Rafael Espinosa │Cuenta que tenía 14
años cuando comenzó a remendar calzado en el taller de don José Estrada de
quien heredó, no sólo el oficio, sino también el pie de remache que con cariño
conserva.
Antes de ser ayudante de zapatero,
recuerda, vendió periódicos, fue bolero y cargador en el mercado del centro, en
aquel Tuxtla antiguo cuando la orilla del pueblo era el río Sabinal.
En la época que se apartó de su
maestro para emprender su propio negocio, llegaron tiempos productivos en los
que fabricaba sandalias, huaraches, y remendaba calzado con ayuda de cinco
operarios.
―Hoy, apenas alcanza para comer
―deduce.
Dice que en su taller había rimeros de
zapatos para reparar; sin embargo, fue bajando la demanda de su servicio de tal
manera que con el tiempo dejó de fabricar sandalias y fue despidiendo a los
trabajadores hasta quedarse solo.
Rememora que a la ciudad comenzaron a
llegar zapatos baratos de por doquier, a tal grado de que hoy la gente prefiere
comprarse unos nuevos que renovar su calzado.
Gracias a Dios y a este oficio,
reconoce, pudo sacar adelante a sus cuatro hijas y ahora cuida de su esposa que
se encuentra enferma, a quien le dedica el mayor tiempo posible.
Don Alejandro Mundo aparenta menos
edad de los 70 que tiene, quizá porque lleva más de 47 años sin tomar ni fumar
y todos los días se desplaza en su bicicleta.
Cerrando su negocio, monta su bicicleta
y se va a casa. Así ha sido su ritmo de vida por más de 40 años, dice.
Lustra zapatos, remienda bolsas de
damas, pinta chamarras de piel, entre otros, a precios económicos.
Su pequeño taller, ubicado en la 4ª
Norte y 2ª Oriente, es uno de los 10 negocios de este giro que sobreviven en el
primer cuadro de la ciudad Tuxtla Gutiérrez.
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