Rafael
Espinosa | Aquella mañana de octubre de hace 20 años, Karen despertó con dolor
de garganta y con el pie derecho adormecido; 24 horas más tarde ya no pudo
caminar.
Ese
día de otoño se incorporó con dificultad para ir a la escuela, caminó casi
arrastrando el pie como si su zapato estuviera lleno de arena.
―Oye,
papá, siento pesado el pie ―le dijo.
―Tal
vez dormiste mal, hija; hay se te va a pasar ―repuso su padre esperándola para
llevarla a la escuela.
Durante
el simulacro escolar de sismo que se realizó esa mañana, un niño la empujó al
bajar las gradas del primer piso y de manera extraña se le dobló el tobillo
derecho.
Cuando
su padre fue por ella, Karen se quejó del pie nuevamente.
A
sus diez años, Karen, una niña traviesa y juguetona, no tenía antecedentes de
enfermedades graves, salvo una terca infección en la garganta.
Sus
padres la llevaron con el traumatólogo, Saraín Montero, y después con Norberto
Vázquez, el único neuropediatra en Tuxtla Gutiérrez en aquel entonces, y
ninguno de los dos sabía a ciencia cierta lo que ella padecía.
Al
llegar la noche, el adormecimiento avanzó a toda la pierna y había sido la
causa de cuatro caídas repentinas durante el día. La más preocupante fue en el
consultorio del neuropediatra.
―A
ver, hija ―le dijo el doctor―, camina hacia la puerta.
Karen
caminó arrastrando la pierna, sin embargo, al girar cayó al suelo.
A
la mañana siguiente, amaneció cansada e indispuesta para asistir a la próxima
cita médica. En su casa, le habían instalado una sillita en el baño para que se
bañara con ayuda de su madre.
―Pero,
mami, no puedo mover la pierna ―le dijo mientras estaba recostada.
―Por
eso, hijita, apóyate con la pierna izquierda que es la que más fuerza tiene.
―Sí,
mami, de la izquierda te estoy hablando. Sólo entonces se percataron de que no
era una sino ahora las dos piernas las que estaban inmovilizadas.
Desde
ese momento, la llevaron de urgencia en brazos, otra vez con el neuropediatra.
―Su
hija está desarrollando el síndrome Guillain-Barré, a causa de una infección en
la garganta, y así como dejó de mover las piernas, va a dejar de mover los
brazos, va a dejar de hablar y va a dejar de respirar ―advirtió el doctor a los
papás en una plática privada.
―¿Me
está diciendo que mi hija se está muriendo? ―dijo su madre con impotencia.
―Sí,
señora, desgraciadamente ―lamentó el doctor.
Dios
es tan grande, dice Karen, porque sus padres consiguieron los medios
necesarios, juntaron los ahorros y todas las fuerzas del alma, para que en
menos de veinticuatro horas la llevaran a un hospital de la Ciudad de México y
salvaran a su única hija. Por fortuna, el síndrome no avanzó.
Después
de mes y medio de estudios, observación, atención médica y fisioterapia, Karen
regresó a Tuxtla Gutiérrez.
En
su nuevo estilo de vida en silla de ruedas, descubrió que adaptarse a la
discapacidad no es tan complicado como aprender a tolerar la discriminación
social.
En
la escuela primaria, reflexiona, "a veces los niños no sabemos medir
nuestras palabras", sin embargo, aquellas ofensas, motes y agravios, la
hicieron más fuerte y la ayudaron a forjar su carácter. Hoy, en sus ratos
libres, los recuerda y se ríe.
―El
mundo no es como las caricaturas donde todo es color de rosa ―le advirtió un
doctor de la Ciudad de México al despedirla del hospital, como preparándola
ante las adversidades sociales. Tienes que ser fuerte, le animó a la niña.
En
los siguientes niveles educativos, los compañeros fueron cada vez menos
agresivos, “quizá porque va uno madurando”, dice, aunque en la Universidad
Valle de México (UVM), en Tuxtla, la rechazaron por su discapacidad después de
haber hecho los pagos correspondientes para iniciar el ciclo escolar.
Inicialmente
le negaron matricularse porque tenerla ahí significaba gastos adicionales para
la institución, pues tendrían que habilitar barandales en los pasillos, en los
baños y tampoco había rampas.
Su
madre llegó llorando de coraje a la casa y no tardó en enterar al director
general de los campus de la UVM quien llegó a Tuxtla para tratar personalmente
el asunto.
Su
madre se había resignado a que no recibieran a Karen en esa Universidad, no
obstante, alegaba que le rembolsaran el 100 por ciento de la colegiatura e
inscripción y no el 50 que ofrecían devolverle.
Finalmente,
entre el llanto de sus padres y los gestos de contrición de las autoridades
universitarias, le pidieron una disculpa oficial y Karen continuó ahí sus
estudios.
Hoy,
Karen Koch Ferrer Aquino, puso en alto el nombre de Chiapas al coronarse
"Miss WheelChair México 2019”, primer certamen a nivel nacional realizado
en Coatzacoalcos, Veracruz, con más de 29 participantes de distintas entidades.
Aquella
niña que jugaba futbol, iba clases de natación y de danza folclórica, mantiene
un ánimo desbordante y la sonrisa expresiva.
Es
licenciada en Naturoterapia y Doctora en Educación; pertenece a un equipo de
basquetbol adaptado y práctica calistenia casi todas las mañanas.
Hace
unos meses realizó la primera rodada en silla de ruedas denominada “Unidos por
la Inclusión”, del centro de Tuxtla al Parque de La Marimba, para concientizar
a la sociedad acerca de las dificultades de desplazamiento en silla de ruedas
por las calles de la capital.
―¿Y
cuál es tu mayor ilusión?
―Dejar
huella en este mundo ―puntualiza en su cálido consultorio, en el centro de la
ciudad.
Nota:
En marzo próximo representará a México en el certamen internacional, en
Francia.
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