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viernes, 25 de septiembre de 2020

En la cama

Rafael Espinosa / Cuando abrí la puerta observé dos dinosaurios gigantes que apenas podían moverse en el limitado patio. Intenté cerrar con brusquedad pero uno de ellos haciendo garridos entrometió su hocico entre el dintel. Empujé la puerta de espaldas y de soslayo vi la tira de baba que escurría al piso. Espantado, corrí unos metros y me paré con miedo e impotencia; su lengua monstruosa pasó sobre mi cuerpo como un rodillo viscoso. Fruncí la cara con repungancia. Minutos después, se apartó de mí. Salí al patio al tiempo que los dos animales brincaban la barda. Sólo entonces observé destruido el árbol de mango, de limón, las plantas de oreganón y se habían bebido todo el agua del tanque. Mi esposa y mi hijo seguían dormidos. Nunca pude pedir auxilio o gritar de terror. Cuando regresé a la recámara me ví placenteramente dormido. Moví la cabeza en señal de negación, con una sonrisa débil. La alarma del reloj me hizo saltar de la cama; estaba yo sudoroso. Me incorporé y de la regadera cayeron unas cuantas gotas. Efectivamente no había agua.

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