• Una vida cargando cosas
Rafael Espinosa / En la
entrada de Tuxtla hay un estibador enamorado de su trabajo, con la esperanza
diaria e incierta de que un trailero se detenga y le diga: ¡Súbase, vamos a
trabajar¡ Sin embargo, hay días en que el pato nada y otros en que ni agua toma,
dice, don Octavio, de 66 años.
Don Octavio ha sido
estibador desde 1970, cuando se transportaba en vehículos las cajas fuertes de
los bancos y se cargaba al hombro los quintales de café, cristalería fina,
materiales para construcción, entre otras mudanzas que con la aparición del
montacargas ha ido sustituyendo la mano de obra de los estibadores.
—Antes era puro ingenio para
bajar las cosas, con rodillos, tubos, puntales, sogas... —.
Recuerda que por necesidades
económicas abandonó a medias la escuela primaria y se puso a trabajar de peón,
ganapán y de lo que hubiera hasta que descubrió su pasión por alijar y mover
embalajes.
Dice que hay más peligro con
los traileros que con la descarga, porque en ocasiones los conductores se
niegan a pagarle, “se plantan como una mula con el argumento de que no tienen
dinero, espéreme ahorita vengo”, incluso han escapado después de que lo han
golpeado.
Recuerda que un trailero que
transportaba muebles lo convenció para guiarlo a Comitán por 250 pesos. Al
llegar allá, don Octavio le dijo:
—Págueme usted, por favor —.
El trailero le suplicó
nuevamente que lo guiara a San Cristóbal de Las Casas, por lo que tuvo que
acceder resignado porque no llevaba dinero para regresar. El chofer no sólo lo
había utilizado de guía sino también de estibador. Llegó el momento en que toda
la carga estaba en el piso.
—Págueme usted, por favor —.
—No traigo dinero y hágale
como quiera —repuso el chofer poniéndose en un plan intransigente.
Estuvo rogándole que le
pagara hasta que recordó que cien metros antes había estacionada una patrulla
de la Policía Federal.
—Está bien —le dijo don
Octavio y se dio la vuelta.
Tocó la ventanilla de la
patrulla y despertó al oficial. Le contó lo que había ocurrido y ambos se
dirigieron hacia el tráiler que por fortuna ahí seguía aparcado.
—Páguele al señor —le dijo
el policía al trailero al tiempo que miraba a don Octavio—; ¿Cuánto le debe?
—250 por la guía y 250 por
la descarga —contestó don Octavio.
—Dele mil pesos —ordenó el
oficial.
Con gesto desencajado, el
chofer dijo que le daría 500 pesos porque no traía más.
—Dele los mil pesos le digo
—amenazó el policía pidiéndole la factura de la carga, de los viáticos,
documentos del vehículo y la licencia de conducir.
El trailero se hizo del
tamaño de una hormiga, de tal modo que tuvo que dar los mil pesos a don
Octavio.
Después, el policía le hizo
la parada a un automovilista que pasaba por la carretera y le preguntó: ¿A
dónde va?
—A Tuxtla —le contestó el
hombre del volante.
—Dele un “aventón” a este
señor, por favor —.
Don Octavio agradecido se
subió al coche y llegó contento a su casa.
—Es uno de los favores más
grandes que he recibido de un policía en mi vida —recuerda don Octavio con una
débil sonrisa.
Cuenta que en sus inicios de
estibador ganaba cinco veces más de lo que un peón de albañil, por eso decidió
quedarse en este trabajo con el cual ha sacado adelante a su esposa y a sus
cinco hijos. No obstante, hoy, dice, podemos sacar 300 ó 350 pesos diarios,
pero sólo hay tres o cuatro mudanzas a la semana.
Durante casi cinco décadas
en este oficio ha sufrido desgarres, hernias, hasta operaciones. Por esta razón
está afiliado al Sindicato de Estibadores y Alijadores, Reparto y Mudanzas al
Público en General, con el cual se siente menos indefenso.
—Mientras Dios me conceda
fuerzas seguiré trabajando de estibador hasta mis últimos días —enfatiza
mirando a don Alfredo, de 76 años, compañero de trabajo y amigo de toda la
vida, y a Francisco, un joven que inicia en estas labores.
Respecto a los trágicos
accidentes que en esta entrada de la ciudad han ocurrido, dice:
—No te mata el rayo sino la
raya, amigo —.
El día del último tráiler
que dejó varios muertos había regresado a su casa dos horas antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario