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viernes, 25 de septiembre de 2020

El estudiante

Rafael Espinosa / De pronto un ligero viento arrastró a su paso hojas secas, pedazos de periódicos y bolsas vacías de plástico, hasta la esquina más solitaria del zócalo, donde Alfonso estaba tirado desde hacía unos minutos. Su pelo se movió con los restos de basura que llegaron a su cara transida de dolor. Sus compañeros manifestantes estaban dispersos en cualquier parte de la zona, después de aquella balacera venida de quién sabe dónde. 

Con un balazo en la pierna derecha, Alfonso Luján, estudiante de medicina, se había arrastrado con la fuerza de su alma ocultándose detrás del contrafuerte de un edificio, castigado por la fatiga y el dolor, y finalmente doblegado su cuerpo sobre el piso. Poco a poco la fuerza de sus brazos, con los que pretendía restañar la hemorragia como un torniquete, fue cediendo de la pierna y las gotas intermitentes fueron formando un charco de sangre coagulada. Tenía puesta la bata de laboratorio, mocasines charolados y unos jeans blancos agujerado por la ojiva. Apenas escuchaba el tropel de la gente que corría despavorida hacia todos lados del zócalo y la bocina desesperada de los automóviles, después de aquel silencio que dejaron las balas. Sólo entonces comprendió lo maravilloso que es contemplar la amabilidad de un perro callejero que se acercó para husmearlo y luego echarse a su lado, mientras observaba el sufrimiento ajeno.

En medio de su desgracia, Alfonso se rio ligeramente y cerró los ojos...

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