Rafael Espinosa:
En el norte de la capital hay una colonia llamada Elmar Seltzer. En la última
calle de este asentamiento, donde azotan fuertes vientos y el frío es más
intenso que en el centro, hay una humilde vivienda de tres por cuatro metros,
más o menos, con paredes y techo de calamina, un corral de plantas trepadoras
secas y blancas por el polvo de febrero.
En esta choza vive doña Gloria, su esposo Manuel y sus cuatro
niños de 11, ocho, cuatro y dos años de edad. Don Manuel es albañil y doña
Gloria ama de casa, oriundos del municipio de San Fernando. Ninguno de los
niños asiste a la escuela; el de 11 se va a trabajar con su padre en las obras
y los demás quedan en casa.
Don Manuel, de 34 años, tiene un sueldo aproximado de 900 pesos
semanales para solventar los gastos domésticos y pagar los 400 pesos mensuales
por la renta de la choza en la que sobrevive con su familia. Es por eso que él
y su hijo mayor salen a trabajar a las siete de la mañana y regresan al
anochecer.
Al igual que los papás, los dos niños mayores apenas saben leer
y escribir, pues el de 11 abandonó el tercer grado de primaria y el de ocho,
Eduardo, apenas cursó el segundo año.
Eduardo duerme en el patio sin techo, en la semioscuridad, sobre
un espacio de tierra y junto a un viejo sofá que le protege del frío, aparatos
desvencijados, cachivaches regados en el piso y dos perros amarrados.
Por las noches se le ve envuelto en sábanas, sólo con la cabeza
de fuera, como si estuviera muerto; es por eso que mucha gente que pasa por
ahí, hundiendo sus zapatos en el caliche de la calle, lo observa y se hace una
serie de cuestionamientos.
Al principio, doña Arminda, vecina del lugar, no quiso ser mal
pensada y determinó que se trataba de un simple promontorio de sábanas viejas,
aunque otro día, cuando pasó por ahí, comenzó su preocupación, porque veía que
aquel tumulto se movía.
—Es posible que se trate de una mascota o una ilusión mía —se
dijo incrédula.
No obstante, a la media noche del 12 de febrero, al regresar de
vender elotes hervidos en el centro, doña Arminda casi se desmaya al ver al
niño que dormía en el patio de la casa, con la cabeza descubierta, expuesta al
relente de la intemperie y en la oscuridad.
Doña Gloria, de 32 años y madre del menor, es una mujer bajita y
tímida. En una plática breve repuso lacónicamente que Eduardo duerme en el
patio porque a veces siente mucho calor.
Los vecinos, en desacuerdo con la versión de la madre, se
limitan a expresar su opinión, sin embargo, dicen, la familia López León vive
en condiciones de pobreza extrema, por lo que sería bueno que la Secretaría de
Desarrollo Social, DIF Estatal, cualquier dependencia o voluntario, la ayudara.
En la brevedad de la charla, la madre del menor se despide y
entra a su choza, seguida por sus tres niños. Camina despacio y se le nota
acabada, pues con cinco meses de embarazo espera a su quinto bebé.
Esta tarde, don Manuel y su hijo de 11 años aún no regresan del
trabajo.
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