Rafael
Espinosa / El agente de la policía de Tránsito caminó cuidadosamente entre la
maleza. Le habían reportado la volcadura de una camioneta, sin embargo, nada
veía ante la penumbra del amanecer. Había dejado metros atrás la cinta
asfáltica y estuvo a punto de abandonar aquel silencio de las seis de la
mañana, cuando, de pronto, escuchó unos gemidos de dolor.
—¡Hey!
—gritó Zambrano a sus compañeros—; por aquí se escucha que alguien se está
quejando.
En
ese momento se intensificó la búsqueda y encontraron el cadáver de un hombre.
La mujer, a unos metros de ahí, aún se encontraba con vida. Ambos habían salido
disparados al volcar la camioneta que se encontraba al fondo, en la Carretera a
Emiliano Zapata, en Tuxtla Gutiérrez.
—¡Llamen
a todos! —solicitó con urgencia.
Todos,
significaba cuerpos de emergencia, peritos, grúa, etc.
Zambrano
se hincó y tomó entre sus brazos a la mujer, de unos 28 años, que agonizaba.
—¡Hola!
¿Me escuchas? ¿Cómo te llamas? ¡Aguanta! ¡no te duermas! —le decía
desesperado—; ya viene la ambulancia.
La
mujer con el cabello alborotado y rastros de sangre en la cara, deseaba decir
algo. Zambrano lo sabía por el temblor de los labios y las mejillas, sin
embargo, la joven solo hacía espasmos cada vez más lentos.
Cómo
olvidar la imagen de aquella mujer que agonizaba entre sus brazos, con las
ansias de seguir viviendo, con las ganas de evitar la muerte, dice Luis Ernesto
Mendoza Zambrano, con 19 años al servicio de la Policía de Tránsito Municipal
de Tuxtla Gutiérrez. Minutos después, la joven murió en su regazo. Fue en el
2011.
Zambrano,
como lo conocen en la corporación, ingresó a las filas de la Policía de
Tránsito el 28 de octubre del 2001. Empezó como agente pie a tierra, luego
ascendió como motopatrullero, auxiliar de perito y hoy, por su actitud de salir
adelante y la curiosidad de aprender, es coordinador operativo, a sus 39 años.
Es
posible que el deseo de ser policía se haya originado de cuando niño jugaba
carritos patrulleros en el patio de su casa, recuerda. No obstante, el tiempo
pasó, terminó la preparatoria y se convirtió en padre a los 18 años. Fue
policía de seguridad privada por un tiempo, aunque hoy, con tres hijos y con un
gran esfuerzo, añade, ha terminado la carrera en Derecho.
Así
como la anécdota anterior, le ha tocado vivir otras como la ocurrida hace años,
en el Libramiento Norte, frente al Parque del Oriente. Esa vez, atendía un
accidente cuando de reojo vio a una pipa de combustible que le pasaba encima a
una señora. Entró en shock, con su libreta en la mano. Su compañero lo despertó
de su vahído.
—¡Activa
la alarma! —. Lo sacudió. Solo entonces, apenas recuperándose del golpe
emocional, llamó a la central de emergencias; sus compañeros lograron detener
al responsable dos cruceros adelante. Sin dar crédito a lo que acaba de ver, se
atravesó en la carretera y empezó a detener el tráfico.
La
señora iba a cruzar con su pequeña hija, no obstante, la menor logró salvarse.
La señora con las piernas mutiladas se arrastró hacia la orilla mientras llegaba
la ambulancia, pero minutos más tarde falleció por la hemorragia incontenible.
—No
puedo describir lo que uno siente —deduce Zambrano, quien ha recibido
reconocimientos por la calidad en el servicio público, cursos de primeros
auxilios, de alcoholimetría, de restablecimiento del orden público y de primer
respondiente, a lo largo de su carrera.
Zambrano
dice que su mayor satisfacción es servirle a la ciudadanía, ayudar a los demás.
Cuenta que nació en la comunidad Benito Juárez, municipio de Villaflores, de
donde emigró a la capital chiapaneca con sus padres, a la edad de cinco años.
En sus ratos libres convive con su familia, trabaja en un taxi, juega fútbol; y
su equipo favorito es Los Pumas.
La
impotencia que siente ante una tragedia, es algo parecido a la que siente
cuando infracciona a “júniors”, políticos y pudientes en estado de ebriedad,
sobre todo, dice, cuando le gritan a uno: ¡Ten por seguro que mañana estás sin
trabajo; corre de mi cuenta que te corran!; ¿No sabes quién soy?; ¡pobre gato
asalariado!; ¡te vas a arrepentir!
—Con
el tiempo se acostumbra uno a que estamos expuestos a todo —reflexiona desde su
modesto hogar, en la colonia El Refugio, Chiapa de Corzo.
—¿Qué
es lo primero que se te viene a la mente cuando atiendes una tragedia?
—Mi
esposa, mis hijos, mi familia. Las tragedias le pueden ocurrir a cualquiera.
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