Rafael Espinosa | Aquel
mediodía del viernes, William se encontraba acostado en su cama viendo la
televisión. Había planeado descansar un rato para después segar el monte de su
patio. Era un día normal, sin embargo, se encontraba preocupado porque tenía
una semana sin encontrar trabajo.
Su hermana cruzaba el amplio
patio con la intención de ir a comprar a la tienda de enfrente. De pronto, a la
mitad del terreno enmontado, se dio la vuelta y corrió hasta llegar a la
recámara de William.
―Ve apoyar a doña Mary; lo
están mordiendo los perros ―le dijo afligida.
William se incorporó de un
salto y salió a la calle. Vio que en el patio vecino dos perros pitbull
sacudían con sus mandíbulas a doña Mary, de 52 años.
Varios albañiles, detrás del
corral, por miedo a ser atacados, intentaban con herramientas de trabajo
desprender a los perros. No obstante, William, sin pensarlo tanto, le quitó la
coa a uno de ellos, brincó el cerco y golpeó varias veces el cuerpo de Kika y
Vikingo.
El escenario era aterrador.
Doña Mary sangraba del muslo derecho, de los hombros y el rostro. Sus nietos,
de 3 y 5 años, lloraban inconsolables en el patio. Los perros atolondrados por
los golpes comenzaron a cejarse.
Más tarde, llegó la policía y
la ambulancia, cuando William tenía encerrados en un cuarto a los perros y una
multitud de vecinos se arremolinaban en la calle.
***
Ese día, doña Mary estaba con
dos de sus nietos. El resto de la familia había salido por diversos motivos.
Los perros, Kika y Vikingo, estaban nerviosos porque en la calle había un
movimiento inusual de albañiles y de carros por unas casas que construye una
promotora de viviendas.
Cuando Kika se escapó a través
de una rendija, Don Ruma Periodistaa Mary la llamó desde la puerta hasta que
entró nuevamente. Sin embargo, Vikingo estaba furioso, quería salir, de tal
manera que de repente saltó sobre el cuerpo de ella.
―Ya no se sentía tan amigable
―dice―, Vikingo estaba como que si estuviera reprimiendo su rabia.
Doña Mary decidió retenerlo de
las patas delanteras en su pecho, porque los niños estaban cerca, solo entonces
el perro comenzó a atacarla; luego se sumó Kika contra su pierna.
Los perros siempre estuvieron
sueltos en el patio para no estresarlos teniéndolos amarrados. Su hijo los
había adoptado desde cachorros. Tanto ella como su hijo les daban de comer sin
que hubiera antecedentes de ataques previos.
―No sé cómo ocurrió todo
―cuenta doña Mary en casa de un familiar, aún convaleciente de las heridas. Le
doy gracias a Dios que estoy bien y al muchacho que me salvó.
Actualmente, Kika y Vikingo
están amarrados en un terreno vecino en espera de que personal del Ayuntamiento
capitalino llegue por ellos, como acordaron con la familia.
***
Este miércoles, seis días
después del ataque, William, de 18 años, ya tiene trabajo. Es peón de albañil.
Son las siete de la noche y aún no regresa a casa. Vive a una cuadra de donde
termina la ciudad, de lado norte, en la colonia Las Granjas.
De repente, aparece acompañado
de unos señores albañiles, trepando con dificultad una calle barrancosa,
agobiado por la caminata y el trabajo.
Algunos vecinos lo llaman el
héroe de la colonia.
―No, cómo cree, simplemente
hice lo que pude ―dice, risueño.
Nota: Los hechos ocurrieron el
viernes 17 de enero.
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