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miércoles, 19 de septiembre de 2018

El joven pintor tsotsil






* Me inspira mi origen y mi pueblo mágico: Andrés López

Rafael Espinosa / Cuando Andrés era un niño, sus papás y hermanos salieron de su comunidad a consecuencia de conflictos sociales, caminaron hora y media a través de las montañas, sin más bártulos que los que alcanzaron a agarrar. Se instalaron en San Juan Chamula e iniciaron una vida nueva. Sin embargo, una mañana cuando desayunaban en la mesa, su padre le dijo una frase que ha sido motivo de reflexión para las nuevas generaciones.

—Ya no puedo apoyarte con la escuela, así que ponte a trabajar —le dijo en lengua tsotsil antes de echarse la caja de chicles al hombro.

En ese momento de inocencia infantil, quizá no le haya dado tanta importancia al asunto, por lo que Andrés anduvo sin pena buscando trabajo hasta que al poco se le vio, igual que a su padre, como vendedor itinerante, con una caja de chicles en el pecho u otras veces con una canasta de chicharrines en la cabeza.

Una tarde, cuando su madre iba a inscribirse a un programa social de gobierno a la Casa de la Cultura del pueblo, le dijo: ¡Hijo, acompáñame! Y lo llevó de la mano.

En realidad, Andrés no quería ir, dice, no obstante, visitó sin interés los talleres de danza y música, y ocurrió en él algo muy distinto al entrar al pabellón de pintura.

—Sentí algo bonito —recuerda—; fue como si entrara a otro mundo —.

Desde entonces, en todo un año no faltó a las clases de pintura hasta que un día demolieron la Casa de la Cultura para construir un mercado público. De la venta de chicles y chicharrines comenzó a ahorrar para continuar la secundaria. Más tarde, reinició su curso en la Casa de la Cultura edificada en otro sitio de la localidad.

Mientras cursaba en el Cobach, plantel 57, en San Juan Chamula, puso un negocio de baratijas de importación para ayudarse y a la vez participaba en los concursos de pintura en los que obtuvo múltiples reconocimientos y primeros lugares.

Después de 10 años de recibir talleres, fue nombrado director de la Casa de la Cultura de San Juan Chamula, se matriculó en la licenciatura de Lengua y Cultura en la Universidad Intercultural de Chiapas (Unich); sin embargo, a los dos años, abandonó sus estudios a consecuencia de un accidente en motocicleta, medio que usaba para economizarse los pasajes de la escuela a su casa y viceversa.

—¿La escuela o el trabajo? —se cuestionó cuando estaba convaleciente.

De este modo eligió continuar pintando en casa, en sus ratos libres, inspirándose en los cuadros de pintores como Rembrandt, José María Velazco, Diego Velazquez, entre otros grandes de estilos diversos.

A sus 24 años, ha sido integrante de la Orquesta Sinfónica Esperanza Azteca, imparte talleres de artes plásticas a los jóvenes de su comunidad y ha expuesto sus obras en distintos estados del país. El año pasado, mediante sus composiciones pictóricas, representó a Chiapas en Japón.

Su sueño es exhibir sus óleos en las galerías de París, Francia, donde existe una fecunda competencia entre artistas que tienen el mismo anhelo.

En la celebración del 40 aniversario del Colegio de Bachilleres en Chiapas, Andrés expuso una serie de obras y dirigió un mensaje emotivo, en tsotsil y luego en español, a los jóvenes estudiantes que culminó en un aplauso pletórico:

“Mi mayor motivación han sido las carencias que viví en la infancia, los deseos de mis padres por apoyarme sin tener con qué, de lograr mis propósitos a través del arte, porque no hay mayor satisfacción que hacer lo que a uno le gusta”.

En la noche, acompañado de su esposa, estaba disfrutando del frío en su casa, en San Juan Chamula, donde próximamente cumplirá otro de sus mejores sueños: lograr el primer taller de pintura comunitario en el país.

Andrés agradece a sus maestros Esteban García, de Las Margaritas; Akio Hanafuji, de origen japonés con residencia en San Cristóbal de Las Casas; y José Alberto Aguilar Mayorga, docente, entre otros que sin su ayuda y orientación quizá no hubiera brillado como hoy, dice.

Su madre es ama de casa, su padre aún vende chicles, sus ocho hermanas y hermanos fabrican trajes tradicionales, uno es docente y los más pequeños estudian la primaria y secundaria. Andrés aún tiene su pequeño changarro de oropeles. Todos, en la medida de sus posibilidades, se apoyan mutuamente.

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