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sábado, 25 de abril de 2020

La vida en vilo de un policía





Rafael Espinosa / Un día antes de que recibiera el balazo, Marco celebró en familia el cumpleaños número 11 del mayor de sus dos hijos. A la mañana siguiente, se puso el uniforme de policía, sin embargo, a diferencia de otros días, ese lunes aciago no tenía ganas de ir a trabajar. Incluso, le llamó por teléfono a su jefe.

—Deme chance —le dijo, cerca de las siete.

Pero Marco cambió de opinión al escuchar de su jefe que necesitaba apoyo, precisamente, el 24 de febrero, Día de la Bandera.

La jornada laboral parecía transcurrir sin novedad. Pero a las cinco de la tarde, cuando él y su compañero se disponían a comer en una fonda del centro de la ciudad, escucharon por la radio el llamado de un auxilio ciudadano. Dejaron los tacos intactos y salieron corriendo al apoyo.

Era un par de personas que discutían la posesión de un teléfono celular, en la 1a Sur y 2a Oriente. Lograron que las partes conciliaran y estaban pensando nuevamente dónde comer cuando se activó la alarma de un robo a comercio, a unas cuadras de ahí.

A decir verdad, Marco estaba desganado, quizá por la hora de la tarde o porque simplemente tenía un presentimiento que no quiso externar en el momento.

—Pos, ya vi que tú tienes ganas de ir —le dijo a su camarada—; pues… vamos!

José Luis tomó el mando de la motopatrulla y él se trepó en la parte posterior.

En la Avenida Central vio que otras motopatrullas de la Policía Fuerza Ciudadana también se habían activado e iban rumbo a la dirección del asalto. Creía que otros agentes llegarían primero, por eso se dio tiempo de hablar por teléfono con su esposa, a través del manos libres.

En la 2a Norte, entre 3a y 4a Poniente, vieron a un hombre con un maletín en la mano que al notar la presencia policiaca había comenzado a correr. Marco se apeó de la unidad casi en movimiento, mientras que su compañero decidió alcanzarlo en la motopatrulla.

Casi en la esquina de la 4a Poniente, el delincuente sacó una pistola apuntándole a José Luis.

—Ya te cargó la chingada —soltó el malandrín al tiempo en que comenzó a disparar.

José Luis no supo cómo bajó de la moto ocultándose en unos árboles, en tanto que Marco corría con pistola en ristre sobre la banqueta. Marco hizo algunos disparos sin que ninguno diera en el blanco. Su compañero que estaba más cerca tampoco pudo asestarle.

De pronto, Marco sintió algo caliente que le penetró el brazo derecho y al mismo tiempo perdió la fuerza del mismo. Se parapetó en unas escaleras en medio del fuego cruzado.

***

Su esposa que aún lo tenía en línea, apenas escuchó de Marco: ¡Me dieron, me dieron!

—¿Qué te dieron? —le preguntó asustada.

—Un balazo —alcanzó a decirle y colgó.

Casi muerta por la preocupación, su esposa intentó marcarle sin que nadie contestara. No sabía qué hacer desde su casa, no quiso decirle a su suegra y tampoco a sus niños para no afligirlos, sin embargo, por dentro se aguantaba sintiendo y pensando lo peor.

Minutos más tarde, cuando estaba alistándose para salir a quién sabe donde, porque aún no sabía donde estaba su esposo, recibió una llamada:

—¿Es usted esposa de don Marcos?

—¡¡Sí!! —repuso dominada por la angustia—; ¡¡Cómo está él!!

—Cálmese. Está bien, señora. Recibió un balazo en el brazo, pero está consciente, al parecer no es una herida de gravedad.

Cuando Marco se dio cuenta de que estuvo a unos centímetros de la muerte, en caso de que la bala le hubiera penetrado la cabeza o el corazón, sólo entonces, tirado en la banqueta, sintió un deseo inquebrantable de ver a su esposa y a sus dos hijos pequeños.

***

—¡Síguelo! —le dijo a su compañero, más con rabia que miedo. José Luis apenas dio unos pasos, titubeó, y al fin decidió regresar para ayudarlo. Minutos después llegó la ambulancia.

Dicen que el ladrón huyó con pistola en mano, de modo que otro motopatrullero que lo topó, dobló en la esquina más próxima para no arriesgarse. El compinche fue arrestado en la 7a Poniente y 3a Norte, a una cuadra de la clínica podológica que habían asaltado.

En los ocho años que estuvo en las filas del Ejército Mexicano, destacamentado en distintos estados del país, en medio de fragorosos tiroteos, Marco nunca fue herido de bala.

De los ocho años que lleva como policía en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, hace dos le fracturaron el tobillo izquierdo al ser atacado por unos malandrines que consumían marihuana.

Esa vez, varios compañeros se anotaron para cubrir el auxilio, sin embargo, esa noche, sólo él y otro compañero asistieron.

***

Estuvo ocho días internado. Ayer hizo un mes de andar con la bala en el brazo, este miércoles lo intervendrán para extraérsela.

—Gracias a Dios esa bala fue para mí, de lo contrario le hubiera atravesado el cráneo a mi compañero que había pasado corriendo ante mí un segundo antes —puntualiza.

Foto 1: El ladrón con la pistola.
Foto 2: Marco, en el hospital.


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