Rafael Espinosa / A la mañana siguiente me asomé a la ventana y corrí hacia la planta baja para decirle a mi tía que el portón estaba abierto, con la preocupación fundada de que algún desconocido había entrado.
—No
te aflijas, hijo, a veces se nos olvida cerrarlo —.
Un
poco más tranquilo, aunque con la duda extraña del portón, decidí salir a
caminar un rato por las largas calles y conocer un poco más de esta maravillosa
ciudad.
Sin
embargo, nuevamente me asombró ver a temprana hora un coche aparcado con las
ventanillas abajo y con la música encendida. A lo mejor el vecino había llegado
briago olvidándose subir los cristales, apagar el autoestéreo y asegurar el
coche, pensé.
—Puede
que sea un sueño —me dije.
Continué
con el solaz momento topándome con peatones amables que te saludan aunque seas
desconocido. Me encontré con un tipo que estaba sentado en el escaño del
parque, bajo la sombra de árboles frondosos y el escándalo de pájaros.
—Señor,
venga para acá —me invitó al tiempo que abría su lonchera.
Con
pena me acerqué dándole la mano con educada presentación. En realidad no tenía mucha hambre, sin embargo, ante tanta
confianza y cortesía resolví aceptar la invitación. Cogí dos tacos, los más
ricos que haya probado en mi vida. Mientras platicábamos supuse que era injusto
de mi parte no afrecer algo en el convite.
—Mire,
aquí tengo este billete para la soda —le dije.
—Está
bien, ahora vuelvo —contestó y se dispuso a caminar con un bocado en la boca.
Otra
vez me dejó perplejo la escena de familiaridad; por una parte por dejar su
merienda a cargo de un desconocido, por otra me saltó la pregunta del por qué
no había llevado la motocicleta siendo las cuadras tan largas y tercera porque había
dejado la llave tan confiadamente pegada en el encendido.
—Algo
raro hay en esta ciudad —me dije, viendo a una niña sonriente de la mano de su
madre que caminaba con mucha tranquilidad.
Después
de un rato, el samaritano regresó cansado con la soda en los brazos y no me
quedó de otra que preguntarle el nombre de esta ciudad y él me contestó
cortésmente:
—Ciudad
de Ensueño —.
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