Rafael Espinosa / Un día antes
de que recibiera el balazo, Marco celebró en familia el cumpleaños número 11
del mayor de sus dos hijos. A la mañana siguiente, se puso el uniforme de
policía, sin embargo, a diferencia de otros días, ese lunes aciago no tenía
ganas de ir a trabajar. Incluso, le llamó por teléfono a su jefe.
—Deme chance —le dijo, cerca
de las siete.
Pero Marco cambió de opinión
al escuchar de su jefe que necesitaba apoyo, precisamente, el 24 de febrero,
Día de la Bandera.
La jornada laboral parecía
transcurrir sin novedad. Pero a las cinco de la tarde, cuando él y su compañero
se disponían a comer en una fonda del centro de la ciudad, escucharon por la
radio el llamado de un auxilio ciudadano. Dejaron los tacos intactos y salieron
corriendo al apoyo.
Era un par de personas que
discutían la posesión de un teléfono celular, en la 1a Sur y 2a Oriente.
Lograron que las partes conciliaran y estaban pensando nuevamente dónde comer
cuando se activó la alarma de un robo a comercio, a unas cuadras de ahí.
A decir verdad, Marco estaba
desganado, quizá por la hora de la tarde o porque simplemente tenía un
presentimiento que no quiso externar en el momento.
—Pos, ya vi que tú tienes
ganas de ir —le dijo a su camarada—; pues… vamos!
José Luis tomó el mando de la
motopatrulla y él se trepó en la parte posterior.
En la Avenida Central vio que
otras motopatrullas de la Policía Fuerza Ciudadana también se habían activado e
iban rumbo a la dirección del asalto. Creía que otros agentes llegarían
primero, por eso se dio tiempo de hablar por teléfono con su esposa, a través
del manos libres.
En la 2a Norte, entre 3a y 4a
Poniente, vieron a un hombre con un maletín en la mano que al notar la
presencia policiaca había comenzado a correr. Marco se apeó de la unidad casi
en movimiento, mientras que su compañero decidió alcanzarlo en la motopatrulla.
Casi en la esquina de la 4a
Poniente, el delincuente sacó una pistola apuntándole a José Luis.
—Ya te cargó la chingada
—soltó el malandrín al tiempo en que comenzó a disparar.
José Luis no supo cómo bajó de
la moto ocultándose en unos árboles, en tanto que Marco corría con pistola en
ristre sobre la banqueta. Marco hizo algunos disparos sin que ninguno diera en
el blanco. Su compañero que estaba más cerca tampoco pudo asestarle.
De pronto, Marco sintió algo
caliente que le penetró el brazo derecho y al mismo tiempo perdió la fuerza del
mismo. Se parapetó en unas escaleras en medio del fuego cruzado.
***
Su esposa que aún lo tenía en
línea, apenas escuchó de Marco: ¡Me dieron, me dieron!
—¿Qué te dieron? —le preguntó
asustada.
—Un balazo —alcanzó a decirle
y colgó.
Casi muerta por la
preocupación, su esposa intentó marcarle sin que nadie contestara. No sabía qué
hacer desde su casa, no quiso decirle a su suegra y tampoco a sus niños para no
afligirlos, sin embargo, por dentro se aguantaba sintiendo y pensando lo peor.
Minutos más tarde, cuando
estaba alistándose para salir a quién sabe donde, porque aún no sabía donde
estaba su esposo, recibió una llamada:
—¿Es usted esposa de don
Marcos?
—¡¡Sí!! —repuso dominada por
la angustia—; ¡¡Cómo está él!!
—Cálmese. Está bien, señora.
Recibió un balazo en el brazo, pero está consciente, al parecer no es una
herida de gravedad.
Cuando Marco se dio cuenta de
que estuvo a unos centímetros de la muerte, en caso de que la bala le hubiera
penetrado la cabeza o el corazón, sólo entonces, tirado en la banqueta, sintió
un deseo inquebrantable de ver a su esposa y a sus dos hijos pequeños.
***
—¡Síguelo! —le dijo a su
compañero, más con rabia que miedo. José Luis apenas dio unos pasos, titubeó, y
al fin decidió regresar para ayudarlo. Minutos después llegó la ambulancia.
Dicen que el ladrón huyó con
pistola en mano, de modo que otro motopatrullero que lo topó, dobló en la
esquina más próxima para no arriesgarse. El compinche fue arrestado en la 7a
Poniente y 3a Norte, a una cuadra de la clínica podológica que habían asaltado.
En los ocho años que estuvo en
las filas del Ejército Mexicano, destacamentado en distintos estados del país,
en medio de fragorosos tiroteos, Marco nunca fue herido de bala.
De los ocho años que lleva
como policía en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, hace dos le
fracturaron el tobillo izquierdo al ser atacado por unos malandrines que
consumían marihuana.
Esa vez, varios compañeros se
anotaron para cubrir el auxilio, sin embargo, esa noche, sólo él y otro
compañero asistieron.
***
Estuvo ocho días internado.
Ayer hizo un mes de andar con la bala en el brazo, este miércoles lo
intervendrán para extraérsela.
—Gracias a Dios esa bala fue
para mí, de lo contrario le hubiera atravesado el cráneo a mi compañero que
había pasado corriendo ante mí un segundo antes —puntualiza.
Foto 1: El ladrón con la
pistola.
Foto 2: Marco, en el hospital.
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