Rafael Espinosa / En una modesta casa vivía una perrita poodle que se llamaba Friki. La abuela le daba de comer mucho mucho, de tal modo que un día Friki, con su cuerpo redondo, no podía entrar a su casita del patio.
—Mamá
ya no les de de comer tanto —le sugirió su hija.
La
abuela desistió de su manía.
Sin
embargo, Caty, la nieta de la casa, una niña de rizos blondos, se encargó de
proveerle, a escondidas, toda clase de confituras.
Cuando
llegaba papá, Friki corría con cadencia para recibirlo. Se untaba en sus
perneras, le bailaba, y cejaba su hostigamiento cariñoso hasta dejarlo en la
puerta principal.
Un
jueves, Caty fue descubierta dándole de comer a Friki.
—¡Caty!
¿Qué haces? —le sorprendió su madre.
La
niña recogió su brazos sobre su vestidito y de manera traviesa corrió hacia
dentro de la casa.
Friki
estuvo triste sólo con la comida habitual y se echaba con la mirada suplicante
frente a la puerta. La pobre Friki comenzó a adelgazar al grado de que se
sentía débil, aunque luego con el tiempo recobró su alegría y el peso ideal
respecto a su edad.
Una
mañana papá olvidó cerrar la puerta de la jardinera y Friki salió sin que nadie
se diera cuenta.
La
abuela, mamá y la niña, salieron a la calle desesperadas en busca de la
perrita. Caminaron calles aledañas sin lograr noticias buenas. Regresaron a
casa; mamá comenzaba a hacer unas viñetas con recompensas impresas, cuando Caty
gritó desde la jardinera que Friki había llegado. Estaba agitada, con la cola
volantina y la lengua de fuera. Papá se enteró del caso cuando comía en la
sala, aunque Friki ya estaba de vuelta.
La
dieta de Friki continuó, no obstante, su barriga iba creciendo extrañamente.
—¿Mamá;
le estás dando de comer a Friki, como antes? —dijo sorprendida.
—No,
hija; ¿Por qué? —.
—Nomás
pregunto —repuso sin dar mayores explicaciones a la abuela.
Pasaron
semanas y Friki había cambiado de humor; no salía de su casita, por lo que mamá
la sacó y la llevó el médico veterinario. Después de una revisión, el
especialista la engrandeció con una nueva noticia.
—¡Felicidades;
será usted abuela de unos hermosos cachorros! —le dijo.
Mamá
no sabía qué decir, sentía una mezcla de alegría y asombro, a la vez que
pasaban muchas conjeturas por su cabeza.
Al
poco, la familia estaba feliz, pero grande fue su sorpresa cuando los dos
cachorros hermosos que nacieron de aquella gran panza, crecieron más que Friki
y eran colochos, colochos; sólo así se enteraron de que habían heredado la
altura de un perro grande y el pelaje de la tierna perrita.
Ahora,
la abuela y la niña se divierten alimentando a Friki y a sus dos grandes
cachorros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario