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viernes, 23 de marzo de 2018

Los cocos de la Calzada de Los Hombres Ilustres




Rafael Espinosa / Como un sueño lejano doña Susana recuerda que cuando tenía cinco años acompañaba a su madre a vender cocos, en lo que hoy es la entrada a la Calzada de Los Hombres Ilustres.

En otros tiempos ahí estaba el zoológico y después, rememora, hubo un estanque con unos manatíes que muchos tuxtlecos tuvieron la dicha de verlos.

Cuenta que sus abuelos Catarino y Guadalupe iniciaron este negocio desde hace más de 50 años, cuando las calles de la zona eran desiertas y sin pavimento. En ese entonces, le contaron después sus padres, los capitalinos también tenían la fortuna de gozar de las aguas claras del río Sabinal y de pasear bajo los frondosos árboles.

Al morir los abuelos, el negocio de cocos pasó a formar parte de sus papás, José Marcial y Tomasa, ya fallecidos; ahora ella y sus ocho hermanos se hacen cargo de las aguas, cocadas, horchata y rebanadas frescas.

Como suele ocurrir en casi todas las familias, tuvieron dificultades para ponerse de acuerdo con la herencia del establecimiento; sin embargo, su padre José Marcial, después de ver tanto alboroto entre los hermanos, resolvió antes de su muerte que tuvieran la oportunidad de vender una semana cada uno.

Por eso a doña Susana, como a sus cinco hermanas y tres hermanos, le toca vender una semana de lunes a domingo, y luego su turno llega nuevamente dos meses después hasta que hayan pasado todos de manera alternada.

Hace unos años se reacomodaron los relevos semanales, pues falleció Guadalupe a los 48, la cuarta hermana de la familia Mendoza Díaz.

Este negocio, que ha pasado a formar parte de un ícono más en la ciudad, sostiene a las nueve familias conformadas por más de 40 primos, tíos y hermanos.

En las semanas ajenas a su turno, doña Susana vende cocos con su esposo cerca de las instalaciones de la VII Región Militar.

Sus otros hermanos también hacen lo mismo en la 4ª Poniente y 5ª Norte; en la Calzada de Las Culturas frente a la Secundaria “Joaquín Miguel Gutiérrez”; en la 10ª Oriente y Avenida Central; en la zona del antiguo “Mercado Los Ancianos”; en el Mercado “Rafael Pascasio Gamboa”; en el “Mercado 5 de Mayo” y en el Bulevar Ángel Albino Corzo, cerca de la Calzada El Pensil.

—En estos puntos se saca nomás para vivir al día —dice doña Susana quien le tocó vender esta semana en la Calzada de Los Hombres Ilustres.

Expresa que sus hermanos de la 10ª Oriente y Avenida Central, así como el que estaba por el rumbo del antiguo Mercado Los Ancianos, fueron retirados por los fiscales del Ayuntamiento, por lo que ahora buscan un lugar para vender cocos.

Calcula que en tiempo de calor, en el negocio de la Calzada de Los Hombres Ilustres, alcanza a vender 100 cocos al día y en temporada de lluvia baja en un 50 por ciento, pues supone que la gente no quiere salir de su casa y el coco tampoco es tan apetecible.

—¿A cómo el agua de coco? —le pregunta una clienta.

—A 13 —contesta desde su silla de plástico.

Se acomoda el cabello, pues hay mucho viento que hasta las menudas hojas de los árboles caen como confeti.

—Parece febrero —dice.

A sus 45 años, doña Susana es madre de cinco hijos, de los cuales cuatro están bajo su dominio y sólo uno de ellos parece estar interesado en continuar con la venta de cocos. Uno es contador de profesión, el otro está a punto de terminar la Licenciatura en Arquitectura, mientras que los otros dos estudian.

—Hay que lo vean —reflexiona refiriéndose a sus hijos estudiantes—; les digo que estudien, que no es lo mismo estar detrás de un escritorio que madrugar, preparar el desayuno, tomar el colectivo, esperar el camión proveedor de cocos que viene desde Oaxaca, sacar los muebles y productos para la venta, y estar trajinando de siete de la mañana a cinco de la tarde, tronándose uno los dedos para lograr vender más que el día anterior.

Cuenta que muchos tuxtlecos que quizá salieron del estado por muchos años y de pronto regresan a la capital, se sorprenden de que el negocio aún persista, pues le platican que ahí pasaban a comprar su agua de coco cuando sus ahora esposas eran sus novias o cuando regresaban de la escuela.

—Sí, mis abuelos iniciaron el negocio hace muchos años, luego pasó a manos de mis papás y ahora seguimos nosotros —les responde sonriente.

Estas historias se seguirán compartiendo talvez por muchas generaciones más.

—¿Quién no se ha comprado un agua de coco en la Calzada de los Hombres Ilustres? —.

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