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viernes, 25 de septiembre de 2020

La cadena

Rafael Espinosa / Se abrió paso a tropel en medio de la gente y se escurrió en los vericuetos del mercado. Había corrido tres cuadras sin descanso, librando puestos de verduras y empujando a vendedores itinerantes de productos de fantasía, cuando sintió las manos violentas de los guardias en el intento por detenerlo. En ningún momento de la persecución soltó la cadena de oro florentino que minutos antes le había arrebatado del cuello a una dama. El joven de 18 años sintió que este no era su día. Apenas pudo esconderse detrás de una pared, con la respiración agitada mientras el sudor le rezumaba por la frente. Escuchaba las botas de los policías que subían y bajaban las escaleras, como sabuesos buscando a su presa. Fue en ese preciso momento que resolvió tragarse la cadena de oro y entregarse a manos de los oficiales. Eso hizo. Le colocaron las esposas con las manos retorcidas hacia atrás y le pasaron revista ante la mirada desconcertada de marchantes y peatones.

 

--No trae la cadena, comandante --espetó el agente.

 

--Llévenselo! --ordenó el comandante. 

 

Días después, el adolescente ladrón se topó con un ganapán conocido suyo que descargaba rejas de manzanas de una carretilla en el mercado.

 

--Cómo te fue --le preguntó el carretillero.

 

El joven ladrón le contó, como muchas veces le había contado otras historias, que estuvo unas horas en la comandancia y que había sido liberado tras cumplir con el aseo de las celdas. Dijo que luego regresó a su casa con la intención de tomarse algún laxante que no encontró, así que decidió disolver medio bote de leche de su hijo más pequeño para evacuar el botín de horas antes. Recordó también que permaneció despernancado más de 45 minutos en el baño hasta que al fin sonó como piedra en un charco: era la cadena.

 

--Pero sabes qué, brother --continuó decepcionado-- no era de oro.

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