientes salieron con
machetes, piedras y resorteras a la calle. Y no faltó alguien que sacó a
relucir su escopeta con una bala orinada como secreto para causarle daño al
malo.
―Don Artemio, guarde usté su
escopeta, lo va a llevar la policía ―le sugirió un amigo.
―Ahorita los policías están
temblando de miedo ―le contestó sonriendo.
No obstante, amaneció y no
hubo rastros del hombre lobo, salvo horas después, dicen, encontraron una piel,
parecida de lobo, cerca de la montaña.
―Bastante tenemos con eso del
coronavirus, pa´ que ahora nos vengan con un hombre lobo ―se dijo doña Celerina
en soliloquio antes de acostarse.
Al día siguiente, la noticia
del hombre lobo había recorrido en las redes sociales hasta el lugar más
apartado de la entidad. Hubo quienes subieron fotografías nocturnas del hombre
lobo atravesando una calle o sobre la cúpula de la iglesia principal.
―Ese hombre lobo no nos dejó
dormir toda la noche ―escuchó don Ranulfo en el camión, con su costal de
cacahuates rumbo a la capital, a media hora de Coita. No lo había creído cuando
sus dos hijos, con el teléfono en mano, le habían comentado horas antes de la
noticia.
La nota fue tan legítima y
oportuna en este tiempo moderno de pandemia que los reflectores de los medios
nacionales se dirigieron al pueblo. Hubo quienes declararon que era un invento
del gobierno para que la gente no saliera de sus hogares por el coronavirus que
ha cobrado miles de vidas en el mundo.
Un policía local contó que
apenas vio la silueta correr a toda velocidad calle abajo, escondiéndose detrás
de un automóvil estacionado. Con mucho miedo, adelantó dos pasos, y el hombre
lobo saltó hacia los matorrales de un terreno baldío.
Y así pasaron días, armando y
desarmando las versiones licantrópicas, hasta que alguien dijo que un habitante
había puesto una bocina de buen alcance para reproducir a media noche el
aullido del lobo, sin que se supieran los motivos de tan descabellada idea.
La veracidad de la existencia
del hombre lobo recobró fuerza cuando comenzó a correr el rumor de que alguien
le había puesto polvorones de sal sobre la piel abandonada en la montaña, para
que el brujo o nahual no regresara a su humanidad original, como secreto de los
viejos de antes.
Fue entonces cuando muchos
comenzaron a atemorizarse más, otros hacían bromas como doña Celerina que a
partir de esa noche le dice a su nieto: “hay viene el lobo” para que se duerma,
pero el niño de dos años se ríe en lugar de cerrar los ojos.
En casi todos los hogares de
México, en la televisión y la radio, el hombre lobo es tema de conversación y
desconcierto para quienes lo escuchan por primera vez, como don Tomás, del
barrio El Bohío, en Coita, quien dice que también existe la leyenda del
monumento del Mahoma que baja todas las noches de su pedestal para bailar en
medio bulevar, en la entrada del pueblo.
―Eso del hombre lobo no es
nada ―dice don Tomás, sentado en su banqueta. A mi casa todas las noches entra
un hombre grande, me levanta de la cama hasta tener mi rostro frente al techo
de lámina, en posición horizontal. No le hago caso, ya me acostumbré. Ríe.
Ayer yo estuve en Coita y la
gente está desbarajustada. Ahora hay quienes dicen que por las noches se
escuchan los aullidos cerca del panteón La Pitaya, otros en el barrio San
Bernabé, en la Cruz Blanca. Unos dicen que el hombre lobo vino de la comunidad
de Ocuilapa, otros que llegó del municipio de Berriozábal.
Trabajadores de los mototaxi
se meten a descansar antes de que anochezca y otros laboran con el temor
disimulado.
Betsaín, un agente de la
policía local, está acostumbrado a que lo espanten. Una noche lo mandaron a
cuidar en una caseta. Su compañero que estaba enfermo del estómago se fue a
descansar a unos metros de ahí. Anduvo vigilando en derredor toda la madrugada
cuando escuchó el grito de auxilio, fuerte y claro, de su compañero, llamándolo
por su apellido. Corrió y le dio un escalofrío profundo al ver a su colega
profundamente dormido.
Una noche, se le apareció un
gato gigante, del tamaño de un perro de mediana estatura, en el panteón
municipal que le tocó cuidar. Lo corrió a pedradas mismas que antes de
lanzarlas les dibujaba una cruz imaginaria. Jamás el gato volvió a espantarlo,
dice.
Don Ranulfo, un poco incrédulo,
está de acuerdo con doña Celerina de dormirse temprano.
―Si es nahual ―dice― dentro de
poco se sabrá qué brujo murió en el pueblo o en los pueblos vecinos. Así pasó
con la cocha enfrenada que me contaba mi abuelo. Le dieron una zurra que al día
siguiente el brujo amaneció muerto en su cama.
Para los crédulos e
incrédulos, la respuesta es la misma.
―Yo, me quedó con el hombre
lobo. Esa leyenda ya es nuestra.