Vistas de página en total

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Historia de un accidente



Rafael Espinosa | Andrés estaba frente a la vibrante y fragorosa trituradora de piedras, en las penumbras de aquella noche del jueves 29 de diciembre del 2016, cuando perdió la pierna izquierda.

En la construcción del Nuevo Libramiento Sur sólo se veían las luces de los camiones que iban y venían cargados de material.

Andrés, alumbrado por una fogata a falta de lámparas, dirigía los volteos que descargaban piedras en la boca de la trituradora.

Esa noche, el chofer de un volteo, en estado de ebriedad, se desplazó de reversa con violencia y sin luces traseras.

Al borde de un barranco de peñascos y la trituradora, Andrés no tenía escapatoria, estaba acorralado, por eso en su desesperación cayó sentado. La llanta del volteo cargado de piedras quedó encima de su pierna izquierda.

Aunque hubiera gritado nadie lo hubiera escuchado por el triquitraque de la trituradora y del motor del volteo, en aquella oscuridad de las veintitrés horas.

Sin que todavía supiera de la gravedad de la herida, alcanzó a sacar su teléfono del pantalón y le habló al operador de la trituradora.

―Échame la mano, tengo la llanta del volteo encima.

―¿En serio? ―contestó dubitativo el operador.

―Sí, apúrate, no estoy cotorreando.

Por otro lado, el chofer del volteo ―al bajarse― dio un brinco de susto al ver a Andrés debajo de la llanta. Lleno de terror movió la unidad.

Se desconoce de dónde Andrés sacó fuerzas en ese momento para incorporarse, sin embargo, no aguantó mucho y tuvo que apoyarse de sus compañeros.

Lo llevaron al campamento donde había claridad. Alguien se quitó la playera para aplicar un torniquete y restañar la hemorragia.

Había vehículos en la obra pero ninguno tenía combustible. Andrés llamó por teléfono al encargado.

―Ingeniero, necesitamos un carro, me aplastó la pierna el volteo ―.

―Llego en diez minutos ―repuso el encargado.

Pasaron los diez minutos.

―Ingeniero, ¿Va usté a venir? ―insistió adolorido.

―Ya voy, ya voy.

Hubo quien pensó en trasladarlo en la cuchara de una retroexcavadora cuando en ese instante llegó uno de los obreros en una camioneta. En ella lo llevaron al centro de salud del municipio de Suchiapa, a unos minutos de ahí.

―Estás bien pálido ―le dijo el doctor al ver su rostro.

Cuando vio la herida añadió: ¡llévenlo a un hospital!

Andrés había perdido un litro de sangre.

A esa hora apenas los alcanzó el ingeniero.

Andrés fue llevado al Sanatorio Muñoa, en Tuxtla Gutiérrez, donde lo entretuvieron hasta las tres de la madrugada sin hacerle algo por falta de especialistas en ese instante.

Después lo trasladaron a la Clínica Moreno, en la capital, rumbo al barrio 5 de Mayo. Andrés sentía mucha hambre, pues el accidente ocurrió momentos antes de que se dispusiera a cenar, como lo hacía de ordinario.

A las siete de la mañana del viernes, Andrés fue intervenido. Salió del quirófano a las cuatro de la tarde. El doctor le habría dicho.

―Tienes los nervios muertos y los huesos triturados.

―Si no hay más que hacer, doctor, quíteme la pierna.

El doctor ordenó a la enfermera taparle la cara para que no viera la operación, no obstante, Andrés, debajo de la sábana, vio con repugnancia y asombro, la sierra con la que le cortaban el hueso.

Después de que su cuerpo no respondía a la anestesia, de pronto cayó tendido; fue entonces cuando vio a su madre llorando frente a él y a la muerte con una guadaña a un lado. Más tarde, sabría que se trató de un delirio porque su madre había fallecido tres años antes.

Ni su esposa, sus dos niñas, ni algunos familiares cercanos, sabían de la tragedia, por lo que se desconoce quién les informó que Andrés había muerto durante la cirugía. En su casa, algunos prepararon las honras fúnebres, mientras que otros se vistieron de negro para recogerlo en la Clínica.

Desde esa ocasión, Andrés sintió que volvió a nacer. Cree que no le ha caído el veinte, como se dice coloquialmente, ha hecho todo lo posible por tomar con paciencia y naturalidad la ausencia de su pierna.

El día que se preguntó: Y ahora ¿qué voy a hacer? Él mismo se contestó: salir adelante, ni pedo.

Abandonó la silla de ruedas a los tres días y se dispuso a usar un par de muletas. Reconoce que fue difícil adaptarse a esta nueva vida. Se cayó varias veces con las muletas y se levantó con más ganas que coraje.

Ahora, a casi tres años del percance, tiene una vulcanizadora en el Libramiento Norte y 5ª Poniente de esta capital.

La primera vez que intentó desmontar una llanta se fue de bruces, otra ocasión se dio con la espátula en el rostro, pero con el tiempo ha tenido ingenio para sufrir menos.

Andrés ha sido trabajador del campo en su natal Suchiapa, ayudante de albañil, chalán de mecánico, entre otros oficios.

Siempre le gustó más el trabajo que el estudio, por eso sólo alcanzó a llegar a la preparatoria, dice.

―¿Qué piensas del accidente?

―¿Qué más le va uno a hacer?

No se deprimió en ningún momento, añade, porque sabe que es la cabeza de la familia y no debe demostrar debilidad. Y para ello siempre contó con su esposa y sus dos hijas pequeñas.

Del chofer del volteo que manejaba ebrio esa noche, no lo ha vuelto a ver, tampoco desea verlo.

La constructora le pagó los gastos médicos y le dio una indemnización con la que compró su herramienta para su vulcanizadora. La indemnización no fue de buena voluntad, tuvo que demandar, enfatiza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario