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viernes, 25 de septiembre de 2020

Familia feliz

Rafael Espinosa / En una modesta casa vivía una perrita poodle que se llamaba Friki. La abuela le daba de comer mucho mucho, de tal modo que un día Friki, con su cuerpo redondo, no podía entrar a su casita del patio.

—Mamá ya no les de de comer tanto —le sugirió su hija.

La abuela desistió de su manía.

Sin embargo, Caty, la nieta de la casa, una niña de rizos blondos, se encargó de proveerle, a escondidas, toda clase de confituras.

Cuando llegaba papá, Friki corría con cadencia para recibirlo. Se untaba en sus perneras, le bailaba, y cejaba su hostigamiento cariñoso hasta dejarlo en la puerta principal.

Un jueves, Caty fue descubierta dándole de comer a Friki.

—¡Caty! ¿Qué haces? —le sorprendió su madre.

La niña recogió su brazos sobre su vestidito y de manera traviesa corrió hacia dentro de la casa.

Friki estuvo triste sólo con la comida habitual y se echaba con la mirada suplicante frente a la puerta. La pobre Friki comenzó a adelgazar al grado de que se sentía débil, aunque luego con el tiempo recobró su alegría y el peso ideal respecto a su edad.

Una mañana papá olvidó cerrar la puerta de la jardinera y Friki salió sin que nadie se diera cuenta.

La abuela, mamá y la niña, salieron a la calle desesperadas en busca de la perrita. Caminaron calles aledañas sin lograr noticias buenas. Regresaron a casa; mamá comenzaba a hacer unas viñetas con recompensas impresas, cuando Caty gritó desde la jardinera que Friki había llegado. Estaba agitada, con la cola volantina y la lengua de fuera. Papá se enteró del caso cuando comía en la sala, aunque Friki ya estaba de vuelta.

La dieta de Friki continuó, no obstante, su barriga iba creciendo extrañamente.

—¿Mamá; le estás dando de comer a Friki, como antes? —dijo sorprendida.

—No, hija; ¿Por qué? —.

—Nomás pregunto —repuso sin dar mayores explicaciones a la abuela.

Pasaron semanas y Friki había cambiado de humor; no salía de su casita, por lo que mamá la sacó y la llevó el médico veterinario. Después de una revisión, el especialista la engrandeció con una nueva noticia.

—¡Felicidades; será usted abuela de unos hermosos cachorros! —le dijo.

Mamá no sabía qué decir, sentía una mezcla de alegría y asombro, a la vez que pasaban muchas conjeturas por su cabeza.

Al poco, la familia estaba feliz, pero grande fue su sorpresa cuando los dos cachorros hermosos que nacieron de aquella gran panza, crecieron más que Friki y eran colochos, colochos; sólo así se enteraron de que habían heredado la altura de un perro grande y el pelaje de la tierna perrita.

Ahora, la abuela y la niña se divierten alimentando a Friki y a sus dos grandes cachorros.

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