* Me inspira mi origen y mi pueblo mágico:
Andrés López
Rafael Espinosa / Cuando Andrés era un
niño, sus papás y hermanos salieron de su comunidad a consecuencia de
conflictos sociales, caminaron hora y media a través de las montañas, sin más
bártulos que los que alcanzaron a agarrar. Se instalaron en San Juan Chamula e
iniciaron una vida nueva. Sin embargo, una mañana cuando desayunaban en la
mesa, su padre le dijo una frase que ha sido motivo de reflexión para las
nuevas generaciones.
—Ya no puedo apoyarte con la escuela,
así que ponte a trabajar —le dijo en lengua tsotsil antes de echarse la caja de
chicles al hombro.
En ese momento de inocencia infantil,
quizá no le haya dado tanta importancia al asunto, por lo que Andrés anduvo sin
pena buscando trabajo hasta que al poco se le vio, igual que a su padre, como
vendedor itinerante, con una caja de chicles en el pecho u otras veces con una
canasta de chicharrines en la cabeza.
Una tarde, cuando su madre iba a
inscribirse a un programa social de gobierno a la Casa de la Cultura del
pueblo, le dijo: ¡Hijo, acompáñame! Y lo llevó de la mano.
En realidad, Andrés no quería ir, dice,
no obstante, visitó sin interés los talleres de danza y música, y ocurrió en él
algo muy distinto al entrar al pabellón de pintura.
—Sentí algo bonito —recuerda—; fue como
si entrara a otro mundo —.
Desde entonces, en todo un año no faltó
a las clases de pintura hasta que un día demolieron la Casa de la Cultura para
construir un mercado público. De la venta de chicles y chicharrines comenzó a
ahorrar para continuar la secundaria. Más tarde, reinició su curso en la Casa
de la Cultura edificada en otro sitio de la localidad.
Mientras cursaba en el Cobach, plantel
57, en San Juan Chamula, puso un negocio de baratijas de importación para
ayudarse y a la vez participaba en los concursos de pintura en los que obtuvo
múltiples reconocimientos y primeros lugares.
Después de 10 años de recibir talleres,
fue nombrado director de la Casa de la Cultura de San Juan Chamula, se
matriculó en la licenciatura de Lengua y Cultura en la Universidad Intercultural
de Chiapas (Unich); sin embargo, a los dos años, abandonó sus estudios a
consecuencia de un accidente en motocicleta, medio que usaba para economizarse
los pasajes de la escuela a su casa y viceversa.
—¿La escuela o el trabajo? —se cuestionó
cuando estaba convaleciente.
De este modo eligió continuar pintando
en casa, en sus ratos libres, inspirándose en los cuadros de pintores como
Rembrandt, José María Velazco, Diego Velazquez, entre otros grandes de estilos
diversos.
A sus 24 años, ha sido integrante de la
Orquesta Sinfónica Esperanza Azteca, imparte talleres de artes plásticas a los
jóvenes de su comunidad y ha expuesto sus obras en distintos estados del país.
El año pasado, mediante sus composiciones pictóricas, representó a Chiapas en
Japón.
Su sueño es exhibir sus óleos en las
galerías de París, Francia, donde existe una fecunda competencia entre artistas
que tienen el mismo anhelo.
En la celebración del 40 aniversario del
Colegio de Bachilleres en Chiapas, Andrés expuso una serie de obras y dirigió
un mensaje emotivo, en tsotsil y luego en español, a los jóvenes estudiantes
que culminó en un aplauso pletórico:
“Mi mayor motivación han sido las
carencias que viví en la infancia, los deseos de mis padres por apoyarme sin
tener con qué, de lograr mis propósitos a través del arte, porque no hay mayor
satisfacción que hacer lo que a uno le gusta”.
En la noche, acompañado de su esposa,
estaba disfrutando del frío en su casa, en San Juan Chamula, donde próximamente
cumplirá otro de sus mejores sueños: lograr el primer taller de pintura
comunitario en el país.
Andrés agradece a sus maestros Esteban
García, de Las Margaritas; Akio Hanafuji, de origen japonés con residencia en
San Cristóbal de Las Casas; y José Alberto Aguilar Mayorga, docente, entre
otros que sin su ayuda y orientación quizá no hubiera brillado como hoy, dice.
Su madre es ama de casa, su padre aún
vende chicles, sus ocho hermanas y hermanos fabrican trajes tradicionales, uno
es docente y los más pequeños estudian la primaria y secundaria. Andrés aún
tiene su pequeño changarro de oropeles. Todos, en la medida de sus
posibilidades, se apoyan mutuamente.
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