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viernes, 25 de septiembre de 2020

Desventuras

Rafael Espinosa / Recuerdas que cuando niño ya comenzabas a andar en malos pasos. Cómo olvidar la vez que tomaste la cabeza de cerdo del taquero del barrio y la vendiste para seguir jugando "maquinitas". Tenías sólo diez años. No se justifica que fue un descuido del pobre hombre por dejar la cabeza de puerco sobre la taquera, mientras se metía a su casa a lavar las verduras. Eras un cabrón, José Inés. La bicicleta que con tanto trabajo te compró tu padre terminaste por cambiarla por una bujía automotriz que hacía explosiones con un cerillo y un clavo contra la pared. Eso de amarrarle latas de refresco en la cola a un burro para que no dejara de correr por el susto del ruido que llevaba atrás; por eso me dio tanto gusto aquella vez cuando saliste disparado de la llanta de tractor que tus amigos rodaban. Creo que lo único bueno que hiciste fue haberle arrancado los dientes a aquel niño, cuando le jalaste de su boca la paleta que le había quitado a tu hermanito. Recuerdo que la mamá del niño vino a reclamarme y le contesté: Lárguese de aquí, si mi hijo le tiró los dientes a su hijo yo a usted le voy a tirar las muelas a patadas!

También tengo bien presente el reporte de que casi le sacabas el ojo a un compañero de tu escuela por jugar a las cerbatanas con bolitas de papel en el salón de clases, pues tu lanzabas balines de acero en lugar de papel. Por algo te decían Cabrito. Siempre te advertí que no fumaras, que no probaras el alcohol, que no me vacilaras, pero eres igual que tu padre, todo el tiempo negó que andaba con otra. Ni modos, así es la vida. Quién te viera ahora, a tus dieciocho, sentado en esta silla de ruedas, casi sin poder hablar y dándote de comer en la boca. Saber cómo venías, ciego de borracho, cuando te arrolló el carro. Fíjate que esa noche del accidente no podía dormir, sentía exactamente igual que cuando ibas a nacer, dolores en el vientre y de estómago, pero no sé si era un presentimiento o la comida me había hecho mal.

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