Vistas de página en total

viernes, 25 de septiembre de 2020

El ministro y el comandante

Rafael Espinosa / Sentado en el escritorio, el ministro reposaba la cabeza sobre el puño de su mano, evidentemente agobiado por el trabajo y el cansancio de sus años. Había decidido en ese momento eludir cualquier caso por importante que fuese.

Sin embargo, escuchó el ¡toc, toc! de la puerta. Se restregó su incipiente calvicie y tardó en autorizar la entrada del que con los nudillos insistía.

―¡Adelante! ―dijo, al fin.

―Señor, el Chacra, otra vez ―espetó el oficial.

El Chacra era un bandidillo que había caído en manos de la justicia la misma cantidad de veces en que había conseguido su libertad.

En aquella estancia llena de libros, con olor a madera de los muebles, el ministro levantó el rostro.

―¿Y ahora qué hizo?

―Robó una tienda, señor.

El ministro recostó su cuerpo esponjoso en el asiento, miró hacia el techo la araña de luces tenues y expresó:

―Denle un escarmiento.

―Sí, señor, lo que usted ordene.

Al oficial le brillaron los ojos, se despidió con decoro y cerró la puerta tras de sí.

Fue una búsqueda de perro hasta que lo encontraron encendiéndose un cigarrillo al salir de una tienda. Intentó huir pero detuvo su marcha cuando vio que los agentes salían de todos lados.

―¿Qué pasó mi comandante? ―dijo con tono amable.

―Estás arrestado, estimado Chacra ―advirtió el comandante.

―Pero comandante, hemos hecho muchos negocios ―. El Chacra cambió de actitud.

―Es orden del jefe.

Lo subieron a la patrulla cuyo motor protestó al ponerse en marcha. Con una bolsa en la cabeza lo bajaron en unos matorrales. Lo golpearon hasta que dejó de moverse.

―Ya se desmayó, comandante ―avisó uno de los agentes.

―¡Súbanlo!, ya despertará.

―Comandante, lleva diez minutos y no despierta ―advirtió otro más tarde.

El comandante le quitó la bolsa de la cabeza y vio al Chacra más blanco que nunca.

―¡Maldita sea!, ya se nos fue ―dijo, dándole palmadas en los carrillos.

Al día siguiente, al entrar a su oficina, el ministro volvió la vista hacia el diario que estaba en su escritorio: ¡Hallan decapitado al Chacra!

Corrió hacia su poltrona y levantó el teléfono.

―Dígale al comandante que venga, con carácter de urgente.

El comandante parecía más muerto que vivo.

―¡Qué es esto! ―le dijo alterado el ministro, mostrándole el diario.

―Se nos pasó la mano, señor ―repuso dominado por la congoja.

―¿Y qué crees que le diré a la prensa?... ¡Se nos pasó la mano, señor! ―remendó el ministro.

Más tarde, cuando bajaba de las gradas del Ministerio de Justicia, el esponjoso funcionario fue increpado por los periodistas, sin que detuviera su desnivelado andar.

―Señor, ¿qué pasó con el Chacra?

―¿Que, qué pasó con el Chacra? ―rebatió con la misma pregunta y añadió―, pues, el amante de su cónyuge lo mató, pero ya lo arrestamos hace unos minutos. Y se trepó a su camioneta.

Días después, el ministro y el comandante charlaban entre risas en la oficina.

―Ah, que mi comandante… ahora arreste a la mujer del Chacra como cómplice ―.

―Pero, señor… ―se sorprendió el comandante borrando su sonrisa―; ¿y los tres niños?

―Luego veremos ―le dijo el ministro dándole unas palmaditas―; tenemos que argumentar bien la acusación. O ¿quieres ir tu a la cárcel?

―No, no señor.

El comandante bajó la mirada y esbozó una sonrisa.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario