Rafael Espinosa | Antes de que
cerrara los ojos para siempre, se le escurrieron las lágrimas al escuchar la
voz de su madre por el teléfono. Jorge Hernández Jiménez estaba en el hospital
sin poder hablar y sin moverse.
―Hijo, te vas a poner bien,
primeramente Dios ―le decía su madre de 83 años, desde casa, a través del
teléfono de una de sus hijas.
Jorge sentía lo que su madre
le decía, porque las líneas y los sonidos de los aparatos médicos se
reactivaban cada vez que ella le hablaba.
Todo fue tan rápido. El martes
ingresó al hospital público y durante la madrugada del miércoles los doctores
anunciaron su muerte.
Elizabeth, su hermana, había
salido a conseguir dinero para comprar medicamentos, sin embargo, cuando regresó
Jorge estaba muy grave y era innecesario suministrárselas, dijeron los
doctores. Su hermana mayor, Mary, estuvo cuidándolo, mientras que la tercera
hermana, Lupita, se encargó de mamá, en casa, porque se había sentido mal
cuando la ambulancia llegó por Jorge.
Bastaron unas cuantas horas
para que el fallecimiento de “La Coqui” corriera como reguero de pólvora en la
colonia y las redes sociales.
―¡Cómo!... ¿La Coqui? Si
apenas la vi ayer ―se contaban los vecinos en el barrio Niño de Atocha.
Aquel niño que cargaba las
bolsas de las señoras en el mercado a cambio de una propina, había muerto a los
54 años. Desde niño apoyó a su mamá, porque su padre los abandonó. A los 18
dejó la escuela y se aventuró como mesero hasta los últimos días de su vida.
“La Colocha”, como también lo
conocían, era un mesero de grueso rímel, cejas marcadas, un copete esponjado y
un eterno delantal azul. En días inhábiles o de descanso, los vecinos lo veían
entrar y salir de su casa con una “morraleta” llena de cervezas, casi siempre
con el glamur vigente, dicen.
Trabajó más 30 años en “Las
Laminitas”, un botanero a dos cuadras de su casa, donde después de un tiempo
llegó a tener tanta fama que atendía un área exclusiva de clientes.
También estuvo cinco años más
en “Coutiños”, otro restaurante familiar cercano, donde en últimas fechas le
negaron su liquidación y tampoco le dieron su aguinaldo proporcional, dice su
hermana, Mary.
Días antes de su muerte se le
hincharon los pies y aunque no sentía dolores se fatigaba al caminar. No
acostumbraba a quejarse y ocultaba sus malestares, principalmente, frente a su
madre con quien vivió toda su vida y quien era su mayor preocupación.
―Era la alegría de la casa,
preparaba botanas, tomaba y bailaba en la sala ―lo recuerda Elizabeth, su hermana.
―Quizá ese recuerdo tienen
todos los tuxtlecos que lo conocieron, porque era dicharachero y amiguero; “era
un regalado” ―asiente su hermana, Mary.
A veces decía: ¡ahorita vengo!
Se iba al mercado y traía pescado, camarones, jaiba, patita de puerco,
cervezas, y comenzaba a preparar botanas.
―Hijo, no malgastes tu dinero
―le decía su madre.
―¡Ay, mamá!, el dinero se hizo
para gastar.
Comía las botanas con sus
hermanas o las llevaba con los amigos.
Tenía unos 15 días desempleado
porque habían cerrado el restaurante donde trabajaba.
El lunes, la última vez que
salió a la calle a buscar trabajo, regresó más fatigado que de costumbre. Se
acostó en la cama tratando de esconder sus dolores a su mamá.
Al día siguiente, con un
esfuerzo supremo, se levantó para ir al baño y sólo entonces se percató que
había hecho sangre. Llegaron sus hermanas a verlo y le dijeron que lo llevarían
al hospital. No quería. Estuvieron insistiéndole hasta que llegó la ambulancia
a la que se subió caminando sin que nadie se imaginara que al otro día
regresaría muerto.
Cirrosis fue la causa de su
muerte.
Es posible que toda la vida
haya tomado, sin embargo, “como siempre andaba de aquí para allá, repartiendo
botanas y cervezas, no se le notaba”, dice uno de sus familiares.
Cuando la noticia de su muerte
circuló en las redes sociales, mucha gente confirmó el deceso con la familia.
Muchos apoyaron en el velorio donde llegó gente de distintos puntos de la
ciudad.
Hoy, con La Coqui o La
Colocha, “no muere una persona, nace una leyenda” cuyas risas, bailes y
botanas, quedarán en la memoria de quienes tuvieron la dicha de conocerlo.
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