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viernes, 25 de septiembre de 2020

El mensajero

Rafael Espinosa / Un día Dios concibió a su hijo en el vientre de una mujer de condición humilde. Se crió en el taller de carpintería del esposo de la mujer y desarrolló sus poderes entre el pueblo. Consiguió muchos seguidores como nunca antes visto en la tierra. Haciendo uso de sus facultades milagrosas revivió a los muertos, devolvió la vista a los ciegos, hizo caminar a los cuadrapléjicos y multiplicó los alimentos para una multitud. Pronto, sus poderes llegaron a oídos del emperador quien lo llevó  a la Cruz por la traición  de uno de sus discípulos. Se le acusaba de agitador social. A los tres días de muerto, resucitó y se fue al cielo a la derecha de su padre celestial. Desde esa vez, ambos observan a todas las criaturas del mundo. Dejó un manual de buena conducta que hasta los más entregados han cometido errores. A veces el hijo se cansa de escribir en los mamotretos tantas maldades que mira desde arriba. Sólo entonces le dice a su padre que le ayude. Dios, ya grande de edad, lo mira de reojo y le llama la atención por no haber hecho bien su trabajo cuando lo envió  a la tierra.

Pero padre, les dejé la Palabra, di mi vida a cambio de su libertad y aún no obedecen

Qué necesitas entonces?

Bajar de nuevo y repasar las lecciones

Prepárate entonces, hijo

El hijo alista sus maletas, sin embargo, se le ocurre que puede adelantar la Palabra, a través de representantes. Éstos han engañado a hombres y mujeres en la tierra, y continúan cometiendo excesos y equivocaciones a costa de su buena voluntad.

Padre, es innecesario que te lo diga porque ya lo sabes, pero no he bajado a la tierra, como me lo ordenaste

Y qué esperas?

Que se arrepientan

Hijo, es más fácil que tu vuelvas a la tierra a que ellos se arrepientan

Entonces, qué hago padre?

Espera que yo descanse un poco

Es la hora que Dios sigue dormido.

Cuando se acomoda en su cama se agitan los mares, llueve en cantidades y ocurren sismos, terremotos. Cuando un mosquito lo molesta, manotea y es cuando suceden desgracias.

Y aquí seguimos, aún sin entender.

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