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miércoles, 1 de agosto de 2018

Oficio de estibador



• Una vida cargando cosas

Rafael Espinosa / En la entrada de Tuxtla hay un estibador enamorado de su trabajo, con la esperanza diaria e incierta de que un trailero se detenga y le diga: ¡Súbase, vamos a trabajar¡ Sin embargo, hay días en que el pato nada y otros en que ni agua toma, dice, don Octavio, de 66 años.

Don Octavio ha sido estibador desde 1970, cuando se transportaba en vehículos las cajas fuertes de los bancos y se cargaba al hombro los quintales de café, cristalería fina, materiales para construcción, entre otras mudanzas que con la aparición del montacargas ha ido sustituyendo la mano de obra de los estibadores.

—Antes era puro ingenio para bajar las cosas, con rodillos, tubos, puntales, sogas... —.

Recuerda que por necesidades económicas abandonó a medias la escuela primaria y se puso a trabajar de peón, ganapán y de lo que hubiera hasta que descubrió su pasión por alijar y mover embalajes.

Dice que hay más peligro con los traileros que con la descarga, porque en ocasiones los conductores se niegan a pagarle, “se plantan como una mula con el argumento de que no tienen dinero, espéreme ahorita vengo”, incluso han escapado después de que lo han golpeado.

Recuerda que un trailero que transportaba muebles lo convenció para guiarlo a Comitán por 250 pesos. Al llegar allá, don Octavio le dijo:

—Págueme usted, por favor —.

El trailero le suplicó nuevamente que lo guiara a San Cristóbal de Las Casas, por lo que tuvo que acceder resignado porque no llevaba dinero para regresar. El chofer no sólo lo había utilizado de guía sino también de estibador. Llegó el momento en que toda la carga estaba en el piso.

—Págueme usted, por favor —.

—No traigo dinero y hágale como quiera —repuso el chofer poniéndose en un plan intransigente.

Estuvo rogándole que le pagara hasta que recordó que cien metros antes había estacionada una patrulla de la Policía Federal.

—Está bien —le dijo don Octavio y se dio la vuelta.

Tocó la ventanilla de la patrulla y despertó al oficial. Le contó lo que había ocurrido y ambos se dirigieron hacia el tráiler que por fortuna ahí seguía aparcado.

—Páguele al señor —le dijo el policía al trailero al tiempo que miraba a don Octavio—; ¿Cuánto le debe?

—250 por la guía y 250 por la descarga —contestó don Octavio.

—Dele mil pesos —ordenó el oficial.

Con gesto desencajado, el chofer dijo que le daría 500 pesos porque no traía más.

—Dele los mil pesos le digo —amenazó el policía pidiéndole la factura de la carga, de los viáticos, documentos del vehículo y la licencia de conducir.

El trailero se hizo del tamaño de una hormiga, de tal modo que tuvo que dar los mil pesos a don Octavio.

Después, el policía le hizo la parada a un automovilista que pasaba por la carretera y le preguntó: ¿A dónde va?

—A Tuxtla —le contestó el hombre del volante.

—Dele un “aventón” a este señor, por favor —.

Don Octavio agradecido se subió al coche y llegó contento a su casa.

—Es uno de los favores más grandes que he recibido de un policía en mi vida —recuerda don Octavio con una débil sonrisa.

Cuenta que en sus inicios de estibador ganaba cinco veces más de lo que un peón de albañil, por eso decidió quedarse en este trabajo con el cual ha sacado adelante a su esposa y a sus cinco hijos. No obstante, hoy, dice, podemos sacar 300 ó 350 pesos diarios, pero sólo hay tres o cuatro mudanzas a la semana.

Durante casi cinco décadas en este oficio ha sufrido desgarres, hernias, hasta operaciones. Por esta razón está afiliado al Sindicato de Estibadores y Alijadores, Reparto y Mudanzas al Público en General, con el cual se siente menos indefenso.

—Mientras Dios me conceda fuerzas seguiré trabajando de estibador hasta mis últimos días —enfatiza mirando a don Alfredo, de 76 años, compañero de trabajo y amigo de toda la vida, y a Francisco, un joven que inicia en estas labores.

Respecto a los trágicos accidentes que en esta entrada de la ciudad han ocurrido, dice:

—No te mata el rayo sino la raya, amigo —.

El día del último tráiler que dejó varios muertos había regresado a su casa dos horas antes.

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