•La historia de Cristóbal “Lacandón”
Cruz
Rafael Espinosa / Cuando era niño
deseaba con el corazón tener una bicicleta y un caballo. Siendo el quinto de
siete hermanos y tres hermanas, de padre agricultor y madre ama de casa, sentía
sus anhelos inalcanzables; sin embargo, hoy, a sus 40 años ha viajado por
diversas partes del mundo, sabe lo que es estrenar un auto de agencia, tener un
gimnasio y una casa propia.
Con tanto trabajo en el campo ni
siquiera se daba tiempo de pensar en lo que sería de grande, mucho menos pasó
por su cabeza que sería dos veces campeón mundial en la categoría peso pluma y
que tendría el honor de ser el tercer boxeador que pondría en alto el nombre de
Chiapas en el mundo, después de Víctor Manuel Rabales y de Romeo “Lacandón”
Anaya.
Con un récord de 68 victorias, de las cuales
25 fueron por la vía del nocaut, 20 derrotas, dos empates y el resto por
decisión a lo largo de sus 25 años de trayectoria profesional, Cristóbal
“Lacandón” Cruz Rivera es padre de tres hijos y esposo de la mujer a quien ama
con el alma.
El boxeador de posición ortodoxa
recuerda que debutó a los 14 años de edad, en enero del 92, al enfrentarse y
lograr su primera victoria contra Rogelio Moreno. Subió al cuadrilátero con
nervios, rebotaba impaciente y llegó a pensar que lo podrían matar de un golpe;
no obstante, le agradaron los aplausos, la adrenalina y la gente enloquecida
por el intercambio de golpes.
Cruz Rivera se apartó adolescente de su
natal Jiquipilas, Chiapas, rumbo a Tuxtla Gutiérrez, donde por necesidad
después de casarse, se empleó de fontanero, electricista, peón de albañil,
fabricante de cuadros y molduras para retratos, guardia de seguridad y fue uno
de los policías más destacados de la capital chiapaneca.
Durante su estancia en Tuxtla Gutiérrez
observaba las prácticas de box de sus hermanos quienes fueron campeones
regionales; quizá de ahí haya nacido su interés por este deporte de combate,
dice, por lo que comenzó a prepararse e inició sus primeras diez peleas
amateur, entrenado por Julio César González. Ocho años después viajó a la ciudad
de Tijuana, Baja California, a la que considera su segunda cuna de nacimiento.
Fue entonces cuando, siendo su manager
Pedro Morán, su boxeo comenzó a ser más competitivo y alcanzó la gloria de los
cinturones mundiales en la categoría peso pluma (57,150 kilos). Asimismo,
sintió con los guantes y la espalda la dureza de la lona.
En febrero del 2008, Lacandón obtuvo su
primer cinto mundial de la Organización Internacional de Boxeo al vencer al
sudafricano, Thomás Mashaba, en Connecticut, Estados Unidos, siendo su promotor
Art Pelullo, uno de los 25 principales promotores del mundo. Este cinturón lo
dejó vacante porque en esos tiempos fructuosos superó el Records Guinness de
los mil 500 golpes, por sus mil 580, por pelea y nadie quería enfrentarse con él,
cuenta vía telefónica desde Tijuana.
Cruz Rivera, quien sólo tiene la
secundaria terminada, logró su segundo cetro mundial el 23 de octubre del 2008
al dominar al mexicano Orlando “Siri” Salido en una arena de Washington DC,
Estados Unidos. Sin embargo, en mayo de 2010, Siri Salido recuperó su título en
su tierra, Obregón, Sonora, después de que Lacandón lo había retenido en tres
ocasiones.
El excampeón de fe cristiana, dio
impresionantes espectáculos al batirse a golpes, como buen chiapaneco y
mexicano, contra Fernando "Kochulito" Montiel, Miguel Ángel “Alacrán”
Berchelt, Jorge “Coloradito” Solís, entre otros pugilistas de talla mundial.
Lacandón Cruz siempre fue criticado por
su estilo particular y un poco alocado para boxear; sin embargo, a pesar de las
invectivas en su contra se impuso el pundonor, la ganas de salir adelante, ser
alguien en la vida y en la historia del boxeo en Chiapas, México y el mundo,
reflexiona.
—Hablar es fácil, pero ganar un
campeonato mundial requiere de esfuerzo, disciplina, dedicación y un gran
compromiso con tu gente, con miles de gentes que te ven boxear —argumenta el
también dos veces campeón en Chiapas y ocho veces a nivel regional.
A Lacandón Cruz, ferviente admirador de
la leyenda del boxeador mexicano, Julio César Chávez, le gusta el basquetbol y
montar a caballo.
Actualmente, en su gimnasio, en Tijuana,
Baja California, tiene un semillero de talentos boxísticos compuesto de 50
alumnos, entre los cuales destaca uno de sus tres hijos, Cristian Jesús, quien
tiene un récord de 15 peleas y tres derrotas. Una de sus derrotas fue contra
Ryan García del Golden Boy Promotions que encabeza Oscar de la Hoya.
Recuerda que en París, Francia, su
contrincante, ídolo y favorito de San Quintín, seguro de su victoria, preparó
un bufete de manteles largos para ocho mil personas, sin que Lacandón y su
equipo supieran que ese día se darían el mejor festín de su vida al retener su
campeonato y vencer al francés.
Un día el promotor mexicano, Ignacio
Huizar, le dijo "que no le veía futuro, que nunca sería campeón, que era
mejor que agarrara sus maletas y se pusiera a vender paletas en las
esquinas".
Estas palabras que tiene bien presente
en su vida y que le hirieron el alma, en lugar de alejarlo del box le dieron
más fuerza para seguir adelante, de tal modo que a los cinco años de esta anécdota
logró sus dos campeonatos mundiales.
Recientemente estuvo cuatro años en
Tuxtla Gutiérrez, donde decidió poner un negocio de marcos y molduras para
retratos, sin embargo, las ganas y el prurito deseo por el box lo hicieron
regresar a Tijuana.
Su última pelea y su posible retiro como
profesional, fue en Comitán, Chiapas, en junio del 2017, donde perdió contra el
yucateco Luis “Muecas” Solís.
El hombre nacido el 19 de mayo de 1977,
jura que jamás se ha soltado de la mano de Dios, de modo que en cada pelea,
después de una ardua preparación física y mental, decía: En tus manos pongo mi
vida, Señor.
Como boxeador profesional, dice, ha
conocido Chicago, Washington, Los Ángeles, Nuevo York, Pensilvania, Oklahoma,
Miami, Estados Unidos, así como París, Francia, y diversos estados de la
República Mexicana.
En cada recuerdo siente la pasión, el
júbilo, los aplausos de los aficionados, esas ganas de entrar a la arena con
canciones de Vicente Fernández y brincar sobre el cuadrilátero, concluye.
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