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viernes, 25 de septiembre de 2020

Gatillero

Rafael Espinosa / Mi padre olvidó la pistola en la mesa. La noche anterior intentó cargarla porque deseaba desquitarse con quien parecía haber tenido un altercado. Sin embargo, abandonó su empresa porque estaba demasiado bebido y lo dominaba el sueño. Mi madre lo llevó a la cama y se quedaron dormidos. Quedé mirando detenidamente el revólver, caminé en derredor de la mesa y juró que sentí una mezcla de miedo y curiosidad por tocarla. No sé en qué momento la empuñé, la acaricié y hasta jugué soplándole el cañón como lo hacen los villanos. La llevé conmigo a mi recámara mirando hacia todos lados asegurándome de que nadie me viera. Amaneció sin que mi padre se acordara de lo que había intentado la noche anterior. Se fue a trabajar después de desayunar. Mi madre quedó en la casa con los quehaceres domésticos. Ya me encariñé con este juguete. Es brilloso, pesado y frío como el ambiente que se respira fuera. Lo tomaré como regalo de Navidad que se acerca en unos días. Deseo dispararle a... al poster de los superhéroes. No. Mejor apunto a mi hermanita que acaba de llegar.

—No te muevas —le ordeno con el arma en ristre. Rio a carcajadas.

—¿Qué es eso? —me pregunta curiosa.

—Es un juguete —le contesto y acciono el arma. Clic. Creo que no tiene balas.

Mi hermanita sale asustada.

Sí, es un juguete de verdad. Camino hacia el patio y veo a mamá lavando la ropa. Me escondo como los ladrones, detrás de la pared, con la mira hacia ella y disparo. Otra vez clic. Esto se pone más divertido. Me dirijo al segundo piso y desde el balcón de la casa veo a una procesión de hombres y mujeres que cargan la caja de un muerto. Voy a sujetar mejor el cañón sobre el barandal: ¡preparen, apunten, fuego! Clic. Ya se me había parado el corazón al pensar que la muchedumbre corría despavorida, como en los atentados.

—¡Adrián! ¿qué haces?

Es mi madre.

—¡Jugando, mamá! —.

Me siento en el balcón, giro el tambor y este se detiene después de muchas vueltas. Hay viene papá.

—¡Papá, mira! —.

Disparo contra él; ¡pum, pum, pum!, remedo el sonido.

Mi padre entra corriendo a la casa. Tengo que acabar las balas imaginarias de mi juguete. Haré el último tiro. Allá van volando unas palomas. Jalo el gatillo, ¡pum! ¡Ah canijo! Esta descarga sí fue de verdad. Ya llegó mi padre. Lo siento.

—¡Dame eso acá! ¿Quién te lo dio? —.

Mi padre está enfurecido. Nada le he contestado.

Cuando mi padre forcejea conmigo para quitarme el juguete, veo que cae la paloma herida a media calle.

—¡Vaya! Sí tengo puntería —.

Me alegro sólo un momento de mi puntería porque duele más el jalón de patillas que me he puesto a llorar.

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