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sábado, 25 de abril de 2020

Breve historia de La Coqui





Rafael Espinosa | Antes de que cerrara los ojos para siempre, se le escurrieron las lágrimas al escuchar la voz de su madre por el teléfono. Jorge Hernández Jiménez estaba en el hospital sin poder hablar y sin moverse.

―Hijo, te vas a poner bien, primeramente Dios ―le decía su madre de 83 años, desde casa, a través del teléfono de una de sus hijas.

Jorge sentía lo que su madre le decía, porque las líneas y los sonidos de los aparatos médicos se reactivaban cada vez que ella le hablaba.

Todo fue tan rápido. El martes ingresó al hospital público y durante la madrugada del miércoles los doctores anunciaron su muerte.

Elizabeth, su hermana, había salido a conseguir dinero para comprar medicamentos, sin embargo, cuando regresó Jorge estaba muy grave y era innecesario suministrárselas, dijeron los doctores. Su hermana mayor, Mary, estuvo cuidándolo, mientras que la tercera hermana, Lupita, se encargó de mamá, en casa, porque se había sentido mal cuando la ambulancia llegó por Jorge.

Bastaron unas cuantas horas para que el fallecimiento de “La Coqui” corriera como reguero de pólvora en la colonia y las redes sociales.

―¡Cómo!... ¿La Coqui? Si apenas la vi ayer ―se contaban los vecinos en el barrio Niño de Atocha.

Aquel niño que cargaba las bolsas de las señoras en el mercado a cambio de una propina, había muerto a los 54 años. Desde niño apoyó a su mamá, porque su padre los abandonó. A los 18 dejó la escuela y se aventuró como mesero hasta los últimos días de su vida.

“La Colocha”, como también lo conocían, era un mesero de grueso rímel, cejas marcadas, un copete esponjado y un eterno delantal azul. En días inhábiles o de descanso, los vecinos lo veían entrar y salir de su casa con una “morraleta” llena de cervezas, casi siempre con el glamur vigente, dicen.

Trabajó más 30 años en “Las Laminitas”, un botanero a dos cuadras de su casa, donde después de un tiempo llegó a tener tanta fama que atendía un área exclusiva de clientes.

También estuvo cinco años más en “Coutiños”, otro restaurante familiar cercano, donde en últimas fechas le negaron su liquidación y tampoco le dieron su aguinaldo proporcional, dice su hermana, Mary.

Días antes de su muerte se le hincharon los pies y aunque no sentía dolores se fatigaba al caminar. No acostumbraba a quejarse y ocultaba sus malestares, principalmente, frente a su madre con quien vivió toda su vida y quien era su mayor preocupación.

―Era la alegría de la casa, preparaba botanas, tomaba y bailaba en la sala ―lo recuerda Elizabeth, su hermana.

―Quizá ese recuerdo tienen todos los tuxtlecos que lo conocieron, porque era dicharachero y amiguero; “era un regalado” ―asiente su hermana, Mary.

A veces decía: ¡ahorita vengo! Se iba al mercado y traía pescado, camarones, jaiba, patita de puerco, cervezas, y comenzaba a preparar botanas.

―Hijo, no malgastes tu dinero ―le decía su madre.

―¡Ay, mamá!, el dinero se hizo para gastar.

Comía las botanas con sus hermanas o las llevaba con los amigos.

Tenía unos 15 días desempleado porque habían cerrado el restaurante donde trabajaba.

El lunes, la última vez que salió a la calle a buscar trabajo, regresó más fatigado que de costumbre. Se acostó en la cama tratando de esconder sus dolores a su mamá.

Al día siguiente, con un esfuerzo supremo, se levantó para ir al baño y sólo entonces se percató que había hecho sangre. Llegaron sus hermanas a verlo y le dijeron que lo llevarían al hospital. No quería. Estuvieron insistiéndole hasta que llegó la ambulancia a la que se subió caminando sin que nadie se imaginara que al otro día regresaría muerto.

Cirrosis fue la causa de su muerte.

Es posible que toda la vida haya tomado, sin embargo, “como siempre andaba de aquí para allá, repartiendo botanas y cervezas, no se le notaba”, dice uno de sus familiares.

Cuando la noticia de su muerte circuló en las redes sociales, mucha gente confirmó el deceso con la familia. Muchos apoyaron en el velorio donde llegó gente de distintos puntos de la ciudad.

Hoy, con La Coqui o La Colocha, “no muere una persona, nace una leyenda” cuyas risas, bailes y botanas, quedarán en la memoria de quienes tuvieron la dicha de conocerlo.

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