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jueves, 10 de enero de 2019

Dos noches de angustia



• Relato del único sobreviviente de la tripulación de un helicóptero

Rafael Espinosa / Horas más tarde del terremoto del jueves 7 de septiembre del 2017, en el sureste de México; Chiapas y los estados vecinos eran noticia internacional.

En los días consecutivos comenzó a llegar ayuda humanitaria del centro del país, en helicópteros, camiones y en medios de transporte de carga.

El domingo inmediato, 10 de septiembre, don Francisco descansaba placenteramente en su domicilio, en la capital chiapaneca. Estaba repantingado en su sillón cuando atendió una llamada del teléfono. Le avisaron que había llegado un helicóptero de Toluca, México, y como encargado de lavar máquinas de las aeronaves, remolcarlas y guardarlas en los hangares, necesitaban de su servicio.

Pasaron por él y se dirigieron al Aeropuerto Internacional "Ángel Albino Corzo", a unos 30 minutos de la capital donde ayudó a acondicionar en ambulancia el helicóptero para transportar a una paciente de gravedad de Bochil a Tapachula.

El piloto había llegado a Chiapas con ayuda humanitaria para los afectados del terremoto. Al conocer el caso de la mujer embarazada que estaba grave, ofreció el traslado aéreo.

El paramédico que acompañaría a la paciente en el vuelo no llegó, de modo que el piloto le suplicó a don Francisco que fuese con él. Don Francisco había cumplido con su trabajo y en realidad no quería ir, por eso inventó mil pretextos, sin embargo, después de un rato, accedió a las rogativas del piloto.

Cuando despegaron eran alrededor de las dos y media de la tarde. Hacía un día soleado y sin viento que moviera las ramas de los árboles. Iba en la parte trasera y durante el viaje no intercambiaron palabra.

Aterrizaron en un campo de fútbol del municipio de Bochil donde subieron a la paciente de urgencia y a su hermano. A las tres y media de la tarde despegaron nuevamente rumbo a Tapachula.

Don Francisco veía sin asombro las copas de las montañas desde el asiento trasero del piloto. Habían sobrevolado dos horas aproximadamente y estaban a unos minutos de Tapachula.

Sin embargo, a la altura del municipio de Tuzantán, en la región Soconusco, se toparon con una fuerte lluvia, relámpagos y un espeso banco de niebla, que evitaba ver más allá de un metro del parabrisas. Nadie externó miedo; el piloto siguió como si nada, recuerda don Francisco.

De pronto, se escuchó un golpe fuerte proveniente de la transmisión del helicóptero. Casi al mismo tiempo se abrió la puerta y la paciente fue succionada por la velocidad del viento y cayó al vacío.

—Agárrense de donde puedan —alcanzó a gritar don Francisco.

El helicóptero comenzó a dar vueltas y vueltas. Don Francisco se hizo el fuerte, dice, no obstante, se persignó, se hincó y se agarró del asiento del piloto. El hermano de la paciente se asió de un tubo, sintiendo el golpe del viento que ingresaba por la puerta abierta.

Instantes después, se escuchó el crepitar de las ramas de los árboles gigantescos al contacto violento del helicóptero. Al atravesar la fronda, las copas de los árboles se volvieron a cerrar. Seguía lloviendo.

Recuerda que el helicóptero estaba de cabeza e increíblemente él se encontraba de pie.

Con un fuerte dolor en las costillas se acercó al piloto.

—Capi, ¡hábleme!; Capi, ¡hábleme! —repetía sacudiendo al piloto quien sólo dio cuatro quejidos y se quedó quieto.

El hermano de la paciente salió gritando del helicóptero, no se supo si de dolor o al ver tanta desgracia. Don Francisco le dijo que siguiera gritando, que no se durmiera y que se resguardara debajo de aquel árbol, señalándole un tronco.

En aquella selva bajo la lluvia y relámpagos, don Francisco se tiró al piso de dolor y cansancio, reptó hasta alcanzar un tanque de oxígeno que usó un par de veces. Sólo entonces cayó en la cuenta de que el hermano de la paciente había dejado de gritar. Se acercó como pudo y lo vio recostado con la espalda en el tronco, inmóvil: había muerto.

A las nueve de la noche, cuando todo estaba oscuro y helado, se durmió y despertó un rato después. Así pasó la noche entera hasta que amaneció con una sed y hambre bárbaros.

La mañana del lunes cesó la lluvia. Se metió en el helicóptero y vio que el piloto tenía abierto el cráneo; también estaba muerto. Se dio cuenta también que el piloto había bloqueado todo tipo de corriente y circulación de combustible, antes de la caída, para que el helicóptero no ardiera.

Intentó sacarlo varias veces sin lograrlo.

Al medio día, mientras escuchaba el ruido de avionetas que sobrevolaban la zona en su búsqueda, caminó unos 150 metros hacia un arroyo. Intentó trepar unas rocas y cayó bruscamente. Era tanto su cansancio y desvelo que al azotar su cuerpo se quedó dormido.

Despertó a las tres de la tarde y supo la hora porque le había quitado el reloj de pulsera al piloto para orientarse del tiempo. Retornó trabajosamente hacia el helicóptero y esperó la noche. Consiguió quitar algunas alfombras de la aeronave y se tapó con ellas. Volvió a llover a cántaros y con rayos.

Los pilotos rastreadores llegaban a la base sin buenas noticias, por eso la esposa de don Francisco y sus hijos, con dolor y llanto, preparaban el funeral para cualquier momento, mientras que su padre, incrédulo, decía: yo no voy a creer que mi hijo esté muerto hasta que vea el cuerpo.

Al amanecer del martes, don Francisco vio un tubo de agua en el arroyo que le dio esperanza de que alguien se surtía de ella. Siguió la línea hasta dar con el Cantón El Hular, en Tuzantán. En el rancho nadie había, estuvo gritando fuerte y sólo así se percató de que el encargado salía de entre los árboles.

Al saber del asunto, el vaquero llamó a la policía y más tarde el rancho se convirtió en una escena de emergencia, con patrullas, ambulancias y otros vehículos. Era martes alrededor de las 11 de la mañana.

El cuerpo de la paciente lo encontraron a un kilómetro de la aeronave. Destrabaron al piloto y levantaron la humanidad del hermano de la paciente. Don Francisco estuvo internado una semana y misteriosamente sólo sufrió golpes.

A más de un año de la tragedia, don Francisco ha llegado a imaginar que no era él quien viajaba en el helicóptero y se ha enajenado tanto de esa parte de su vida que piensa que tal vez sólo fue un sueño.

Tripulación:

+ Piloto: Gregorio Rangel
+ Paciente: Mercedes Inés Mayorga
+ Hermano de la paciente: Jorge Valente

Sobreviviente: Francisco de Jesús Cantú Natarent

Helicóptero:

Modelo BELL 206 L3, matrícula XB-NSK

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