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jueves, 25 de febrero de 2021

Breves vivencias de Zambrano




Rafael Espinosa / El agente de la policía de Tránsito caminó cuidadosamente entre la maleza. Le habían reportado la volcadura de una camioneta, sin embargo, nada veía ante la penumbra del amanecer. Había dejado metros atrás la cinta asfáltica y estuvo a punto de abandonar aquel silencio de las seis de la mañana, cuando, de pronto, escuchó unos gemidos de dolor.

—¡Hey! —gritó Zambrano a sus compañeros—; por aquí se escucha que alguien se está quejando.

En ese momento se intensificó la búsqueda y encontraron el cadáver de un hombre. La mujer, a unos metros de ahí, aún se encontraba con vida. Ambos habían salido disparados al volcar la camioneta que se encontraba al fondo, en la Carretera a Emiliano Zapata, en Tuxtla Gutiérrez.

—¡Llamen a todos! —solicitó con urgencia.

Todos, significaba cuerpos de emergencia, peritos, grúa, etc.

Zambrano se hincó y tomó entre sus brazos a la mujer, de unos 28 años, que agonizaba.

—¡Hola! ¿Me escuchas? ¿Cómo te llamas? ¡Aguanta! ¡no te duermas! —le decía desesperado—; ya viene la ambulancia.

La mujer con el cabello alborotado y rastros de sangre en la cara, deseaba decir algo. Zambrano lo sabía por el temblor de los labios y las mejillas, sin embargo, la joven solo hacía espasmos cada vez más lentos.

Cómo olvidar la imagen de aquella mujer que agonizaba entre sus brazos, con las ansias de seguir viviendo, con las ganas de evitar la muerte, dice Luis Ernesto Mendoza Zambrano, con 19 años al servicio de la Policía de Tránsito Municipal de Tuxtla Gutiérrez. Minutos después, la joven murió en su regazo. Fue en el 2011.

Zambrano, como lo conocen en la corporación, ingresó a las filas de la Policía de Tránsito el 28 de octubre del 2001. Empezó como agente pie a tierra, luego ascendió como motopatrullero, auxiliar de perito y hoy, por su actitud de salir adelante y la curiosidad de aprender, es coordinador operativo, a sus 39 años.

Es posible que el deseo de ser policía se haya originado de cuando niño jugaba carritos patrulleros en el patio de su casa, recuerda. No obstante, el tiempo pasó, terminó la preparatoria y se convirtió en padre a los 18 años. Fue policía de seguridad privada por un tiempo, aunque hoy, con tres hijos y con un gran esfuerzo, añade, ha terminado la carrera en Derecho.

Así como la anécdota anterior, le ha tocado vivir otras como la ocurrida hace años, en el Libramiento Norte, frente al Parque del Oriente. Esa vez, atendía un accidente cuando de reojo vio a una pipa de combustible que le pasaba encima a una señora. Entró en shock, con su libreta en la mano. Su compañero lo despertó de su vahído.

—¡Activa la alarma! —. Lo sacudió. Solo entonces, apenas recuperándose del golpe emocional, llamó a la central de emergencias; sus compañeros lograron detener al responsable dos cruceros adelante. Sin dar crédito a lo que acaba de ver, se atravesó en la carretera y empezó a detener el tráfico.

La señora iba a cruzar con su pequeña hija, no obstante, la menor logró salvarse. La señora con las piernas mutiladas se arrastró hacia la orilla mientras llegaba la ambulancia, pero minutos más tarde falleció por la hemorragia incontenible.

—No puedo describir lo que uno siente —deduce Zambrano, quien ha recibido reconocimientos por la calidad en el servicio público, cursos de primeros auxilios, de alcoholimetría, de restablecimiento del orden público y de primer respondiente, a lo largo de su carrera.

Zambrano dice que su mayor satisfacción es servirle a la ciudadanía, ayudar a los demás. Cuenta que nació en la comunidad Benito Juárez, municipio de Villaflores, de donde emigró a la capital chiapaneca con sus padres, a la edad de cinco años. En sus ratos libres convive con su familia, trabaja en un taxi, juega fútbol; y su equipo favorito es Los Pumas.

La impotencia que siente ante una tragedia, es algo parecido a la que siente cuando infracciona a “júniors”, políticos y pudientes en estado de ebriedad, sobre todo, dice, cuando le gritan a uno: ¡Ten por seguro que mañana estás sin trabajo; corre de mi cuenta que te corran!; ¿No sabes quién soy?; ¡pobre gato asalariado!; ¡te vas a arrepentir!

—Con el tiempo se acostumbra uno a que estamos expuestos a todo —reflexiona desde su modesto hogar, en la colonia El Refugio, Chiapa de Corzo.

—¿Qué es lo primero que se te viene a la mente cuando atiendes una tragedia?

—Mi esposa, mis hijos, mi familia. Las tragedias le pueden ocurrir a cualquiera.

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