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sábado, 25 de abril de 2020

Cuidado, perros rabiosos en Copoya





Rafael Espinosa / Cada vez que doña Maricruz sale del trabajo lo primero que viene a su mente son los perros gregarios.

Siente escalofrío cuando recuerda al perro que la mordió aquella tarde de febrero del 2019.

Ese día había salido del domicilio donde trabaja de ayudar a una familia en los quehaceres del hogar, en el ejido Copoya.

Tenía que caminar varias cuadras solitarias hasta la orilla de la carretera para tomar el colectivo que la llevaría a su casa, en Tuxtla Gutiérrez, a 15 minutos de ahí.

Durante ocho años había hecho esa rutina, dos veces al día. A las nueve de la mañana a la hora que entra y a las cinco de la tarde a la hora que sale. Literalmente toreaba a la manada de perros sin más preocupaciones que las domésticas de su propio hogar.

Sin embargo, esa vez, desprevenidamente, un perro le clavó los colmillos en la pantorrilla izquierda. Intentó librarse con regaños y sacudiendo su pierna hasta quedar paralizada del susto, mientras los perros huyeron mirándola de reojo.

Contra las indicaciones médicas, no quiso reposar mucho tiempo porque le preocupaba más recuperar los casi mil pesos que había gastado en la consulta y medicinas.

Desde esa vez, cambió su ruta temporalmente, decidió evitar la calle 7ª Sur y 9ª Oriente, para que los perros no la atacaran nuevamente.

En el lapso de un año, escuchó que la manada había hecho otros ataques, entre ellos a un muchacho que había caído de su motocicleta cuando era perseguido por los caninos. El joven logró alejarlos incorporándose con la velocidad de un gato, con piedras en las manos. Escuchó también que había matado a varios borregos y gallinas del barrio.

Hubo paz durante un tiempo en la calle de los perros, de tal manera que doña Maricruz recobró la confianza y superó el miedo.

Regresó a su ruta habitual, no obstante, el jueves 13 de febrero de 2020, un año después, nuevamente fue atacada.

Eran las cinco de la tarde. Apenas vio de reojo al perro que se acercaba mostrando sus colmillos. Se dio la vuelta, aterrada, recogió unas piedras y gritó pidiendo ayuda a un joven que en ese momento entraba a su domicilio. Los perros retrocedieron y se dispersaron despavoridos.

Ese día, doña Maricruz, de 45 años, llegó asustadísima a su casa jurando haber sentido los colmillos en su pierna, sin embargo, su hijo tuvo que tranquilizarla para que no fuera al médico porque no había ninguna herida, salvo el pantalón que estaba rasgado.

Al siguiente día, corrió a quejarse con el comisariado ejidal quien le dijo que le enviara fotos de los perros y que pronto atendería el asunto, pero ya pasó casi un mes y los perros continúan acosando a los habitantes del ejido, en la zona alta del sur de la ciudad.

Nadie se dice ser dueño de los perros, los cuales también intentaron atacar a la hermana y a la cuñada de doña Maricruz quienes la apoyan en el trabajo un par de días a la semana.

Ahora, a veces doña Maricruz ajusta su dinero para pagarle a un mototaxi que la lleve y la traiga de su trabajo hasta la orilla de la carretera. Otras veces tiene que rodear a pie varias manzanas sin que ninguna autoridad haga algo.

—Ojalá que el Ayuntamiento tome cartas en el asunto —anhela preocupada—; porque por esa calle transitan muchos niños que van a una escuela cercana.

Dice que su mayor temor es que esos perros sigan reproduciéndose y aumente el riesgo de que ataquen a más personas, y lo peor, agrega, es que haya un brote de rabia.

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