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miércoles, 20 de noviembre de 2019

El gran corazón de Sergio





Rafael Espinosa | Y así ha vivido Sergio, inmovilizado por el Síndrome del Hombre de Piedra y acompañado por el amor incondicional de su madre que siempre ha estado pendiente de él, al filo de la cama, desde el día en que ya no pudo caminar.

Tenía cuatro años cuando sus músculos fueron transformándose en huesos, de tal modo que hoy, a sus 21, ha quedado inerte; sólo mueve los dedos y los ojos, casi no habla y comienza a perder el sentido auditivo.

Hace días doña María Luisa, su madre, se puso a llorar porque Sergio había cerrado los ojos de forma tan dramática que cualquiera hubiera pensado que ya no formaba parte de este mundo; sin embargo, no pasó de un susto.

Cuando vio que Sergio regresó los ojos, le dio gracias a Dios como cada vez que vuelve de las convulsiones.

Es el quinto de seis hermanos y tiene una madre amorosa que le da de comer a cucharadas y lo asea para que después vea sus programas favoritos de televisión.

En verdad no sabe si extraña a su padre, porque casi siempre llegaba pateando las puertas en estado inconveniente. No podía taparse los oídos y tampoco podía darse vuelta en la cama. Desapareció hace seis meses, de la noche a la mañana.

La ausencia del padre ha sido inadvertida, pues doña María siempre ha trabajado de vender frutas y fritangas fuera de una escuela cercana y los fines de semana se emplea en una cocina económica.

Doña María se asombra cuando de repente mira a un desconocido tocando la puerta de su casa, pero Sergio se pone feliz porque sabe que a pesar de que no puede salir de su cuarto puede conocer a personas a través del Facebook.

―Sigue siendo amiguero ―dice doña María con una sonrisa.

A los doce años ya no pudo salir de su habitación, salvo con ayuda de su madre o de sus hermanos para ir a las citas médicas. Alcanzó a terminar el primer grado de secundaria cuyas últimas asistencias fueron a bordo de un mototaxi y sujetándose de aparatos ortopédicos.

Doña María recuerda que la enfermedad de Sergio inició a raíz de una caída, cuando jugaba con sus primos con una sábana sobre su cuerpo, a guisa de fantasma.

Más tarde le dirían los médicos que Sergio sufre Fibrodisplasia Osificante Progresiva o Síndrome del Hombre de Piedra, enfermedad rara, hereditaria e incurable, que sólo afecta a una de cada dos millones de personas.

Hubo un tiempo en que Sergio cayó en depresión y en profunda soledad que pensó en quitarse la vida, no obstante, se tomó de la mano de Dios (como él escribe en un posteo) y logró salir adelante.

Hace dos años le cumplieron su deseo de salir del ejido Copoya, al sur de la capital, donde tiene su domicilio y donde de niño jugaba con los amigos del vecindario y de la iglesia, para pasear un rato en San Cristóbal de Las Casas.

Ahora su sueño es hacerle una pequeña fiesta a la Virgen de Juquila a quien le ha tenido un fervor desde que padece esta enfermedad. Anhela conocer Veracruz; la Basílica de Guadalupe y conocer nuevos amigos.

―¿Que si qué pienso de la vida? ―escribe en su teléfono celular y continúa―; cuando Dios nos dio la vida no nos prometió una vida feliz, pero lo que sí nos prometió es una vida a su lado ―.

―¿Qué es lo que más amas en esta vida?

―Mi madre ―puntualiza.

Nota: En la foto con su hermano y su mamá.

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