Rafael Espinosa / Como un sueño lejano
doña Susana recuerda que cuando tenía cinco años acompañaba a su madre a vender
cocos, en lo que hoy es la entrada a la Calzada de Los Hombres Ilustres.
En otros tiempos ahí estaba el zoológico
y después, rememora, hubo un estanque con unos manatíes que muchos tuxtlecos
tuvieron la dicha de verlos.
Cuenta que sus abuelos Catarino y
Guadalupe iniciaron este negocio desde hace más de 50 años, cuando las calles
de la zona eran desiertas y sin pavimento. En ese entonces, le contaron después
sus padres, los capitalinos también tenían la fortuna de gozar de las aguas
claras del río Sabinal y de pasear bajo los frondosos árboles.
Al morir los abuelos, el negocio de
cocos pasó a formar parte de sus papás, José Marcial y Tomasa, ya fallecidos;
ahora ella y sus ocho hermanos se hacen cargo de las aguas, cocadas, horchata y
rebanadas frescas.
Como suele ocurrir en casi todas las
familias, tuvieron dificultades para ponerse de acuerdo con la herencia del
establecimiento; sin embargo, su padre José Marcial, después de ver tanto
alboroto entre los hermanos, resolvió antes de su muerte que tuvieran la
oportunidad de vender una semana cada uno.
Por eso a doña Susana, como a sus cinco
hermanas y tres hermanos, le toca vender una semana de lunes a domingo, y luego
su turno llega nuevamente dos meses después hasta que hayan pasado todos de
manera alternada.
Hace unos años se reacomodaron los
relevos semanales, pues falleció Guadalupe a los 48, la cuarta hermana de la
familia Mendoza Díaz.
Este negocio, que ha pasado a formar
parte de un ícono más en la ciudad, sostiene a las nueve familias conformadas
por más de 40 primos, tíos y hermanos.
En las semanas ajenas a su turno, doña
Susana vende cocos con su esposo cerca de las instalaciones de la VII Región
Militar.
Sus otros hermanos también hacen lo
mismo en la 4ª Poniente y 5ª Norte; en la Calzada de Las Culturas frente a la
Secundaria “Joaquín Miguel Gutiérrez”; en la 10ª Oriente y Avenida Central; en
la zona del antiguo “Mercado Los Ancianos”; en el Mercado “Rafael Pascasio
Gamboa”; en el “Mercado 5 de Mayo” y en el Bulevar Ángel Albino Corzo, cerca de
la Calzada El Pensil.
—En estos puntos se saca nomás para
vivir al día —dice doña Susana quien le tocó vender esta semana en la Calzada
de Los Hombres Ilustres.
Expresa que sus hermanos de la 10ª
Oriente y Avenida Central, así como el que estaba por el rumbo del antiguo
Mercado Los Ancianos, fueron retirados por los fiscales del Ayuntamiento, por
lo que ahora buscan un lugar para vender cocos.
Calcula que en tiempo de calor, en el
negocio de la Calzada de Los Hombres Ilustres, alcanza a vender 100 cocos al día
y en temporada de lluvia baja en un 50 por ciento, pues supone que la gente no
quiere salir de su casa y el coco tampoco es tan apetecible.
—¿A cómo el agua de coco? —le pregunta
una clienta.
—A 13 —contesta desde su silla de
plástico.
Se acomoda el cabello, pues hay mucho
viento que hasta las menudas hojas de los árboles caen como confeti.
—Parece febrero —dice.
A sus 45 años, doña Susana es madre de
cinco hijos, de los cuales cuatro están bajo su dominio y sólo uno de ellos
parece estar interesado en continuar con la venta de cocos. Uno es contador de
profesión, el otro está a punto de terminar la Licenciatura en Arquitectura,
mientras que los otros dos estudian.
—Hay que lo vean —reflexiona
refiriéndose a sus hijos estudiantes—; les digo que estudien, que no es lo
mismo estar detrás de un escritorio que madrugar, preparar el desayuno, tomar
el colectivo, esperar el camión proveedor de cocos que viene desde Oaxaca,
sacar los muebles y productos para la venta, y estar trajinando de siete de la
mañana a cinco de la tarde, tronándose uno los dedos para lograr vender más que
el día anterior.
Cuenta que muchos tuxtlecos que quizá
salieron del estado por muchos años y de pronto regresan a la capital, se
sorprenden de que el negocio aún persista, pues le platican que ahí pasaban a
comprar su agua de coco cuando sus ahora esposas eran sus novias o cuando
regresaban de la escuela.
—Sí, mis abuelos iniciaron el negocio
hace muchos años, luego pasó a manos de mis papás y ahora seguimos nosotros
—les responde sonriente.
Estas historias se seguirán compartiendo
talvez por muchas generaciones más.
—¿Quién no se ha comprado un agua de coco
en la Calzada de los Hombres Ilustres? —.
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